Crónica Festival de San Sebastián 2021. Día 1

El año de las mujeres

Después de una atípico en todos los sentidos 2020 el Zinemaldia pudo recuperar en cierta manera la normalidad con respecto al pasado año, aun existiendo una limitación de aforo en la salas y una lógica reducción de proyecciones el Festival logro sacar adelante con cierta solvencia una edición que en su recta final se vio ligeramente empañada a causa de un palmarés que creo una cierta controversia especialmente en referencia a la Concha de Oro otorgada a la cinta rumana Blue Moon, película de un nivel cinematográfico bastante pobre que logro de forma nada sorprendente el conceso critico poco antes de conocerse el palmarés de ser el film con diferencia al resto de más baja calidad de todos los presentes en la Sección Oficial. A tal respecto no estaría de más una reflexión algo profunda en lo relativo a como el Festival durante esta edición ha aplicado con excesivo celo y de forma algo forzada el integrar según qué cuotas de índole social en su programación, especialmente el referido al papel de la mujer en distintos ámbitos de nuestro presente e incluso pasado estuvo demasiado omnipresente en la Sección Oficial dando una cierta sensación de que predominaba en la mayoría de los casos más el mensaje que la calidad del producto en cuestión. Evidentemente uno percibe que la intención por parte del certamen es del todo loable sin embargo dichos equilibrios de cuotas deberían de estar regulados de una forma algo más natural, pues el exceso en dicha materia puede derivar en un cierto artificio que provocan pequeños desbarajustes tales como premiar con el más alto galardón a una cinta cuyo estatus de calidad no fue ni mucho menos un fiel reflejo del nivel real de las cintas presentes este año a competición.

Entrando en materia el Zinemaldia volvió a encontrar ese acomodo adyacente en sus diversas secciones que conforman una sinergia en sí misma en referencia a poder ofrecer una programación direccionada a un amplio abanico de paladares, donde no llega la Sección Oficial lo hacen con solvencia las secciones paralelas, Perlas posiblemente de forma algo difusa últimamente al estar convertida en un apartado algo previsible en relaciona dar cabida a un número excesivo de películas de estreno comercial inminente. New Directors por su parte volvió a ser uno de los apartados más interesantes del certamen complementado con una potente selección de títulos en un apartado como es Zabaltegi-Tabakalera que pese a cierta sensación de cajón de sastre sigue ofreciendo el cine autoral con más riesgo de todo el certamen. Digno de elogio fue la recuperación, aunque algo cerciorada en lo relativo al número de películas previstas en un principio, de la retrospectiva de cine clásico correspondiente este año a Flores en el infierno: la era dorada del cine coreano así como la oportunidad única de poder ver en pantalla grande piezas de un cine pretérito tan reivindicables como por ejemplo el Manicomio de Fernando Fernán-Gómez y Luis María Delgado

A continuación y como viene siendo habitual en estos ultimo años dentro del portal iremos desgranando a modo de crónica diaria y con una perspectiva temporal todo lo más importante visto en esta 69 edición del Festival de San Sebastián.

El celuloide como último recurso y prematuras obras de culto

Zhang Yimou inauguró el certamen con Un segundo, cinta que según palabras del propio responsable venía a ser una particular carta de amor al séptimo arte que mira al pasado histórico. En Un segundo vemos como un convicto es enviado a un campo de trabajo en el desolado noroeste de China durante la Revolución Cultural del país. Utilizando su ingenio, y con el único fin de ver a su hija, quien ha sido filmada en una película, logra escapar y huye en dirección al cine de un pueblo cercano. Allí espera encontrar esa cinta de película y hacerse con ella. Sin embargo, en dicho lugar se cruza con una vagabunda desesperada por conseguir el mismo carrete de película y que logra robarlo. Curiosamente, este enigmático objeto, que ambos anhelan por motivos muy distintos, se convertirá en la raíz de una inesperada amistad.

