Primeras miradas, New Directors
Brûle le sang
A continuación, última crónica del Zinemaldia 2024 a través de un repaso por distintos apartados periféricos del festival. Dentro de la sección New Directors se presentó la ópera prima del director georgiano afincado en Francia Akaki Popkhadze, Brûle le sang, cinta inscrita en el thriller de trasfondo social que, mediante registros genéricos intenta transmitir una autenticidad por medio de una narrativa aquí percibida como enloquecida, donde se retrata una criminalidad cosmopolita situada en la Costa Azul de Niza. A través de un tono influenciado por el cine negro de James Gray, evidente en películas como Little Odessa (1994), The Yards (2000) o We Own the Night (2007), Brûle le sang nos muestra cómo Gabriel, primogénito con un pasado turbulento, regresa al hogar con el propósito de vengarse y restaurar el honor de la familia tras el asesinato del patriarca, poniendo en jaque la relación con su hermano menor, cuya vocación y aspiración es convertirse en sacerdote ortodoxo. Utilizando conceptos como el antagonismo, la dualidad, el nexo familiar o la religión, el apreciable debut de Akaki Popkhadze tiene la virtud de retratar entornos tóxicos adyacentes al policíaco, ayudado por un montaje acelerado que enfatiza la narrativa trastornada antes comentada, también por tener una voluntad propia al respetar ciertos códigos y coordenadas genéricas sin llegar a transgredirlos. Un concepto bastante recurrente en una sección de las características de New Directors es el denominado coming of age, subgénero que tuvo representación en la película danesa Min evige sommer, debut en el largometraje de la realizadora Sylvia Le Fanu, que indaga en el concepto de establecer conexiones, no las relacionadas con una primera vez, como es habitual en este tipo de historias, sino con una última. En la película vemos a una joven de quince años que se instala en la casa de verano con sus padres. Una vez allí, adopta ciertas rutinas propias del entorno y la época: leer, nadar y pasear. Bajo esa apacible sencillez persiste un dolor silencioso, ya que sabe que será el último momento junto a su madre, enferma terminal. Bajo una serie de epígrafes característicos, con el último verano como statu quo, Min evige sommer nos ofrece un acercamiento a la idea de la despedida y una experiencia entendida como dual, la concerniente al final de una etapa adolescente, y la relacionada con su madre moribunda, en cierta manera un tratado de un individuo no realizado como persona que ha de lidiar con determinadas emociones. El tema, que de por sí sería lo suficientemente intenso para desencadenar una catarsis de lágrimas en los espectadores, desarrollado por Le Fanu exhibe una narrativa opuesta al sentimentalismo, su aproximación va más encaminada al estoicismo y a la frialdad contemplativa, registros, por otra parte, muy frecuentes en el drama de la cinematografía nórdica, otorgando al relato un halo de cierta extrañeza, ya que esquiva ciertos manierismos propios del coming of age, alejándose de la sordidez de la trama, pero carece de una catarsis que nunca se produce, algo que, en mayor o menor medida, la historia precisaba.
Por su parte, Turn Me On también incide en conceptos bastante transitados en los últimos tiempos dentro del audiovisual. Tras The Sound of Silence (2019), Michael Tyburski recurre a una serie de disyuntivas sobre determinadas imposibilidades del ser humano, aquí ancladas a una falsa sensación de orden. A través de una distopía retrofuturista que intenta acercarse al concepto de la novela de Aldous Huxley Brave New World o la serie Severance, pero con elementos genéricos que aquí no dejan de ser una mera excusa, expuestos a la manera de Fingernails (2023) o de muchos episodios de Black Mirror, se nos muestra a los protagonistas de la historia, que toman una pastilla a diario para reprimir sus emociones por completo, algo que les confiere una vida funcional sin problemas. Una parcela genérica muy apropiada a la hora de desarrollar metáforas sobre los grandes problemas emocionales del ser humano, también con relación a un intento de reflexionar sobre las grietas de un ecosistema artificial que intenta arreglar el desorden de la naturaleza humana. Lástima que Michael Tyburski se adhiera a un tono New Age poco dado a la transgresión, demasiado recurrente últimamente por gran parte del cine independiente norteamericano. La noción monstruosa que hace de la conformidad una rígida estructura que comprime al individuo, posiblemente requería de una geometría algo más rupturista.
