Crónica Festival de Sitges 2021. Día 9

Imaginarios exacerbados y la reconfiguración del espacio fílmico a través de la no ficción

No es la primera vez que el realizador australiano Justin Kurzel se detiene en la indagación de la crónica negra acaecida en su país de origen, tras una etapa intermedia con trabajos de un calibre comercial elevado como por ejemplo Macbeth (2015) o Assassin’s Creed (1016) Kurzel vuelve a la carga a la hora de sondear esa cruda trastienda periférica convertida en campo de abono como antecedente previo a la masacre. Nitram nos sitúa en la Australia de mediados de los noventa, Nitram es un joven que vive en casa de sus padres, allí pasa su tiempo entre la soledad y la frustración. Cuando ofrece sus servicios como jardinero conoce a Helen, una heredera marginada que vive sola con sus animales. Juntos, construyen una vida al margen de todo. Cuando repentinamente Helen desaparece trágicamente, la cólera y la soledad de Nitram vuelven a hacer acto de aparición. En ese momento, comienza un largo descenso a los infiernos.

De forma clara debido a su temática y su territorialidad Nitram nos deriva en un primer momento a la áspera opera prima de Justin Kurzel Snowtown, sin embargo el tono de ambas difiere ostensiblemente en relación a unas narrativas percibidas por momentos como divergentes, de ese tono vérité colindante casi con el documental visto en Snowtown pasamos a una película como Nitram que da la sensación de estar al servicio de una muy competente labor actoral, a tal respecto el nuevo trabajo tras las cámaras de Justin Kurzel se rigüe principalmente por ser una película de actores en donde destacan tanto Caleb Landry Jones (Premio al Mejor actor en Cannes 2021) y Essie Davis como secundarios de la talla de Judy Davis o Anthony LaPaglia. A través de dichos postulados Nitram también podría servir como interesante punto de debate en relación a la legitimidad moral que pueden llegar atesorar según qué miradas cinematográficas que apelan a luctuosos hechos reales, en dicho sentido Justin Kurzel se pone, y en parte nos pone, en la piel del asesino adelantándose a la masacre acaecida en Port Arthur, Tasmania, en donde 1996, donde murieron 35 personas.

Como relato que gira principalmente alrededor de la exclusión y la locura posiblemente no estemos ante una historia en donde se intuya una comprensión por el monstruo y si más bien ante una que parece buscar, de forma algo mecánica, respuestas sobre que parcela de la sociedad se puede llevar la porción de responsabilidad correspondiente ante tal fallida, desde el propio hogar, en lo concerniente a una madre e índole castrador, o a un nivel más institucionalizado, representada en la película a través de esa larga escena/denuncia, totalmente arrítmica aplicada al conjunto del relato, en donde vemos como el protagonista, carente de cualquier tipo de autocontrol, consigue sin ningún tipo de traba legal todo un arsenal de armas. Por fortuna en Nitram, que en realidad lo basa todo a una mirada desarrollada alrededor de una serie de eventos direccionados en todo momento a una espiral cuesta abajo como preludio a la tormenta, no se percibe un tono moralizante funcionando relativamente bien en base a su condición de exploración reflexiva de la enfermedad mental aquí expuesta  en forma de drama y como a partir de ello se puede llegar a confeccionar una suerte de radiografía sobre la barbarie. En tal aspecto lo explícito visto en Snowtown se convierte aquí en un continuo fuera de campo que en sus momentos determinantes opta por la elipsis pese que en ambos relatos este muy presente y predomine ese tono agobiante e incómodo que parece encontrar en la Australia profunda un escenario perfecto y proclive a la aparición de vorágines de índole destructivas.

Si en la anterior crónica de este Sitges 2021 hablábamos del realizador Rodney Ascher a propósito de A Glitch in the Matrix es momento para detenernos en otras de las figuras más destacadas del actual panorama documental que analizar diferentes vertientes relacionadas con el séptimo arte a través de la no ficción como es Alexandre O. Philippe, autor cuya presencia en Sitges se ha convertido en habitual como bien lo atestigua que todos sus trabajos, desde su debut en 2010, han sido seleccionados de forma sistemática por parte del festival. The Taking, el nuevo documental de Alexandre O. Philippe examina de forma pormenorizada la representación de Monument Valley en el cine y la publicidad desde La diligencia de John Ford. ¿Cómo llegó esa tierra soberana de los navajos a encarnar la fantasía del viejo oeste y por qué sigue teniendo un significado mítico en la psique global?

De alguna manera una de las cosas más interesante que podemos llegar a apreciar en la trayectoria de Alexandre O. Philippe es comprobar la muy interesante evolución de sus trabajos, si en un primer lugar documentales como The People vs. George Lucas (2021), The Life and Times of Paul the Psychic Octopus (2012), o incluso ese difuso estudio sobre la cultura zombie que es Doc of the Dead (2014), partían casi de la expansión de una simple anécdota en la posterior y notable 78/52 se puede llegar a apreciar un importante salto cualitativo en base a presentar una disección en toda la regla a la hora de impartir una pulcra lección en lo referente al análisis formal de una determinada  secuencia y película, también interesantes resultan sus siguientes Leap of Faith: William Friedkin on The Exorcist y Memory: The Origins of Alien en lo relativo a presentarnos un estudio alternativo que opta por vías no trilladas que indagan en el origen y la creación de dos películas fundacionales de las que prácticamente se ha dicho de todo como son los trabajos de William Friedkin y Ridley Scott.

