Crónica Festival de Sitges 2023 (II)

Autorías establecidas: Evolución y equidistancia
Sobre autorías en mayor o menor medida consagradas dentro del circuito de festivales, se pudo ver el nuevo trabajo de la austriaca Jessica Hausner, realizadora que regresaba a Sitges 19 años después de estar presente con la sugerente Hotel y ya con la etiqueta de ser una presencia habitual en los festivales de clase A, al haber abrazado proyectos de una proyección internacional de mayor envergadura, como en su anterior film Little Joe o Club Zero, película en donde se atisban constantes ya presentes en el ideario fílmico de la autora, a través del análisis, desde una perspectiva que linda con la sátira de los dogmas y los supuestos males adyacentes al Occidente contemporáneo. En Club Zero, Hausner vuelve a recurrir a una suerte de distopía acerca de nuevas religiones de nutrición saludable a modo de neurosis colectiva en donde se forman a autómatas anoréxicos. Lástima de un frío y aséptico dispositivo formal que dada su obviedad, en contraposición con lo encriptado de gran parte de su obra, diluye casi por completo la paradoja o denuncia, aquí podría ser tanto la técnica del mindfulness, como el dejar de comer a modo de posicionamiento anticapitalista expuesto desde el propio capitalismo, tesis que pretende ser divertida; Lourdes (2009) funcionaba muy bien en dicho aspecto, en relación con una historia que, sin embargo no dejaba de dar vueltas sobre sí misma, reiterando conceptos supuestamente cínicos e irónicos de la mano de una realizadora cuyo nivel de inteligencia crítica aquí bordea de forma algo peligrosa el subrayado. Por otra parte resulta curioso, cuando menos, que un director como Takeshi Kitano, Shinya Tsukamoto también entraría en la ecuación, ya no cotice, ni falta que le hace, en el ecosistema de festivales de cine. La esplendida Kubi, inspirada en los hechos reales conocidos como el incidente Honnō-ji ocurrido en 1582, es bastante más que la ostentación de un delirio consensuado o una deconstrucción del chambara que muchos han querido ver en ella desde su première mundial en el pasado festival de Cannes. Como lo fue en su día Zatoichi, Kubi es una película deliberadamente incomprensible, aquí aún más desaforada y liberada del temor a la muerte, o sea, es para bien puro ‘Beat’ Takeshi. Hablando de cotizaciones, esta vez al alza en según qué círculos, la de Yorgos Lanthimos parece estar en plena ebullición, Poor Things, después de triunfar en Venecia fue uno de los platos fuertes de este Sitges 2023, una relectura del mito de Frankenstein en clave de fábula liberadora sobre una mujer que conforme evoluciona, anhela dicha condición y status. En realidad, estamos ante una película que pretendiendo ser poco ortodoxa acaba siéndolo, como resultado de una liviandad y obviedad inhabitual en el cine de su autor, aquí enmascarada por un agradable visionado, su estructura visual nos remite a imaginarios propios de Terry Gilliam o unos primerizos Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro. Adaptando la novela de Alasdair Gray, estamos ante un relato de subjetividad femenina que puede funcionar como comedia gótica retro futurista, en donde el sexo se convierte en una herramienta de poder, pero no funciona tan bien a la hora de requerir una trasgresión formal, aquí el humor ya no nace de la incomodidad, algo que era una seña de identidad del autor, tanto en sus inicios, Canino o Alps, como en trabajos de una proyección ya más amplia, Langosta o The Killing of a Sacred Deer. Puestos a ser algo maliciosos, ante un film en donde se percibe una voluntad política cuestionable, podríamos estar ante una suerte de reverso conceptual de Barbie de Greta Gerwig.
