Autorías y tendencias del hoy: Perlas
La sección Perlas volvió a ser ese reducto equidistante destinado en su gran mayoría a autorías consagradas que, de alguna manera, han marcado el baremo fijado desde una primera línea de flotación, en relación con la calidad cinematográfica de este 2023 en una edición algo más liberada respecto a anteriores años en lo concerniente a compromisos, en apariencia ineludibles, con ciertas distribuidoras patrias. El balance final puede considerarse como positivo en un año marcado por testamentos fílmicos de grandes referentes y consagraciones por parte de una serie de autores destinados, en un principio, a formar parte de un consecuente relevo generacional.
El veterano Wim Wenders, después de una última etapa bastante difusa, presentó en Perlas su mejor film en años, Perfect Days, un afortunado regreso a la ficción a través de una película que de alguna manera progresa respecto a trabajos anteriores de su autor de complicada justificación; Palermo Shooting (2008) o Inmersión (2017) serían dos buenos ejemplos de ello. Mediante un tipo de cine, en apariencia voluntariamente menor, fundamentado desde un minimalismo que nos muestra una narrativa entendida como poética, nos muestra el retrato íntimo de un limpiador de lavabos públicos, un héroe cotidiano bajo los rasgos de un superlativo Koji Yakusho, en el Tokio del presente. Perfect Days puede ser entendida a modo de tratado y estudio de un determinado estado de ánimo, situado en la historia a medio camino entre la felicidad y la melancolía, que conduce al protagonista al disfrute de los placeres de la vida a través del simple detalle. Relato que conversa con la soledad de manera sutil con relación a su adscripción a lo filosófico, de perspectiva sosegada y deudor del cine de Yasujiro Ozu, tiene la gran virtud de reconciliarnos con cierta austeridad de cinematografías pretéritas.
Otro referente del cine autoral europeo contemporáneo como es Aki Kaurismäki presentó Fallen Leaves, película que goza del beneplácito de apartarse de imposiciones supuestamente trascendentales, y también de representar en apenas ochenta minutos lo más esencial de una obra, aquí de una condición percibida como plenamente autorreferencial. Lo hace mediante una historia de una solidez formal apabullante, en donde cada toma tiene un sentido específico. Ambientada en nuestros tiempos, aunque como todos los trabajos del responsable de La chica de la fábrica de cerillas, tiene una puesta en escena inusualmente retro, evidente incluso en el mínimo detalle de diseño, Fallen Leaves, como fábula obrera que es, apela a la dignidad del proletariado, a través del acercamiento emocional de dos parias que viven en los márgenes, cuyo amago de romance termina siendo un paradigma sobre cómo reconducir el fatalismo melodramático a ese concepto de supuesto amor verdadero que suele emerger de las acciones y gestos más simples. Otra película fascinante, aunque bastante más inquietante, es The Zone of Interest, adaptación de la novela homónima del británico Martin Amis, que revisita de forma perturbadora el Holocausto a través de un fuera de campo visual y sonoro que nos conduce a cierta metodología geométrica colindante a imaginarios formales propios de Stanley Kubrick, en donde rituales y cotidianidad muestran el mal escondido bajo una alfombra, y cómo éste puede florecer desde la eventualidad más banal hacia un descenso al abismo, y a la pérdida de perspectiva moral que se deriva de ello. Acercamiento original en forma de tesis que funciona como tal, convirtiéndose en una obra adulta y atrevida, al situarse de forma inteligente en las antípodas de la emotividad de Schindler’s List, o del virtuosismo explícito de Son of Saul, a través de un enfoque de tono casi antropológico. Un auténtico drama que Jonathan Glazer, director de indiscutible talento, se prodigue tan poco y en periodos tan largos de tiempo.
Un sospechoso habitual de San Sebastián y la sección Perlas es el japonés Hirokazu Koreeda, su último trabajo tras las cámaras, Monster, es una reiteración constante en su obra como son las familias desestructuradas y el imaginario infantil ubicado en dinámicas sociales poco placenteras. Al igual que en Rashomon, el responsable de Air Doll recurre a una narrativa fragmentada mediante la cual veremos un mismo hecho a través de distintas personas y puntos de vista, del observador y su subjetividad. Al igual que la reivindicable Radio Flyer de Richard Donner, sustituyendo la opresión familiar por el bullying escolar, Monster, que parte de la emoción de poder escuchar la última banda sonora compuesta por Ryūichi Sakamoto, indaga en el maltrato al menor y lo hace examinando la realidad desde los matices y las supuestas contradicciones preguntando al espectador: ¿Quiénes son realmente los monstruos? Cuestión que posiblemente termine desvelándose a través de unas imágenes ausentes al inicio y que luego se materializan de forma dolorosa, yendo más allá del concepto de fábula amable y solución fácil muy presente en las últimas películas de Koreeda.
