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Cuando los londinenses Maya y Jamie, una pareja que espera a su primer hijo, heredan una casa en la Irlanda rural, aprovechan la oportunidad para escapar del ajetreo y los peligros de la gran ciudad. Sin embargo, al instalarse en su nuevo hogar les advierten de una presencia maligna que convive desde hace generaciones en el bosque. Al contratar una empresa familiar de reformas para hacer algunas reparaciones, las cosas se tuercen hasta el punto en que Maya deberá arriesgar su propia vida para proteger a su familia.
Siguiendo con un cine poco dado a drásticas repercusiones visto en la pasada edición del Festival de Sitges, la comedia fantástica Unwelcome viene a ser un anómalo, por momentos indigesto, según predisposición del fan, pastiche genérico en donde se intenta, sin ser exactamente un revival, situar al aficionado en una época distinta a la actual. Durante su intervención en el pase de la sala Tramuntana el realizador Jon Wright, (Grabbers 2012), se congratulaba de la total libertad creativa de la que dispuso a la hora de concebir la película, a tal respecto no le faltaba razón, pues si de algo puede presumir una cinta de las características de Unwelcome es de autodeterminación la hora de hibridar referencias, al estar orquestada a modo de un delirante índice de subgéneros, empezando por ser una violenta home invasión urbana, que conforme avanza la trama se transforma en un thriller rural con ciertas reminiscencias al Straw Dogs de Peckinpah y derivativos, al folk horror y cuento de miedo irlandés para terminar siendo una suerte de monster movie, que parece homenajear, o parodiar, tanto al Ghoulies de Luca Bercovici como el Leprechaun de Mark Jones.
La reflexión que podría plantearse a posteriori es si un producto tan caótico y deficitario como resulta ser Unwelcome puede funcionar hoy en día, relativamente bien, dentro de un ecosistema como el de Sitges, posiblemente todo ello sea debido a una adscripción que transita a través de una carta blanca, que como antaño, utiliza el fantástico a modo de banco de pruebas para el todo vale, por muy poco coherente que este sea, a la hora de negarse a definir un tono. A tal respecto, poco importa que estemos ante el supuesto escaneo de una autenticidad pretérita, de igual manera es irrelevante que su visionado fuera del hábitat de Sitges pueda convertirse en una auténtica pesadilla. Por fortuna, aún es aceptado dentro de un determinado entorno festivalero que en ocasiones, aunque de forma cada vez más puntual, sigue anteponiendo la gamberrada a ciertas trascendencias impostadas que transitan a través del fantástico actual.