El equilibrio deseado. Sección Oficial
Del 20 al 28 de septiembre del 2024 tuvo lugar la 72ª edición del Festival de San Sebastián, un certamen marcado por su ambivalente condición de festival de festivales, y las vicisitudes que se derivan de todo ello. Asumiendo la difícil tesitura de situarse al final del escalafón de los certámenes de categoría A, aún así, la edición del 2024 del Zinemaldia logró finalmente ese ansiado equilibrio entre asentados apartados alternativos como New Directors, Perlas o Zabaltegi-Tabakalera, y una Sección Oficial que esta vez cumplió con relativa solvencia, con relación a la calidad ofrecida respecto a pasadas ediciones.
La presencia en la Sección Oficial de autores consagrados como Costa-Gavras, Mike Leigh (con la extraordinaria Hard Truths, ausencia inexplicable en el palmarés), Kiyoshi Kurosawa, Albert Serra o François Ozon, unido a una valiente, y algo inusual apuesta por el cine genérico con títulos como Conclave, El llanto, Serpent’s Path y el musical postapocalíptico The End fueron fundamentales para convertir la edición del 2024 en un certamen consistente con relación a autorías solventes y una serie de contenidos más arriesgados, que lograron una suerte de equilibrio en lo concerniente a la equiparación de temáticas y calidad artística; sin embargo, hubo otra serie de títulos percibidos de manera aislada, y sujetos a unas determinadas cuotas cinematográficas, como por ejemplo, la muy cuestionable presencia de cine latinoamericano, con producciones de una calidad controvertida, como El lugar de la otra, El hombre que amaba los platos voladores, o la película española Soy Nevenka, que difícilmente encajaban en la Sección Oficial.
El gran logro de esta 72ª edición del Zinemaldia, destacando por encima del resto, por su esforzada y necesaria, hoy más que nunca, labor de seguir al pie del cañón, fue la retrospectiva clásica dedicada al ‘poliziesco’ italiano, un ciclo compuesto por 22 títulos, acompañado de una interesante publicación a cargo del experto Felipe Cabrerizo. A continuación, y al igual que en pasadas ediciones, una primera crónica con los títulos presentes en la Sección Oficial, un segundo texto con el análisis pormenorizado de todo lo que dio de sí la Sección Perlas, y una última entrega de índole más periférica, navegando por diferentes secciones como New Directors, Zabaltegi-Tabakalera, Horizontes Latinos, Clásicos y Retrospectiva.
La mirada femenina
Fueron varias las propuestas donde el punto de vista de la mujer se erigió como eje cenital del relato, abriendo fuego, y como riguroso estreno mundial, la realizadora Audrey Diwan, que revisitaba conceptos con una nueva versión del clásico literario y cinematográfico Emmanuelle, adaptación del relato escrito en 1967 por Emmanuelle Arsan, que en esta ocasión versa sobre una historia donde la supuesta sutileza de lo estrictamente corporal del material original queda en un segundo plano a la hora de decantarse por un discurso de connotaciones políticas, aquí provisto de un tono estético aséptico, con una sorprendente indagación sobre el colonialismo, en relación con los roles y dinámicas de poder en el ámbito social y económico. Sin transgresión, ni una mirada distante sobre la exploración personal, todo queda en una estilizada ambigüedad, tanto a nivel narrativo como de puesta en escena. Como punto a su favor hay que reconocer que la responsable de L’événement no recurre a temáticas rupturistas del presente, sin embargo, la sensación final nos retrotrae 50 años a un tiempo y a un lugar donde Just Jaeckin y Sylvia Kristel sí tenían claro cuál era el propósito de su empresa. De vacíos emocionales también gira la notable Hard Truths, casi una tesis fílmica sobre los efectos causados por la amargura y la frustración en el individuo, donde observamos a una Marianne Jean-Baptiste en guerra con el mundo, una mujer con serios problemas de convivencia con la sociedad y que vomita su ira contra todo lo que la rodea. Relato magníficamente actuado, con un último tercio que cambia de tono, al centrarse en lo disfuncional, y el dolor psíquico y físico, y, en especial, cómo la existencia de uno, por muy gris que sea o se intuya, converge en la forzada existencia del otro en diversas ocasiones. Mike Leigh, cineasta de enorme talento nos brinda una de las películas más honestas presentes en el festival. Bastante más discutible resultó la chilena El lugar de la otra. La realizadora Maite Alberdi que venía de trabajos de no ficción como El agente topo y La memoria infinita, se adentra por primera vez en texturas propias de una telenovela de época de tono generalista basada en hechos reales, a través de una película donde de nuevo el contenido, la emancipación y liberación femenina en un mundo de ahora se mira en otro del pasado. Un manifiesto que se enmarca de manera muy forzada por encima de lo estrictamente cinematográfico, resultando un producto donde la reiteración de situaciones banales perfila una autoría demasiado convencional con relación a la caprichosa exposición que hace de sus subrayados.
