Crónica Festival de Sitges 2023 (I)

Del 5 al 15 de octubre, con unas temperaturas más propias de la temporada estival, tuvo lugar la 56 edición del Festival de Sitges, un año marcado por una definitiva vuelta a la normalidad, después de unas últimas ediciones que se vieron afectadas en diferentes parcelas, principalmente como consecuencia de las restricciones provocadas por la pandemia y todo lo relacionado con ello. Sitges 2023 volvió a transitar por unas reconocibles señas de identidad plagadas de claroscuros, especialmente con referencia a su labor como certamen de un indudable talante popular, en ocasiones excesivamente encaminado al evento, que por momentos dio la sensación de estar demasiado preocupado en proclamas de éxito respecto a la afluencia de público, con relación a una justificación percibida como burocrática, algo que no deja de ser contradictorio en lo concerniente a otros ámbitos y apartados de un festival que, entre otras cosas, propone una generosa selección de títulos de tono heterodoxo, dirigidos al riesgo y la experimentación, también con referencia a ofrecer la oportunidad de poder visionar clásicos del género en pantalla grande, apartado este año potenciado con un mayor número de títulos. También como función meritoria, señalar su decidida apuesta por seguir ofreciendo publicaciones en papel, este año por partida doble, a través de los ensayos colectivos: Ciudad Pánico. Morfologías urbanas del horror y Mistress of Fan. Monstruos, criaturas y pesadillas engendrados por ellas.
Como inabarcable cajón de sastre genérico que siempre ha sido, Sitges volvió a ofrecer diversas actividades paralelas a un público que regresó de forma generosa a las cuatro salas habilitadas para la ocasión, más una quinta improvisada a última hora por problemas de infraestructura para la sección Brigadoon. A la hora de hacer un balance general de lo que fue este Sitges 2023, a nivel de selección, señalar el regreso de unos viejos déficits intuidos ya casi como endémicos, visibles desde hace varios años, principalmente el referido al difícil equilibrio a la hora de poder cuantificar y cualificar el elevado número de películas en el festival, algo que en realidad no tendría que suponer un problema en sí mismo, en cierta manera no deja de ser una ventaja para el espectador tener la opción de poder elegir qué querer ver, más discutible puede resultar que ello ocasione la renuncia a poder acceder a determinados títulos, o algo más importante, prescindir de unos casi inexistentes Q&A o justificar una determinada cifra de películas en relación con una selección percibida como algo mecanizada y poco clarificadora, especialmente con relación a un criterio que da la sensación de estar concebido a la carta, con base en una cuadratura, intuida como meramente estadística, en la medida de darles un lógico sentido de ubicación y temática en las distintas secciones del festival.
A continuación, y cambiando el modelo de crónica de antiguas ediciones publicadas en el portal, el análisis y la perspectiva generada desde el tiempo y la reflexión de todo lo que dio de sí este Sitges 2023, a través de cuatro extensas entregas.

 

Sección oficial: El fantástico discordante

Asentamientos y nuevas vías
Lo más interesante visto en este Sitges 2023 vino de la mano de esporádicas reformulaciones y un cierto resurgimiento de cinematografías en estado embrionario desde hace tiempo, así la ganadora a la Mejor Película, la argentina Cuando acecha la maldad, fue una de las pocas cintas presentes este año en el certamen que intentó indagar en el terror sin ningún tipo de ambivalencias disuasorias. Demian Rugna, que tan buenas sensaciones nos había dejado en su reivindicable Aterrados, nos muestra a través de unas coordenadas genéricas reconocibles como es el cine de posesiones demoníacas, un tratado sobre el mal expuesto, casi en tiempo real, a modo de una infección de alcance colectivo que hace estragos en un asfixiante y hostil escenario rural, espacio donde cohabitan masculinidades violentas y mitologías populares. Cine que recuerda, dada su ausencia de concesiones, a aquella corriente de extremismo francés surgido a principios del 2000 que no denotaba inconsistencias en su planteamiento. Al igual que aquellas, Cuando acecha la maldad intenta sin temor ir más lejos en su condición de violento y caótico relato de terror. Otra película que se ampara en el exceso, en el buen