«L’orto americano» review

Un joven con ambiciones literarias se enamora de una joven enfermera del ejército estadounidense. Estamos en Bolonia en vísperas de la Liberación y, para este joven atribulado, basta con intercambiar miradas con la bella soldado para que piense en ella como el amor de su vida. Por casualidad, al año siguiente se traslada al Medio Oeste americano, a una casa contigua a la de su amada (en realidad, separada de ella por un siniestro jardín). Allí vive la anciana madre de la mujer, desesperada por la desaparición de su hija: tras el final de la guerra, escribió a casa diciendo que iba a casarse con un italiano, y no se ha vuelto a saber de ella. El joven se embarca así en una angustiosa búsqueda que le sumergirá de lleno en una situación extremadamente dramática, hasta que, en Italia, todo llega a un desenlace totalmente inesperado.

Siguiendo con ese gran cajón de sastre genérico que es la nueva sección Sitges Collection , uno de los puntos álgidos de la pasada edición del festival vino de la mano del veterano Pupi Avati con la notable L’orto americano, realizador con más de cincuenta títulos en su haber, cuyas incursiones dentro del fantástico resultan ciertamente fascinantes, La casa dalle finestre che ridono (1976), Le strelle nel fosso (1979), Zeder (1983), L’arcano incantatore (1996), Il nascondiglio (2007) y Il signor Diavolo (2019).

Lo realmente cautivador de Avati y L’orto americano, estupendo noir gótico/romántico en blanco y negro con elementos fantasmagóricos dignos de Edgar Allan Poe que muestra una especie de versión de época distorsionada del Lost Highway de David Lynch a través de la fuga disociativa de un individuo, es comprobar cómo tras una carrera que abarca siete décadas estamos ante un director (al contrario que Dario Argento que decidió en los años 90 alinearse a corrientes actuales, para aflicción del adepto al fantástico) que reniega de un tono evolutivo como única vía posible a una autoría percibida como libre. L’orto americano, mediante texturas que nos remiten a un estilo percibido como demodé, poco proclive para el nuevo fandom, como se pudo comprobar en una única proyección en el Prado con una pobre afluencia de público, se adentra en un contexto italiano de posguerra que no legitima el género gótico como tal, sin embargo, su tono evocativo y el uso que hace del blanco y negro nos remite inevitablemente a cinematografías pretéritas.

Un film inmanente a la madurez de su realizador, aquel perteneciente a la fase final de una trayectoria que nos ofrece una perspectiva autoral bien definida. Un tipo de cine sincero, carente de inhibiciones, donde el solo acto de rodar en blanco y negro no significa forzosamente el hacer una película, sino estar haciendo cine.

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