
Hereditary nos cuenta como cosas extrañas comienzan a suceder en casa de los Graham tras la muerte de la abuela y matriarca, que deja a su hija Annie en herencia su casa. Annie Graham, una galerista casada y con dos hijos, no tuvo una infancia demasiado feliz junto a su madre, y cree que la muerte de ésta puede hacer que pase página. Pero todo se complica cuando su hija menor comienza a ver figuras fantasmales, que también empiezan a aparecer ante su hermano.
Con motivo del reciente estreno de la sugerente pero algo inocua A Quiet Place de John Krasinski hablábamos de la innegable virtud que atesora el género de terror a la hora de crear nuevos referentes a cada cierto espacio de tiempo de una manera casi automática, de alguna manera una especie de reinvención periódica en lo concerniente a crear films faro que marquen una determinada tendencia en lo referente a su temporalidad, es algo cíclico el sacar nuevos conceptos y renovadas miradas que obtengan un beneplácito por parte de un público que intentan buscar de una forma incansable un soplo de aire fresco dentro de un género cuya saturación en mucho de sus niveles crea cierto hastió a la hora de satisfacer unos paladares cinematográficos ya de por sí bastante exigentes. Otra curiosa cuestión con referencia al género es ver como hoy en día se reconocen y evalúan al instante la importancia que el film vaya a tener a un largo plazo, si echamos la vista atrás películas indiscutibles como Rosemary’s Baby o Night of the Living Dead por poner solo dos ejemplos de la enorme cantidad de títulos existentes al respecto no fueron apreciadas en su justa medida hasta pasado un periodo de tiempo prudencial, curiosamente hoy esa especie de tardanza a la hora de conceptuar su huella pasa a ser prácticamente instantánea, las herramientas y la conectividad del espectador con respecto a esa recepción del presente dan pie a todo ello, así películas de estos últimos años como The Cabin in the Woods, It Follows, The Witch o The Babadook pueden ya considerarse de forma algo paradójica como clásicos al poco tiempo de ver la luz, Hereditary el potente debut en la dirección por parte de Ari Aster como buena muestra de terror de calidad que es entra por méritos propios en dicha catalogación.
Posiblemente lo más paradójico de las supuestas virtudes que atesora un film de las características de Hereditary las encontremos en ser plenamente conscientes de que el film de Ari Aster no pretende inventar nada nuevo dentro del género de terror, sin caer en lo convencional lo suyo es más bien una reformulación de conceptos sin recurrir en ningún momento a reciclajes, en donde se intenta dar cabida a otros elementos genéricos como la inclusión del drama, en cierta manera estamos ante un drama de terror familiar de narrativa trágica de muy compleja construcción, en este aspecto Hereditary ,cuyo apego a lo sobrenatural es muy evidente en todo momento, en lo referente a su composición resulta un inmaculado ejercicio de estilo que atesora por encima de todo un brillante diseño de producción, impactante en lo referente a la calidad formal de los movimientos de cámara por ejemplo, es de esas película que ejercen un marcado sello de autor desde su primera escena, lo curioso es que uno tiene la impresión de que Ari Aster a diferencia de algunos de sus congéneres no es un fiel conocedor del género en toda su extensión, o lo que es más importante en como ejecutar sus mecanismos, al menos en lo relativo a sus referentes, eso no es óbice para que el film sea minucioso y calculador en sus propósitos y en donde percibamos continuamente retazos de otras películas como por ejemplo The Believers, la antes citada Rosemary’s Baby
en referencia a su tono conspirativo y muy especialmente Don’t Look Now de Nicolas Roeg y la tv movie Don’t Go To Sleep de Richard Lang con la que guarda por momentos anchura de remake inconfeso, de estas dos últimas películas hereda una atmosfera mortuoria, de hecho estamos ante una historia que nos relata una paulatina desintegración familiar, primero psicológica y más tarde física, Ari Aster que se toma su tiempo en disgregar su narrativa al hacernos participes de una supuesta premonición fatalista, no es casualidad que el film empiece y termine con los protagonistas ubicados en una casa de muñecas algo que por momentos da la clara impresión de que están atrapados dentro de una pecera, estos son imposibilitados a la hora de contrarrestar una maldición, una herencia que pesa y se cierne sobre ellos, de alguna manera asistimos a una representación fatalista de final trágico, constantemente vemos o intuimos lo que los personajes no logran ver, Ari Aster nos muestra personajes y conflictos internos de forma repetida, la dificultad a la hora de enfrentarse a un duelo casi a modo de drama con un estudio sobre la maternidad de por medio, en este sentido para dar credibilidad a la trama es esencial disponer de un buen plantel de actores, Toni Collette, Gabriel Byrne o el joven Alex Wolff dan un plus de estabilidad a los personajes y por ende a la historia, somos testigos de cómo estos van evolucionando hasta llegar a una última media hora más convencional en las formas pero no en lo referente a su fondo, es ahí en donde la película logra dialogar con el mismo género de tú a tú con la contundencia propia de alguien que se siente seguro de la finalidad de su propio discurso.
