Crónica Festival de San Sebastián 2020. Día 1

Abriéndose paso entre la excepcionalidad

En un atípico en todos los ámbitos de nuestra sociedad año 2020 el Festival de San Sebastián decidió acertadamente abrirse paso contra viento y marea, redundancia esta por cierto que podría servir de perfecto símil a la meteorología que sufrió la ciudad de Donostia en los últimos tres días del certamen. La tarea y el reto fueron ciertamente complicados de llevar acabo, ya no solo a un nivel de medidas preventivas que el festival llevo a la práctica de una forma modélica sino a la una incertidumbre previa que tuvo que sobre las espaldas tanto organización como asistentes, afortunadamente al final el Zinemaldia 2020 fue una realidad y pudo ver la luz, la sensación final fue la de una satisfacción, ya no a un nivel personal, sino colectiva, algo que nos indica que la cultura pese a las adversidades aún sigue adelante, percepción final refrendada en base a una especie de triunfo frente a una coyuntura que nos ha distorsionado a todos durante estos últimos meses y en donde San Sebastián quiso y pudo adherirse a pies puntillas a esa tan ansiada nueva normalidad.

A la hora de hacer un breve balance de lo que dio de sí esta edición resulta paradójico que dentro de la obligada excepcionalidad el certamen se vio por diferentes motivos beneficiado en lo referente a la calidad de las películas ofrecidas, posiblemente el verse obligado a limitar el número de propuestas y centrarse en lo mejor hizo que el nivel medio  subiera de una forma ostensible en comparación a anteriores ediciones como se pudo comprobar en secciones tan interesantes como resultaron ser New Directors o Zabaltegi-Tabakalera. En lo referente a la sección oficial el Zinemaldia posiblemente atesoro el mejor nivel de los últimos años atenuado con una cierta sensación de desigualdad en lo referente a las películas integrantes, por una parte y muy por encima del resto en relación a su calidad trabajos provenientes del Label Cannes como Eté 85, la indiscutible triunfadora de esta edición Beginning, Passion simple, In the Dusk, Druk o la japonesa True Mothers de Naomi Kawase parecieron mirar desde una atalaya bien alta a otras cintas susceptibles de formar parte de ese ecosistema que ha integrado la sección Oficial de San Sebastián en estos últimos años como pueden ser las asiáticas Wuhai, Any Crybabies Around? o Supernova del británico Harry Macqueen, el escalafón más bajo este año fue el destinado al cine español e iberoamericano, este último bastante visible tanto en una algo deslucida sección Horizontes Latinos como en la cinta a concurso Nosotros nunca moriremos, en lo concerniente a lo patrio si bien interesante en forma y fondo el documental Courtroom 3H tuvo un extraño acomodo en una selección que por mucha diversidad temática que intente atesorar dio la impresión de ser una especie de convidado de piedra, por lo que respecta a Akelarre la esforzada cinta Pablo Agüero vino a cubrir una necesaria cuota de cine local dentro del certamen, algo recurrente en Berlín, Cannes y evidentemente San Sebastián, el problema viene en lo concerniente a una calidad que comparada a sus compañeras de viajes le delatan haciendo acto de aparición la ya habitual pregunta de que hasta cierto punto es beneficioso para una cinta de estas características el quedar expuesta de esta manera ante público y crítica en un ámbito al que claramente no pertenece. Entre medio de esta amalgama dos notables documentales musicales como resultaron ser The Great Fellove y la extraordinaria Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan del incombustible Julien Temple cerraron una selección tan atípica y eclíptica como interesante.

A continuación y como viene siendo habitual en estos ultimo años dentro del portal iremos desgranando a modo de crónica diaria todo lo más importante visto en esta 68 edición del Festival de San Sebastián.

 

Oscurantismos pasados y violentas distopías futuristas 

Con el reciente Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia bajo el brazo el mexicano Michel Franco (presente como jurado de la sección oficial) presento en Perlas el que es posiblemente su trabajo más ambicioso realizado hasta la fecha, Nuevo orden nos sitúa a través de la alegoría el violento desmembramiento al que se ve sometido una sociedad. En la película vemos como una fastuosa boda de clase alta se convierte inesperadamente en una lucha entre clases que deriva en un violento golpe de estado. Visto a través de los ojos de una joven prometida y de los sirvientes que trabajan para su pudiente familia.

Si ya el pasado año otro cinta mexicana presente en San Sebastián como fue la notable Mano de obra de David Zonana nos proponía casi a modo de precuela del film aquí comentado la imposibilidad de construir un nuevo estatus social en cierta manera y desde una perspectiva totalmente diferente Nuevo orden da un paso más allá y revierte tal concepto al seguir los pasos del derrumbe de un sistema político y el posterior y previsible nacimiento de un desgarrador nuevo reemplazo de poder. Posiblemente la palabra más usada durante estos días a la hora de referirse al film haya sido la de distopía futurista, el problema a la hora de intentar situarla temporal y geográficamente posiblemente venga dado en que el film de Michel Franco se acerca en mayor o menor medida a una concreta realidad actual por lo cual el termino distopía no deja de estar algo desvirtuado, de hecho lo que nos explica la película no viene a representar ninguna novedad en lo referente a una posible anticipación social hasta ahora difícilmente intuida e inherente a una historia digamos futurista que nos adelanta lo que estar por venir, el relato parte de una violenta revuelta nos es de alguna manera conocida, el pobre como protesta invade el ecosistema del rico, el tercer estatus de poder, el ejército, tendrá un papel relevante a la hora de establecer desde la sombra ese nuevo orden indicado en el título. Pero si existe un rasgo visible en esta analogía del holocausto a través de un irreversible conflicto social y político es la desmesura con que Michel Franco nos muestra la violencia, tanto la de unos como la de otros, también en lo relativo a la física y la soterrada, aquí la alegoría está supeditada en todo momento a la barbarie mostrada, posiblemente no exista regodeo en ello pero inevitablemente no deja de ser un motor narrativo que supedita toda la acción. Esa evidente recreación de lo virulento acoplado a la metáfora hizo que a un servidor durante el visionado de la cinta le viniera a la memoria durante su primera media hora el Land of the Dead de George A Romero, el maestro de Pittsburgh sin embargo estuvo siempre bastante más entonado a la hora de proyectar ese difuso concepto de mostrarnos el exceso adyacente en cualquier tipo de alegoría social.

