Fantasia, web dedicada al cine, críticas y análisis de películas, series de televisión, festivales, noticias, libros, Dvd & Bluray, merchandising y todo lo que rodea al séptimo arte
Vincent empieza a ser atacado por personas extrañas con claras intenciones homicidas. Su existencia como hombre anodino se ve trastocada y, a medida que las cosas se descontrolan violentamente y el fenómeno se intensifica, se ve obligado a huir y cambiar su vida por completo.
Vincent doit mourir viene a ser otra cinta perteneciente a ese tipo de cine francés que últimamente profundiza en un fantástico que parece estar sumido en el drama, en esta ocasión a través de un relato que modula coordenadas genéricas respecto al apocalipsis y la naturaleza de la condición humana. El film del debutante Stéphan Castang parte de una muy interesante premisa: sin explicación alguna, un hombre corriente, tirando a gris, empieza a ser atacado con claras intenciones homicidas por parte de personas corrientes, concepto que nos retrotrae a un inquietante imaginario que parece surgido de la mente del escritor Richard Matheson, aquella que traslada al espectador la posibilidad de sus peores pesadillas, también en relación a su estructura minimalista y a la imposibilidad del individuo corriente de poder asumir con cierta lógica un hecho fantástico de índole irracional, de tratar de comprender algo incomprensible que trastoca por completo, su hasta ese momento monótona existencia.
A través de dichos parámetros argumentales, que por momentos reverencia sin complejos a la pandémica The Crazies de George A. Romero, la historia puede ser percibida mediante una enorme complejidad, beneficiándose de tener a un espléndido actor como es Karim Leklou, (Mejor actor en Sitges 2023), presente recientemente en la excelente La Goutte d’Or de Clément Cogitore, con relación a una película que conforme avanza va mutando, que empieza casi como una sátira social sobre el mundo laboral, coquetea más tarde con el slapstick y acaba en un relato de índole paranoide, algo lastrado por una parte final en donde el cataclismo pasa a ser global y en donde hace acto de aparición un algo forzado desvío romántico, dejando en un segundo plano esa interesante exploración que aborda la ruptura de una cohesión social, cuya única solución posible previa al colapso según Stéphan Castang, pasa por redimir la confianza hacia el otro.