Otra recreación de un caso real fue Soy Nevenka de Iciar Bollaín, película donde se exponen dinámicas de acoso, de indefensión, y el clima de presión social de la España profunda de principios de siglo, el problema viene dado cuando reiteradamente se confunde la potencia de la temática expuesta con una calidad artística que no deja de ser otra que la de ceñirse a unos hechos concretos, y cómo a partir de ellos, elaborar un discurso de denuncia de tono bienintencionado, dando como resultado un relato de estructura demasiado académico que da la impresión de confiar más en aquello que cuenta, que en cómo lo cuenta, por momentos a la manera de un telefilm al uso, dando la impresión de estar ante un producto empático, pero carente de profundidad a la hora de abordar la situación y que va más allá de un relato supeditado a una pátina visual percibida como muy plana. Por su parte, la realizadora Gia Coppola se adentra en imaginarios crepusculares con The Last Showgirl, crónica del final laboral y existencial de una veterana bailarina de cabaret, interpretada por Pamela Anderson en un local de Las Vegas que está a punto de cerrar. Cinta con un evidente contenido metalingüístico, parcela en la que también entraría en la ecuación el papel secundario de una notable Jamie Lee Curtis, que vendría a ser una cara B del The Wrestler de Darren Aronofsky, cuando muestra la historia de vulnerabilidad y declive, que brilla en lo concerniente a la construcción de un determinado ambiente que retrata un mundo que se desmorona, a través de un componente meramente contemplativo y visual, en detrimento del desarrollo de un arco dramático que otorgue una supuesta profundidad psicológica a sus personajes. Por otra parte, François Ozon volvía al Zinemaldia con Quand vient l’automne, relato de clara índole otoñal que juega al despiste cuando utiliza diversos géneros cinematográficos que van desde la comedia negra al thriller para terminar en un drama familiar donde ninguno de sus protagonistas es exactamente quien parece ser en un principio. Película en apariencia pequeña, pero poseedora de una percepción interesante que aborda la necesidad de las segundas oportunidades y la culpa intergeneracional, todo expuesto a través de un tono costumbrista de calidez ambiental que viene a decir “cuando el invierno y la mortalidad llaman a la puerta, el pasado y sus conflictos sólo importan hasta cierto punto”.
El género avanza
En un intento por diversificar conceptos, un buen número de películas que transitaron a través de coordenadas genéricas bien definidas, estuvieron este año presentes en la Sección Oficial a concurso, a tal respecto, el terror tuvo una presencia notable en el festival con la ópera prima de Pedro Martín-Calero El llanto, película que revisita con determinación una serie de reconocibles conceptos del fantástico contemporáneo, la mayoría derivados del J-Horror, a la hora de mostrar a través de distintos espacios temporales, un virus espectral trasmitido y heredado que es visualizado a través de lo analógico y lo digital. Algo más discutible resulta su indecisión a la hora de decidirse por lo puramente genérico o lo social, dos vías percibidas de manera equidistante en la película, ya que el relato incide en conceptos costumbristas poco habituales en el terror, sobre todo en un tramo final donde se atisba un tímido intento de interpretación con respecto a la violencia machista y sus efectos en el imaginario femenino a través de una dubitativa carga metafórica. Por otra parte, el musical tuvo su espacio en el certamen con el nuevo trabajo tras las cámaras de Joshua Oppenheimer, en su primera aproximación a la ficción, la fascinante y agotadora The End, una oscura y pesimista fábula postapocalíptica que nos sitúa dos décadas después del fin del mundo, a través de las vivencias de una familia que vive en su lujoso búnker construido en una mina de sal, mediante una historia que trata sobre cómo los privilegiados lucharán en el futuro por vivir consigo mismos y sus correspondientes traumas, como consecuencia de lo sucedido. Lo más sorprendente del film posiblemente radique en los números musicales que constituyen en la trama los únicos momentos de fugas disociativas (de tono esperanzador) de sus protagonistas mediante una propuesta formal y conceptual de indudable riesgo.