En un año plagado de testamentos fílmicos por parte de referentes, The Boy and The Heron, la nueva producción del Studio Ghibli inspirada en una novela de Genzaburo Yoshino, se vislumbra como un ejercicio derivado de la observación, donde la expresividad de las imágenes limita con la abstracción que vuelve a imbuir de magia un entorno que abarca tanto lo grandilocuente como lo minúsculo. Como suele ser habitual en una figura de la importancia de Hayao Miyazaki, la fantasía vuelve a cuestionar condición y realidad, a través de dicho statu quo el maestro, que siempre tendrá algo que decirnos, nos habla sobre el duelo y la tragedia infantil en relación con el drama personal, aunque no deja de ser en sí mismo una celebración ¿final? de un imaginario consustancial, aquí provisto de la mejor caligrafía del estilo de su autor. Con respecto a otros festivales, Sitges cuida con cierto esmero su selección de película de clausura, por consiguiente, Dream Scenario de Kristoffer Borgli fue una digna elección, estimulante película que sortea con bastante austeridad cuestionables antecedentes como Ari Aster, A 24, a la hora de exponer el concepto de la pesadilla del individuo gris como un mal social, y como todo ello puede llegar a ser interpretado a modo de simulacro de un mundo supuestamente feliz. Relato que brilla con relación a temarios que invitan a la reflexión, que cuestiona cierta masculinidad al mismo tiempo que rescata la acidez inherente en la comedia existencial vista, por ejemplo, en la anterior Sick of Myself, aquí también con relación a una voraz crítica hacia lo efímero o la cultura de la cancelación, funcionando por momentos mejor como película de terror que como supuesta comedia negra. Además, constatar después de mucho tiempo que Nicolas Cage, traspasando su condición de subgénero propio, sigue siendo un gran actor.
Sección Panorama: El fantástico como constante
La sección Panorama continúa siendo ese agradecido reducto dedicado a una serie de películas cuya adscripción al género no admite dudas; evidentemente dicha sección deriva en un conglomerado donde impera por encima de todo, más como virtud que como deficiencia, la serie B. A tal respecto, Suitable Flesh viene a ser un disfrutable intento de resucitar la Empire y a Stuart Gordon a través de aquellas placenteras e imposibles adaptaciones de relatos de H.P. Lovecraft como Re-Animator, From Beyond o Castle Freak. Propósito concentrado en la presencia de Barbara Crampton y el guionista Dennis Paoli. Se agradece que no se detenga únicamente en la nostalgia retro, dando la sensación de ser más un loable esfuerzo que una simple condescendencia genérica. Por su parte la ópera prima de Anna Zlokovic Apéndice, es otra película de género consciente de sí misma, de una condición, que en esta ocasión indaga en temáticas algo más actuales, y lo hace a través de coordenadas como body horror, el concepto Body Snatchers o la referencia al Basket Case de Frank Henenlotter. A medio camino entre el ingenio y la distensión genérica, se permite el lujo de ser una pervertida metáfora, sin ínfulas ni militarismos, sobre ansiedades e inseguridades varias adyacentes al imaginario femenino.
El mexicano Jorge Michel Grau ya había dado buena cuenta en Somos lo que hay de la disfuncionalidad familiar ubicada en escenarios precarios; en Rabia, secuela espiritual de su anterior drama caníbal, vuelve a fijar una narrativa en una periférica urbe mexicana, aquí casi apocalíptica, también en núcleos familiares desestructurados, pero lo hace bajo conceptos algo más clásicos como la licantropía. Partiendo siempre de la metáfora y las segundas lecturas, la película reinterpreta a través de conceptos fantásticos nuestra realidad, lástima de una narrativa percibida como abrupta en lo concerniente a intentar hibridar drama y fantasía, la furia o pulsión derivada de esta última, noción característica adyacente al imaginario de la licantropía, que quedaba mejor expuesta en otra película latinoamericana, As boas maneiras de Marco Dutra y Juliana Rojas, con relación a relatos que inquieren en la observación social ensamblada a elementos fantásticos. Por su parte Hideo Nakata volvía a Sitges 24 años después de presentar en 1999 las dos primeras entregas de The Ring. En la disfrutable, y por momentos delirante, The Forbidden Play, se intuyen algunos indicios de vida en el J-horror, algo muy de agradecer después de décadas de absentismo, tanto por parte del subgénero como del propio autor. Dentro del tono liviano por el que transita la película, que intenta evitar lugares comunes, funciona relativamente bien a modo collage en donde se integra, un terror deudor del ideario de Pet Sematary, comedia y melodrama. A tal respecto, estamos ante un film que convendría contextualizar de forma adecuada, especialmente si nos fijamos en comparación, no a unos inicios ya referenciales, y sí a una última etapa por parte del responsable de la extraordinaria Dark Water de un claro talante alimenticio.

