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Perdido en un bosque hostil, el marqués de Urfé, un noble emisario del rey de Francia, encuentra refugio en la casa de una misteriosa familia que oculta un secreto aterrador. Los miembros de esa familia están esperando el regreso del patriarca, que ha partido a la caza de un bandido turco. Esa noche, su hija Sdenka, cuenta en la cena que su padre les ha dicho que si no vuelve a los seis días de haber partido del hogar lo den por muerto, ya que si regresa después de ese tiempo se habrá convertido en un vampiro.
Presente en la sección Noves Vision del pasado Festival de Sitges, The Vourdalak de Adrien Beau, como hizo en su día el maestro Mario Bava en la estupenda I tre volti della paura, adapta el clásico cuento de Alekséi Tolstoi con el encanto que puede proporcionar la posibilidad de ver en una pantalla de cine una pieza de naturaleza casi arqueológica que se desarrolla en lo relativo a audaces formas escénicas, la mayoría de ellas derivadas de una teatralidad, en donde los actores se expresan más a través de los cuerpos que de las palabras. Película de tono extravagante, en el buen sentido de la palabra, con cierto aroma a experimento de texturas retro, rodada en 16 mm, que enlaza a la perfección con ese terror gótico clásico del Este europeo de los años 60, en donde solía imperar de una forma bastante habitual una fuerte noción de la artesanía entendida como arte escénico.
Con un sentido incuestionable de la honestidad, y un encanto algo bizarro, Adrien Beau se muestra hábil en lo relativo al ensamblaje de ciertos códigos del género de terror autoral, aquí desarrollados a través de una oscura sinergia que conecta, con ese concepto bastante recurrente dentro del fantástico, como es la institución familiar con el vampirismo.