“The Stylist” review

Por la silla de peluquera de Claire pasan muchas personas y, a veces, sus tijeras cortan algo más que el pelo, permitiéndole llevarse a su solitaria casa un souvenir único con el que ampliar su peculiar colección. Pero el día en que Olivia, una de sus clientas habituales, le pide que haga un peinado especial para su boda, su secreto estilo de vida amenaza con salir a la luz.

Una pena que una ópera prima a priori tan interesante como resulta ser esta The Stylist de la realizadora Jill Gevargizian atesore el duro lastre de muchos largometrajes que se ven irremediablemente incapacitados a la hora de intentar ocultar sus muy evidentes costuras de cortometrajes, en tal aspecto está claro que existe un corto homónimo anterior datado en 2016 por parte de la misma autora que sirve de base para desarrollar este psicokiller de índole femenino que no feminista afortunadamente, cosa que al menos y visto las tendencias por las que parecen moverse muchas propuestas actuales de estas características hoy en día es de agradecer.

Podríamos llegar a la conclusión de que The Stylist como relato de serial killers al uso funciona relativamente bien como relato circular en función de su principio y su final a través de un concepto que nos alerta de las consecuencias de entrar en una espiral desvirtuada a raíz de querer algo que no tenemos. Tanto en ese inicio antes comentado, que reverencia sin ningún tipo de tapujos a la extraordinaria Maniac de William Lustig, como su contundente conclusión, también extrapolado sin demasiados remilgos de esos finales tan recurrentes de los entrañables E.C Comics, terminan siendo con diferencia lo mejor de una película en donde también se puede atisbar desde la lejanía como ese universo de claro índole alterado tiene alguna que otra interesante acotación social, especialmente en lo relativo a situar la acción en una peluquería de estilismo, un espacio físico que viene a representar una escala o estatus de bienestar social y lo que en este caso viene a ser peor, el verse excluida de dicho extracto a causa de una deriva mental que direcciona a la protagonista a una soledad que con el paso del tiempo deviene como enfermiza, a tal respecto la labor de esteticista de la protagonista pues actúa a modo de un doble juego de espejos de índole trasformador en donde se percibe el anhelo por parte de una y las metas de las demás en lo concerniente a un estatus social y emocional en lo concerniente a la perspectiva e imagen que uno tiene de sí mismo y la necesidad de que esta quede proyectada al exterior, lastima sin embargo que todo el bloque central atesore una narrativa percibida como bastante errática, por momentos con una cierta sensación de desgana que la derivan a alargadas texturas televisivas impersonales, deudora en el mal sentido de la palabra de mucho de los thrillers de los años 90 que indagaban en el concepto de la nueva amiga psicópata, en tal aspecto la protagonista del film, una notable Najarra Townsend, quiere insertarse de forma profunda y forzada en la vida de una de sus clientas, pero su comportamiento errático comienza a alarmar a la gente más cercana de la supuesta víctima, estos no dejan de ser tropos argumentales bastante prototípicos y manidos en ese tipo de películas que aquí son utilizados a modo casi colindantes con respecto al cliché incluso de una forma más melodramática que puramente genérica.

En su trasfondo y escarbando un poco en su farragosa narrativa podemos percibir en la película de Jill Gevargizian al menos el intento de plasmar una mirada perdida enfatizada a través del trabajo de la cámara en mano expuesto aquí de una forma tan delicada como trastornada con respecto a una ansiedad social que termina en soledad para con la protagonista, ese anhelo por la conexión emocional que deriva en obsesión psicótica también formaba parte del statu quo argumental de otra película imperfecta como era el May de Lucky McKee, en ambas podemos encontrar varias conexiones en este sentido, sin embargo en esta última sus muy evidentes carencias eran disimuladas en parte por un tono desenfadado lindante con la comedia macabra de características pulp, un recurso genérico este que por manido no deja de ser efectivo y al que The Stylist no acude dejando al descubierto carencias múltiples en base a ciertas derivas más cercanas a una escenografía de tono insustancial, adyacente por momentos con el telefilm de sobremesa, que a una sordidez más manifiesta como parecía pedir la naturaleza de la propia historia.

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