“Quien a hierro mata” review

En un pueblo de la costa gallega vive Mario, un hombre ejemplar. En la residencia de ancianos en la que trabaja como enfermero todos le aprecian. Cuando el narcotraficante más conocido de la zona, Antonio Padín, recién salido de la cárcel, ingresa en la residencia, Mario trata de que Antonio se sienta como en casa. Ahora, los dos hijos de Padín, Kike y Toño, están al mando del negocio familiar. Pero un fallo en una operación llevará a Kike a la cárcel y les generará una gran deuda con un proveedor colombiano. Toño recurrirá al enfermero para que intente convencer a su padre de que asuma la deuda. Pero Mario tiene sus propios planes.

Quien a hierro mata, el último trabajo tras las cámaras del realizador valenciano Paco Plaza, que para la ocasión se desplaza hacia el terreno del thriller y la intriga en detrimento del terror, es posiblemente la película de toda su filmografía que mejor personalice un tipo de hacer cine que a día de hoy deviene casi como extinto dentro del panorama genérico patrio. Seguramente es en esa a priori supuesta engañosa carencia de recursos digamos originales de la que da la sensación de hacer gala este thriller con texturas de tragedia negra en donde mejor parece moverse Paco Plaza, en cierta manera es en esa notable gestión de recursos de la que hace gala Quien a hierro mata en donde radica su mejor virtud.

Dicha aseveración nos lleva a la conclusión de que pocos directores actuales como Paco Plaza son capaces de extraer el máximo de potencial a un material en apariencia manido, su condición de encargo realizado por un buen artesano otorga de una energía casi orgánica a una historia provista de un evidente calado emocional, a tal respecto es evidente de que una película de las características de Quien a hierro mata hace que sus responsables logren extraen lo mejor de sí en referencia a su trayecto y no tanto a su finalidad. El nuevo trabajo del autor de Verónica poseedor de una trabajada y muy meritoria puesta en escena transita en todo momento a través de la figura del antihéroe, el viaje de un hombre herido hacia un final que se atisba como oscuro, es través de la mirada del personaje interpretado con la solvencia habitual por parte de Luis Tosar, provista de una clara condición ambigua y anti heroica, en donde tomamos la percepción de la dualidad arquetípica de alguien que asume distintos roles dentro de una historia, la del buen samaritano escenificado básicamente en sus cotidianas relaciones familiares y la del ser atormentado por su pasado, serán a través de sus silencios y tiempos muertos en donde se otorgue tanto al personaje como al relato de la complejidad requerida para la ocasión, la mínima pues estamos ante un producto que no necesita de grandes disquisiciones narrativas a la hora de poder ser entendida como una historia compleja, entre su sequedad y violencia detectamos pequeños atisbos de lirismo a un relato que se le puede perdonar fallas por momentos demasiado evidentes como esa falta de cohesión existente entre el pasado y el presente del protagonista en base a unos flash-backs de dudoso gusto estético, o una cierta falta de verisimilitud en relación al plan orquestado en el hospital por el personaje interpretado por Luis Tosar sin que este apenas sufra traba alguna, pequeños matices narrativos no bien resueltos y llevados muy al límite que sin embargo no son óbice a la hora de contar una historia que da la sensación en momentos puntuales de adentrarse por vericuetos narrativos más cercanos al drama de connotaciones trágicas que al thriller ortodoxo entendido como tal.

Posiblemente la mayor virtud que atesora Quien a hierro mata radique en lo relativo a su filosofía de producción, aquella en donde la suma de sus mimbres enriquece un resultado final de muy evidentes texturas shakespearianas, historia, dirección o diseño de producción al servicio de una película en donde su ejercicio de suspense narrativo orquestado por Juan Galiñanes y Jorge Guerricaechevarría disfruta escondiendo sus cartas consciente de su control a la hora de saber aplicar los consabidos clichés genéricos y que estos no suenen a ningún tipo de impostura, un mal endémico bastante detectable en la gran mayoría de producciones de nuestro país que intentan transitar por pasajes similares y del que afortunadamente el film de Paco Plaza no parece tomar ejemplo.

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