 

Cine patrio: Referentes consolidados
Fue bastante congruente que la inauguración de este Sitges 2023 recayera en un producto tan convincente como Hermana muerte de Paco Plaza, película que constituye el mejor, y más austero trabajo del realizador español que mejor ha sabido indagar a través de coordenadas genéricas en iconografías contiguas a la historia socio-cultural de nuestro país, un autor, cuya madurez en el manejo de códigos narrativos del horror, le permite tener una fe ciega en sus imágenes, Hermana muerte es una buena muestra de ello. Relato de tono tenebroso expuesto a plena luz del día, que transcurre en el año 1949 en un convento de monjas, que tiene el doble mérito de confirmar una autoría que le hace solventar y trascender en varios apartados por los que transita, primero como producto Netflix, y segundo como obra independiente del referente, a modo de precuela que es de Verónica, en realidad más deudora de ¿Quién puede matar a un niño? respecto a recrear ambientes siniestros en escenarios luminosos, también cuenta con el beneplácito de salir airoso de una temática tan explotada en la actualidad como es el terror religioso. Solvente en lo formal, atesora un espléndido clímax que la sitúa entre lo mejor del fantástico español de los últimos años. Por su parte, La sociedad de la nieve, película que recrea la tragedia del accidente aéreo de los Andes de 1972, deja claro que en el cine no existen temas trillados, sí autorías, como la de J.A Bayona y su emotividad llevada a la hipérbole, camuflada como viene siendo habitual por una inmaculada ejecución técnica. Puestos a elegir una versión sin violines de la historia, un servidor siempre estará a favor, tanto del Supervivientes de los Andes de René Cardona, como de la efectiva Alive! de Frank Marshall.
Uno de los platos fuertes dentro de la animación visto este año en Sitges fue el nuevo trabajo de Pablo Berger Robot Dreams, película que recurre al uso de ese tipo de relatos, aquí sin diálogos, situado a medio camino entre imaginarios infantiles y adultos, que nos habla sobre la complejidad que anida en la amistad, a través de una historia que expone la emotividad desde el punto de vista de la contención, amparándose en esencia en el poder de la mirada y la música. A tal respecto, no sorprende que un cineasta de las características de Berger no se conforme con transitar por trazados y formatos convencionalistas, en realidad una actitud consecuente al optar por experimentar con otras formas posibles de la imagen, ya lo hizo con Blancanieves, plasmada en coordenadas del cine mudo. En Robot Dreams, a través del icónico paisaje urbano del Manhattan de los años 80, y ayudado por una limitada expresividad, se maximiza la fuerza emocional de cada simple gesto de sus protagonistas, aquí volvemos a las referencias del cine mudo, en esta ocasión el cómico. El resultado final, o el trayecto que nos lleva a dicho punto no importa tanto como las cuestiones y posteriores reflexiones que esta interesante película nos llega a plantear. Otra película patria importante este año en el festival fue La espera, tercera película de F. Javier Gutiérrez en donde recurre, al igual que en su opera prima 3 días, a un escenario árido y solitario que nos sitúa en la Andalucía de los 70 a la hora de abordar un thriller rural patrio de época con alma de western, que abraza la locura y pulsión de la España profunda, y que transmuta en su parte final, desde el conocimiento de coordenadas genéricas por parte del responsable de Rings, en un disfrutable Folk Horror clásico de manual. Tan sólida en la utilización de su despliegue atmosférico, como algo predecible con relación a su viraje narrativo, se agradece, sin embargo, su determinación a la hora de no ser esclava de contenidos desmarcados del género. Como colofón a esta segunda crónica del festival nos detenemos brevemente en la fallida La ermita de Carlota Pereda, producto que no deja de ser una lógica consecuencia de querer elevar por encima de sus posibilidades líquidas autorías intuidas aún como embrionarias. Película de una resolución narrativa alarmante, que recuerda en parte a ese cine español fantástico enquistado en la indeterminación genérica de finales de los 90, y que se explica a la perfección revisando su anterior film, Cerdita. Mucha curiosidad por parte de un servidor por ver cómo el buenismo y el nepotismo instalado en la industria y crítica patria logra mantener el hype creado.