

Perlas y Galas
Disquisiciones en el imaginario femenino

Anora
Segunda crónica de lo visto en San Sebastián 2024 centrada en la sección Perlas, apartado en el que, como viene siendo habitual en los últimos años, se presentó la ganadora de la Palma de Oro del pasado Festival de Cannes. A tal respecto, Anora puso de manifiesto cómo los certámenes de cine encumbran de forma algo contradictoria películas funcionales y accesibles de autorías como la de Sean Baker, cuya valía se intuía bastante más interesante en anteriores trabajos. En Anora subyace una reiteración de conceptos durante su primer acto, lo mejor del film, donde se hace evidente cómo Baker vuelve a subvertir coordenadas adyacentes a la comedia romántica, una suerte de cara B de Pretty Woman de Garry Marshall lindante a un tono de post-neorrealismo colorista, siendo todo el resto bastante más cuestionable, al atisbarse un intento conceptual y narrativo en el que las diferencias con respecto a anteriores películas como Tangerine o Red Rocket son muy evidentes, por reorientar un discurso hacia lo mainstream, el humor hacia lo sórdido y la complejidad del marginado pasa a ser expuesta a través de un tono infantilizado y estereotipado, con algún momento torpemente emparentado con el slapstick. Un desvío que esperamos sea ocasional. Otro plato fuerte proveniente del festival de Cannes fue The Substance, cuya realizadora, Coralie Fargeat, al igual que en su ópera prima Revenge (2017), sigue fiel a un estilo que da prioridad al exceso genérico y la reiteración conceptual ante cualquier tipo de ambigüedad. Mezcla de un estilo quirúrgico y grandilocuente, aquí la desmesura, también aplicable a su metraje, no es tan original como se ha comentado hasta la saciedad, al menos para alguien que conozca mínimamente conceptos del cine de la Troma o películas como, por ejemplo, Basket Case (Frank Henenlotter 1982) o Society (Brian Yuzna 1989). En tal sentido, The Substance, una especie de fábula contemporánea expuesta a modo de trazo grueso sobre la eterna juventud que otea la noción argumental de Jekyll y Hyde, no deja de ser una película enmascarada entre la serie B y la serie Z que intenta articular un discurso sobre la misoginia institucionalizada a través de la hipérbole. Bastante curiosidad por ver cómo se valora en el futuro un body horror de manual como es la película de Coralie Fargeat, otra de esas obras, al igual que Titane (Julia Docournau 2021), destinada a ser un referente del fantástico contemporáneo que traza un camino inverso a la naturaleza de este tipo de películas, un producto de culto instantáneo que con el paso del tiempo seguramente esté destinado a ser recordado de forma algo efímera.

Bird
Por su parte, la británica Andrea Arnold, al igual que en anteriores trabajos suyos como Fish Tank (2009) o American Honey (2016), vuelve a transitar por escenarios degradados y núcleos familiares disfuncionales en Bird, película con derivas hacia el melodrama pop que curiosamente toma el título, y algún que otro apunte argumental, de un olvidado film del año 84 dirigido por Alan Parker con música a cargo de Peter Gabriel que nos mostraba a Mathew Modine como un joven traumatizado por la guerra Vietnam que intentaba ser un pájaro. Bird en versión de Arnold se adentra en el realismo sucio de un mundo desestructurado que representa el concepto de orfandad, mediante un estilo visual más ecléctico que el cine social costumbrista del que parece tomar referencias, y que se convierte en una suerte de realismo mágico mediante una serie de coordenadas adyacentes a un coming of age canónico. Relato de ciertos excesos, la aparición del elemento fantástico final es expuesta de forma poco sutil, pero de manera valiosa con relación a la incursión que hace sobre el crecimiento y la extrañeza de tal acto. Bastante más cuestionable en contenido y forma resultó la película encargada de clausurar el certamen, We Live in Time de John Crowley, una especie de versión new age del Terms of Endearment de James L. Brooks con graves problemas a la hora de exponer y gestionar una historia donde prima la emoción ajena. A tal respecto, la estructura y los mecanismos narrativos son percibidos como clichés, la enésima historia de amor, superación y aceptación final sobre lo que el destino nos depara; el problema es su manifiesta incapacidad a la hora de desarrollar convenientemente un temario que pueda ser interpretado como alternativo, aquí focalizado en una serie de dilemas médicos y existenciales, haciendo acto de aparición un tono maniqueo que curiosamente intenta evitar las trampas características del subgénero por medio de un supuesto ejercicio de contención tan poco afortunado como la utilización en su narrativa de unas desestructuradas líneas temporales sin mucha lógica ni ritmo. Su necesidad de aumentar el dramatismo, hasta tal punto que los momentos serios rozan el absurdo, acrecienta la sensación de estar ante un producto ideado en función de un tono manipulador bastante evidente.
Discursos finales y nuevos referentes