Horizontes Latinos
Sujo
Dos propuestas presentes en la sección Horizontes Latinos se adentraron en relatos basados en un tono idealista que fueron mostrados mediante historias de dolor y redención. Las realizadoras Fernanda Valadez y Astrid Rondero en Sujo, que representará a México en los próximos premios Oscar, nos proponen un melodrama desarrollado a través de las actuales problemáticas sociales del país, aquí centradas en la infancia, la orfandad y contextos aledaños, focalizados en las secuelas ocasionadas a las víctimas de una violencia heredada. Las responsables de Sin señas particulares (2020) se aproximan, en especial en su tramo final, a un naturalismo mágico cercano al cuento fantástico, en ocasiones evocador, que gira en torno a la noción de la huida del individuo de un círculo violento mediante un estudio sobre las amenazas que se pueden llegar a cernir sobre el futuro del joven protagonista y, por ende, de una generación. Sujo tiene la virtud de priorizar una lírica de carga simbólica al discurso social que aquí, por fortuna, queda soterrado; también de saber manejar con cierta soltura un cambio escénico, de lo rural a lo urbano, donde queda patente que la intención de dicho cambio de registro va más encaminada a entender acciones y personajes que a juzgar mediante convencionalismo dichos actos. Algo más predecible en cuanto a conceptos narrativos fue la cinta peruana Ramón y Ramón de Salvador del Solar, película en la que participa la productora El Deseo,donde vemos a Ramón, que, tras recibir las cenizas de su difunto padre con quien mantenía una relación muy distante, conoce a Mateo durante pleno confinamiento. A pesar de sus diferencias, surge entre ambos una conexión especial. Mateo decide acompañar a Ramón en un viaje para esparcir las cenizas de su padre en Huancayo. Relato que indaga en la enésima exploración identitaria expuesta a modo de road movie, aquí ubicada dentro de un contexto pandémico, donde el encuentro casual y posterior viaje de dos jóvenes, en un principio, antagonistas, no se atisba como iniciático, sino más bien como un ejercicio de reafirmación a la hora de restaurar heridas y vínculos familiares. Película modesta y pragmática, cuya principal virtud posiblemente venga dada por su apuesta por la austeridad a la hora de exponer una narrativa de un evidente tono intimista.
Autorías alternativas, Zabaltegi-Tabakalera
April
Zabaltegi-Tabakalera, espacio destinado a un cine de riesgo autoral, pero con una programación en estos últimos años en la que se percibe la sensación de ser un cuestionable cajón de sastre, trajo de vuelta al festival a la realizadora georgiana Dea Kulumbegashvili tras ganar en 2020 la Concha de Oro por Beginning. April supone un sugerente cambio de registro con respecto a su anterior trabajo, las constantes, ese tránsito oscuro que indaga en las herméticas digresiones del imaginario femenino, siguen estando presentes, pero la óptica cambia por completo. April se muestra como un alegato antiabortista que toma una vía alternativa del habitual concepto discursivo inherente al temario. En la película vemos cómo tras la muerte de un recién nacido durante el parto, la profesionalidad de una ginecóloga se ve sometida a acusaciones y rumores sobre la práctica de abortos ilegales. Historia narrada a través de una negación del discurso, a modo de deriva mental, con incursiones en un imaginario alucinado, plagado de fugas oníricas de tono fantasmagórico que chocan frontalmente con el perturbador realismo de un relato que es expuesto mediante una atrevida abstracción, a través de una proliferación de largos planos secuencia que pueden dar lugar a minutos de exasperación, ya que estamos ante un trabajo de naturaleza alienante y provocativa que requiere de cierta predisposición por parte del espectador con relación a su asimilación. Manierismos e influencias también presentes en su ópera prima que se miran sin disimulo en autorías como la de Carlos Reygadas o Michael Haneke, La Pianiste está muy presente en la película, sin embargo, Kulumbegashvili da la impresión de haberlas dominado y absorbido hacia un lenguaje cinematográfico intuido como propio, en constante evolución. La notable April, como potente ejercicio de cine llevado al límite, y estudio sobre sentimientos de culpa y complejidades adyacentes a la conciencia, supone una meditación inquietante sobre la estigmatización social y sexual de una mujer anclada en un escenario opresivo.