Posiblemente la evolución en la carrera de Zhang Yimou no haya sido la esperada por parte de los adeptos, entre los que un servidor se encuentra, de un realizador que tuvo un inicio ciertamente deslumbrante de cara a la cinefilia con cintas como Sorgo rojo o La linterna roja, en parte esas expectativas solo se han visto parcialmente cumplidas con respecto a sus traslaciones al universo Wuxia con películas tan potentes como las anteriores pero dentro de un ámbito genérico bien distinto como fueron Hero, House of Flying Daggers, Curse of the Golden Flower o la más austera en medios Shadow, Un segundo en parte es un claro ejemplo de una indecisión autoral cuyo desarrollo se percibe como irregular aunando en su haber aciertos con puntuales despropósitos. A través de un cine plagado de diversos claroscuros la película no deja de ser una bien intencionada versión particular de Cinema Paradiso que partiendo de los postulados del film de Giuseppe Tornatore trasforma lo que aquello era una supuestamente emotiva carta de amor hacia el cine a mostrarnos el inherente poder transformador del cine en relación al reconocimiento a la bobina física como último bastión de la memoria del individuo caído en desgracia, un relato circunvalado a medio camino entre el optimista y el pesimista, entre ligeros retazos de humor que rozan lo burlesco y entrañable a dolorosas metáforas políticas en lo concerniente a las víctimas del duro periodo de la Revolución Cultural de los años 60.

Una de las constantes temáticas dentro de la siempre interesante sección New Directors ha sido la exploración de universos adolecentes dentro de las llamadas coming of age, el segundo trabajo tras las cámaras del realizador chino Sun Liang parte en apariencia de un trayecto plagado de lugares comunes de los que sin embargo sabe sacar provecho mediante un meritorio trabajo de cámara. Lost in Summer nos cuenta como durante el verano, cuando acaba el instituto, un adolescente se enfrenta a su confusión vital y lo intenta todo para encontrar una salida. Sin embargo, fracasa, con intento de asesinato incluido.

Posiblemente la mayor virtud de una película de las características Lost in Summer radique en su falta de pretensiones a la hora de exponernos una serie de situaciones en principio nada novedosas argumentalmente para con el espectador, como bien indica su título la película nos sitúa en ese periodo temporal tan habitual en la adolescencia, final de estudios y comienzo de una época estival plagada de demasiados tiempos suspendidos, evidentemente entrara en escena ese periodo de indecisión, al fin del cabo el auténtico statu quo del relato, en donde el joven protagonista a punto de entrar a las puertas de la madurez se debatirá entre cuestiones tales como una primera e imposible atracción romántica y la duda de tomar la decisión correcta en según de cuestiones de índole moral, al final de la historia como es preceptivo hará acto de aparición una especie de redención a la hora de mostrarnos por parte del joven un reconocimiento y aceptación a un entorno familiar que hasta ese momento había despreciado. A tal respecto se agradece que la película adopte un tono naturalista y no contemplativo en base a lo impostado como suele ser muy habitual en este tipo de producciones chinas de primeros realizadores que nos llegan masivamente durante estos últimos años, también es digno de mención en esta humilde propuesta que el anexo narrativo social a la historia principal este expuesta de una forma sutil en base al contexto de una situación social y política actual, prescindiendo de esos subrayados tan característicos y deficitarios en dramas sociales actuales de los que afortunadamente Lost in Summer logra sortear de forma airosa.

Recién llegada del Festival de Venecia aterrizo en San Sebastián dentro de la sección Perlas Competencia oficial, sátira de escenografía teatral que reflexión sobre el ego del artista en donde somos testigos de cómo en busca de trascendencia y prestigio social, un empresario multimillonario decide hacer una película que deje huella. Para ello, contrata a los mejores: un equipo estelar formado por la celebérrima cineasta Lola Cuevas y dos reconocidos actores, dueños de un talento enorme, pero con un ego aún más grande: el actor de Hollywood Félix Rivero y el actor radical de teatro Iván Torres. Ambos son leyendas, pero no exactamente los mejores amigos. A través de una serie de pruebas cada vez más excéntricas establecidas por Lola, Félix e Iván deben enfrentarse no solo entre sí, sino también con sus propios legados.

