Crónica Festival de San Sebastián 2019. Día 7

Fracturas adolecentes y recuperaciones musicales pretéritas

Si existe una temática bastante recurrente normalmente en los festivales de cine de categoría A esta es esa constante que nos suele retratar problemáticas sociales, raro es ver en cualquiera edición de Cannes, Berlín, Venecia o San Sebastián relatos que en mayor o menor medida transitan a través de la marginación del desfavorecido social, curiosamente este año en el Zinemaldia ha habido dos películas muy colindantes argumentalmente con respecto a dichas problemáticas direccionada en esta ocasión en la adolescencia, por un lado la española La hija de un ladrón de Belén Funes y por otro la película que nos ocupa Rocks, en el film de la realizadora británica Sarah Gavron vemos el complicado día a día de una adolescente poseedora de una aptitud siempre optimista provista de grandes sueños de futuro, con amigas leales, divertidas y un hermano pequeño algo travieso al que adora. Un día sin embargo su particular mundo se trastoca cuando llega del colegio y se encuentra con que su madre se ha ido, dejando un poco de dinero y una nota sin mucha más explicación que un lacónico lo siento.

Rocks parte de un hándicap que en parte es solucionado satisfactoriamente, concretamente el referido en intentar ofrecernos algo de originalidad y frescura en lo concerniente a un temario demasiado trillado y muy propenso a la grandilocuencia dramática. De este modo y aunque parte de una premisa similar el nuevo trabajo de la autora de Suffragette no se asemeja a por ejemplo al Nadie sabe de Hirokazu Koreeda, por fortuna tampoco lo hace con respecto a ese realismo friccionado tan habitual en el cine perpetrado por el británico Ken Loach, Rocks con una cierta tendencia a los pequeños detalles sin ser moralista ni sermoneadora pone el énfasis en la ausencia materna, pero en especial en como sobrellevarla, tieniendo la virtud de mostrarnos de forma algo diferente a lo habitual una historia acerca de una consolidación a la edad adulta forzada por las circunstancias, la construcción de una identidad con especial incidencia en la amistad y lealtad femenina que lo rodea, no lo hace a través del gueto entendido como entidad marginal sino más bien en lo concerniente a una cotidianidad de un grupo de adolescentes de origen multiétnico, en sus continuas interacciones encontraremos mucha improvisación escénica, esta radiografía deviene como clave a la hora de mostrarnos un comedido retrato en donde la veracidad va unida a una imágenes tan físicas como dinámicas en una película totalmente ajena al subrayado que no a la veracidad entendida como retrato de un devenir adolecente expuesto en base a una naturalidad que nos direcciona de forma casi obligada a la empatía hacia la protagonista.

En la jornada de hoy hubo tiempo de poder adentrarse en esa sección ya tan consolidada y en parte imprescindible dentro del festival como es Nuevos Directores, apartado en donde prima el descubrimiento dedicado exclusivamente a primeras y segundas películas, de Suiza vino Le milieu de l’horizon de la realizadora Delphine Lehericey, un segundo trabajo tras las cámaras que curiosamente colinda temáticas adolecentes con la que fue su ópera prima Puppylove, también presente años atrás en la misma sección del certamen. Le milieu de l’horizon nos sitúa en el verano del año 1976. Una ola de calor está provocando que el campo suizo se seque a toda velocidad. En un ambiente sofocante, Gus, que tiene trece años y es hijo de un granjero, ve cómo su entorno familiar y su inocencia se están resquebrajando, desde su propia mirada está de alguna manera viviendo lo que él considera como una especie de un fin de mundo particular.