Como se ha comentado más arriba no resulta fácil equiparar el bien intencionado film de Pablo Agüero si tenemos que partir de la base de estar compitiendo en una misma sección con los últimos trabajos de Naomi Kawase, Thomas Vinterberg o François Ozon por ejemplo, evidentemente las circunstancias existentes en los certámenes cinematográficos en ocasiones se escapan de una cierta lógica, dicho esto Akelarre tuvo un amplio eco de difusión por estar donde estuvo sin embargo dicho foco se vio algo empañado por una negativa, hasta cierto punto comprensible, acogida critica, algo que nos tendría que llevar a pensar hasta que cierto punto es beneficioso el situar a un producto lejos del ecosistema que a priori tendría que tener asignado dada su naturaleza. Akelarre nos sitúa en el País Vasco, 1609. Los hombres de la región se han ido a la mar. Ana participa en una fiesta en el bosque con otras chicas de la aldea. El juez Rostegui, encomendado por el Rey para purificar la región, las arresta y acusa de brujería. Decide hacer lo necesario para que confiesen lo que saben sobre el akelarre, ceremonia mágica durante la cual supuestamente el Diablo inicia a sus servidoras y se aparea con ellas.

Coyunturas de lado Akelarre es uno de esos trabajos en donde su interesante fondo no acaba de estar acompañado en relación a lo que son sus formas, el tema de la brujería y los juicios llevados a cabo siglos atrás quedan aquí situados en el País Vasco de principios del siglo XVII, en dicha ubicación somos testigos de una suerte de fábula feminista en donde si bien se percibe un intento por ofrecer una atmósfera inquietante, a diferencia de trabajos solventes y rescatables sobre la materia como por ejemplo el Akelarre (1984) de Pedro Olea o La visione del Sabba (1988) de Marco Bellocchio Pablo Agüero intenta ofrecernos una visión que resulta ser tan original como fallida, esa supuesta ambigüedad del mal nos es ofrecida tanto por parte de unos y otros a través de un imaginario construido por las acusadas básicamente con el propósito de ridiculizar al inquisidor y a la ignorancia eclesiástica provista de ricas simbologías tales como aquella que nos indica como ciertos estamentos masculinos temen a las mujeres que no les tienen miedo, sin embargo subrayados de claro índole feminista aparte el gran problema que radica en Akelarre a modo de fábula sonámbula consiste no ya en una supuesta falta de rigor histórico y si en una muy notable carencia de credibilidad de según qué personajes (sin ser un experto en historia es imposible que la dialéctica en forma de batalla verbal de la actriz principal se corresponda de una forma realista a la de una chica de provincias del año 1906), esto no hace más que restar una lógica tensión a un relato que por razones lógicas precisaba de él por mucho que su sugerente plano final nos parezca indicar todo lo contrario.

El debut en la dirección de Dong Xingyi fue un más que interesante punto de salida de la sección New Directors, un retrato íntimo que radiografía el paso, y las consecuencias, del tiempo en un ambiente rural, en Slow Singing vemos como Junsheng regresa a casa poco después de salir de prisión y descubre que se siente distanciado de su ciudad natal. No ha estado allí en años, pero aún cree que sigue siendo el joven más duro del pueblo. Después de atravesar diversos padecimientos, se percata de que esa ausencia aparentemente corta es en realidad una brecha insalvable.

Si ha existido una cinematografía en estos últimos años que ha sabido reflejar con certeza el devenir del paso temporal en un ámbito concreto este ha sido sin lugar a dudas el proveniente de China, no hace falta escarbar mucho para encontrar una tendencia bastante extendida por ejemplo en la mayor parte de la filmografía de Zhang Yimou por poner un solo ejemplo de todo ello, Slow Singing nos habla principalmente de cómo una persona ausente durante un tiempo del que ha sido su hábitat natural vuelve a él después de unos años de forzada ausencia, evidentemente seremos testigos de cómo el que fue su estatus de antaño, el matón del pueblo por decirlo de una forma coloquial, ya no tiene razón de ser y es entonces cuando el relato adquiere su importancia al exponernos la imposibilidad de una reintegración, será a través un tono contemplativo lindante con el documental y provistos de largos planos generales en donde seremos testigos de los estragos del tiempo adherido en esta ocasión a un paisaje de claro índole rural, Dong Xingyi por fortuna se toma su tiempo para mostrarnos el tránsito de alguien que esta fuera de lugar a través de una obra provista de una madurez impropia en un debutante, y lo más importante, apartada de virtuosismos tan propios últimamente en operas primas que pretenden contarnos historias en base a supuestas artificialidades.