Crónica Festival de San Sebastián 2020. Día 4

De músicos olvidaos y miserias bélicas

Uno de los ejemplos más claro del buen nivel visto este año dentro de la sección New Directors fue el debut en la dirección de la joven Suzanne Lindon con Seize printemps, una peculiar coming-of-age que tiene la virtud de contarnos una historia algo manida en el cine de estos últimos años pero expuesta desde una perspectiva tan original como algo alejada de forma consciente de cualquier tipo de incomodidad con respecto a lo que es su argumento. En Seize printemps vemos como Suzanne tiene 16 años, la gente de su edad le aburre. Cada vez que va al instituto pasa por delante de un teatro. Allí conoce a un hombre mayor que ella que se convierte en su obsesión. Poco a poco se conocen y, a pesar de su diferencia de edad, acaban enamorándose. Pero Suzanne siente que puede perder su vida de adolescente aunque le cueste adaptarse a los de su edad.

El concepto del juego amoroso a un nivel casi platónico desde una perspectiva muy interiorizada puede sonar en un principio a muchas otras películas sobre chicas adolescentes enredadas en relaciones supuestamente desacertadas con hombres algo mayores a ellas, lo bueno de este breve (71 minutos de duración) y austero relato viene dado en relación a como Suzanne Lindon, guionista, directora y protagonista del film, nos expone primero una inadaptación, aquella que nos muestra como la joven protagonista se siente extraña en su propia piel y desconectada de sus compañeros y familia para más tarde narrarnos una historia de amor en ciernes en donde da la sensación de estar más preocupada en subrayar su carácter transformador que el exponer una supuesta condena pública. En cierta manera lo que parece intentar explicarnos Seize printemps es una evolución interiorizada en base a la visión de una niña situada en el umbral de dos edades, concepto este resaltada entre otras muchas cosas por detalles escénicos como por ejemplo los únicos dos carteles pegados en la pared de su habitación, uno para el Bambi de Disney y otro para el À Nos Amours de Maurice Pialat, película con la que guarda más de una similitud argumental, al final el mensaje no será otro que el de la búsqueda de una identidad expuesto todo a través de un tono tan casto como original como bien se puede comprobar en esos interludios musicales que resultan ser tan metafóricos.

Dos fueron los documentales de temática musical que se pudieron ver en la sección oficial de San Sebastián este año, por un lado el excepcional Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan del incombustible Julien Temple y por otro El Gran Fellove, otro notable trabajo de no ficción que indaga en la trayectoria del olvidado cantante afrocubano Francisco Fellove, curiosamente ambos documentales dio la oportunidad al certamen de traer a dos integrantes del star system como Johnny Depp y Matt Dillon para presentar dos trabajos totalmente alejados de dicho entorno Hollywoodiense. El Gran Fellove relata la carrera musical del cantante y showman cubano Francisco Fellove y la grabación de su último álbum. A través de una serie de entrevistas, fotografías y videos de archivo, y también mediante las propias imágenes de Matt Dillon, la película describe la vida de Fellove como la de un músico en apuros en Cuba, recuerda su tardío éxito en México y el contagioso amor que tuvo por la música hasta el final de su vida.

Partiendo en un primer lugar de la base de mi total desconocimiento sobre el jazz latino El Gran Fellove parte de una premisa que en parte nos recuerda a aquel otro documental que durante un breve espacio de tiempo estuvo tan de moda en según qué círculos como fue el Searching for Sugar Man del malogrado Malik Bendjelloul, tanto en esta como el documental que nos ocupa se nos muestra el rescate y posterior reivindicación de un músico olvidado en la actualidad, curiosamente la narrativa de ambos trabajos van a la limón de la investigación de los implicados, de hecho quien no tengamos ningún tipo de noción sobre los artistas no tendremos la certeza de saber ni siquiera si aún se encuentran vivos hasta bien iniciado el documental. El Gran Fellove termina siendo un trabajo distendidamente didáctico para los que incluso no somos versados en la materia, el resurgir del artista se estructurara a partir de la de la grabación junto a una joven generación de músicos de un nuevo disco todavía inédito por parte de Francisco Fellove (al parecer saldrá a la luz en algún momento del 2021) sin embargo lo mejor del documental vendrá dado en el retrato de la trayectoria de un artista en una época ya pretérita, ese caleldoscopio de contexto histórico social compuesto en base a numerosas  imágenes de archivo que nos documentan los primeros años del músico en su Cuba natal nos proporcionara un recorrido lleno de sentimiento que inevitablemente direccionaran al espectador hacia la empatía de un músico olvidado de forma algo dolorosa.