Otra figura recurrente en Perlas suele ser la presencia de la última ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes. Después de unos años con películas bastante cuestionables, Anatomie d’une chute de Justine Triet vino a ser una galardonada de cierto consenso. Al igual que Les Chambres Rouges de Pascal Plante, aunque desde un planteamiento distinto, estamos ante una cinta que reformula el concepto del relato de juicios, aquí no se busca la verdad de un hecho luctuoso, de una muerte, ¿suicidio o un asesinato?, más bien se reflexiona, pues no hay una resolución entendida como tal, desde postulados bergmanianos, sobre la compleja anatomía de una pareja, en donde lo que se judicializa realmente son sus vidas privadas. Tiene la virtud de saber transitar por esquemas dramáticos que fluctúan sobre el ideario de la dualidad, a través de una delgada línea que separa lo real de lo ficticio. Estos temas, como la mirada del otro en calidad de ente que influye en nuestra cotidianidad, por ejemplo, se examinan y entrelazan en una película rica en matices, cuya principal virtud posiblemente sea la de hacer de algo supuestamente obvio una disquisición sutil. Por su parte la notable May December también transita por conceptos y narrativas ambiguos, en esta ocasión los adyacentes al biopic, al arquetipo del ama de casa estadounidense, o incluso de un noir de telenovela, todo ello derivado de un caso real mediático, la relación entre Gracie Atherton-Yu y su joven marido Joe, profesora y alumno, que escandalizó a todo un país. Ejercicio metafílmico a modo de rompecabezas identitario que parece pervertir el Persona de Ingmar Bergman, Todd Haynes ofrece una mirada oscura e hilarante de un American way of life disfuncional, la trama transcurre en la localidad Savannah, escenario ideal para plasmar dicho concepto y que nos remite al gótico americano. Cine construido a partir de la superposición de capas, a través de ellas se puede percibir un imaginario turbio, alejado del ejercicio de estilo habitual en los últimos trabajos de Haynes, que nos devuelve a la mejor etapa de su autor, aquella que al igual que en Poison o Safe, habla de ambigüedades morales, de identidades ocultas, que terminan por reflejarse en la máscara del otro.
En Io Capitano Matteo Garrone abandona imaginarios fantásticos habituales en su trayectoria, como The Tale of Tales (2015) o Pinocho (2019), fábulas oscuras marcadas por un fuerte estilo visual con un toque neogótico, para posicionarse casi en la antítesis de dichos postulados, a la hora de contarnos una historia de realismo descarnado, sobre el largo y difícil viaje migratorio de dos adolescentes senegaleses que sueñan con llegar a Europa. Poniendo el foco en el sentimiento de comunidad que existe entre los inmigrantes y el horror de la realidad de la inmigración, la película aborda un temario que en muchas ocasiones suele derivar en un tipo de cine convencional como es el relato de una madurez forzada, y la correspondiente pérdida de inocencia que se deriva de ello. Encuentra su validez en un tramo final que retoma una vez más el concepto de cuento de hadas tan característico en su autor, a través de la historia de un príncipe africano, huérfano de padre, que se encuentra y supera una serie de pruebas en su camino hacia la autorrealización. Bastante más decepcionante resulto la epopeya histórica Bastarden, película que nos sitúa en el año 1755, mediante las peripecias de un empobrecido y retirado capitán del ejército, bajo los rasgos del mediático Mads Mikkelsen, que se dispone a conquistar los duros e inhóspitos páramos daneses con un objetivo aparentemente imposible, crear una colonia en nombre del rey. El film del danés Nikolaj Arcel, que regresa a su país después de su monótona adaptación de The Dark Tower, parte de unos postulados ciertamente interesantes, casi a modo de un western como estado mental, al exponer un enfrentamiento que surge de lo anecdótico, y que se trasforma paulatinamente en algo con connotaciones atávicas, con relación a oscuros conflictos sociales y de raza que acechan la psique humana. Síntesis que nos puede recordar en un principio al The Duellists de Ridley Scott, pero que en Bastarden queda supeditado a su ineludible condición de blockbuster de época, de relato ampuloso, en ocasiones desmedido en contenidos que apenas desarrolla, construido sobre la reiteración de binarios conceptos morales, termina siendo tan eficaz como producción expansiva de altos vuelos, pero demasiado terrenal con relación a una naturaleza fílmica intuida como poco sutil.
Más desenfadada y acertada en propósitos es Dumb Money, revisión del famoso caso GameStop, en donde el realizador Craig Gillespie, que vuelve a inspirarse en un caso real, articula todo el relato a través de las formas y las apariencias, éstas como viene siendo habitual en su cine, I, Tonya (2017) como gran paradigma de ello, nos termina planteando bastantes más interrogantes que respuestas, aquí con respecto al abstracto flujo del capital y el sistema financiero. Comedia ágil, y supuestamente idealista, por momentos satírica en su función de ejercicio de docuficción, que adolece de una cierta falta de consistencia a la hora de trascender a modo de relato de denuncia, en donde se segmenta el presente a través de una interesante radiografía que hace de la exacerbación de lo virtual en los humildes que levantan las armas, sobre la maltrecha fantasía del sueño americano, ya expuesta desde otros parámetros en películas recientes como The Wolf of Wall Street de Martin Scorsese o The Big Short de Adam McKay. Tesis que nos deriva a la consabida narrativa de David contra Goliat, ésa que nos dice, sin que sirva de precedente, que la banca no siempre gana. Posiblemente la propuesta más lúdica y disfrutable, en este sentido los acordes musicales de Seven Nation Army ayudan bastante, de esta edición de la sección Perlas.