En The Taking, posiblemente el mejor documental en esencia visto en este Sitges 2021 junto al Woodlands Dark and Days Bewitched: A History of Folk Horror de Kier-La Janisse , Alexandre O. Philippe cambia el análisis de una película por el de un espacio cinematográfico, en este caso el referido a Monument Valley, será a través de la exploración de dicho paisaje en donde se llegue a reflexionar, mediante la voz en off a cargo de anónimos eruditos en la materia solo identificados visualmente en los créditos finales del documental, sobre la importancia de un género tan fundamental en la historia del cine como es el western y como en base a la rememoración de dicho concepto genérico se puede llegar a enfrentar lo entendible como mito y verdad. Como interesante ensayo documental que intenta abordar las representaciones que ha tenido Monument Valley en el cine, la publicidad o la política The Taking incide de forma primordial en ese imaginario asociado al western clásico y su significado en la cultura popular, lastima sin embargo que los 76 minutos de duración del documental se queden algo cortos a la hora de intentar hacer justicia a todas las ideas que Alexandre O.  Philippe nos quiere llegar a plantear, entre ellas algunas tan estimulantes como por ejemplo la relacionada a la creación de mitos y el correspondiente autoengaño estadounidense existente en dicha mirada.

Dentro del nutrido número de documentales vistos este año en Sitges también hubo un pequeño resquicio para ese tipo de trabajos que lejos del trazo reflexivo sobre la materia por la que transitan terminan estando más direccionado a ser un producto básicamente destinado a satisfacer la curiosidad informativa del fan, el objeto de exposición en esta ocasión es la miniserie televisiva de principio de los 90 It a cargo de Tommy Lee Wallace. Pennywise: The Story of IT nos cuenta como treinta años después de su estreno en televisión, la primera adaptación oficial de It forma parte ya del imaginario popular. La miniserie dirigida por Tommy Lee Wallace presentó en sociedad a Pennywise, una de las creaciones más terroríficas de Stephen King. Un documental que repasa la creación y el legado de la miniserie con abundantes imágenes inéditas y con la presencia de Tim Curry, el mismísimo Pennywise.

En realidad existe muy poco misterio alrededor de los fundamentos que atesora un trabajo de las características de Pennywise: The Story of IT, posiblemente su función solo consista en exponer un material hasta ahora inexistente de cara al fan, a tal respecto este estudio sobre la gestación, realización y posterior repercusión de la miniserie basada en la popular novela de Stephen King da la impresión de ir en todo momento con piloto automático en base a su naturaleza de ser un ejercicio completista destinado y concebido por el aficionado que no oculta su condición de ser algo parecido a un lujoso extra de una edición doméstica que arroja una valiosa información para aquellos que estén interesados en ella, en el encontraremos casi toda las referencias disponibles de aquella producción provisto de un generoso catálogo de entrevistas, en realidad solo se echa en falta el testimonio de Stephen King,  de todos los implicado en el proyecto. Lástima para los que buscamos algo más de trasfondo en este tipo de trabajos que el documental de Chris Griffiths pase de putillas por cuestiones tales como matizar hoy en día en su justa medida el auténtico significado de esa nostalgia cinematográfica revisionista que dada su condición suele elevar un producto por encima de su calidad real y como a partir de dicha evocación pasamos por un espacio cada vez más corto de tiempo a la hora tanto de infravalorar un producto como de enervarlo. Posiblemente esta y otras reflexiones, también la referida a contextualizar de forma algo más extensa el tiempo, la percepción y su repercusión del ámbito televisivo en el momento en que vio la luz la serie, darían lugar a un documental alternativo más direccionado a un tono que analizara con más minuciosidad el fascinante fenómeno intergeneracional, y la percepción derivada de todo ello, aplicada al fandom.

De esa vasta y por momentos inacabable cosecha procedente del festival de Sundance llego a Sitges el nuevo trabajo de los realizadores Kentucker Audley y Albert Birney Strawberry Mansion, un cambio de timón temático por parte de los responsables de la divertida Sylvio (2017) que nos sitúan en un sueño febril  de tono retrofuturista y color acaramelado a través de una historia de supuesto índole existencialista. En Strawberry Mansion vemos como en un futuro no muy lejano, un Estado que controla cada movimiento de la ciudadanía realiza lo que se denomina “auditorías de ensueño” para recolectar impuestos a costa del inconsciente del cerebro. El respetable agente del Gobierno James Preble viaja a una remota granja para realizar una auditoría de los suelos de Arabella “Bella” Isadora, una artista algo excéntrica ya entrada en años. Allí descubre una enorme colección de VHS en la que Bella almacena los sueños de cientos de personas. En uno de ellos Preble contempla un secreto que le ofrece una última posibilidad de amar, así como también de no perder la esperanza de escapar de su tétrico mundo.

