D’A 2020: Dwelling in the Fuchun Mountains/ Homeward

Hablando de óperas potentes vistas este año en el D’A Gu Xiaogang con su generacional Dwelling in the Fuchun Mountains supuso una de las cimas autorales más interesantes de las presentes en esta edición, una historia que toma su título, y en parte su espíritu, de una pintura en pergamino chino de Huang Gongwang que data del siglo XIV. Este retrato de una comunidad que coexiste entre la modernidad y la tradición utiliza el enfoque de varias generaciones de una familia como eje principal de un relato en donde somos testigos de la vida de una familia durante el periodo exacto de un año en Fuyang, ciudad del sudeste del país situado entre las dos riberas de un río, lugar de nacimiento del cineasta, centrándose en problemas cotidianos de cuatro hermanos como por ejemplo hacerse cargo de su madre, que sufre demencia o el noviazgo una de las nietas, decidida a casarse con un hombre al que la familia paterna de la chica no ve con muy buenos ojos.

Es interesante ver como una película de las características de Dwelling in the Fuchun Mountains no renuncia a conceptos estilísticos y narrativos muy presentes en el llamado nuevo cine chino sin que esto suponga algo peyorativo en su haber, en el film de Gu Xiaogang, fiel heredero de la estética y narrativa del cine de Edward Yang y Hou Hsiao-hsien, evidentemente está muy presente el milagro económico del país y claro por consiguiente el social, sin embargo pese a que el trayecto pueda parecer algo transitado a primera vista las sensaciones de autenticidad del relato, por momentos cercana al documental, hacen que la película se aleje en parte de esa suerte de retórica visual algo manida en ese tipo de cine para ofrecernos un estilo que es percibido como propio, un recorrido, o mejor trasformación, intuida en la historia como dual, el de la familia a través de su épica y el escénico, cada uno a su manera a través de las cuatro estaciones del año van mutando progresivamente, quizás por eso Dwelling in the Fuchun Mountains nos ofrece su tesis principal en lo relacionado con el paso del tiempo y la mella que puede causar tal efecto en los personajes y en el espacio por el que suelen orbitar, en este caso no hace falta remontarse a décadas, solo hace falta un año para comprobar que estamos viviendo en un ecosistema que lejos de pararse acelera cada vez más rápido el ritmo, el transito urbanístico va a la limón que el social, en este apartado como ejemplo somos testigos de cómo el concepto familiar tradicional del respeto por los mayores y su correspondiente cuidado va poco a poco desintegrándose a causa de esa especie de virus del capitalismo percibido como ciertamente salvaje en referencia a su atropellada asimilación por parte de la actual sociedad china.

Para trasladar esa sensación de reinvención forzosa a través del tiempo Gu Xiaogang recurre a un esteticismo que da la impresión de quedar algo alejado de la sofisticación técnica que vemos por ejemplo en el cine perpetrado por Bi Gan y otros compatriotas suyos, en cierta manera esto queda muy presente en el de alguna manera ya su famoso y largo plano secuencia en donde vemos el recorrido por separado de la pareja de novios a través del omnipresente rio del relato, la mirada al entorno natural devendrá casi como una antítesis de lo entendible como enfático. Una obra de texturas sosegadas sorprendentemente hermosa en relación a ofrecernos cosas y actitudes aparentemente mundanas pero desarrollados en base a detalles tan meticulosos y minuciosos que convierten esos momentos en algo de una importancia real a través de una historia en donde esa colisión entre pasado y futuro mantienen un continuo dialogo que parece beber en relación a su narrativa de esas influencias clásicas que terminan remitiéndonos hacia un relato provisto de una genuina empatía humana en base a un lienzo cinematográfico que parece emular a una pintura y que da la sensación de transitar de forma contemplativa a través de un paisaje social y emocional. Un inspirado debut tras las cámaras de carácter inmersivo para con el espectador que posiciona a Gu Xiaogang como un talento del cual habrá que estar muy atento en el futuro en relación a ese apartado cinematográfico que curiosamente también parece encontrarse en una continua evolución como es el denominado nuevo cine chino.

Otras de las óperas primas presentes en esta edición on line del D’A 2020 fue la cinta ucraniana Homeward de Nariman Aliev, un drama familiar de índole fatalista que mira a la historia reciente del país contado a modo de una road movie de connotaciones fúnebres, tanto en lo referido a lo representado en la pantalla como en lo concerniente a lo que es su nada disimulada y austera alegoría social y política. Homeward nos cuenta como un padre y su hijo, miembros de una familia de Crimea, transportan el cadáver de su hijo y hermano respectivamente desde Kiev a Crimea para así poder enterrarlo en casa, un viaje que cambiará completamente la relación entre ambos.

La película de Nariman Aliev nos ofrece un tránsito que en todo momento es percibido como doloroso y que parte de la premisa argumental del traslado de un familiar muerto, para más inri fallecido en la guerra entre Rusia y Ucrania, a la hora de traerlo a su tierra natal para poder enterrarlo. Homeward podría clasificarse como ese tipo de película que indagan en una problemática territorial, o mejor dicho regional, aquella que nos habla del intento de preservación de una serie de tradiciones que ha sido de alguna manera debilitadas, en algunos casos borrados del mapa literalmente, a causa de conflictos bélicos pasados y presentes, en este caso se nos habla de un pueblo que parece predestinado a lo largo de su historia a la errancia como resulta ser Crimea, expuesto en el relato tanto en lo concerniente a las relaciones familiares como las socio-políticas, en ambas facetas percibiremos al poder imperial ruso como ese villano que acecha en la trastienda de la historia contada, esto ayuda a explicar en parte por qué el hijo muerto se ofreció como voluntario para luchar y por qué su padre, que ahora traslada su cadáver, está continuamente obsesionado con amargas quejas y un resentimiento que se remonta a generaciones pasadas, pero muy especialmente en lo referido a una problemática generacional bastante latente en todo el relato retratadas en base a actitudes enfrentadas en relación a la religión, la tradición, la identidad y la patria, por un lado la correspondiente al padre, resentido y extremadamente tradicionalista, quintaesencia de aquellas personas que en realidad nunca han estado en Crimea a causa de la deportación pero que subyacen en ellos un apego emocional extremadamente fuerte a lo que ellos mismos consideran como su tierra natal, en la otra vertiente encontramos la visión más cosmopolita del hijo menor, perteneciente a una generación con una visión fronteriza bastante más abierta, dicha confrontación de polos opuestos expuesta a través de una dialéctica orquestada bajo patrones muy prototípicos de cualquier road movie al uso estará muy presentes en una historia que conforme avanza se vuelve cada vez más frenética y abocada a un callejón sin salida y que al final pasa a ser en cierta manera circular en referencia a darle la vuelta a los pensamientos de los personajes como bien se puede comprobar en esa secuencia final que da la impresión de transitar a través de lo poético y muy especialmente de lo simbólico y en donde hace acto de aparición un reconocimiento ya mutuo entre dos generaciones apátridas hasta ese momento inexistente en la historia.