Existen momentos en Competencia oficial en donde la delgada línea que separa la simple sátira y la autorreflexión más profunda queda diluida a causa principalmente de su evidente falta de riesgo pues de alguna manera el film de Gastón Duprat y Mariano Cohn no deja de ser una sucesión de gags, algunos más agradecidos que otros, que se beneficia principalmente de la labor actoral de un excelso Antonio Banderas, muy por delante de Penélope Cruz y  Oscar Martínez. Película más de actores que de narrativa fluida Competencia oficial se deja ver con cierto agrado pero termina siendo olvidada con demasiada premura, posiblemente debido a como los responsables de El ciudadano ilustre terminan desgastando con demasiada celeridad una premisa que en un principio daba para bastante más juego, la de burlarse de su propio reflejo en relación a la parodia de tono ligero a través de egos y rutinas dentro del mundo del cine, o sea una mirada cínica realizada desde dentro, aquí reflejada en el enfrentamiento entre dos artistas de un muy diferente ámbito y metodología  que sin embargo confluyen en una misma y algo sombría meta profesional que termina siendo personal.

En una edición en donde casi todas las problemáticas sociales de nuestro presente tuvieron su espacio el cambio climático tuvo su acomodo en la sección Perlas con el tercer trabajo tras las cámaras de un habitual del certamen como es Louis Garrel, La croisade, bautizada con el algo caprichoso título en castellano Un pequeño plan… cómo salvar el planeta nos muestra a modo de pequeña farsa provista de un ligero tono fabulario ese a veces farragoso propósito llevado al cine de concienciar al espectador sobre posibles fallas en nuestra sociedad que conducen irremediablemente a diversos conflictos generacionales. En la película Abel y Marianne descubren que su hijo Joseph, de 13 años, ha vendido en secreto sus objetos más preciados. Pronto se percatan de que Joseph no es el único: cientos de niños de todo el mundo se han unido para financiar un misterioso proyecto ecologista en África. Su misión es salvar el planeta.

No es tarea fácil enjuiciar de una manera ecuánime una serie de películas en donde lo loable del mensaje parece ir en una dirección contraria a la calidad del producto en cuestión, San Sebastián en esta edición estuvo plagada de muchos ejemplos a tal respecto, La croisade podría ser perfectamente uno de ellos, en cierta manera los mejores momentos con diferencia del film lo encontramos en sus primeros quince minutos, aquellos en donde el relato aún no ha desvelado sus verdaderas intenciones, ahí es donde entra en escena esa inconfundible escuela Garrel en base a ingeniosos diálogos que hacen que su narrativa sea fluida, todo lo demás que vendrá a continuación no deja de ser catalogo curioso tan loable y simpático como en parte anecdótico poniendo sobre la palestra como, en la temática que nos ocupa, el efecto Greta Thunberg puede llegar a ser contraproducente llevado a según qué artes escénicas. Cuestiones tales como la reflexión sobre la madurez o la rebelión filial terminan siendo expuestas de forma muy esquemática, esta última por cierto mucho mejor plasmada e inquietantemente intuida en otra cinta francesa que indagaba a través de parámetros genéricos por la misma problemática, la reivindicable L’heure de la sortie de Sébastien Marnier.

Dentro de la sección  Zabaltegi – Tabakalera el esperado nuevo trabajo de la dupla formada por Helena Girón y Samuel M. Delgado tras su buena acogida en el pasado Festival de Venecia tuvo un perfecto acomodo dentro de ese apartado cinematográfico de consonancias alternativas, aquí a través de un relato cercano a lo experimental que reflexiona sobre el poder intrínseco de la propia imagen y todo lo que puede derivarse de ella. Eles transportan a morte nos sitúa en el año 1492. Entre la tripulación de Cristóbal Colón viajan tres hombres que ya deberían haber muerto. Han conseguido evitar sus condenas participando en el incierto viaje, pero al llegar a las Islas Canarias, huyen cargados con una de las velas de la embarcación. Mientras, en el Viejo Mundo, una mujer trata de salvar a su hermana moribunda, con la esperanza de que una curandera pueda ayudarla. Ambos viajes tratan de burlar a la muerte. Ambos viajes están a merced del tiempo y de la Historia.