Hay cosas ciertamente interesantes en Strawberry Mansion que nos deriva a un imaginario de tono alucinógeno en base a la extraña visión que hace del American way of life a través de una historia provista de un surrealismo sobrio que carga contra un supuesto control gubernamental. En la película encontramos momentos ciertamente imaginativos y retorcidos creados a través de una animación stop-motion en donde podemos encontrar a ratas parlantes de tamaño real que navegan en un barco pirata y todo tipo de extrañas imágenes deformadas que otorga al producto la sensación final de estar ante una especie de muestrario de arte pop estilístico convertido de manera algo forzada en largometraje, lo cual no deja de ser una buena idea siempre que en la propuesta exista un núcleo narrativo emocional empático para con la audiencia. Sin embargo todos los personajes, y sus acciones, de Strawberry Mansion eligen de alguna manera interpretar sus roles a modo de cifras percibidas como estoicas y arquetípicas que se deslizan a través de la película como si estuvieran en una especie de estado de sueño permanente, lo cual hace que el film, y todo lo que cuenta, se sienta aún menos anclado a la realidad. El resultado es un ejercicio de estilo algo autoindulgente que termina siendo farragoso en lo relativo a su desarrollo, como si en el relato en cuestión se percibiera un generoso muestrario de ideas y conceptos sin un fin claro en referencia a cómo llegar a plasmarlo, no otorgando el tipo de sentimiento que un servidor podía intuir de un principio de una película cuya premisa prometía ser un sugerente cruce temático del Black Mirror de Charlie Brooker, Paprika de Satoshi Kon o La science des rêves de Michel Gondry. Puestos a pedir a un servidor le hubiera gustado una versión algo más punzante de un relato que termina siendo relativamente audaz en lo relacionado a su génesis pero bastante inerte en lo concerniente a tomarse al pie de la letra el concepto de cine expuesto a modo de fábrica de sueños de tono bienintencionado.

Mucha expectación había generado en según que determinados círculos el segundo largometraje del francés Bertrand Mandico tras su reconocida Les garçons sauvages (mejor película de 2018 según Cahiers du Cinema), After Blue, cuya premier mundial tuvo una lógica acogida en el pasado Festival de Locarno (Premio FIPRESCI), nos trasporta a una cinematografía cada vez más extinta de muy complicada catalogación genérica en lo relacionado a poner a prueba la paciencia de un tipo concreto de espectador que si consigue entrar en dicho entramado narrativo se verá recompensado de sobras con una de las propuestas más estimulantes e inclasificables de este 2021. After Blue nos sitúa en un futuro lejano a través de un planeta salvaje en donde solo las mujeres pueden sobrevivir en medio de una particular flora y fauna. La solitaria adolescente Roxy libera a una criminal que estaba enterrada en la arena. Una vez libre, la mujer vuelve a sembrar el terror y la muerte. Roxy y su madre, Zora, serán consideradas por este hecho responsables,  algo que hará que se les exilia de su comunidad y se les condena a localizar a la asesina. Así, comienzan un peligroso periplo por los territorios fantásticos y fantasmales de su sucio paraíso.

Según palabras del propio Bertrand Mandico After Blue nace del propósito de ensalzar y en parte reconfigurar la presencia de la mujer en el cine tomando como principales conceptos su papel en géneros como el western, también en lo relacionado a la crueldad existente en los cuentos de hadas clásicos y al lirismo que a veces atesora la ciencia ficción, dicho posicionamiento no deja de ser expuesto a través de una mirada bastante particular pues en After Blue las referencias a los géneros cinematográficos que aborda se alejan de esa estigmatización que suelen sufrir de forma tan habitual por ejemplo el western o la ciencia ficción. Para ponernos algo en contexto al igual que en el cine perpetrado por Hélène Cattet y Bruno Forzani Bertrand Mandico se muestra totalmente irreductible a la hora de crear un imaginario, aquí mostrado a modo de una especie de anti paraíso poblado únicamente por mujeres, percibido como único y expuesto a medio camino entre lo poético y lo cruel sin llegar a atesorar ninguna concesión a convencionalismos genéricos, en el podemos intuir, apelando a cierta estética de los años setenta, a conceptos propios del western post-apocalíptico provistos del delirio visual de por ejemplo el Fando y Lis y La montaña sagrada de Alejandro Jodorowsky, o componentes surrealistas de tono kitsch, cutres a propósito, relativamente semejantes por poner otro ejemplo al Flash Gordon de Mike Hodges. Ante tales referentes After Blue como relato que desafía en todo momento la zona de confort del espectador pude ser interpretado entre otras muchas cosas a modo de grotesca fabula que transita sobre la naturaleza salvaje de las mujeres, todo ello expuesto a través de una película provista de claras connotaciones catárticas dada su poca disimulada tendencia al exceso otorgando a Bertrand Mandico y su cine esa etiqueta, cada vez más difícil de encontrar hoy en día, de autor único y de culto que recicla y se apropia de conceptos ajenos a cual más dispares para hacerlos suyos en base a una de las miradas más sugerentes y relevantes surgidas en estos últimos años en el actual panorama de cine europeo de autor.