Oh, Canada
Dos referentes del séptimo arte como Paul Schrader y Francis Ford Coppola, cuyo legado cinematográfico ya forma parte de la historia del cine, estuvieron representados en la sección Perlas tras su paso por Cannes. Después de dar por concluida su estupenda trilogía sobre la redención, First Reformed (2017), The Card Counter (2021) y Master Gardener (2022), Paul Schrader, en la notable Oh, Canada, se aleja de postulados anteriores, pero sin abandonar una característica inherente a su obra, como es el tormento y la autoflagelación. Oh, Canada se basa en la novela ‘Los abandonos’ de Russell Banks, autor de Aflicción (1997), cuya espléndida adaptación ya había llevado a la gran pantalla Schrader. En esta ocasión, se adentra en una historia de carácter testimonial, una mirada al abismo, expuesta mediante flashbacks que muestran la historia de un reconocido documentalista afectado por un cáncer terminal que se presta a grabar una última entrevista en la que supuestamente relatará toda la verdad sobre su vida. Oh, Canada abandona la austeridad cronológica de anteriores trabajos de Schrader a la hora de recorrer una estructura fragmentada y manierista que trata de recomponer la memoria rota de una personalidad opaca, destacando de manera formidable el concepto de la aflicción muy por encima de cualquier atisbo de salvación. Mostrado desde una frontalidad demoledora, a través de una maltrecha memoria que continuamente se contradice; la reflexión final vendría a ser un desgarrador estudio sobre la ficción que se crea en torno a la identidad que queremos proyectar al exterior, expuesta a través del cine trascendental, aquel que se desdobla a medida que avanza. Mientras que Schrader rodó en tan solo 18 días Oh, Canada, Francis Ford Coppola presentó Megalopolis, obra gestada durante décadas y finalmente estrenada este año, diametralmente opuesta, tanto en su forma como en el contenido, al film de Schrader. Película de estética retrofuturista, radical y suicida, con un evidente componente autobiográfico, a fin de cuentas, el propio Coppola crea un relato a modo de legado y autoafirmación identitaria, posicionamiento donde es reincidente, ya que en su anterior trabajo Twixt (2011) también había abordado reflexiones de índole personal. La experiencia de ver y analizar un producto de las características de Megalopolis, película que transgrede muchas de las reglas cardinales de la realización cinematográfica, incluyendo una performance sobre el escenario de un locutor que interactúa con el personaje de Adam Driver, deja insondables contradicciones, las adyacentes a una serie de escenas de indudable inspiración visual, e incluso intelectual, un entusiasmo que se desvanece casi de inmediato, con relación a una serie de reiteraciones que resultan banales, también constatable a través de una estética burda, las imágenes de oropel de la metrópolis de Nueva Roma resultan ser grotescas y falsas, por poner un ejemplo. Como bien indica el título, estamos ante un film megalómano, con diálogos y reflexiones que podrían haber sido alienantes y desafiantes a un nivel formal o temático, sin embargo, esa tentativa tan loable de contar una historia como realmente quiere el autor, termina siendo esclava de los excesos que curiosamente parece denunciar la propia película, sometiendo a debate la necesidad de validar como algo predeterminado cualquier tipo de exploración visual y narrativamente que vaya en dirección opuesta a cualquier convencionalismo.

