Crónica Festival de Sitges 2021. Día 8

Sugerentes elipsis sobre la fe y aparatosas propuestas situadas en el  Swinging London

Fue indiscutiblemente uno de los platos fuertes de este Sitges 2021, curiosamente Edgar Wright estuvo presente por partida doble en esta edición del festival, junto a Last Night in Soho también se pudo ver su documental The Sparks Brothers, notable trabajo que repasa la trayectoria artística de los hermanos Mael cuya presencia en Sitges, por aquello de ser un documental de índole musical, de forma algo sorprendente no sorprendió en exceso ni genero interrogantes más allá de ser una de esas difusas colaboraciones entre distintos eventos culturales, en esta ocasión la referida al Primavera Sound, en Last Night in Soho, que si tenía una justificada presencia genérica en el certamen, vemos como una joven apasionada por la moda tiene la habilidad de poder entrar en la década de 1960, lugar donde se encuentra con su ídolo, un atractivo aspirante a cantante. Pero el Londres de los sesenta no es lo que parece, y el tiempo comenzará a desmoronarse con sombrías consecuencias al presenciar en uno de sus viajes al pasado un terrible acontecimiento.

Si algo queda meridianamente claro en el séptimo largometrajes de Edgar Wright es su inequívoca condición de aglutinador de referentes culturales de índole pop, en esta ocasión expuestos a través de una lujosa re visitación fantástica al Swinging London de muy generoso diseño de producción que termina derivándonos en su parte final a contornos genéricos propios del Giallo. En Last Night in Soho poco importa que el elemento fantástico del relato apenas sea mínimamente razonado o justificado, aquí lo que parece realmente importante es operar todo el entramado argumental a través de las múltiples referencias cinefilias que parece ofrecer el relato, en tal sentido como apuesta arriesgada que es la película de Edgar Wright termina siendo un producto bastante irregular en lo relativo a su resolución final, atrayente en primera instancia gracias a la construcción del lujoso imaginario por los que habitan sus personajes pero insatisfactorio en lo concerniente a un cómputo global que no logra ir más allá en referencia a lo que es su propia narrativa. De esta manera los personajes Last Night in Soho, como en la gran mayoría de películas de Edgar Wright, parecen adolecer de la complejidad necesaria por mucho que el camino elegido para la ocasión no vaya  más allá de ser un simple thriller que deriva en un tono angustioso en su tramo final, en la trastienda y oculto tras su aparatosa exhibición formal quedaran entre otras muchas interesantes digresiones solo formuladas de forma superficial como por ejemplo esa desviada mirada femenina ocasionada a raíz del abuso del hombre, su condición de objeto y la impunidad ocasionada por dicha situación con la que se suelen truncar los sueños.

Rodney Ascher puede considerarse como uno de esos sospechosos habituales cuyos nuevos trabajos siempre suelen ser en mayor o menor medida bastante susceptibles de estar presentes en Sitges, aunque a través de enfoques  totalmente distintos, Ascher se une a autores como Alexandre O. Philippe, cuyo magnífico documental The Taking abordaremos en la próxima crónica, o Mark Hartley que en estos últimos años han enriquecido y en parte amplificado los debates expuestos en un formato en un principio tan hermético como puede llegar a ser el de la no ficción. A Glitch in the Matrix cuestiona ¿Qué pasa si vivimos en una simulación y el mundo tal como lo conocemos no es real? Rodney Ascher utiliza un discurso de Philip K. Dick para sumergirse en el agujero del conejo de la ciencia, la filosofía y la teoría de la conspiración. En la exploración de lo indemostrable, la película utiliza entrevistas con personas reales envueltas en avatares digitales y una amplia gama de voces, tanto de expertos como de aficionados.

La sensación final que otorga A Glitch in the Matrix es la de estar ante un trabajo, como ya ocurrió con la fallida The Nightmare (2015), que no termina de satisfacer del todo las infinitas posibilidades de la que parece estar estructurada la sugerente premisa que nos plantea de un inicio, a diferencia de Room 237 (2012) A Glitch in the Matrix no se centra en diseccionar una sola película a la hora plantear delirantes teorías alrededor de ella, aunque estas últimas si terminan de estar presentes  en lo relativo a las reflexiones lanzadas aquí sobre la simulación y la manipulación de nuestra realidad por parte de un variopinto grupo de testimonios. Sin embargo si podemos encontrar más de una similitud con el estudio que se hacía del clásico de Stanley Kubrick a la hora de establecer una serie de conexiones entre ambos trabajos que dan la impresión llegado a un determinado punto de no tomarse demasiado en serio su muy disperso discurso.

