Crónica D’A 2018. Día 6: Mrs. Fang/Hannah/Gutland

Mrs. Fang

Wang Bing filma los últimos momentos de la vida de Fang Xiuyan, una granjera nacida en Huzhou (Fujian) a finales de los 40 y que fue diagnosticada hace mucho tiempo con el síndrome de Alzheimer. El realizador conoció a la hija de Fang en 2014, y fue invitado a la casa de su madre al año siguiente. Su encuentro con la señora, que para entonces estaba ya grave, conmovió profundamente al cineasta, que no se separó de ella desde que en 2016 supo que su salud estaba empeorando. Bing decidió convertir su último aliento en una forma de poesía, dando voz a personas como ella que viven la vida en los márgenes de una historia que parece haberlas olvidado.

Wang Bing al igual que en anteriores trabajos suyos vuelve a indagar en la vida y la muerte de gente corriente y lo hace como no podía ser de otra manera a través de un formato que el maneja a la perfección como es el documental de naturaleza y consonancias cotidianas, en Mrs. Fang (Leopardo de Oro en la última edición del Festival de Locarno) nos acerca siempre desde el pudor y a una distancia respetuosa a la inminencia de la muerte, a partir de esta premisa el responsable de Bitter Money extrapola cuestiones ciertamente interesantes pues asistimos no ya solo a una muerte física sino también simbólica, en este aspecto Wang Bing en torno a este minimalista retrato genera desde la más absoluta observabilidad de tal acto una serie de digresiones tales como una supuesta deshumanización creciente en el hábitat social del país, también podemos encontrar una curiosa reflexionar en lo referido a la tradición como símbolo en vías de desaparición de todo una población que son víctimas crecientes por parte del gobierno al confinamiento de un espacio cada vez más diminuto a la hora de subsistir. A través de la muerte Mrs. Fang termina hablando de los profundos cambios ocurridos en la sociedad china durante estos últimos años, un tiempo en donde la tradición parece estar sustituida por una carencia de valores o la perdida de unas señas de identidad cada vez más visibles, Wang Bing como uno de los actuales baluartes de la actual realidad narrativa de la no ficción nos lo muestra a través de una premisa soterrada, del espectador depende el descubrir o reflexionar sobre todo lo que parece estar en la trastienda de tal en apariencia minimalista exposición.

Valoración 0/5: 3’5

 

Hannah

Hannah es una mujer habituada a la rutina y a depender de todo el mundo que se verá obligada a luchar contra ella misma tambaleándose entre la realidad y el rechazo cuando se quede sola después de que su marido ingrese en prisión.

El segundo trabajo tras las cámaras del realizador de origen italiano Andrea Pallaoro tras su estimulante Medeas (2013) es una de esas apuestas unitarias a un solo elemento, un personaje, una actriz, evidentemente este en principio riesgo formal queda diluido en parte al constatar que todo el film en su totalidad se sustenta con una red de seguridad personificada en esta ocasión en la magnificencia de una actriz de la talla de Charlotte Rampling.

Podríamos aseverar que Hannah es el retrato de una condena social reflejado en primera persona de principio a fin, una historia breve pero demoledora, como hemos comentado más arriba la película de Andrea Pallaoro recurre en todo momento al dolor psíquico del personaje interpretado por Charlotte Rampling, presencia omnipresente en toda las secuencias del film, las razones de dicho estigma curiosamente son narradas de forma sutil en base a pequeños gestos y detalles, no es intención el desvelar las consecuencias o el enigma como meta final, ni llegar hasta el fin para descubrir el porqué de una condena física (la correspondiente al marido) y psíquica (Charlotte Rampling), dicho misterio si se le puede llamar de ese modo nos es desvelado a mitad de la película bajo el estigma de la pederastia, llegados a este punto la única intención de Andrea Pallaoro por fortuna no es un alegato ante y contra tal lacra, es el retrato personal y contemplativo de una vergüenza y culpa, el reverso del ojo de huracán, en algunos tramos posiblemente algo autocomplaciente, de esa otra víctima que ha cometido un error imperdonable, bajo una mirada distante solo en apariencia es en este apartado es donde podemos encontrar la auténtica razón de ser de un film de las características de Hannah, el contemplar el talente humilde pero totalmente autoritario de la performance a cargo de Charlotte Rampling, dicho cometido expuesto a modo de estudio sobre una identidad ya vacía que no requiere apenas de dialogo, puramente gestual, miradas y convulsiones a través de intrascendentes gestos cotidianos que nos muestra un descenso tortuoso, una radiografía de una desolación bajo la rigurosísima exploración actoral de una magistral Charlotte Rampling.

Valoración 0/5: 4

 

Gutland

Gutland comienza con la llegada de un forastero a la comunidad agrícola de Schandelsmillen. La temporada de cosecha está ya avanzada, pero Jens, un vagabundo alemán, está buscando trabajo. Allí es tomado por granjero y pronto seducido por Lucy, una madre soltera que le recoge en la cervecería del pueblo para llevarlo hasta su cama. Taciturno y solitario por naturaleza, Jens no se mezcla con los lugareños, y aun así ellos le toman por amigo al instante, llevándole a fiestas, regalándole una trompeta e invitándole a unirse a la banda del pueblo. Los primeros días de Jens en su nuevo hogar fluyen con una tranquilidad bucólica, pero con el tiempo comenzará a descubrir pistas sobre el lado oscuro de Schandelsmillen, justo cuando los aldeanos se van acercando poco a poco al también sombrío pasado de Jens.

Gutland opera prima de Govinda Van Maele es esa clase de películas que conforme avanza van mutando hacia algo aparentemente distinto de lo que parecía en un principio para volver en su parte final a un comienzo de cual parecía que ya no íbamos a volver, todo ello narrado bajo un contexto de constante intriga cuya condición de noir en apariencia convencional requiere de más lecturas de las que en un principio pueda parecer atesorar.

Esa condición de film multi género (incluso con ligeros apuntes sociopolíticos) que ostenta Gutland tiene la virtud de posicionarse en las antípodas del relato policial frenético al uso al saber dosificar su tempo narrativo en referencia a personajes y situaciones a la hora de no incidir en la sobre explicación de una trama argumental que parte de lo que podríamos denominar como un noir rural con claras reminiscencias clásicas que va mutando conforma avanza la trama hacia un relato de sutiles connotaciones fantásticas que por momentos parece beber de la fundamental The Wicker Man de Robin Hardy, en ese vaivén narrativo empezamos por desconfiar de las intenciones y naturaleza del protagonista para trasladar esa duda según avanza el metraje hacia la siniestra comunidad que lo acoge, colectivo que da la impresión de querer someter al extraño a una identidad comunitaria cueste lo que cueste, en este aspecto Gutland podría denominarse como un estudio acerca de la claustrofobia, en primera instancia física, de alguna manera autoimpuesta en la historia, más tarde mental mediantes acertados interludios de tono surrealista acerca de la alteración de la realidad que parece sufrir el personaje principal, la elipsis en dicha cuestión deviene como clave a la hora de recabar la suficiente información para poder discernir ese juego de máscaras que Govinda Van Maele propone en una de las óperas primas más estimulantes y sorprendentes del pasado curso.

Valoración 0/5: 3