En Serpent’s Path, terrible historia criminal sobre la negación de la culpabilidad y el círculo vicioso ocasionado por la venganza, donde la acción se sitúa primero y la explicación después, el japones Kiyoshi Kurosawa, en su tercer trabajo tras las cámaras en 2024, tras la extraordinaria Chime y la no menos interesante Cloud, reconfigura conceptos ya transitados con anterioridad por él mismo en el V-Cinema, siendo más una especie de relectura que un remake entendido como tal, para ponernos en contexto algo parecido en conceptos al segundo Funny games de Michael Haneke, sin dejar de experimentar formatos y propósitos, en relación con un material propio rodado en el año 98 con el título homónimo de Hebi no michi. Son pocos los autores que acumulan suficiente experiencia, talento y buena voluntad, como para hacer una revisión conceptual de su propio trabajo, siendo aún menos los que hacen algo que valga realmente la pena en dicho proceso, Kiyoshi Kurosawa es uno de ellos, ofreciendo una obra, en apariencia algo menor dentro de su filmografía, pero que se sitúa muy por encima del resto de autorías de la actualidad. Por su parte, la entretenida y por momentos solvente Conclave de Edward Berger, funciona relativamente bien cuando recurre a coordenadas genéricas cercanas al thriller conspirativo religioso, también en la manera de articular una narrativa meramente funcional y efectista a modo de adaptación de un best-seller de éxito, siendo posiblemente su punto fuerte el uso de simbologías y liturgias católicas como elementos perturbadores, precisamente en un año en el que el terror religioso ha estado muy presente en las carteleras cinematográficas con interesantes propuestas de género de terror como The First Omen o Immaculate. Es una lástima que su desenlace donde la realidad, y un cierto oportunismo y teatralidad, con relación a su función de denuncia y alegoría de lo que sucede hoy por hoy, termine por anular toda esa fascinante ficción que es mostrada a través de una serie de manierismos que hacen hincapié en el complot de una secta oscurantista, y sus perturbadoras dinámicas de poder. Bastante menos satisfactoria resultó El hombre que amaba los platos voladores, trabajo que confirma el bajo nivel de calidad del cine latinoamericano presente este año en la Sección Oficial, que nos muestra una historia que recrea un caso mediático sobre ufología ocurrido en la Argentina de 1986. Su director, Diego Lerman, transita con cierta indeterminación, y una ambigüedad algo tosca, entre el homenaje tragicómico y la burla o parodia de un personaje que busca la compasión del espectador, por poner un ejemplo, presenta cierta semejanza al recurso utilizado por Tim Burton en la fundamental Ed Wood. Es una pena que no profundice más allá de su mirada nostálgica e inocente en ciertas ideas y conceptos que parecen orbitar por la historia, el más evidente sería la manipulación de los medios, el poder mitómano de las fake news o la potestad de crear una ficción de la nada más absoluta.
La mirada autoral
Suele ser bastante habitual en las últimas ediciones del Zinemaldia que exista, sin haber una determinada razón que lo justifique, una temática, en general, poco amable para el espectador, presente de una forma recurrente en un buen número de películas. Este año varias propuestas indagaron sobre la mirada al moribundo, los cuidados paliativos, la legalidad de la eutanasia o el derecho a morir dignamente. En la cinta china Bound in Heaven, opera prima de la veterana guionista Xin Huo, (Premio FIPRESCI, Premio del Jurado – Mejor fotografía), se retrata una historia de amor y huida entre un enfermo terminal y una mujer atrapada en un círculo de violencia doméstica, a través de un relato donde se percibe un curioso y delicioso toque de rareza en una estructura que da la impresión de querer reconfigurar coordenadas adyacentes a un melodrama de carácter comercial, de consiente tono desbordado, en contraposición a una mirada incisiva sobre diferentes núcleos sociales de un país y su compleja transición, aquí expuesta mediante la economía narrativa de una historia primaria, y en especial, a través de unos conceptos meramente estéticos de espacios y escenografías urbanas, cuyo decadente y pesimismo lirismo nos remite, para bien, a una serie de virtuosismos claramente deudores del cine de Wong Kar-wai. Por su parte, el veterano cineasta Costa-Gavras ofreció una mirada concisa sobre la muerte en Le dernier souffle, adaptación de un libro de Régis Debray y Claude Grange, que brinda un dialogo abierto que se establece entre un médico responsable de una unidad de cuidados paliativos y un escritor, a modo de reflexión filosófica abierta a distintos posicionamientos, físicos y emocionales, sobre cómo encarar el trayecto final de la vida. No es la primera vez que el responsable de Missing recurre a formatos, que en mayor o menor medida, circulan alrededor de la no ficción, aquí de índole episódica a través de una serie de pensamientos y vicisitudes de naturaleza subjetiva, contadas a modo de flashbacks, pero dirigidos desde la vertiente pedagógica, cuya mayor virtud se puede apreciar en la honradez derivada de la sencillez de una propuesta que evita cualquier atisbo de sensacionalismo con relación al concepto de hacer soportable lo inaceptable.