El mensaje en A Glitch in the Matrix representa en cierta manera, a través de un tono que puede percibirse perfectamente como tragicómico, una especie de desesperada búsqueda humana de lo entendible como la lógica y el orden de nuestro día a día, también, y casi a modo de anexo narrativo muy poco cohesionado al relato que incluso nos deriva al True Crime, al riesgo que puede llegar a ocasionar el estar convencido de que el mundo en que vives es una simulación pensando que según qué peligrosos actos cometidos no tendrán una consecuencia en la vida real, o sea, llegados a un determinado momento se deja de lado el análisis de la especulación para centrarse en lo ocasionado a través de ella. En tal sentido la irregularidad tonal que preside todo el metraje del documental de Rodney Ascher posiblemente termine encontrando sus mejores momentos cuando se le otorga el testimonio a los que siempre han sido los auténticos eruditos de dicha temática, autores que a lo largo de los años y través de la ficción han sabido esgrimir las teorías más cautivadoras y sugerentes, a tal respecto las imágenes de archivo que vemos del escritor Philip K. Dick en una conferencia sobre la materia ofrecida en la localidad francesa de Metz en el año 77 nos ponen sobre aviso en lo relativo a como estos referentes literarios de alguna manera allanaron el camino y fueron la punta del iceberg a una masiva infiltración cultural sobre la percepción de una realidad que en según qué casos con el paso del tiempo y la aparición de nuevas tecnologías han terminado derivando en una peligrosa disociación mental del individuo coetáneo.

A propósito de la funcional The Exorcism of God de Alejandro Hidalgo hablábamos en una de las anteriores crónicas de este Sitges 2021 de ese subgénero tan poco proclive a la subversión como resulta ser el relacionado a historias que nos muestran exorcismos y posesiones, a tal respecto y en unos tiempos en donde el ensayo cinematográfico escrito pese a una desmedida proliferación da la sensación de estar bastante devaluado no está de más recomendar textos tan interesantes como el publicado recientemente por Hermenaute “Libranos del mal” a cargo del crítico Antonio José Navarro, libro que explora dicha temática con bastante detenimiento y acierto, el segundo trabajo tras las cámaras de Mickey Reece intenta de alguna manera abrir una vía alternativa a través de su narrativa, principalmente en lo relacionado a como son representadas e interpretadas según qué tipo de posesiones demoniacas.  En Agnes  somos testigos de cómo El perturbador comportamiento de una monja lleva a la iglesia a iniciar una investigación para decidir si se trata de un caso de posesión demoníaca. Los hombres de dios enviados al convento son un cura desencantado con la profesión y su alumno, un joven aspirante a párroco. Con unos métodos más que cuestionables, esta extraña pareja intentará averiguar si hay algo sobrenatural que domina a la monja.

De alguna manera Agnes no puede considerase tanto una película de género fantástico y si más un drama que reflexiona sobre la fe religiosa y la naturaleza de las creencias que rodea tal concepto, aquí la novedad viene dada en la medida de asistir a una abrupta elipsis a mitad de metraje que vertebra la película en dos relatos bien diferenciados entre sí, unas narrativas antagónicas que cambiaran el enfoque de manera drástica en referencia a sus formas tonales, esto evidentemente  no otorga de buenas a primeras el beneplácito a una película que intenta no transitar por caminos trillados aunque si se intuye en ella una ambición narrativa algo inusitada, en este caso más que originalidad entendida como tal Agnes crea de alguna manera cierto desconcierto hacia el espectador dada su inequívoca naturaleza de relato poco proclive a interpretaciones fáciles. Una primera parte en donde entra en acción ese supuesto elemento fantástico, en esta ocasión una supuesta posesión demoniaca, lo curioso del conjunto viene dado en la medida en que la diferencia de ambos segmentos no solo está relacionada en lo concerniente a su vertiente genérica sino también en  lo relativo a su tono, una primera parte que parece remitirnos a cualquiera de las películas de Richard Bates Jr. en base a un tipo de humor cercano a la ironía que aparece de forma puntual en una historia de índole sobrenatural, a continuación pasamos a un drama bastante más lineal y contenido en relación a unas formas que indagan en el vacío existencial y la necesidad, ante la precariedad emocional, de una doble penitencia, la monástica, la representada en la primera parte del film, y una más terrenal, la correspondiente al segundo segmento, la referida al difícil día a día de un entorno percibido como hostil. Pese a que Agnes no termina por cerrar todos los cabos que nos presenta en Mickey Reece se puede percibir una mirada inquieta en relación a un tipo de creatividad cada vez más difícil de encontrar en el actual cine independiente norteamericano.

Si en esta misma crónica nos referíamos a la opera prima de Karen Cinorre Mayday como una obra que tomaba entre sus numerosos y muy variopintos referentes el concepto de Alice in Wonderland otro debut tras las cámaras, el de la joven realizadora Carlson Young, nos trasporta a una serie de imaginarios nuevamente  deudores tanto de la obra de Lewis Carroll como también de una autora tan fundamental como es Margaret Cavendish, en esta ocasión todo expuesto de forma algo más afortunada que su predecesora al no atesorar ningún tipo de atadura genérica en su armazón. En The Blazing World vemos como desde los seis años, una mujer llamada Margaret no ha podido llegar a olvidar el traumático recuerdo de ver a su hermana ahogarse en la piscina familiar mientras sus padres tenían una acalorada discusión. Ya como adulta se desliza cada vez más hacia la locura a través de visiones oníricas, contemplando el suicidio como una opción para poder acabar con un sufrimiento que parece no poder superar. A través de una oscura épica situada entre los rincones más brumosos y aterradores de su imaginación, Margaret intentara liberarse de los demonios interiores que la empujan cada vez más cerca del abismo.

