Crónica Festival de San Sebastián 2021. Día 5

De fluidas sátiras sociales a oscuras paternidades desviadas

En los últimos tiempos el cine de Fernando León de Aranoa se había convertido por méritos propios en un blanco demasiado fácil en relación a esa burbuja critica de festivales que parecía no aceptar de muy buenas maneras desde un principio su muy evidente trazo social moralista y en ocasiones bastante maniqueo, de alguna manera con El buen patrón el responsable de Familia se redime mediante una película que sigue transitando por temáticas afines a su realizador aunque expuesta de manera diferente a anteriores trabajos suyos. En El buen patrón vemos como Julio Blanco, el carismático propietario de una empresa que fabrica balanzas industriales en una ciudad española de provincias, espera la inminente visita de una comisión que decidirá la obtención de un premio local a la excelencia empresarial. Todo tiene que estar perfecto para la visita. Sin embargo, todo parece conspirar contra él. Trabajando a contrarreloj, Blanco intenta resolver los problemas de sus empleados, cruzando para ello todas las líneas imaginables, y dando lugar a una inesperada y explosiva sucesión de acontecimientos de imprevisibles consecuencias.

Posiblemente El buen patrón sea desde Familia la mejor película de su realizador debido a que en ella encontramos algo de más finura y menos compromiso de brocha gorda a la hora de retratar una situación y unos personajes difícil de encontrar en sus anteriores trabajos suyos, bajo conceptos propios de una sátira negra que aborda en forma de tragicomedia la precariedad laboral de una empresa en relación a las dinámicas de poder que las manejan El buen patrón es una película que funciona relativamente bien en lo concerniente al retrato de un empresario de moral bastante dudosa, en tal sentido casi todos los recursos del film quedan volcados por completo al personaje interpretado por un omnipresente Javier Bardem, a través de él se nos presenta a un hombre contradictorio, tan carismático como canalla, quedando la denuncia de sus acciones y la radiografía social del conjunto en un ameno catálogo en forma de farsa que mira sin mucho disimulo tanto a la comedia clásica italiana como a ciertos retazos del cine de orquestado en su día por Berlanga en base a un guion que sin embargo da la sensación de estar excesivamente milimetrado en lo relativo a lo que es su ejecución. Película más de actores que de una trama que apenas dejar espacios muertos en su desarrollo, El buen patrón parte del beneplácito de ser un producto de visionado bastante fluido y agradecido para con el espectador, también tan funcional como relativamente olvidable con respecto a una resolución poco dada a la trascendencia.

En estos últimos años ha sido bastante habitual la presencia en el Zinemaldia de ese nuevo thriller facturado en China en donde mecanismos propios del noir quedan de alguna manera transmutados a una cruda crítica social, en realidad gran parte de dicha corriente nace y proviene del cine coreano con esa punta del iceberg que es el Memories of Murder de Bong Joon-ho, siendo cinematografías tanto una como otra muy proclives a la hora de ensamblar distintos géneros. Fire on the Plain, opera prima de Zhang Ji, sigue unos parámetros similares a la hora de retratar oscuras derivas sociales y melodramáticas que terminan siendo direccionadas casi como mera excusa al thriller, la acción de la película nos sitúa en la China del año 1997. Una serie de asesinatos golpea la ciudad de Fentun. Los crímenes cesan misteriosamente sin que las autoridades hayan podido encontrar al autor. Ocho años después un joven policía cercano a una de las víctimas decide reabrir la investigación.

En Fire on the Plain, en donde de forma poco casual figura Diao Yinan (Black Coal, The Wild Goose Lake) como productor, parte de una facturación temporal, de 1997 a 2005, que resulta ciertamente significativa en la medida de retratar una evolución que es percibida como dual en la historia, por una parte la correspondiente a unos personajes que parecen predestinados a una precariedad tanto material como emocional, y en la otra la referente a la brutal trasformación social que la población china ha experimentado en ese periodo temporal en lo concerniente a una nueva y aparatosa realidad socioeconómica, ambas fracciones quedan pues destinadas a ensamblar un relato que transita principalmente a través del continuo desasosiego de personajes y escenarios, ambos mostrados en base a atmósferas opresivas y poco dadas a la esperanza. En cierta manera esa trama policiaca, en relación a los asesinatos de taxistas que acontecen en la ciudad de Fentun, queda suspendida en ese limbo temporal de la que parte la historia, algo caprichoso en lo referente a según qué resoluciones percibidas como rutinarias, y que no deja de ser en cierta manera una especie de macguffin narrativo la hora de mostrarnos mediante una obra sólida a unos personajes que terminan siendo engullidos por parte de una sociedad percibida como caótica.