Otra propuesta que orbita sobre el fin de la existencia fue el nuevo trabajo tras las cámaras de Pilar Palomero, Los destellos, película basada en la novela de la escritora vasca Eider Rodríguez, que viene a ser una especie de celebración de la vida, un carpe diem que entra en escena cuando asoma la muerte. Propuesta austera y contenida que no recurre, al igual que Le dernier souffle, aunque de manera distinta, a aspavientos emocionales de tono exhibicionista. Sin embargo, en la película existe un conflicto bastante evidente, al igual que sucede en muchas películas españolas de la actualidad , focalizado en imágenes que no terminan de dar un sentido a sus innumerables silencios que aquí giran alrededor de la muerte, y cómo la asumen sus allegados, un enunciado finalmente mostrado como una especie de búsqueda hacia una armonía final, una supuesta belleza del duelo, tesis, por cierto, significativamente mejor expuesta en la denostada Morir de Fernando Franco.
Como conclusión, dos interesantes largometrajes de la Sección Oficial que curiosamente incurren en una constante reiteración de conceptos a nivel formal y escénico, por un lado, la estimable ópera prima de la realizadora Laura Carreira, On Falling, película que retrata un mundo de tristeza y agotamiento, diferente al mostrado por Mike Leigh en Hard Truths, que inevitablemente queda emparentado con el cine social de Ken Loach, por aquello de retratar la precariedad laboral en Reino Unido, integrando en el relato un fuerte componente emocional que, sin embargo, y por fortuna, no concluye con la consabida reivindicación/denuncia tan habitual en los trabajos del director británico, sino más bien con una reflexión, de indudable rigor formal, sobre la alienación y soledad de la clase baja trabajadora, personificada en la historia de una joven mujer portuguesa que vive y trabaja, casi como un autómata en un gran almacén de Escocia. Lo mejor de On Falling posiblemente provenga de las ausencias, las relativas a un tipo de cine intuido hoy en día como trillado dada su saturación, especialmente en las referidas a las catarsis, los subrayados, o aspavientos derivados de un realismo víctima del capitalismo devorador, poniendo sobre la palestra cómo probablemente el mejor cine social actual proceda de su apuesta por la contención. Con respecto a Tardes de soledad, merecida Concha de Oro a la Mejor Película, Albert Serra ofreció un gran debate sobre el poder de observación de un documental sobre la liturgia taurina, de incuestionable valor antropológico, y cercana en espíritu a las fundamentales Lejos de los árboles de Jacinto Esteva o La sangre de las bestias de George Franju, sobresalió por su calidad y su interés, muy por encima del resto de propuestas, supuestamente de contenido trascendente, vistas en la Sección Oficial a concurso. A tal respecto, asistimos a un trabajo que no tiene intención de establecer ningún tipo de discurso sobre el temario por el que transita, si acaso éste vendrá a posteriori de la mano del espectador, el propósito de Serra es ofrecer una mirada frontal a modo de fresco sensorial, de reconocibles connotaciones atávicas, donde solo hay espacio para el toro y el torero, Andrés Roca Rey. No es osado asegurar que una gran parte del cine orquestado por parte del responsable de Liberté, se sitúa con frecuencia al otro lado de un lenguaje entendido como convencional, rozando en ocasiones lo puramente fantástico, con relación a un tipo de autoría que crece a través de sus propias disquisiciones, y es en este aspecto donde Tardes de soledad se erige como una película de indudable valor artístico, invitando a debates que van mucho más allá de antagonismos elementales.