“The Man Who Killed Don Quixote” review

The Man Who Killed Don Quixote nos cuenta la historia de Toby, un arrogante publicista de visita en España en donde se encontrará casualmente con la copia de una adaptación cinematográfica de la famosa obra de Cervantes que se realizó años atrás con funestas consecuencias. Un descubrimiento este que le llevará de auténtica cabeza cuando se encuentre con el actor que en su día dio vida a Don Quijote en la película, ahora con una severa demencia senil  que le hará creer que sigue metido en la piel del personaje confundiendo a Toby con su fiel y ficticio escudero.

A lo largo de la historia del cine ha habido un reducido grupo de películas que por una u otra razón han sido bendecidas en lo concerniente a su propia creación con la denominación de malditas, muchas de ellas de naturaleza no natas, en estas líneas no creo conveniente el volver a repasar otra vez punto por punto todas las dificultades que ha supuesto el poder materializar The Man Who Killed Don Quixote, al respecto siempre me remito a recomendar la espléndida Lost in La Mancha de Keith Fulton y Louis Pepe, no como prueba definitoria del vaivén de adversidades acontecidas pues se sitúa a mitad de todo el conflicto pero si como un documento que detalla casi a la perfección la naturaleza de lo caótico de tal empresa y como de alguna manera está acaba ligada a la figura de un autor de las características de Terry Gilliam, un director que a lo largo de su carrera siempre ha llevado a cuestas el calificativo de malditismo, The Man Who Killed Don Quixote termina siendo un fiel reflejo de la obsesión personal de alguien que se niega a bajarse del burro como se dice vulgarmente, un autor cuya desmesurada ambición cinematográfica termina confluyendo de manera algo caprichosa a modo de barroquismo onírico con el tono quijotesco del relato que maneja en esta ocasión, intentar recrear el caos exige caos y para esta líderes pocos realizadores saben manejar dicho concepto como Terry Gilliam.

No resulta nada sencillo el analizar y posicionarse de una manera ecuánime con respecto a un producto de las características de The Man Who Killed Don Quixote sin sustraerse de todo lo que le rodea, soy de los que opinan que estamos ante una película en donde solo puede adquirir la plenitud de su disfrute por parte del espectador si nos situamos a la misma altura de los caóticos cambios de tonos narrativos y visuales que nos suele propone Terry Gilliam, con todo el riesgo que ello conlleva, a este respecto nos encontramos posiblemente ante la quintaesencia de la película meta por excelencia, una historia donde lo interno del relato se pierde con lo externo de la producción que vemos al comienzo el film y viceversa, en sí misma no deja de ser una autentica matrioshka cinematográfica que actúa como relato dentro de otro que unido a la confusión de tiempos reales o ilusorios nos sitúa adecuadamente en el prisma distorsionado y extravagante que de manera tan habitual maneja el responsable de Brazil, a este respecto no deja de ser bien curioso como una gran parte de la crítica le sorprende de alguna manera el trazo de un film en donde el exceso de lo esperpéntico y banal por momentos se den la mano con una lírica que en ocasiones desemboca en metafórica, o dicho de otra manera que a estas alturas haya gente que le cause extrañeza que el cine de Terry Gilliam se sustente en lo más puramente distorsionado, grotesco o poético demuestra bien por las claras que poco cine han visto del integrante americano de los Monty Python. Tampoco soy partidario de los que opinan que estamos ante una película que nunca debió realizarse, que más hubiera valido quedarse como un bonito sueño inconcluso antes que materializarse en una supuesta triste realidad, como tampoco lo soy de quienes se aventuran a determinar que en este The Man Who Killed Don Quixote hay bien de poco aquellas tomas rodadas en el año 2000, es evidente que en el periodo de tiempo trascurrido el proyecto por razones naturales ha ido mutando, o más bien ha ido sumando y acumulando conceptos, algo que evidentemente otorga al relato un notorio atropello narrativo, una suma de ideas desmedidas que de forma voluntaria o no validan un muy particular sello autoral que ya nos es familiar.

Se mire como se mire The Man Who Killed Don Quixote no deja de ser un éxito en sí mismo, pocas películas como la que nos ocupa nos dictan por las claras que tenían que ser así a la fuerza, podrá ser un plato destinado a muy pocos paladares pero es la única reinterpretación posible de una novela tan anacrónica y confusa como la de Miguel de Cervantes que puede salir de la mente de alguien como Terry Gilliam, un talento y una creatividad que hoy en día tendría que ser más valorado pues empieza a dar signos de ser algo pretérito, un autor en definitiva que se niega a abandonar el estatus de soñador del que siempre hizo gala, tras mucho tiempo luchando contra molinos de viento su visión por fin se materializa en realidad, toda una bendita amalgama metalingüística al alcance de muy pocos autores la que nos ofrece esta The Man Who Killed Don Quixote, como suele pasar en estos casos el transcurso del tiempo pondrá merecidamente a cada uno en su sitio.

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