Por su parte el mexicano Michel Franco, al igual que en su anterior Sundown (2021), vuelve en Memory a indagar sobre vínculos emocionales con fecha de caducidad. En ambas películas se intenta desvirtuar ese concepto clásico del boy meets girl; en Memory lo hace a través de una historia en donde dos maltrechos personajes solo pueden huir de sus infiernos particulares mediante una unión sexual y afectiva que parece transgredir a los que les rodean. Michel Franco nunca ha sido un realizador proclive a la complacencia, a poner las cosas fáciles al espectador, ni en sus dramas psicológicos más íntimos como Chronic, ni en proyectos de una mayor envergadura como New Order, su descripción de la sociedad mexicana moderna en modo apocalíptico. Memory, que recupera la austeridad tonal los primeros trabajos de su autor, tampoco llega a ser un trabajo de connotaciones benévolas, aunque sea un melodrama que dé la sensación de haber sido visto anteriormente, tiene la virtud de evitar la obviedad a través de una historia en donde todo parece girar mediante la redención, por medio de ella, asistimos a la reinvención de unos personajes, supeditados a una oscuridad del pasado que ha dejado huella en sus psiques, y como éstas, terminan siendo proyectadas a un presente condicionado de forma inevitable. El japonés Ryusuke Hamaguchi, autor en boga dentro de la actual cinefilia, presentó Evil Does Not Exist, película aparentemente distanciada del relato introspectivo del individuo presente en La ruleta de la fortuna o Drive My Car, a la hora de abordar una temática de un tono más global, representado en la historia a modo de fábula ecológica sobre la resistencia de una comunidad rural frente a la gentrificación a la que parece verse abocada. Hamaguchi, que vuelve a hacer gala de una noción única del tiempo cinematográfico, del silencio que subyace tras cada línea de dialogo, no se muestra sin embargo tan acertado respecto a anteriores trabajos, en lo relativo a la condición de relato extraño que maneja, por momentos indescifrable, también con relación a transiciones argumentales poco dadas a un seguimiento dócil. Por suerte no estamos ante una película de Ken Loach, en donde el drama social-realista o el derribo capitalista suelen ser las prioridades básicas de la agenda, Evil Does Not Exist expande expectativas, al menos lo intenta, aunque de forma algo difusa, hay continuos cambios de punto de vista, pasando de lo poético a una tentativa de thriller y viceversa, al final el tratado parece claro, las contradicciones existentes entre tradición y progreso, el trayecto que nos dirige a dicha conclusión, incapaz de anticipar qué rumbo tomar durante su desarrollo, no lo es tanto.
Tras el buen recibimiento cosechado por su anterior y notable Undine, Christian Petzold, autor que parece anclado en un perpetuo estado de gracia, presentó otra historia cuya mutación narrativa no se percibe sin embargo tan arbitraria como en la última película de Ryusuke Hamaguchi. Afire, posiblemente el film más accesible de la filmografía del responsable de Phoenix, parte de situaciones y personajes aparentemente banales, casi a modo de una comedia de enredos veraniegos, en donde vemos la reunión de cuatro jóvenes en una casa junto al mar Báltico, uno de ellos un escritor que se encuentra en un importante bloqueo creativo, para terminar desembocando en un trasfondo provisto de varias capas y lecturas. Estos lugares comunes, cotidianos, que de alguna manera son manipulados, la comparación con el cine de Eric Rohmer se antoja como inevitable, terminan derivando en representaciones humanas ciertamente complejas, una de ellas podría ser el retrato del escritor que termina dependiendo más de las experiencias vividas que de su talento, también complejo en relación con su condición de historia de tono metalingüístico, esa amenaza de incendio representado como ente que expande la adversidad y el temor, a la hora de impedir la evolución artística y personal del personaje principal. Bastante menos acertado resultó el nuevo trabajo tras las cámaras del realizador francés Ladj Ly Bâtiment 5, intento de secuela espiritual de su anterior y más entonada Les Misérables, a través de una historia, en donde la policía ya no es el centro de la acción, que vuelve a fijar su mirada en los desfavorecidos ubicados en la periferia de una gran ciudad, a modo de relato, próximo con la militancia, que pretende ser heredero del cine social y callejero del cine francés. Película que se sitúa a medio camino entre la resistencia y la denuncia sobre falsas equivalencias, Bâtiment 5, adolece del gran déficit de confundir la palabrería con la circunspección, también se percibe como insuficiente en su intento de complicar personajes y tramas que tienen bastantes menos matices de los que da a entender en un principio. Carencias que dan la sensación de querer ser paliadas mediante una grandilocuencia hollywoodiense de tono visual, con un abuso excesivo y ridículo de drones aéreos en una película equivocada, tanto en su intento de querer invocar un espíritu social incendiario, como en su función de pretender ser un alegato contra un prejuicio sistémico.