Eles transportan a morte, película que esta de forma continua vulnerando las reglas del género, es ese tipo de cine que un servidor espera que en un futuro no muy lejano forme parte de manera normalizada en las secciones oficiales de certámenes de clase A, la principal virtud del film en este aspecto seguramente radique en su no adscripción a reglas ya preestablecidas situándose en el punto más alejado posible de lo entendible de un tono académico, de hecho su argumento no deja de ser una declaración de intereses en este sentido pues estamos ante un relato que reinventa, y más tarde cuestionar y bifurcar, el relato oficial histórico despojándolo de toda épica posible. Partiendo de unas bases argumentales que nos remiten a la  conquista y exploración de un nuevo mundo Delgado y Girón nos ofrecen una potente alegoría visual a través de una odisea anticolonialista de consonancias tan políticas como antropológicas respecto de los males que la Europa colonialista derivo al resto del mundo, unos eventos que no fueron tan gloriosos como nos lo han explicado, otorgándonos una muy interesante relectura crítica y heterodoxa de un pasado expuesto a través de una simple trasgresión fílmica que es digna de elogio.

Precedida por la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes Titane de la realizadora francesa Julia Ducournau vino precedida de una inusitada y en parte lógica expectación a la hora de poder comprobar si realmente estamos delante de una obra de talante rompedor o ante una de esas modas con fecha de caducidad bastante frecuente dentro de ese ecosistema de burbuja que son los festivales de cine, al final ni una cosa ni otra pues si hay una clase de películas que necesiten de una contextualización en frio y con cierta perspectiva es sin lugar a dudas una película de las características de Titane, en el film vemos como un joven con la cara magullada aparece repentinamente en un aeropuerto. Asegura llamarse Adrien Legrand, un niño que desapareció en extrañas circunstancias hace diez años. Para su padre, Vincent, esto supone el final de una larga pesadilla y lo lleva a casa. Simultáneamente, se suceden una serie de horribles asesinatos en la región en donde viven. Alexia, modelo en un showroom para coches, tiene todas las papeletas para convertirse en la próxima víctima.

Resulta complicado separar el ruido mediático generado del simple análisis que se puede extraer de la película pues ambas vertientes están ligadas de algún modo casi como de vasos comunicantes se tratase, con todo no deja de ser una buena noticia que los festivales de clase A empiecen a valorar un tipo de cine fantástico que hasta ahora en cierta manera ha estado ninguneado de forma casi sistemática. A tal respecto Titane tenía todos los atributos para ser considerada con el paso del tiempo como una obra de culto, como en realidad y por poner un solo ejemplo lo ha sido otra película francesa que transita por narrativas no tan distantes como es la magnífica Trouble Every Day de Claire Denis, sin embargo el film de Julia Ducournau ha recorrido un recorrido completamente inverso a este tipo de films teniendo un reconocimiento, excesivo y contraproducente a mi entender, planteando la interrogante de cómo será valorada al cabo de un tiempo. Elucubraciones aparte, pues al final la película es lo que es, estas ni envejecen ni se rejuvenecen a diferencia de la mirada del espectador, por muchas valoraciones y expectativas mutantes que la circunvalen, lo mayor virtud que se puede percibir en ese drama psicológico disfrazado de fantástico que es Titane, extraordinario Vincent Lindon de lado, viene dada en referencia al irrenunciable posicionamiento autoral por parte de Julia Ducournau, un cine sin complejos que pretender ir más allá a través de una mirada trasgresora y desprovista de cualquier tipo de encorsetamientos genéricos que sin embargo se ve perjudicada por lo atropellada e inconclusa que resulta ser en lo concerniente a discernir y desarrollar según qué tipo de metáforas.

A la hora de emparentarla a otras ramas y autores de fantástico, y supuestamente en un intento de ser lo más original posible en la medida de buscar una serie de referencias a la obra, se ha ido nombrando por parte de la crítica prácticamente todos los conceptos posibles dentro del fantástico cuando en realidad la principal base de la que parece sustentarse Titane la encontraremos en la primera película de su directora Raw, ambas películas, una más ambiciosa que otra pero igual de irregulares, anidan a través de la problemática de la identidad de género expuesta en la película en forma de trasformación y posterior pulsión en base a sesgos en un primer lugar inconscientes que con el tiempo pasan a ser dependientes. Llegados a estos extremos poco importa la poca credibilidad del relato en cuestión, en realidad esto no deja de ser es un peaje natural por parte de un tipo de cine desprovisto de perjuicios y que de alguna manera se lanza al vacío sin muchos miramientos, un cine en definitiva que por lógica es más proclive a la contextualización temporal que a líquidos hypes de índole supuestamente postmodernos.