Le milieu de l’horizon que adapta una novela de Roland Buti parte de una idea cinematográfica prototípica, aquella que nos explica la trasformación o emancipación de un joven en parte obligado por una serie de acontecimientos ocurridos dentro del núcleo familiar al que pertenece, punto de partida similar a la anteriormente comentada Rocks pero a través de una narrativa completamente diferente, en esta ocasión a modo de una característica coming of age encuadrada dentro de un periodo de tiempo muy determinado, apenas dos semanas y una ubicación rural clave en el desarrollo de la historia. De alguna manera en el film de Delphine Lehericey asistimos al final de un tiempo y unas vivencias que dan paso a otro bien diferente, transitando más allá del característico y sempiterno despertar sexual del joven protagonista el relato nos permite ciertas acotaciones interesantes que vienen a representar dicha ruptura vital arriba citada, el derrumbe de un mundo plasmado por un lado por una especie de capitalismo que pasa por encima del individual entorno campesino simbolizado en el relato en la figura de un padre que asiste a la irremediable tesitura de intentar subirse al tren de la modernidad si no quiere verse abocado a la desaparición laboral, el otro no social sino a modo de reafirmación sentimental o emotiva en referencia a la liberación de la mujer, la de una madre (una ajustada Laetitia Casta) que ve el momento de desembarazarse de ese cordón umbilical familiar para resetear el destino que ella cree que en verdad le corresponde, todo ello evidentemente bajo la mirada del infante, en esta ocasión expuesta como figura representativa del joven contemplativo que asiste a un irremediable cambio, una mirada tan vulnerable ante los hecho que se ve obligado a afrontar como en parte participe de lo que inevitablemente el futuro le deparara.

Otras de las películas presentes en la jornada de hoy en la sección Nuevos Directores fue la cinta Nematoma, coproducción entre Letonia, Lituania y Ucrania y segundo trabajo tras las cámaras del realizador Ignas Jonynas, la historia nos presenta a Jonas, un hombre que finge ser ciego para poder entrar en un conocido concurso de baile televisivo, será allí donde conoce a su atractiva compañera de baile, Saulé. Pronto se convierten en los concursantes más populares del show. En otro relato colindante vemos como un hombre llamado Vytas sale de prisión sediento de venganza, pues cree no ser el único responsable de la muerte de su esposa, sino que gran culpa de tan desgraciado hecho también recae en el que él piensa que fue su antiguo amante.

Nematoma cuya notable depuración formal es incuestionable es de esas películas en donde su aparente condescendencia narrativa le hace un flaco favor a su conjunto, dicho de otra manera en el film de Ignas Jonynas atisbamos una buena estructura a modo de relato dual en donde se juega continuamente con las expectativas del espectador en base a irrealidades escapistas y ansias de venganza, de alguna manera los interesantes mimbres con los que despega, la convivencia con las mentiras a modo de capacidad de autoengaño de ciertas personas para no hacer frente a una traumática realidad que en mayor o menor medida les corroe expuestas en base a una masculinidad de tono tóxico o ligeros apuntes a modo de crítica social con respecto a la manipulación de los medios por ejemplo siempre están destinados en la medida de ser utilizados en base a una conclusión en donde siempre se echa mano a la grandilocuencia fatalista, una exploración del trauma dudosamente desarrollada la verdad, a tal respecto la finalidad siempre es el golpe de efecto dramático en un relato en donde el subrayado de los contrastes es demasiado evidente y abrupto, algo que no tendría que ser malo por naturaleza sino fuera por como todo el entramado referido se percibe mucho tiempo antes de que esa eclosión narrativa se produzca a través de unas anteriores expectativas que devienen como muy detectables.