Hereditary termina por convertirse por méritos propios en una de las muestras más potentes que el cine de terror ha dado en estos últimos años, que termine convirtiéndose en un clásico del género es algo que solo el transcurso del tiempo lo dictará o conceptuara en su justa medida, todo parece indicar que así será por mucho que algunos se empeñen en catalogarla de esa manera incluso antes de su nacimiento, por fortuna el film de Ari Aster como buena película de innegable índole perturbador en donde el desasosiego campa a sus anchas sin llegar a recurrir al efectismo a la hora de incentivar un horror que gira alrededor de la neurosis de una familia moderna no necesita de tales posicionamientos tan prematuros.
Valoración 0/5:4











en este sentido el film del director ruso Klim Shipenko se adentra más en la épica del astronauta que en una prototípica película de ciencia ficción al uso. No deja de ser curioso sin embargo como el film que nos ocupa a diferencia de sus antecedentes patrios (recordemos que la ciencia ficción rusa no se limita al Solaris de Andrei Tarkovsky y que además de haber dado más de un título referencial se constituye casi como un propio subgénero aparte ) se decante más por una espectacularidad más propia del cine norteamericano contemporáneo, en el film más que mirar unos referentes autóctonos presenciamos varias secuencias que podrían estar perfectamente rodadas por Michael Bay, con momentos realmente rimbombantes en este aspecto en especial en lo referente a una atronadora y martilleante banda sonora de clara naturaleza intrusiva por no hablar del tratamiento friccionado de los personajes femeninos que aparecen en la acción, en lo concerniente a este apartado no hay lugar a dudas a que se prima más el rigor técnico que al matizado drama humano, es como si de alguna manera la estereotipada ficción del ayer y la actual realidad del hoy de la que parece sustentarse Salyut 7 marcarán de algún modo la globalización en que se ve sumido el género fantástico a día de hoy.




con todo el riesgo que ello conlleva, a este respecto nos encontramos posiblemente ante la quintaesencia de la película meta por excelencia, una historia donde lo interno del relato se pierde con lo externo de la producción que vemos al comienzo el film y viceversa, en sí misma no deja de ser una autentica matrioshka cinematográfica que actúa como relato dentro de otro que unido a la confusión de tiempos reales o ilusorios nos sitúa adecuadamente en el prisma distorsionado y extravagante que de manera tan habitual maneja el responsable de Brazil, a este respecto no deja de ser bien curioso como una gran parte de la crítica le sorprende de alguna manera el trazo de un film en donde el exceso de lo esperpéntico y banal por momentos se den la mano con una lírica que en ocasiones desemboca en metafórica, o dicho de otra manera que a estas alturas haya gente que le cause extrañeza que el cine de Terry Gilliam se sustente en lo más puramente distorsionado, grotesco o poético demuestra bien por las claras que poco cine han visto del integrante americano de los Monty Python. Tampoco soy partidario de los que opinan que estamos ante una película que nunca debió realizarse, que más hubiera valido quedarse como un bonito sueño inconcluso antes que materializarse en una supuesta triste realidad, como tampoco lo soy de quienes se aventuran a determinar que en este The Man Who Killed Don Quixote hay bien de poco aquellas tomas rodadas en el año 2000, es evidente que en el periodo de tiempo trascurrido el proyecto por razones naturales ha ido mutando, o más bien ha ido sumando y acumulando conceptos, algo que evidentemente otorga al relato un notorio atropello narrativo, una suma de ideas desmedidas que de forma voluntaria o no validan un muy particular sello autoral que ya nos es familiar.



































