
Terry Gionoffrio, una joven y ambiciosa bailarina, sueña con la fama y la fortuna en Nueva York, pero tras sufrir una devastadora lesión, una pareja mayor y adinerada la acoge en su casa del lujoso edificio de apartamentos Bramford. Cuando un compañero de residencia e influyente productor de Broadway le ofrece otra oportunidad para alcanzar la fama, parece que por fin todos sus sueños se hacen realidad.
Para ponernos en un primer lugar en contexto Apartment 7ª, más que una precuela de Rosemary’s Baby entendida como tal, sería una actualización del original literario de Ira Levin y posterior película de Roman Polanski, pero con una serie de matices y un tono formulista bastante cuestionable. El material original tenía la virtud y la particularidad de discernir sobre las problemáticas y limitaciones de la mujer en la sociedad arribista de finales de los años 60 a través de una narrativa que se desarrollaba mediante la idea de la sospecha conspirativa que derivaba en horror satánico.
Natalie Erika James, que ya había hecho una incursión más acertada en el drama familiar generacional adherido al relato de terror en su film anterior, Relic (2020), reinterpreta dialécticas y lecturas sociales aplicadas a la actualidad en Apartment 7ª, especialmente en lo relativo al embarazo, al derecho de la mujer a decidir y su posicionamiento en determinados ámbitos laborales como principales puntos a destacar, intención loable con relación a la expansión de una determinada mitología del presente que, sin embargo, deja en un segundo plano un componente esencial en el relato como es el fantástico, aquí intuido como rutinario, constatando cómo una nueva generación de autores alteran órdenes genéricos de forma cuando menos dudosa, quedando en esta ocasión el concepto de terror totalmente subordinado al drama, con todo lo que ello pueda acarrear con relación a las expectativas por parte del fandom.
A tal respecto de poco sirve que el casting de Apartment 7ª sea de lo más sugerente, Dianne Wiest y Julia Garner, actriz esta última que maneja a la perfección el registro de mujer sufrida, como bien reflejan sus colaboraciones con la realizadora Kitty Green en The Assistant (2019) y Hotel Royal (2023). La sensación final es la de estar ante un producto manufacturado al servicio de unas demandas concretas, algo preocupante al percibir con total normalidad la aceptación de narrativas solucionadas a golpe de escuadra y cartabón, o lo que es más preocupante, discutibles pátinas visuales características del streaming.