Amazing Grace enclavada dentro de la sección Perlas vino en parte a cubrir un hueco bastante evidente visto en una edición en donde escasearon los documentales dentro de su programación, sin embargo este trabajo no es desde luego un documental convencional entendido como tal sino más bien el rescate de un registro musical a modo de testamento, para ponernos un poco en contexto de esta atípica producción que finalmente ha visto la luz el film nos cuenta como en el año 1972, Aretha Franklin decidió volver a sus raíces y dedicar un álbum en vivo a la música con la que se crió: el góspel. Para grabarlo, Warner invitó al Coro Comunitario del Sureste de California, a una banda y a un centenar de personas de público, para pasar dos noches en una iglesia de Los Ángeles convenientemente habilitada para tal evento. De ahí tenía que salir también una película, que sería un reportaje/making of promocional realizado por el mismísimo Sydney Pollack. Por motivos técnicos un joven e inexperto Pollack no pudo usar claquetas en el inicio de cada toma que registraban las cinco cámaras que habían dentro del recinto y las 20 horas de metraje que resultaron de ahí fueron absolutamente imposibles de poder ser montadas en posproducción. El material de archivo terminó en una bóveda y ha sido durante 4 décadas uno de los tesoros cinematográficos perdidos de la música del siglo XX. En 2008, tras el fallecimiento del director, el productor musical Alan Elliott rescató el material y usando la tecnología del momento logró sincronizar la imagen con la pista de sonido, logrando por fin sacar a la luz la grabación en directo del disco más vendido de la historia del góspel.

Posiblemente la gran virtud de Amazing Grace radique en la medida de cómo alguien que no tiene que ser forzosamente un seguidor o apasionado de la música de la famosa cantante estadounidense puede disfrutar perfectamente de tal documento, como he citado más arriba este afortunado rescate musical tiene su razón de ser en como ejerce de experiencia hacia el espectador, a tal respecto la película no deja de ser una especie de catarsis de clara naturaleza inmersiva, despojada de cualquier tipo de intromisión ya sea en forma de entrevistas o contextos explicativos de la situación, solo nos quedará la música tal cual expuesta a través de un material que deviene casi como primitivo en lo relativo a su ejecución, esta autenticidad en parte le da un mayor sentido a lo entendible como momento único e irrepetible, un regalo didáctico de algo que se creía ya perdido, una celebración eucarística en definitiva que la historia nos debía a modo de visualización de uno de los mejores conciertos de todos los tiempos.

Como colofón de esta jornada se pudo ver el último trabajo del realizador madrileño Daniel Sánchez Arévalo tras las cámaras titulado Diecisiete, una luminosa road movie con inequívocas texturas de ese subgénero denominado como feel good movie en un relato en donde vemos como un chico de 17 años de edad lleva dos internos en un centro de menores. De carácter insociable y poco comunicativo el joven apenas se relaciona con nadie hasta que un día se anima a participar en una terapia de reinserción con perros. La terapia evidentemente termina por ser bidireccional, a través de ella se establece un vínculo indisoluble con una perra, a la que llama Oveja. Pero un día el animal es adoptado y el joven se muestra incapaz de aceptarlo. A pesar de que solo le quedan menos de dos meses para cumplir su internamiento, decide escaparse para ir a buscarla.

No existe mucho misterio a la hora de intentar desgranar una película de las características de Diecisiete, título que hace referencia a la edad de su protagonista, su paráfrasis principal vendría a ser en ver como dos hermanos que no acaban de entenderse terminan haciéndolo en base a réplicas y contrarréplicas, será en ese trayecto y las relaciones personales e interactuaciones de ambos a través de él lo que haga sanar las heridas existentes hasta ese momento, las taras psicológicas familiares y falta de conexión principalmente que atesoraban al inicio de dicho recorrido. Una historia mínima acerca de personalidades a medio construir que transita por lugares demasiado comunes, su síntesis podría definirse como un relato en donde priman en todo momento las buenas maneras, unas intenciones que no llegan a ser equiparables a lo que es su resultado final, situado siempre a medio camino entre un atisbo de reflexión y la ligereza genérica, el nuevo trabajo del responsable de Azuloscurocasinegro (en lo que respecta a un servidor su mejor película realizada hasta la fecha) parte de la premisa de que no es necesario ponerse muy dramáticos a la hora de explicar problemáticas varias, la sensación final de este enésimo viaje de autodescubrimiento conjunto provisto de diálogos extremadamente subrayados termina siendo la de asistir a una corrección temática tan sencilla que no ofende pero que evidentemente tampoco llega a trascender ni siquiera levemente en ningún momento de su por otra parte ameno metraje.