Fantasia, web dedicada al cine, críticas y análisis de películas, series de televisión, festivales, noticias, libros, Dvd & Bluray, merchandising y todo lo que rodea al séptimo arte
Eladio, guarda de una finca, acepta el soborno de un cazador. Semanas después su vida entera colapsa. Lo que parecía un vuelco favorable del destino se convertirá en un macabro descenso a los infiernos en el que Eladio verá puesta a prueba su cordura.
Una de las películas patrias importante presentes en la pasada edición del festival de Sitges fue La espera, tercer trabajo tras las cámaras del cineasta cordobés F. Javier Gutiérrez, que nos ofrece un relato en donde recurre como punto de partida escénico, al igual que en su opera prima, la apocalíptica 3 días (2008), a un escenario árido y solitario que nos sitúa en la Andalucía de los años 70, a la hora de abordar una historia que transita en un primer momento por coordenadas adyacente al thriller rural patrio de época con alma de western, a través de una iconografía mesetaria y autóctona que abraza cierta locura y pulsión característica en el relato negro de esa España profunda en donde de forma constante la abrupta tragedia parece estar acechando, y que transmuta en su parte final, desde el conocimiento de coordenadas genéricas por parte del responsable de Rings (2017), en un disfrutable Folk Horror clásico de manual.
La espera deviene, gracias a su caligrafía visual, como una película sólida que no se apresura en referencia a la utilización de un aplicado despliegue atmosférico, por el contrario resulta algo predecible con relación a ese viraje narrativo antes comentado que nos remite de conceptos del realismo sucio de la España vaciada, vistos en La caza de Carlos Saura o Los santos inocentes de Mario Camus, a otros más genéricos, deudores de películas como por ejemplo The Wicker Man de Robin Hardy o el Angel Heart de Alan Parker. Se agradece, sin embargo, que rehuya de un discurso ideológico en lo concerniente a ese enunciado que versa principalmente sobre la opresión de clases, lo hace mediante una clara determinación a la hora de no ser esclava de ciertos contenidos, muy visibles y predecibles en los últimos años dentro del fantástico, que son percibidos como demasiados desmarcados del género.