como buena película poseedora de un carácter abiertamente onírico que intenta y consigue ir un paso más allá de sus propios postulados nos topamos con una inquietud autoral bastante evidente, un film que nunca deja de mutar o mejor dicho de evolucionar conforme avanza, de forma tan caótica como desinhibida, en ningún momento, bajo la apariencia de ser una fábula de contornos realistas Juliana Rojas y Marco Dutra se apoyan en una referencia genérica variada (terror, melodrama e incluso hasta el musical) para contarnos una historia en donde la dualidad juega un papel muy importante en la trama, la aparición de ese un niño-lobo como resultado de una unión no aceptada socialmente en lo racial o social por ejemplo, una dualidad la citada que también es muy notoria en el retrato de las dos protagonistas principales en la primera parte de la película, Clara y Ana son personajes que por un motivo u otro por fuerza mayor terminarán enfrentándose contra la misma sociedad que las creo y en parte las abandono, viviendo a través de una oscuridad social de alguna manera estamos ante esa clase de personajes que buscan refugio donde menos habitual pueda parecer en un principio el encontrarlo, más tarde vemos como la unión de ese doble retrato funciona a modo de elemento fantástico, igualmente contestatario con respecto a los demás pero expuesto desde un punto de vista bastante más heterogéneo en donde entra en juego esa revalida de personajes que nunca dejan de luchar por poder coexistir dentro de una sociedad que le niega de forma sistemática la aceptación.















posiblemente lo mejor de la película) le otorga una valía artística que se pone en riesgo al ir recuperando la visión y perdiendo poco a poco la concentración y calidad interpretativa que atesoraba a raíz al parecer de dicha disfunción visual, podríamos decir que la película cuestiona la necesidad de elegir entre dos importantes y vitales conceptos por el que se rige el ser humano ¿arte o vida?, bajo esta premisa el núcleo dramático se diversifica en varias disquisiciones de la época en que transcurre la trama, hay varias cuestiones ciertamente jugosas y hasta por momentos reflexivas, el papel de la ciencia dentro de este contexto histórico, el cruel juego de clases y normas sociales que definen dicha época o el arte como sustento de una parte de la burguesía, disquisiciones estas que sin embargo se quedan muy en la superficie, Barbara Albert es incapaz de analizar o profundizar en ellas de una manera convincente, la narrativa ciertamente plana del film se encamina hacia lo contemplativo pero desde una óptica algo equivocada, no hay rastros de ese conflicto latente entre la autenticidad interior y la falsedad que anida en el exterior de personajes y escenario, podemos percibir levemente eso si un intento de observación de todo lo que se deriva a través su incuestionable academicismo, lástima que ese lujoso diseño de producción y ambientación exquisita se decante más por la rigurosa estética en detrimento de una mirada algo más personal del relato.