El nuevo trabajo del lituano Sharunas Bartas vino a certificar de forma bastante clara ese tipo de cine, que curiosamente el responsable de Peace to Us in Our Dreams ha ido depurando con el paso de los años, film cuyo visionado por parte del espectador no resulta sencillo ni agradable, posiblemente la reflexión a la que se enfrente a posteriori sí que sea bastante más rica en relación a sus matices, sea como sea In the Dusk es una película que en parte se sufre más que se disfruta gracias al empeño por parte de su autor de mezclar y ubicar narrativas extremadamente intimistas en contextos históricos  de posguerra poco dados a la esperanza. In the Dusk nos sitúa en la Lituania, 1948. La guerra ha terminado, pero el país está en ruinas. Untė, de 19 años, es miembro del movimiento partisano que resiste a la ocupación soviética. No combaten en igualdad de condiciones, pero esta lucha desigual determinará el futuro de toda la población. A la edad en que se descubre la vida, Untė descubre la violencia y la traición. Las líneas se desdibujan entre su ardiente pasión juvenil y la causa por la que está luchando. Se entregará en cuerpo y alma, aunque eso signifique perder la inocencia.

A través de un cine de claras reminiscencias pictóricas en donde silenciosos  largos planos dan lugar a una observación de ritmo bastante lento, que puede llegar a irritar a más de uno, nos queda bien claro para bien que nos encontramos ante un cineasta alejado de cualquier tipo de modas y convencionalismos se podría decir que In the Dusk más que una película propiamente de guerra es más un relato de sentimientos con ligeros ribetes de melodrama familiar en base a un estudio de un deterioro percibido como generalizado, ubicado en un contexto bélico devastador a través de la visión neutra de un adolescente que aún no ha sido ni idealizada ni deformada y que supondrá en cierta manera el final de la inocencia direccionada aquí a afrontar una dualidad ética tanto en relación a los secretos de su familia como a los de su propio país. Bastante más hermética que en su anterior y notable Frost Bartas ralentiza el costumbrismo hasta extremos insospechados a través de cualquier tipo de narrativa, evidentemente un servidor percibe ante tal acto la función de expresar mediante una fotografía mortecina una atmosfera muy agobiante a través del movimiento restringido de sus protagonistas en donde sistemáticamente se nos oculta más de lo que se nos cuenta, aquella tesis que de alguna manera funciona a modo de preludio de un final como bien lo demuestra ese plano final que parece heredado sin ningún tipo de tapujos del Libertarias de Vicente Aranda.

Dentro de la sección Perlas se pudo ver el tercer trabajo tras las cámaras de la realizador británica Phyllida Lloyd, tras el musical Mamma Mia! y el biopic The Iron Lady con Herself se sumerge en esta ocasión en una problemática social como es el empoderamiento forzado al que se ve sometida una madre, temática que pese a estar bien definida en su ejecución dista mucho de ser satisfactoria. En Herself vemos como Sandra es una joven madre soltera que un día decide abandonar a su abusivo ex marido y luchar contra el corrupto sistema inmobiliario. Su idea consiste en construir su propia casa, un hogar cálido, seguro y feliz donde crezcan sus dos hijas pequeñas. Para ello contará con una serie de amigos dispuestos a apoyarla y ayudarla. En el proceso, además, no sólo reconstruye su vida, sino que también se descubre a ella misma.

Herself, que en España se estrenará en cines bajo el muy original título de Volver a empezar, empieza con una escena a modo de prólogo ciertamente dura, de alguna manera tal apertura nos da a entender el callejón sin salida en la que se encuentra su protagonista a causa de una digamos toxicidad patriarcal a la que se ve sometida, a partir de ese momento seremos testigos de una narrativa algo pueril ya vista en demasiadas ocasiones, la de la madre soltera que ha de sacar a duras penas adelante a su familia hacia delante, Phyllida Lloyd opta en esta ocasión por un tono cercano al documental pues su narrativa evidentemente a de ceñirse a pies puntillas a un realismo social que de alguna manera quede exento de cualquier tipo de ficciones limítrofes que disuadan el mensaje principal, de una forma clara todo esto nos hará percibir en la película la alargada sombra del cine de Ken Loach en el horizonte, las semejanzas en tono serán pues evidentes pero no tanto en lo referente a su fondo pues Herself da la impresión de sustentarse a través de un tono algo impostado que pasa de puntillas por problemáticas varias tales como la precariedad de viviendas existente en el país británico, en tal sentido no basta con mostrar, de alguna manera hay que saber utilizar las herramientas adecuadas a la hora de profundizar, en este aspecto el responsable de I, Daniel Blake hay que admitir que es un genio, por el contrario los consabidos clichés del realismo social adquieren un tono que colinda en demasiadas ocasiones con lo naif o incluso en el farragoso terreno del video clip de mensaje vacuo como lo demuestra el uso musical de canciones como el Titanium de David Guetta o el Chandelier de Sia a la hora de intentar enfatizar una superación o acentuar un dramatismo, mal asunto pues.