Crónica D’A 2018. Día 8: Disobedience/I hate New York

Disobedience

Una mujer que se crió en una familia ortodoxa judía regresa a su hogar con motivo de la muerte de su padre, un rabino. La controversia no tardará en aparecer cuando ella comienza a mostrar interés por una vieja amiga del colegio.

Mucha expectación había levantado el nuevo trabajo tras las cámaras del realizador chileno Sebastián Lelio tras su multipremiada Una mujer fantástica, para más inri Disobedience supone su primera experiencia a nivel internacional, la primera hablada en lengua inglesa, desgraciadamente este drama romántico que nos habla de supuestas libertades personales denota una enorme falta de compromiso en relación a lo que tendría que ser su propio discurso.

Por desgracia Disobedience supone un muy evidente paso atrás en la trayectoria de Sebastián Lelio, pese a sus suculentas en un principio intenciones y posibilidades del relato en cuestión nos encontramos ante un film que hace de la redundancia su máxima forma de ser, aquel que deriva irremediablemente por códigos muy sobados, de esos films en donde el espectador siempre parece estar un paso por delante de la narrativa, pese a algunas matizaciones técnicas acertadas su tono formal y comedido no deja de ser un claro indicio de crear una cierta sensación de piloto automático en un temario que requería de bastante más profundidad en lo relativo a su desarrollo. No hay dudas al respecto del buen trazo por parte de Sebastián Lelio a la hora de transitar por complejos retratos en la creación de personajes femeninos, si con anterioridad había abordado especialmente la marginación social en Disobedience, adaptación de la novela homónima de Naomi Alderman,  afronta un discurso más cercano a la identidad sexual, un pulso entre el deber, el deseo y el sacrificio que se ha de asumir en según qué ocasiones, sin embargo esta historia de amores prohibidos ubicada en un opresivo escenario (meritoria fotografía a cargo de Danny Cohen en lo referido a crear una atmósfera angustiosa) como es  la comunidad de judíos ortodoxos del norte de Londres resulta previsibles hasta la extenuación, lindando por momentos con clichés de forma algo alarmante e incluso bordeando en algunos tramos la peligrosa línea del ridículo en según qué situaciones, podríamos hablar de un film buque cuya enunciado no pasa de ahí, previsibilidad por delante de profundidad en una película que abraza lo convencional otorgando una sensación ciertamente frustrante al menos en lo referido a un servidor, más propia de un cine de estructura conservadora y tranquilizadora en su finalización que de un relato que sepa explorar convenientemente matices emocionales más intrínsecos y gratificantes.

Valoración 0/5: 1’5

 

I hate New York

Nueva York, post 11-S: con una cámara doméstica y sin guion, el director se adentra durante 10 años en las vidas íntimas de cuatro mujeres artistas y activistas transgénero de la subcultura underground de la ciudad. Sus testimonios van desvelando poco a poco retazos de su pasado, sus vivencias y sus luchas por una identidad propia. Una serie de revelaciones llevará al espectador a convertirse de intruso a cómplice de sus destinos.

La amplia oferta de documentales vistos en esta edición del D’A tuvo como pequeño colofón la proyección de I hate New York del debutante Gustavo Sánchez, un relato que sigue los pasos de cuatro artistas transexuales a través de la evolución underground del Nueva York post 11-S. Diez años de visitas con más de cuarenta horas rodadas dan como resultado unos escuetos setenta minutos de duración en donde se parte de la más absoluta experimentación formal colindando incluso con manierismos que parecen derivar por momentos con el movimiento Dogma, en este aspecto es muy evidente como el tono improvisado nos deriva posiblemente de manera algo involuntaria más que al análisis de una subcultura sí misma, o a paramentos del movimiento trans nocturno, al retrato personal de una serie de personajes que se mueven a través de dicho escenario, el dar voz a aquellos que transmiten mejor que nadie esa esencia del underground de la Gran Manzana, que Amanda Lepore, Sophia Lamar, Chloe Dzubilo y T de Long atesoran el magnetismo del testimonio es algo bastante evidente, otra cosa diferente es que dichos personajes representen y difundan un alegato en base a vivencias que parecen subsistir a contra corriente al atreverse a ser lo que desean, posiblemente sobre lo que pueda parecer inabarcable para según qué gente, afortunadamente dicho posicionamiento se aleja del retrato frívolo y morboso al uso, incluso parece apartarse del discurso militante pues nunca se da paso a una voz en of que condicione un supuesto mensaje. I hate New York más que indagar en un estudio pormenorizado encuentra su principal virtud a través de su narrativa en arco cuya argumentación y discursiva quiere ir más allá del circuito LGTBI, aquella que como en el caso que nos ocupa, parece solo poder funcionar en base a su propio desarrollo, el que en definitiva transita en paralelo aunque bastante distanciado de lo que conocemos como sistema establecido.

Valoración 0/5: 2’5