Tras inaugurar la Quincena de los Realizadores del pasado Festival de Cannes el escritor y ocasional cineasta Emmanuel Carrère presento dentro de la sección Perlas Between Two Worlds, adaptación de la novela El muelle de Ouistreham de la periodista francesa Florence Aubenas, notable film que extrapola de forma certera el algo consabido drama social de la sobreexplotación del proletariado a favor del conflicto dramático de alguien, notable una vez más Juliette Binoche, que se infiltra en un grupo y finge ser parte de él. Between Two Worlds nos presenta a Marianne Winckler, una reconocida autora, decide escribir un libro sobre la precariedad laboral viviendo esta realidad de primera mano. Para ello, ocultando su identidad, consigue trabajo como limpiadora en un pueblo de Normandía, al norte de Francia, y descubre una vida ignorada por el resto de la sociedad en la que cada euro ganado o gastado importa. Pese a la dureza de la experiencia, la solidaridad entre compañeros crea fuertes lazos de amistad entre Marianne y ellos. La ayuda mutua conduce a la amistad y la amistad, a la confianza, pero, ¿qué pasa con esta confianza cuando la verdad sale a la luz?

Es una verdadera pena que hayan tenido que pasar catorce años para que alguien tan interesante como resulta ser Emmanuel Carrère volviera a situarse detrás de la cámara, después de la espléndida Le moustache que adaptaba un relato propio el responsable de Retour à Kotelnitch vuelve a trasladar un texto, esta vez ajeno, a la gran pantalla, un relato que en esta ocasión transita en base a unos parámetros que la sitúan a medio camino entre la ficción y el tono documental, de hecho el material que maneja da la sensación en un primer momento de formar parte de ese ideario social tan característico visto en infinidad de ocasiones en las películas de Ken Loach, a través de dicho enunciado la película indaga en la infiltración interesada de alguien en la realidad y la precariedad social de las limpiadoras de los ferrys que cruzan a diario el Canal de la Mancha, afortunadamente el relato va bastante más allá de la simple denuncia laboral a la hora de mostrarnos una historia que bascula en relación a una expiación personal que platea interesantes interrogantes en lo relativo a un propósito que por momentos pasa de ser social a personal. A través de un tono que nos remite a la mejor tradición del Cinéma vérité Between Two Worlds reflexiona en lo relativo a la confianza de los demás hacia el impostor, en como este puede estar legitimado a mentir en la medida de conocer la verdad y en donde queda situado el lado ético a la hora de usar vidas reales como material, de esta manera Emmanuel Carrère, que da la sensación de apropiarse de un material ajeno para llevarlo al suyo propio, establece  interesantísimos matices en lo concerniente a dudar del método de según qué construcciones literarias, también apasionante resulta todo lo relacionado a una constante muy presente en la obra del propio director, aquella que indaga tanto en lo relativo de la figura del doble y todo lo que le rodea como en la de las personas que pretenden ser lo que en realidad no son.

Manuel Martín Cuenca presento en la Sección Oficial fuera de concurso su nuevo trabajo tras las cámaras La hija, una nueva y apreciable muestra de cómo el responsable de La flaqueza del bolchevique continua indagando de forma incisiva en temáticas que transitan principalmente a través de oscuros trasfondos de nuestra sociedad en relación a aspectos que nos remiten al lado más siniestro que anida dentro del género humano. En La hija vemos como Irene tiene quince años y vive en un centro para menores infractores. Se acaba de quedar embarazada y está decidida a cambiar de vida gracias a Javier, uno de los educadores del centro. Javier le ofrece vivir con él y su mujer Adela en la casa que tienen en un paraje aislado y agreste de la sierra para que pueda llevar a buen término su embarazo. La única condición a cambio es que acepte entregarles al bebé que lleva en sus entrañas. Este débil pacto puede verse comprometido cuando Irene empiece a sentir como suya esa vida que lleva en su interior.