Joker: Folie à Deux
Por otra parte, cabe destacar la presentación de una película de tono claramente subversivo como Joker: Folie à Deux también alejada de tendencias actuales como el film de Coppola, pero desde una perspectiva bastante más interesante gracias a su condición de compleja obra política que contradice ya no solo el actual cine de gran estudio, con especial énfasis en el vacío existencial de los nuevos mitos creados, sino también la estructura vista en la anterior película sobre el personaje. Con momentos inusualmente interesantes por medio de la deconstrucción del personaje y de la narrativa convertida en un musical en su esencia más pura como oscuro punto de fuga disociativa, y gracias a sugestivas referencias al noir clásico carcelario, el film de Todd Phillips, pese a cierto déficit de peripecia a nivel argumental, es el tipo de película situada fuera del relato cinematográfico que se niega a cautivar con fantasías superheroicas tanto al espectador de su predecesora como al de la gran mayoría del cine contemporáneo mainstream; analiza las conexiones entre las mitologías y la realidad más mundana desde postulados cercanos al cinismo, al igual que lo hace el personaje con sus acólitos: fandom y defensores. Y hablando de tendencias claramente enfocadas al gran público, The Wild Robot de Chris Sanders, posiblemente la película de animación generada por ordenador más ambiciosa del año, se adentra en una serie de formularios predeterminados, rasgos distintivos que aun siendo preconcebidos terminan siendo plenamente efectivos en la medida de transitar por varios estilemas que dan la sensación de seguir un orden y unas coordenadas genéricas determinadas: comedia, melodrama lacrimógeno y por último una suerte de meditación, aquí enfocada en la supervivencia y la preservación del concepto de comunidad. Fábula amable sobre las relaciones entre especies, donde nuevamente se pone en duda al ser humano casi a modo de un postulado credencial. No hubiera venido mal algo más de valentía en esa indagación que hace The Wild Robot sobre la interacción entre tecnología y naturaleza; empero, el consabido tono conservador sigue funcionando a la perfección, especialmente el desarrollo de la historia a la hora de exponer una inteligencia emocional.
Almodóvar y nuevas tendencias patrias

La habitación de al lado
A continuación, cuatro propuestas patrias que por distintos motivos (algún día habrá que analizarlos con más tiempo y detenimiento) se quedaron fuera de la Sección oficial. Por un lado, la presencia de La habitación de al lado saldó, aunque algo tarde, una cuenta pendiente del Zinemaldia con Pedro Almodóvar, en parte paliada en esta edición con un Premio Donostia Honorífico. La habitación de al lado puso de nuevo el foco en el consenso de un amplio sector crítico y su adhesión de forma incondicional a un reconocimiento percibido como tardío, aquí mediante una propuesta cuya brillantez queda algo alejada de los trabajos más autorales y representativos de un autor capital dentro de la historia del cine español. Película que indaga sobre la muerte, la maternidad y el derecho a la eutanasia, cuyo principal referente da la impresión de girar alrededor de la fundamental The Dead, tanto la novela de James Joyce como la adaptación cinematográfica a cargo de John Huston, que pese a estar rodada en otro país y otra lengua, atesora la virtud de conservar una determinada personalidad con relación a la filmación de los espacios y las relaciones que establecen las dos protagonistas con ellos, concepto plagado de imágenes que nos traslada al ámbito de la epifanía. La habitación de al lado ejemplifica a la perfección una obra que no estaría mal contextualizar en su justa medida, una película que adolece del abuso de flashbacks y de ciertas derivas narrativas sobre nuestro presente desde una perspectiva ideológica que tienden a ser perdonadas, seguramente gracias a la brillantez de ciertos logros, esta vez algo más exiguos que en anteriores ocasiones, que siguen siendo incuestionables. Otra obra de talante irregular fue la nueva película de Rodrigo Cortés Escape, libre adaptación a la gran pantalla de la novela de Enrique Rubio y que supone toda una anomalía dentro del actual panorama cinematográfico español. La singularidad y su condición de film inclasificable del responsable de Concursante surge de la premisa de thriller de fugas carcelarias a la inversa, el protagonista está empeñado en vivir en prisión y hará cualquier cosa para conseguir un derecho que él considera legítimo. Escape entra de lleno en imaginarios distópicos y absurdos de un claro tinte Kafkiano, por momentos cercanos a fábulas ideadas por Terry Gilliam o Luis García Berlanga, estableciendo curiosas concomitancias entre esta y Todos a la cárcel (1993). Artefacto dadaísta, y a su manera, político aun sin parecerlo respecto a un estudio sobre la salud mental como abismo turbio, que tiene el hándicap, dada su naturaleza no empática, de ser una obra bizarra para el espectador, un rompecabezas que parece solo encajar en la mente de los que se dejen llevar por lo atípico de una propuesta incapaz de dejar claro lo que está contando, y evidentemente en la mente del director, cuya inusual trayectoria se caracteriza por la extrañeza en sus trabajos, por un rumbo errático, al igual que en Escape, que impide percibir cualquier tipo de nexo en común entre sus películas.