sentido de la palabra, y con el principal referente de la estupenda Ghostwatch, fue la australiana Late Night with the Devil, historia que sustituye el terror en tiempo real por una suerte de found footage de tono vintage que nos traslada a los años 70. No tan original como se ha comentado, la película carece de cierta credibilidad y realismo con relación a la utilización de sus dispositivos formales, sin embargo tiene la virtud de evitar subrayados narrativos proclives a dicho formato, desplegando una ingeniosa mirada sobre la fascinación y credulidad de América por lo oculto y las consecuencias que acarrea el anhelo de éxito bajo cualquier tipo de circunstancias. Situada a medio camino entre Network y Rosemary’s Baby, y pervirtiendo el concepto del reality show, el film de Cameron Cairnes y Colin Cairnes, que cuenta con un extraordinario David Dastmalchian, por fin en un papel principal, atesora uno de los clímax mejor llevados en relación con su puesta en escena del reciente cine de terror. Por su parte The Theory of Everything del alemán Timm Kröger vino a ser una peculiar celebración de los clásicos y sus referencias. Ciencia-ficción europea de aplicado tono vintage que tiene la virtud de no desentonar a la hora de hibridar conceptos en un principio antagónicos, tales como integrar el multiverso y las paradojas espacio-temporales en coordenadas de cierto cine negro Hollywoodiense de los años 60, también en películas más recientes como, por ejemplo, Europa de Lars von Trier, en relación con una estética de fantasía en blanco y negro, que utiliza imágenes monocromáticas de alto contraste, ubicado en el contexto de la posguerra. Un sugerente pulp cuántico que sin embargo da la sensación de ser más efectista que convincente, impoluto en lo concerniente a su condición de ejercicio de estilo referencial, no tanto con relación al desarrollo de una deriva narrativa, críptica en el mal sentido del término, causada por la desmesura de sus intenciones.
Dentro de la compleja labor de poder llegar a discernir alguna nueva corriente dentro del fantástico actual hay dos apuntes a destacar, primero, el asentamiento de un determinado cine francés que abordaremos más adelante, y segundo, un tímido resurgimiento del terror asiático, subgénero en estado aletargado desde hace muchos años, a tal respecto la ópera prima de Yûta Shimotsu  Best Wishes to All parte de uno de los conceptos argumentales más originales vistos este año en Sitges, al generar una serie de imágenes y situaciones insólitas, lindando con el terror, que hacen que la historia vaya en todo momento por delante del espectador, y no al revés. A medio camino entre lo extraño del cine de Kiyoshi Kurosawa y un trazo bizarro digno de un Hitoshi Matsumoto o Junji Ito, Best Wishes to All cuestiona la estabilidad familiar y el sacrificio generacional que conduce a una supuesta armonía social. Su condición de rara avis, como relato alegórico que se sustenta en lo inaudito, no indica que estemos ante una película que abra nuevas vías dentro del ahora extinto J-Horror, posiblemente sí sea reconocida como vía alternativa del resurgimiento de ciertas autorías asiáticas periféricas, que intentan indagar desde la introspección en ese otro cine fantástico. Otra cinematografía aletargada en los últimos años es la del terror proveniente de Corea, género que supuso a principios del 2000 un auténtico boom a un nivel industrial, más que autoral. En Sleep, al igual que Best Wishes to All, no se establece una clara adscripción al género de terror, la etiqueta de película de misterio sobre ansiedades varias de la vida en pareja que ocasionalmente mira sin disimulo a la comedia, sería algo más preciso. La ópera prima del guionista y director Jason Yu, al igual que The Machinist de Brad Anderson, o Come True de Anthony Scott Burns, entre otras, parte de una premisa interesante, como es el conflicto originado por desórdenes del sueño, en este caso el referido al sonambulismo, y cómo a través de él, nuestros peores miedos pueden cobrar vida mediante la ambigua paranoia que los protagonistas sufren por dicha anomalía. Película que, conforme avanza muta hacia coordenadas más genéricas y predecibles, como el cine de posesiones y escenarios encantados, algo que irremediablemente hace que esa tensión inicial quede bifurcada, y en parte diluida, en otros apartados intuidos como más artificiales, con todo, un debut prometedor.