Una de las virtudes del cine orquestado por Manuel Martín Cuenca, notable dominio de la puesta en escena de lado, reside en ser un tipo de relatos en donde se percibe una falta de urgencias a la hora de desarrollar una historia, algo inusual y bastante elogiable en la medida de apreciar como aborda y maneja el uso de una tensión in crescendo a través de según qué coordenadas genéricas, la película en este aspecto se permite incluso el lujo de generar un plus de angustia dramática en su tramo final derivando el relato a una prototípica survival movie que atesora conceptos muy presentes del Cujo de Stephen King/Lewis Teague.  La hija, que parte, pese a no abordar ningún concepto fantástico, de una premisa casi idéntica a la reivindicable Shelley de Ali Abbasi, viene a ser uno de esos thrillers, o cuentos oscuros provistos de una atmósfera incómoda, que algunos etiquetarían de cocción lenta, gracias en parte a una inteligente utilización escénica de un paisaje ubicado en la Sierra del Segura (Jaén), apartado este en donde la narración da la impresión de estar siempre al servicio del espacio geográfico en donde acontece la trama, en cierta manera este posicionamiento es del todo razonable en las películas de su autor pues este más que el impacto inmediato hacia el espectador busca la exploración matizada de un temario concreto como resulta ser aquí ese concepto desviado de la maternidad, arbitrariamente validado en base a un supremacismo moral, social y generacional por parte de unos personajes que se sienten legitimados a la hora de poder alterar un orden percibido en un principio como natural. Sin embargo lo mejor que atesora esta meritoria película, que de forma inexplicable no estuvo a competición en lo referente a la comparativa con otras producciones nacionales presentes en el festival, lo podemos encontrar en lo concerniente a las inquietantes y ambivalentes sugerencias que atesora la historia, al igual que en la notable Caníbal, no todo se reduce una situación y unos personajes que orbitan en relación convencionalismos propios de lo entendible como el bien y el mal, más bien todo lo contrario pues si una cosa queda clara en un film de las características de La hija es la ambigüedad adyacente en esos claroscuros situados bajo la superficie por los que suelen orbitar habitualmente los personajes de las películas de un realizador tan interesante y aún muy poco reconocido como resulta ser Manuel Martín Cuenca.

Dentro de la sección Perlak se pudo ver otra notable opera prima proveniente de China, el debut en la dirección de Shipei Wen Are You Lonesome Tonight?, meritoria película sobre la culpa con evidentes texturas de noir en donde vemos como un joven está convencido de haber provocado una muerte accidental tras un atropellamiento nocturno entabla una ambigua relación materno-filial con la viuda de la víctima, mientras un policía intenta resolver la investigación que cambiará su vida para siempre.

Are You Lonesome Tonight? viene a ser otra de esas interesantes propuestas en donde lo estrictamente formal, en lo concerniente a sus muy sugerentes sendas manieristas, se sitúa de forma nada gratuita muy delante de lo que es su narrativa. El film tiene la virtud añadida de evitar ese mal endémico de muchas cintas provenientes actualmente de China en donde el drama social termina por diluir las costuras genéricas del thriller, aquí también noir de tono melancólico, o viceversa, al igual que esa otra película de la misma nacionalidad comentado en esta misma crónica como es Fire on the Plain estamos ante una historia fracturada en lo relativo a su temporalidad, aquí en base a continuos flash-backs y flash-forwards, a través de ellos vemos como el personaje principal de la historia transita a través de la culpa, el perdón y la tan ansiada redención, en relación a dicha premisa asistimos a un relato que es original no tanto por su adscripción genérica como en la forma, mediante un elaborado dominio de la puesta en escena, de crear una atmósfera, como claro ejemplo de ello nada mejor que cuando la película abraza sin complejos su auténtica condición de thriller en relación a su extraordinaria escena de persecución final, tramo este que incluso parece lidiar con texturas más cercanas a lo onírico que a las de un relato criminal al uso en lo relativo a la utilización del sonido y en especial de un hipnótico uso del color y la luz, con la implicación para dicha tarea de nada menos que cuatro directores de fotografía (Cedric Cheung-Lau, Xiaosu Han, Zhang Heng, Andreas Thalhammer), que por momentos parece remitirnos en lo visual a algunos de los exuberantes primeros trabajos realizados por Wong Kar-Wai.