La ansiedad de Esmail conforme avanza el metraje dota a la historia de oscuros tintes psicológicos en detrimento del inicial conflicto social expuesto, algo que deriva al producto por momentos en el pantanoso terreno del psicodrama paranoico, en la narrativa impuesta por Milad Alami vemos como el protagonista principal trata de conseguir por todos los medios posibles lo que cada vez parece más difícil, para más inri tendrá que lidiar internamente con un sentimiento de culpa ocasionado por los supuestos daños colaterales de sus acciones como nos muestra la contundente escena inicial con que Milad Alami abre el film.
de cuento de hadas que va mutando conforme avanza el metraje en algo mucho más siniestro, hay un énfasis muy evidente por parte de la realizadora en lo concerniente a la fabricación de un imaginario propio (el de la joven protagonista) que intenta contrarrestar la amenaza de todo lo masculino que le rodea de una forma no natural, y que sirve al mismo tiempo como metáfora de como las mujeres siempre han estado supeditadas de alguna manera a los deseos y a los sueños masculinos. El posicionamiento del film con respecto a un tema tan sórdido es algo distante, en cierta manera rehúye de lo escabrosa jugándoselo todo a una carta al presentar dos visiones que son estructuradas a través de una doble voz en off, la de la niña protagonista y la del Miguel, el líder de la secta presentado bajo los rasgos siempre inquietantes de un solvente Marcelo Alonso, dicha dualidad tiene la intención de crear una cierta ambigüedad en el espectador en lo concerniente al relato, lo consigue solo a medias pues uno termina teniendo la ligera sensación de estar ante una película que quizás se ampare demasiado en lo preconcebido a la hora de desvelar sus propios recursos narrativos.







Estados Unidos aprovechando al máximo esa comicidad derivada del choque cultural, Oh Lucy! destaca principalmente por ser de esas producciones en donde su ensamblaje genérico no se pisa, una comedia cuyos apuntes dramáticos no se diluyen entre sí, a este respecto sin embargo habría que aseverar también su condición de film en donde la práctica total de personajes dan la impresión de transitar a través de un acantilado emocional algo dispar, una sensación de incertidumbre cuya narrativa de tono irregular parece contagiarse pues llegados a un punto determinado esta no parece saber a ciencia cierta que camino a de tomar. Oh Lucy! expone básicamente su discurso en lo relativo a la soledad y en como a través de falsas identidades e incluso de ideales impostados se puede llegar a combatir dicho trauma emocional, una falsa trasformación que sin embargo da pie a una nueva reinvención para alejar una supuesta insatisfacción personal. El film de Atsuko Hirayanagi que parece funcionar exclusivamente a través de una crónica acerca de la persecución de un ideal termina de manera algo caprichosa, en cierta manera a semejanza de que sus propias incertidumbres tonales, pues en lo que puede parecer en un principio como un final satisfactorio en él hay un mensaje bastante más profundo e incluso si se me permite la expresión críptico, lástima que en toda la película no se llegue a escarbar de forma más concienzuda unos contornos que van mucho más allá del tono amable del que hace gala está elaborada aunque algo irregular película.
se presenta como un filme hecho de principio a fin por mujeres, incluso en lo relativo a los apartados técnicos, aparte de atesorar la virtud de contar con una inconmensurable Laetitia Dosch como personaje de salvaje y desbordante de energía sin cuya presencia el film no existiría como tal. De alguna manera estamos ante un film en donde la libertad feminista se erige como básica a la hora de elaborar un en apariencia sencillo retrato femenino que más que ahondar en unos supuestos motivos de rebeldía o auto reafirmación los expone a modo de trayecto vital, en este aspecto de alguna manera recorremos el mismo camino que la protagonista no habiendo una predeterminación en lo referente al errante pero consensuado desarrollo de dicha narrativa, Léonor Serraille tiene la virtud de saber moverse con soltura a través de una diversa y rica amalgama genérica, un relato en donde se nos puede hace reír con lo que podría hacernos llorar y viceversa siempre sin perder esa perspectiva acerca de la exposición de una serie de sensaciones contradictorias en donde la joven protagonista encuentra su mejor definición a modo de una libertad femenina de naturaleza bastante indefinible. Con momentos ciertamente ingeniosos Bienvenida a Montparnasse elabora un relato en apariencia convencional pero que va más allá de las historias de reivindicaciones feministas tan en uso hoy en día en la gran pantalla convirtiendo el debut en la dirección de Léonor Serraille como uno de los más prometedores vistos durante el pasado año.