¿Es el enemigo? La película de Gila
Desde un ángulo completamente opuesto, ¿Es el enemigo? La película de Gila también reincideen aparatosos equilibrios genéricos plasmados de forma irregular. Inspirada en El libro de Gila. Antología cómica de obra y vida,la película se aleja del formato clásico del biopic a la hora de abordar un episodio concreto de las vivencias del conocido cómico madrileño, que nos lleva a presenciar al joven Gila viéndose obligado a alistarse en el bando republicano durante la guerra civil española. Partiendo de un modelo cercano a La vita è bella de Roberto Benigni, el film de Alexis Morante se embarca en la compleja tarea de intentar ensamblar géneros, en un principio tan antagónicos como el drama, la comedia y el relato bélico sin llegar a profundizar en ninguno de ellos, y a través de un enfoque demasiado amable, ¿Es el enemigo? La película de Gila queda englobada en esa larga lista de películas situadas a medio camino entre el coming of age y la feel-good movie, plenamente consciente de abrazar sin complejos su condición de cuento amable, alejado de cualquier atisbo de trascendencia. Por último, Las chicas de la estación retrata el caso de abusos sexuales de menores tuteladas en Palma de Mallorca en 2019; la película reflexiona sobre problemáticas sociales existentes en nuestro presente por medio de un loable esfuerzo al intentar reproducir ambientes y ecosistemas degradados. Pese a caer en un cierto esquematismo inherente al cine que orbita por un hiperrealismo social deudor de autorías como la de Ken Loach, la película de Juana Macías se centra en resaltar los recursos dramáticos y en el cometido de denunciar dichos actos; contar con actores no profesionales confiere a la historia un halo de autenticidad que nos remite al espíritu, pese a un evidente maniqueísmo, de aquel gran cine patrio social de los años 70 a cargo de un referente como Eloy de la Iglesia.
Denuncia y derecho

Ainda estou aquí
Dos propuestas indagaron en la incidencia política del pasado y presente de Brasil con historias de naturaleza poco complacientes. Walter Salles rememora en Ainda estou aquí la trágica historia de la desaparición de Rubens Paiva en 1970 a manos de la dictadura militar brasileña, lo hace a través de unos postulados, en principio poco novedosos, expuestos a modo de álbum familiar, similares a los mostrados en películas que ya relataron las dolorosas secuelas causadas por regímenes militares en países como Chile y Argentina. Tras años sin dirigir, y después de su muy cuestionable adaptación de On the Road, Walter Salles indaga en la memoria de su país evitando un discurso explícito y cruento, eludiendo la representación de la encarcelación y la tortura con un tono sutil que muestra las consecuencias de tales actos execrables durante la dictadura. En Ainda estou aquí predomina el fuera de campo donde se muestra la meditación del superviviente, el modo de sobrellevar la memoria de la ausencia a través de un tono contenido, disquisiciones loables que posiblemente incidan en un exceso de retórica y metraje en lo concerniente a mostrar la crónica de un vacío existencial a modo de antesala de la difícil reconstrucción familiar. Película que encuentra un nexo en común con el documental Apocalypse in the Tropics, relato político y religioso de algunos de los años más turbulentos de la reciente historia del país, específicamente durante la presidencia de Jair Bolsonaro, con especial hincapié en sus inicios y posteriores capítulos, por ejemplo, su controvertida gestión durante la pandemia de COVID-19. Petra Costa, notable cronista de los estados de ánimo, cuyo anterior trabajo The Edge of Democracy (2019) ya retrataba los eventos caóticos de los últimos ciclos electorales de Brasil, exhibe una autoría plenamente militante que aquí fija su mirada en el alcance del evangelismo en el actual lobby político, también en ciertos déficits inherentes a trabajos que intentan conseguir la complicidad con aquellos que no están especialmente familiarizados con las vicisitudes políticas y sociales del país. Dejando de lado lo didáctico por una faceta más íntima y emocional, la interesante All We Imagine as Light de Payal Kapadia, primer largo de ficción de la cineasta de origen hindú, nos traslada a un ámbito de exploración meditativa, construida mediante la observación de las vivencias de tres mujeres de generaciones diferentes en la ciudad de Mumbai, todas ellas presas de una serie de circunstancias y códigos sociales. La narrativa profundamente sensorial de All We Imagine as Light, cuya abstracción supone todo un riesgo cinematográfico digno de elogio,nos puede derivar a conceptos vistos en Days and Nights in the Forest (Satyajit Ray 1970), también al cine de Wong Kar-wai, con relación a la conexión de los espacios urbanos y las emociones, y cómo a través de dicho posicionamiento, en realidad más una mirada que un discurso alejado de cualquier atisbo de trascendencia, se puede reflexionar sobre la sororidad femenina desde una perspectiva situada en las antípodas de subrayados y maniqueísmos muy habituales en el cine contemporáneo que analiza la situación de algunos de los colectivos más desfavorecidos.