Cannon Films desapareció hace ya 20 años.
En 1993 Cannon Films, una de las factorías más legendarias del cine de los años 80, tuvo que bajar la persiana tras declararse en quiebra y ser absorbida por Metro Goldwyn Mayer. Ese fue el epílogo de una historia y del sueño de dos primos recién llegados a EEUU, Menahem Golan y Yoram Globus, que fantasearon con la idea de convertir el pequeño estudio que acababan de adquirir en una major a golpe de producciones low cost.
Veinte años sin la productora que regaló a los aficionados al cine clásicos de la serie B y el cine de acción de la talla de Yo soy la justicia (1982), Invasion USA (1985), El guerrero americano (1985), Cobra (1986) o Kickboxer (1989) pero que también llenó las estanterías de los videoclubes con títulos de género fantástico como Lifeforce (1985), La matanza de Texas 2 (1986), Invasores de Marte (1986) o Masters del Universo (1987). Serían esas algunas de las cintas que cimentaron el modelo de una compañía que también flirteó con otro tipo de cine con Corrientes de amor (1984), Otello (1986) o El rey Lear (1987) y que consiguió tres nominaciones al Oscar por El tren del infierno (1985) además de llevar a la pantalla musicales o comedias.
En su apogeo, una auténtica máquina de disparar películas y amontonar dólares que, con el objetivo de codearse con los más grandes, hizo lo imposible por elevar su estatus de compañía independiente y que al margen de un titánico esfuerzo en la producción (en 1986 llegó a estrenar más de 40 títulos) quiso llegar más lejos aún no sólo ampliando a escala global sus canales de distribución de cine y vídeo sino que creando su propia red de salas.
La investigación de una serie de irregularidades financieras, fuertes inversiones en proyectos que no terminaron de salir del cajón y estrepitosos batacazos en taquilla frustraron la ambición de Golan y Globus de convertirse en el séptimo gran estudio y enterraron a un auténtico icono de la subcultura de la década de los 80 al que
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