“The Disaster Artist” review

Adaptación del libro de Greg Sestero, que habla sobre la producción de una de las consideradas peores películas de la historia del cine, “The Room”, dirigida en el 2003 por Tommy Wiseau. The Disaster Artist es una buddy comedy sobre dos inadaptados en busca de un sueño. Cuando el mundo los rechaza, deciden hacer su propia película, una película maravillosamente espantosa, gracias a sus momentos involuntariamente cómicos, sus tramas dispersas y sus terribles interpretaciones.

La ganador a la Concha de Oro a la Mejor Película en el pasado festival de San Sebastián vino a certificar dos vertientes bien diferenciadas en lo referente al contexto y posterior significación de dicho galardón en las que convendría detenerse aunque sea de una manera muy breve, por un lado la necesidad de que un festival como el de San Sebastián incluya con algo más de normalidad películas de las características de The Disaster Artist en su sección oficial, o dicho de otra manera, trabajos que de alguna manera se aparten de un rígida estructura autoimpuesta hasta el momento a la hora de seleccionar,  y aun otra más importante que dichas películas sean valoradas sin prejuicios y este muy presente en su palmarés, siempre que su calidad lo justifiquen evidentemente. En unos momentos en que la gran mayoría de festivales de categoría A empiezan a desprenderse del ese rígido corsé genérico para abrir nuevas vías de exploración y ampliar horizontes a la hora de programar como se ha podido comprobar de una forma muy clara estos últimos años en Cannes, Berlín o Venecia no está de más que San Sebastián no se quede atrás en lo relativo a esa diversidad iconográfica que a día de hoy deviene como casi necesaria a la hora de no estancarse en lo concerniente a aplicar una amplitud de conceptos más diversificados en lo referente a las propuestas que son exhibidas.

En una edición en donde dramas de una trascendencia muy de actualidad copaban en gran parte la sección oficial una comedia de las características de The Disaster Artist (en las antípodas de esa impostura de arquitectura arcaica que es C’est la vie) fue recibida con un justificado y sincero agradecimiento por parte de crítica y público, un film que transita por la  inverosimilitud de un caso real y que mira en lo referente a temática y exposición de una manera nada disimulada al Ed Wood de Tim Burton aunque con claras diferencia en lo que respecta a su narrativa, algo que hace que la propuesta de James Franco adquiera una personalidad muy definida y propia al no limitarse solamente a seguir un patrón que pueda parecer en un principio muy específico. Nunca he sido partidario de ese concepto tan extendido a día de hoy en venerar un cine torpe o llanamente malo hasta revertir su valoración real por mucho que se haga desde un posicionamiento totalmente lúdico y despreocupado, no deja de ser un impostura que obvia cualquier tipo de razonamiento al respecto, solo he visto en una ocasión el The Room de Tommy Wiseau y no la volveré a ver nunca más por razones que para un servidor son muy claras, me interesa y fascina mucho más como me ocurrió con Ed Wood la gestación del cómo y el por qué, en este aspecto como cualquier historia friccionada y acurado making of de The Room que es The Disaster Artist sacia por completo y para bien toda mi posible curiosidad, un retrato en forma de buddy comedy que nos presenta a un personaje y una situación, el guion de Scott Neustadter y Michael H. Weber tiene la virtud de no caer en la parodia ni en la complacencia que podría derivar de la exaltación de una ilusión extrema, tampoco en el cinismo ni la caricaturización burda de un personaje que da  razones de sobras para ello.

The Disaster Artist, que incluso esta mejor interpretada que dirigida por parte de James Franco, funciona desde su propia iconografía a la perfección, tanto como una rica e imaginativa muestra de ese impulso creativo que siempre se sitúa aquí por delante del talento o como una pulcra y asombrosa recreación de un hecho amargo, desesperante y con evidentes trazos bizarros, aquí convertido por arte de magia en un retrato tan misericordioso como amable, (imprescindible ver el altísimo nivel de recreación mostrado en los títulos de créditos finales del film), una película en definitiva que confirma para el gran público el talento que atesora un autor tan inquieto de visiones como resulta ser James Franco, aprovechando el actual eco mediático no estaría de más indagar en dicha carrera y recuperar trabajos tan estimables como As I Lay Dying o Child of God, y puestos a ser más curiosos descubrir su faceta más autoral con muestras tan inclasificables como por ejemplo Interior. Leather Bar., un interesantísimo anexo distorsionado del Cruising de William Friedkin.

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