Americana 2019 Día 2. Tyrel/ Monrovia, Indiana

Tyrel

Un joven llamado Tyler (Jason Mitchell) acompaña a un amigo (Christopher Abbot) al cumpleaños de uno de sus colegas (Caleb Landry Jones) en una cabaña remota en medio de la nieve. El malestar se apodera de su cuerpo y mente cuando se da cuenta que es el único afroamericano de la fiesta y ve que entre los invitados empiezan a aflorar bromas y comentarios racistas.

El realizador de origen chileno Sebastián Silva lleva ya un tiempo en esto del cine independiente estadounidense, anteriores trabajos  suyos como Magic, Magic o Nasty Baby avalan una mirada que cuando menos deviene como inquieta en referencia a su concepción y posterior narrativa, su último trabajo tras las cámaras, y posiblemente uno de los mejores realizados hasta la fecha titulado Tyrel indaga en lo que podríamos denominar como una interiorización minimalista del rechazo en una de esas películas en donde su tramposa apariencia de relato algo rutinario de índole sencillo esconde tras su fachada suculentas reflexiones muy a tener en cuenta.

Tyrel extrapola y va algo más allá de ser un mero un catálogo de situaciones embarazosas como puede parecer dictar su sinopsis argumental, estas quedan expuestas  a través de un inequívoco trazo intimista en donde podemos percibir un continuo estado de alienación que conforme avanza la trama deriva en incomodo, cualquiera de nosotros se ha encontrado en la vida en una situación parecida a la del joven protagonista de la historia, sin saber muy bien como estar rodeado de una serie de personas que en lo social o afectivo no son afines a nosotros, muchas de estas situaciones debidas compromisos sociales, en su gran mayoría de naturaleza obligada, que terminan provocando una especie de apartheid afectivo de nosotros hacia el resto, esa falta de empatía emocional de un solo individuo frente a un grupo puede derivar en tensión como nos bien muestra Sebastián Silva, en el caso que nos ocupa principalmente psicológico, esto viene a ser un poco el statu quo narrativo de Tyrel, entre bambalinas percibimos posibles prejuicios raciales a través de diversas ideas y conductas sociales o políticas que vienen a expresar de alguna manera el malestar de la comunidad negra en una nación dirigida mayoritariamente por blancos, en este aspecto en un film de las características de Tyrel queda bien claro que esta encuentra un mejor acomodo en plantear preguntas ante determinados comportamientos que respondiéndolas dejándonos una sensación final de estar ante un complejo retrato que por momentos no se atreve a dar un paso hacia adelante de lo que viene a ser un fresco de la sociedad norteamericana actual, en ella logramos atisbar en la lejanía y en plena era Trumb diferentes ecosistemas de comportamientos y actitudes que sin ser premeditados devienen como conflictivos en referencia a una convivencia racial que a día de hoy sigue siendo de muy difícil acomodo social.

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Monrovia, Indiana

Monrovia, Indiana nos explora los estereotipos conflictivos e ilustra cómo valores como el servicio comunitario, el deber, la vida espiritual, la generosidad y la autenticidad se forman, experimentan y viven en una comunidad. La película ofrece una visión compleja y matizada de la vida cotidiana en la pequeña localidad agrícola de Monrovia, Indiana, y proporciona una cierta comprensión de una forma de vida rural del medio oeste americano, que siempre ha sido importante en América pero cuya influencia y fuerza no siempre han sido reconocidas o entendidas en las grandes ciudades de las costas este y oeste de América y en otros países.

Uno de esos sospechosos  habituales dentro del Americana de los referidos en nuestra primera crónica es sin lugar a dudas el fundamental Frederick Wiseman, posiblemente el más importante documentalista aún vivo, sus anteriores In Jackson Heights y Ex Libris: The New York Public Library (critica aquí) documental este último por cierto aun en el limbo de la distribución de nuestro país y sin visos de ser algún día estrenado en cines, pasaron por ediciones anteriores del festival, este año se pudo ver su último trabajo tras las cámaras, en Monrovia, Indiana Frederick Wiseman nos vuelve a demostrar tras más de cincuenta años dirigiendo que la observación sigue siendo el mejor estudio social posible.

Como viene siendo habitual y situado en las antípodas de un Michael Moore al uso Frederick Wiseman en este su nuevo trabajo vuelve a utilizar la cámara neutra como ineludible herramienta de conocimiento, a través de ella y como es norma común de la casa se observa sin emitir ningún tipo de juicio a una pequeña localidad rural estadounidense de poco más de 1.063 habitantes, por mediación de sus imágenes estas hacen participe al espectador de su condición de forastero, en su duración, algo más concisa que en sus últimos documentales (143 minutos), asistimos al día a día de una comunidad situada en lo que algunos denominan como la América profunda, Wiseman lejos de cualquier atisbo de tesis se adentra en la cotidianidad más absoluta de dicho conclave urbano, las puertas se abren de par en par y entramos en lugares comunes como peluquerías, iglesias, colegios, gimnasios, armerías, reuniones vecinales y patronales etc. Como hemos comentado anteriormente esa mirada profundiza a través de la imagen en el entendimiento y supuesto bienestar de unas vidas y sus respectivas conductas, dicha perspectiva huye conscientemente de lo que se puede entender como condescendencia o ironía de todo lo que se nos muestra, no porque los mimbres no dé pie a ello sino porque el estilo no es ese, posiblemente en su tramo final logremos atisbar un muy sutil halo recriminatorio a ese lifestyle proponiendo por encima de todo el matiz y la sugerencia al dictamen, del espectador dependerá la reflexión y conclusión de la nuevamente fabulosa analítica expuesta por el gran Frederick Wiseman.

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