I Saw the TV Glow
Más largometrajes interesantes vistos este año en Zabaltegi: por ejemplo, la notable I Saw the TV Glow de Jane Schoenbrun, autora que ya había apuntado una curiosa exploración de la era de internet en su anterior We’re All Going to the World’s Fair (2021), película que también hacía gala de un sugerente recorrido por oscuras meditaciones y ficciones autorreferenciales mediante una curiosa fragmentación entre la fantasía y la realidad, en esta ocasión, a través del tránsito de dos adolescentes que comparten obsesión y fascinación por una antigua serie de televisión tan marginal como ellos mismos, que, por momentos crea conexiones con la fundamental Arrebato de Iván Zulueta, por aquello de mostrarnos la pantalla como disociación vampírica. Un punto de partida bifurcado hacia el poder de la cultura popular y su reflejo en el individuo, que en el film de Schoenbrun deriva en una serie de inseguridades y miedos atávicos sobre identidades sin materializar, en este caso, a modo de alegoría Queer. Relato de naturaleza cifrada poseedora de un riesgo conceptual inusual, plagado de un sinfín de desdoblamientos narrativos y visuales que reflexionan sobre conceptos tales como el sentido existencial o la angustia adolescente, este último apartado expuesto como si se tratara de una versión pervertida del Donnie Darko de Richard Kelly. Tiene la virtud de negar tendencias bastante comunes en producciones auspiciadas por A24, como, por ejemplo, la nostalgia como concepto Feel-good, o aparatosas inscripciones con querencia hacia lo Woke.
Por su parte, el particular imaginario de Leos Carax tuvo un lógico acomodo en la sección Zabaltegi con su mediometraje C’est pas moi, reciclaje de un videoensayo de carácter autobiográfico que debía exhibirse en el Centro Pompidou de París, y que supone todo un manifiesto Godardiano, de tono identitario y conceptual, donde, de alguna manera, el responsable de Les Amants du Pont-Neuf rinde homenaje a películas de montaje a cargo del difunto director franco-suizo como Histoire(s) du cinéma y The Image Book, utilizando el mismo tono colorido que JLG usó en más de una ocasión a la hora de exponer imágenes antiguas y nuevas. Pieza destinada principalmente a incondicionales e inundada de un pesimismo existencial repleto de referencias e influencias que pueden ir desde F.W. Murnau hasta Jean Vigo, donde Carax sigue transformando su cine en una forma de expiación que parece expresar todo lo que puede a través de una narrativa que apela a la memoria, donde el celuloide, la historia y la vida real, se entrelazan a través de un discurso que hace dialogar el cine pasado con el que supuestamente está por venir, lo hace mediante una reflexión que puede ser entendida como crepuscular por parte de uno de los cineastas que probablemente mejor se adecúan a ese término y concepto llamado enfant terrible.
Periferias patrias
Esto no es Hollywood (La historia inacabada de los hermanos Ibarretxe)
Dentro de la vasta periferia de San Sebastián 2024 la sección Zinemira presentó el documental Esto no es Hollywood (La historia inacabada de los hermanos Ibarretxe) de Nere Falagan y Jone Ibarretxe de la Cal, trabajo que rememora un intento de autoría e industria percibido, como bien indica el título, como suicida e inacabada, realizada por los Hermanos Ibarretxe en los años 80 y 90, autores referentes dentro del sector audiovisual vasco que apostaron por un cine creado en Euskadi mucho antes de que este fuera una realidad. De estructura funcional, en realidad, esta no ficción no deja de ser un nostálgico y modesto álbum familiar que no escatima en reflejar ciertos claroscuros, se nos muestra una serie de testimonios que nos cuentan la gestación quijotesca, cuyo funcionamiento casi a modo de cooperativa da la sensación de ser la de no desfallecer a la hora de hacer cine, de varios cortometrajes, donde destaca la nominada al Oscar 7:35 de la mañana (2003) de Nacho Vigalondo, y películas como Sólo se muere dos veces (1996), la imposible Sabotage!! (2000), o Un mundo casi perfecto (2011). Su mirada a una época pretérita es una especie de paradigma en sí mismo, de cómo la memoria se asienta en el relato narrado a través de terceras personas, exponiendo una mística y extrañeza aquí acrecentada por el fallecimiento de los tres hermanos en un corto periodo de tiempo. Esto no es Hollywood (La historia inacabada de los hermanos Ibarretxe) sirve del mismo modo como reivindicación a un trabajo y una voluntad no reconocida, funcionando también como lúcida reflexión sobre una época cuya existencia hoy resultaría impensable, tan descabellada y libre como pionera en intenciones.
