Tiempo de vivir, tiempo de revivir. Conversaciones con Douglas Sirk

Probablemente muy pocos libros de cine habrán respondido a una necesidad más íntima que este titulado Tiempo de vivir, tiempo de revivir. Conversaciones con Douglas Sirk, de Antonio Drove.

Un libro cuyas páginas yo he sentido —aunque sea tantas veces a la distancia que establece el hilo del teléfono— crecer día a día en el ánimo del autor, siempre con una misma sostenida pasión, a través de unas conversaciones donde su palabra era capaz en tan sólo unos segundos de transitar, a caballo de vertiginosas asociaciones, por los dominios del cine, la pintura, la literatura e incluso la sinología, sin que en ocasiones faltara tampoco la evocación de algunos de los momentos más intensos de su propia vida. El resultado de este impulso a la vista está: un texto de no fácil clasificación, una mezcla de diálogo, reflexión sobre el cine y memoria personal, en el cual se deja oír, sin duda, la voz de Douglas Sirk, pero donde brota también la del cineasta español que lo firma. No podía ser de otro modo, dado el carácter y la significación del acontecimiento que está en el origen de la obra: el encuentro entre los dos directores en Lugano (Suiza).

¿Este encuentro decisivo entre ambos directores fue una consecuencia tan sólo del azar? ¿Por qué Douglas Sirk y no otro? Es el libro quien trata de responder. Entregado a esta tarea, sin dejar de reflexionar sobre las características de su oficio, Antonio Drove nos ofrece el relato de un itinerario de iniciación y conocimiento, evocación de unos años de aprendizaje, siguiendo el hilo de unas relaciones tejidas al calor del amor y la amistad (desfilan así por la obra una serie de personas de importancia fundamental, alguna tristemente desaparecida, como José Ignacio Fernández Bourgón), unidas para siempre, en su memoria, al creador de Imitación a la vida.

Del Prólogo de Víctor Erice

 

El autor.

Antonio Drove (Madrid, 1942-París, 2005) fue un cinéfilo, cineasta, guionista y actor ocasional. Se diplomó en la Escuela Oficial de Cinematografía en 1968, un año después de rodar allí La caza de brujas, una mítica práctica que sería prohibida y secuestrada ilegalmente al cambiar el equipo directivo de la escuela, sin exhibirse públicamente hasta 1980, en Portugal. Desde el principio, entonces, Antonio Drove encontró dificultades para el desarrollo de la profesión en una coyuntura —la de los últimos años del franquismo y la consolidación de la transición— que obligó a una generación de cineastas vocacionales a buscar la supervivencia dentro de una débil estructura industrial que nunca estuvo a la altura de su apasionamiento. Trabajador incansable para cine y televisión, entusiasta fabulador, de su filmografía de proyectos acabados y suspendidos, destacan dos adaptaciones literarias, La verdad sobre el caso Savolta (1978) y El túnel (1987).

Sobre el cine de Drove, así hablaba su amigo y colaborador Ferrán Alberich, en la monografía que le dedicó a principios del siglo XXI: «Las películas de Antonio Drove han aparecido en las pantallas de manera discontinua, a veces con años de diferencia. Es al verlas en continuidad, cuando se puede apreciar la coherencia de sus postulados: la negación del cine como un mero espectáculo; la afirmación de la narración cinematográfica como un medio de conocimiento, para el autor y para el espectador; la creencia en el poder de la imagen para matizar, y a veces transformar las palabras; el esfuerzo para que ninguna imagen sea banal y llenarla de significado».

Autor; Antonio Drove, Editorial: Athenaica, Páginas: 378