Como hemos comentado más arriba en The Blazing World, a diferencia de Mayday, el trauma, y esa transfiguración que la deriva a una realidad alternativa, es percibido como individual y no global en base a la exposición de un cuento de hadas provisto de numerosos elementos terroríficos de índole onírico y tono escapista, a través de esta premisa Carlson Young, que aquí expande a largometraje su corto homónimo de 2018, plantea un relato en donde la sensación termina siendo la de priorizar en demasía la estética por encima de cualquier otro tipo de herramienta narrativa. La impresión final, como otras muchas operas primas de hoy en día que parecen ser tendencia dentro del género, es la de estar ante un producto en lo relacionado a su génesis demasiado autoindulgente que lo juega todo a una ostentosa ornamentación cuya lectura alegórica resulta algo tosca, un poco a la manera de aquella fallida Paradise Hills de Alice Waddington, que lejos de ser original en relación a su supuesto preciosismo reincide en ese temario que utiliza la fantasía y el doble juego de espejos como un escape de las frías garras de la realidad. The Blazing World termina siendo una película que pese a su ambición se queda corta a nivel narrativo, según se mire incluso en lo visualmente, al no ir más allá de una premisa inicial que nos deriva a la consabida fantasía, que aquí fluctúa a medio camino entre el surrealismo y lo lisérgico, que actúa a modo de terapia sanadora en relación a traumas infantiles del pasado enterrados dentro de la psique humana, interesantes intenciones al fin y al cabo las llevada a cabo por parte de Carlson Young que esperemos en un futuro consigan estar asimiladas de forma más adecuada en lo relacionado a como la metáfora termina siendo aplicada a ese inabarcable imaginario psicológico que a veces suelen transitar las dañadas percepciones febriles.

Otras de las numerosas muestras presentes este año en Sitges que orbitaron de forma algo obsesiva  sobre el intento de derrumbe del patriarcado a través de una mirada de clara concepción feminista, que no femenina, fue el debut tras las cámaras de la realizadora norteamericana Karen Cinorre Mayday, cinta que explora mediante curiosos imaginarios fantásticos el intento de refugio de la mujer ante un ambiente percibido desde un inicio como hostil. La película nos muestra como Ana es transportada a un mundo onírico y peligroso en el que se une a un grupo de chicas que libran una guerra sin fin a lo largo de una escarpada costa. Aunque encuentra su propia fuerza en este estimulante mundo, no tarda en darse cuenta de que es incapaz de convertirse en la asesina que sus nuevas amigas pretenden que sea.

En los muy evidentes ecos que se detectan en Mayday a referentes culturales como por ejemplo The Wizard of Oz, Alice in Wonderland, Lord of the Flies o incluso al antiguo mito griego de las sirenas encontraremos posiblemente el punto más interesante de una cinta en donde nuevamente se intuye como más interesante el vehículo estilístico que utiliza que un discurso percibido como algo tosco con respecto a ese universo paralelo mostrado aquí como campo de batalla contra la opresión masculina. Mayday se une de alguna manera a fantasías recientes de venganzas femeninas llevadas al cine como por ejemplo Promising Young Woman o Assassination Nation en donde las reglas siguen estando en gran parte mal definidas en base a la construcción de mundos alegóricos en donde no se termina de adecuar los personajes a dicho escenario, el discurso aquí expuesto por Karen Cinorre nos derivara a un tono de índole militarista al presentarnos un espacio onírico en donde la curación es llevada a cabo a través de una suerte de purgatorio en donde las víctimas del mundo real reciben un entrenamiento de autodefensa para mujeres maltratadas físicamente y emocionalmente, allí supuestamente aprenderán las habilidades necesarias para enfrentarse a sus agresores reales. Lástima que Mayday se empeñe en mostrar de forma aparatosa, y no matizar, más atención al espectro del abuso emocional y la correspondiente violencia llevada a cabo por los propios personajes femeninos que a la exploración propiamente dicha de la curación del trauma ocasionado. Al igual que otras recientes muestras llevadas al cine de características similares el mensaje finalmente es percibido como algo líquido por mucho que su envoltorio sea intuido en una primera instancia como atrayente, que para más inri dicha narrativa es enfatizada por esa impronta supuestamente postmoderna Made in Sundance, especialmente visible en la reiterativa banda sonora a cargo de Colin Stetson, otorgando al producto una naturaleza más dada a florituras estilísticas que a una acertada lectura de los simbolismos que da la impresión que pretender explorar.