Una ocurrente idea por parte del festival fue clausurar la sección Culinary Zinema con El hoyo 2, loable propósito en un certamen tan encaminado hacia dramas sociales plagados de contenidos y cuotas trascendentales; la película sorpresa entraría en dicha ecuación, de un cine de género en un principio de naturaleza menos exigente. El problema con la película de Galder Gaztelu-Urrutia es que pone de manifiesto su incapacidad a la hora de ampliar una serie de temarios ya expuestos con anterioridad. A tal respecto, el gran acierto de su primera y exitosa entrega se debía al desarrollo de una narrativa minimalista que manejaba bien una serie de coordenadas encaminadas a la expectativa e incertidumbre de contenido psicológico, como lo hizo anteriormente Vincenzo Natali con Cube (1997) por poner un ejemplo. Volver a esta distópica cárcel vertical con las cartas marcadas, que la convierten en una película encasillable y que da la impresión de funcionar mejor como remake que como secuela, requería de una mayor apuesta hacia un tono evolutivo que expandiera la mitología, aquí solo aplicada con la modificación de unas reglas que ocasionan un aumento de la violencia y acción en la trama, pero que en realidad no inventan nada nuevo, ya que la metáfora sobre el darwinismo social y su fracaso a la hora de redistribuir riqueza, el consumismo y la avaricia, es muy predecible. Al menos, pese a una ideología algo confusa, es de agradecer que se atisbe una tímida intención de ser más política que su predecesora, con relación a exponer la anarquía y el caos como única solución al autoritarismo, o mostrar órdenes religiosas pacíficas que evolucionan hacia el sectarismo, también a negarse, muy a la manera de la serie Lost, a dar una serie de respuestas argumentales que en realidad no existen.
El poliziesco italiano y clásicos
Il giorno della civetta
Dentro de la extraordinaria retrospectiva dedicada este año al poliziesco italiano nos detendremos de forma breve en tres películas proyectadas en dicho ciclo, por una parte, Il giorno della civetta de Damiano Damiani, que adapta la novela homónima del escritor siciliano Leonardo Sciascia, nos sitúa en un concepto de veracidad y verismo, donde un determinado escenario se erige como statu quo de la historia, una hermética comunidad rural que es origen, y triunfo final, de la corrupción, estupendo rol de Lee J. Cobb como patriarca, expuesta en el relato a través de distintos niveles: caciquismo, autoridades públicas, sindicatos, empresariado o población civil. Un estupendo poliziesco fundacional, que puede llegar a ser entendido como un western contemporáneo, pues lo que muestra es un enfrentamiento/duelo de connotaciones minimalistas entre dos personajes y facciones, que ejemplifica la estrecha relación existente entre el spaghetti western y un poliziesco, aquí situado a medio camino entre el relato criminal y la denuncia social. El demoledor final termina siendo un fiel reflejo que radiografía el microcosmos siciliano tomando el testigo de un sistema enquistado, otorgando una tridimensionalidad y matices a unos personajes que se adecuan correctamente al tono naturalista y sobrio del relato. Como apunte curioso: comprobar por parte de un servidor que la banda sonora de Giovanni Fusco fue una inspiración clave para John Harrison a la hora de componer la música de la odisea zombie de George A Romero Day of the Dead (1985).
En la no menos estupenda Revolver, Sergio Sollima nos ofrece un poliziesco de naturaleza bastante más inusual, lo hace mediante una serie de lecturas a cuál más interesante, entre las muchas que podemos encontrar en la película, una es de una clara índole política, por poner en el punto de mira el sistema penal italiano, también por ser un relato de tono triste y sombrío, poco proclive en el género, cuya fuerza radica en una narrativa puramente visual de puesta en escena que transita a través de la idea de la buddy-movie, con Oliver Reed y Fabio Testi como principales protagonistas de la historia, concepción cinematográfica transitada y popularizada años después por directores como Walter Hill o Richard Donner. Revolver pone la mirada en el hombre, estamos ante una exposición que sublima la masculinidad y el concepto de la amistad, a través de dicha noción se nos expone una serie de dilemas que indagan sobre la delgada línea roja de separación existente entre el bien y el mal, o ley y justicia. La arrolladora banda sonora a cargo de Ennio Morricone se integra a la perfección en esta negra y trágica obra maestra del cine policíaco italiano, donde las relaciones humanas se hallan en todo momento moldeadas y manipuladas por corrupciones soterradas, como bien queda plasmado en uno de los finales más osados, tristes y líricos que el cine recuerda.