Como colofón a este primer apartado, dos propuestas destacaron por encima del resto de películas presentes en la Sección Oficial a concurso en este Sitges 2023, por una parte, la cinta canadiense Les chambres rouges, film que pervierte conceptos tales como el drama judicial, las serial killer groupies y las derivaciones del true crime, mediante la fascinante disección de un personaje sumido en la obsesión. Al igual que en Kissed (1996) o Dans ma peau (2002) en Les chambres rouges asistimos al desarrollo de una oscura patología, con relación a una historia que tiene la gran virtud de estar continuamente incumpliendo las expectativas del espectador, narrativas en donde sus protagonistas descubren que hay lugares que una vez que los visitas, es muy difícil volver. La película de Pascal Plante termina siendo un fascinante thriller autoral que cobra vigencia en unos tiempos marcados por el voyerismo morboso y el capitalismo de vigilancia. Relato que comienza con una disección del tropo del asesino en serie, evolucionando hacia un psicodrama centrado en dos mujeres que orbitan en una historia que canaliza hábilmente la esencia del horror social anexo a internet y el concepto de la perversidad de la imagen, funciona también como estudio sobre la preocupación enfermiza de la sociedad por el mal. Desafiante también podría considerarse la trayectoria de Bertrand Mandico, Conann viene a ser una inclasificable reinterpretación del personaje de Robert E. Howard a modo de demencial parábola Faustiana de tono glam. El responsable de la también fascinante After Blue, como cineasta experimental que es, sigue a lo suyo, ofreciéndonos siempre algo divertido mediante las subversiones de género, la sensación intencionadamente barroca de su estética, y el sentido de la inmersión en un espectáculo visual que no excluye al espectador con predisposición a su cine. Inalterable a la hora de deformar personajes y narrativa contiguos a la cultura pop y el exceso mediante la ostentación de su puesta en escena, el cine de Bertrand Mandico deviene como una autoría sofisticada, y hoy por hoy inimitable, que aúna lo indefinido y lo kitsch, su visionado en bruto justifica el cine como experiencia única.

 

Reformulaciones y el nuevo cine fantástico social francés
Como últimamente viene siendo habitual, varias fueron las propuestas vistas en este Sitges 2023 que intentaron reconfigurar patrones genéricos que han tenido una presencia destacada en el fantástico pretérito y contemporáneo, nos detendremos en dos películas que discurren por ese ideario de una forma cuestionable. Riddle of Fire, del debutante Weston Razooli, pretende recuperar conceptos de la aventura infantil como perpetuo happy place. En el film vemos como tres niños que intentan descifrar el control parental de su videoconsola tendrán que dar con la receta de la tarta de arándanos perfecta para el cumpleaños de su madre convaleciente, y así, a modo de premio, poder acceder al juego. Riddle of Fire recurre en todo momento a una narrativa adyacente y deudora de la cultura popular, la trama apela al lenguaje del videojuego, también a una suerte de fábula infantilizada de tono medieval, el problema surge al comprobar como aquí la mirada, de un claro tono hipster, intenta situarse por encima de la complacencia que pretende mostrar, intentar presumir de rodar en 16mm, o acabar el relato bajo los acordes musicales del Cannibal Holocaust de Riz Ortolani a modo de guasa, no significa forzosamente ser el más listo de la clase, mucho menos estar a la altura de los clásicos cinematográficos en los que se sustenta. Más deficitaria, aún si cabe, resulta There’s Something in the Barn, película que atesorar una crisis de identidad galopante en sus obviedades genéricas, poniendo de manifiesto que no es una idea acertada que cinematografías nórdicas indaguen en conceptos consustanciales del fantástico occidental, como ya se pudo comprobar en Rare Exports: A Christmas Tale de Jalmari Helander. Aquí la principal referencia sería la comedia de terror navideña en la que se sustentaba el Gremlins de Joe Dante, aunque en realidad el film de Magnus Martens, pese a recurrir a una cierta tradición local, orbita en todo momento alrededor del tópico que busca por encima de todo la condescendencia del fan, sin saber muy bien adecuar a qué tipo de audiencia se dirige, pues resulta algo violenta para un público infantil y excesivamente naif para un espectador pretendidamente adulto.