Surcos
Il prefetto di ferro de Pasquale Squitieri nos traslada a un contexto más encauzado a lo histórico, alejándose de coordenadas genéricas, pero sin abandonar la fisonomía pura del poliziesco. El relato nos sitúa en 1925: Mussolini, que había llegado al poder hacía tres años, nombra a Cesare Mori jefe de policía con la misión de acabar con la Mafia. El régimen fascista estaba preocupado por el poder y la influencia de la organización dentro de la sociedad, así que los cuatro años siguientes pasaron a la historia como la época de «Il prefetto di ferro», tiempo donde se detuvo y se condenó a más de dos mil mafiosos. De un exacerbado uso de la violencia, Il prefetto di ferro supone una mirada a la temática en la que predomina un estilo seco y realista, también algo contradictorio, con relación a un discurso que incide nuevamente sobre la corrupción generalizada y sus ramificaciones, poniendo el foco en policías que aplican la ley casi al borde de la legalidad, concepto que deriva en influencias vistas con posterioridad en películas cercanas al polar como Pour la peau d’un flic (1981), Le marginal (1983), o incluso en la formidable To Live and Die in L.A. (1985). Como colofón a estas crónicas de todo lo visto en San Sebastián 2024 resaltar la restauración de la obra maestra del cine español Surcos de José Antonio Nieves Conde, historia del éxodo rural a la ciudad que es percibida como un puente a la prosperidad, pero que se convierte en una idea ilusoria. Nacida con un evidente tono sainetesco, pero que, una vez en manos de su director, se convirtió en una dura declaración de intenciones al utilizar el realismo como elemento crítico. A tal respecto, pocas películas han retratado un mapa físico y anímico tan certero de los años 50 en nuestro país, una mirada que rompía con la tradición audiovisual instaurada por la dictadura que ofrecía un tipo de cine genérico de naturaleza escapista, donde predominaban las comedias blancas y películas folclóricas. Surcos, con varios momentos próximos al neorrealismo italiano y al cine de Roberto Rossellini en particular, se erige como una pieza capital dentro de nuestro cine, cuya restauración en 4K luce de maravilla en pantalla grande, dando un sentido a la existencia de una sección como Klasikoak, y poniendo de manifiesto una vez más cómo el reversionado en condiciones óptimas de un legado cinematográfico tendría que ser tarea obligatoria e imprescindible de la programación de cualquier festival de cine que se precie de tener una condición divulgadora.
Palmarés
Concha de Oro a Mejor Película: ‘Tardes de soledad’, de Albert Serra
Concha de Plata a la Mejor Dirección: Laura Carreira por ‘On Falling’ y Pedro Martín-Calero por ‘El llanto’
Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal: Patricia López Arnaiz por ‘Los destellos’
Concha de Plata a Mejor Interpretación de Reparto: Pierre Lotin por ‘Cuando cae el otoño’
Premio Especial del Jurado: A todo el reparto de ‘The Last Showgirl’
Premio del Jurado a Mejor Guion: Francois Ozon y Philippe Piazzo por ‘Cuando cae el otoño’
Premio del Jurado a Mejor Fotografía: Songri Piao por ‘Bound in Heaven’
Premio Nuev@s Director@s: ‘Bager Drama’, de Piet Baumgartner
Premio Horizontes: ‘El Jockey’, de Luis Ortega
Premio Zabaltegi: ‘Aprili’, de Dea Kulumbegashvili
Premio Zabaltegi Mención especial: ‘Monólogo colectivo’, de Jessica Sarah Rinland
Premio del público: ‘Por todo lo alto’, de Emmanuel Courcol
Premio del público a la mejor película europea: ‘La semilla de la higuera sagrada’, de Mohammad Rasoulof
Premio Irizar al cine vasco: ‘Caplin: espíritu gitano’, de Carmen Chaplin
Premio Otra Mirada: ‘La luz que imaginamos’, de Payal Kapadia
Premio de la Cooperación Española AECID: ‘Sujo’, de Fernanda Valadez y Astrid Rondero
Premio Mejor Película Culinary Zinema: ‘Mugaritz. Sin pan ni postre’, de Paco Plaza
Premio Feroz Zinemaldia: ‘Tardes de soledad’, de Albert Serra