De fallidas reformulaciones también anda sobrada la ópera prima del francés Romain de Saint-Blanquat, La Morsure, película que pretende deambular a través del concepto de lo impredecible e inconcreto, lo hace a modo de artefacto de consonancias arty que también intenta alardear de referencias genéricas. Posee cierto aroma de Giallo, aunque citar como principal antecedente el cine vampírico de Jean Rollin le hace un flaco favor, al quedar todo en un propósito de fantasmagoría que circunvala conceptos dramáticos, como el coming of age, el angst juvenil y la correspondiente pulsión sexual, de forma tan abstracta, que el simbolismo que pretende exponer de forma sutil, termina revelándose a modo de simple cliché. Algo más entonada con respecto a propósitos y narrativa resulta la cinta pakistaní In Flames, película que curiosamente hace un recorrido inverso al film de Romain de Saint-Blanquat. Al igual que hacía Ali Abassi en Holy Spider a través de la óptica de la crónica negra, aquí todo se inicia con una problemática social, será conforme avance la trama, cuando irá haciendo acto de presencia el subjetivo elemento fantástico. La ópera prima de Zarrar Kahn nos cuenta una historia de opresión que aborda el género como mecanismo de denuncia, en ella vemos la precaria existencia de una madre y una hija tras la muerte del patriarca de la familia, un nuevo status de indefensión social ocasionará un trauma intergeneracional cuyo origen es percibido como patriarcal. El escenario, una sociedad machista, será el terreno abonado para una aparición fantasmal intuida en el relato como dual, imaginaria y terrenal, la primera no desentona en el conjunto, seguramente por la ausencia de subrayados a modo de espectral recordatorio de cómo los hombres pueden conservar el control en las psiques femeninas, incluso después de haber fallecido. Posiblemente la corriente más contrastada dentro del fantástico actual sea ese cine proveniente de Francia abonado a la distopía que inserta sin pudor realismo y alegoría al relato de género, Acide, al igual que el anterior trabajo de Just Philippot, la estimulante La nuée, indaga con determinación en el tono trágico del apocalipsis medioambiental, un ecoterror aquí ocasionado por una lluvia ácida que causa devastación y pánico por donde pasa. Bastante más convencional que su ópera prima, aquí lo social y familiar dan la impresión de estar orquestados como mera excusa. Como mal menor, dejando de lado su cuidada producción, los mejores momentos de la cinta los podemos encontrar a través de cierto talante deudor, a modo de survivor catastrofista, que nos conduce, salvando distancia y condición, al War of the Worlds de Steven Spielberg.
Hubo más cine francés que profundizó en ese fantástico que parece estar sumido en el drama, Le règne animal de Thomas Cailley, también recrea un escenario distópico, aquí mediante su condición de fábula animalista que toma iconografías y tropos derivados de, por ejemplo, La Isla del Doctor Moreau, los X-Men o de ciertas texturas colindantes al body horror. En esta ocasión, la fantasía deviene más luminosa que apocalíptica, a través de una historia en donde contemplamos una alteración genética con relación a mutaciones que transforman de forma aleatoria a humanos en animales, y los prejuicios que de todo ello se deriva. De ritmo errático, su enunciado propone una oda a la amistad y el proceso de aceptación de una metamorfosis a través de una relación paternofilial, la idea resulta original, no tanto el desarrollo, y se agradece al menos la ausencia de vulgares moralejas en el manejo de la parábola. Otra cinta que modula géneros respecto al apocalipsis y la condición humana es Vincent doit mourir, el film de Stéphan Castang parte de una interesante premisa: sin explicación alguna, un hombre empieza a ser atacado con claras intenciones homicidas por parte de personas corrientes, concepto que nos retrotrae a un imaginario que parece surgido de la mente de Richard Matheson, en relación a su minimalismo y a la imposibilidad del individuo corriente de asumir con lógica un hecho fantástico e irracional, de tratar de comprender algo incomprensible que trastoca por completo, su hasta ese momento gris existencia. Historia de enorme complejidad, que empieza casi como una sátira social sobre el mundo laboral, coquetea más tarde con el slapstick y acaba en relato de índole paranoide, algo lastrada por una parte final en donde el cataclismo pasa a ser global, dejando en un segundo plano esa interesante exploración que aborda la ruptura de una cohesión social, cuya única solución posible previa al colapso, pasa por redimir la confianza hacia el otro. Por otra parte, sorprende que un producto tan encaminado a la serie B como es Vermin, película de monstruos de bajo presupuesto, no escape a esa tendencia comentada en estas líneas sobre cómo gran parte del fantástico francés actual mira a problemáticas sociales. De epiléptica dirección, la película de Sébastien Vanicek transcurre, al igual que La tour de Guillaume Nicloux, en un bloque marginal de la periferia de una gran ciudad, desarrollando su historia a cerca de la indecisión, en lo concerniente a elegir entre una narrativa desenfadada de supervivencia o un registro más realista que aborda la alegoría social. Lo mejor del film de Sébastien Vanicek termina siendo la añoranza que desprende hacia películas que sí tenían claros concepto e idearios y que transitaban por la temática de las arañas letales; Kingdom of the Spiders o Aracnofobia serían dos buenos ejemplos de ello.