D’A 2020: Habitación 212/Little Joe

La inauguración virtual de este año en el D’A 2020 correspondió al nuevo trabajo tras las cámaras del realizador francés Christophe Honoré titulado Chambre 212, una especie de versión del A Christmas Carol a modo de reflexión de una crisis conyugal en donde inevitablemente presente y pasado junto a interacciones con fantasmas que han ocupado un lugar importante en el devenir emocional de los protagonistas dialogan y reflexionan a la hora de ofrecer una doble perspectiva, aquí situada físicamente a ambos lados de la calle y expuesta casi a modo de vodevil. En Chambre 212 vemos como tras 25 años de matrimonio, Maria decide dejarlo todo atrás y empezar una nueva vida tras ser descubierta por su marido en una infidelidad amorosa. El primer paso es hospedarse en la habitación 212 del hotel que se encuentra justo enfrente a la casa en la que vive con su hasta ahora esposo. Con el paso de las horas Maria se pregunta si ha tomado la decisión correcta.

Chambre 212 a través de una nada disimulada escenografía de naturaleza teatral parte del presente para posteriormente situarnos en una especie de imaginario que nos trasporta a la digamos génesis de una relación sentimental que entra a ser cuestionada por sus propios protagonistas, o sea articular el pasado para poder discernir el presente en base rememorar en los recónditos lugares de la memoria, para tal cometido Christophe Honoré nos sitúa en una suerte de espacio no físico y si mental, la habitación 212 situada en un Hotel de Montparnasse al que hace referencia el título, un lugar en el que los tiempos y personajes pretéritos se fusionan a partir de la propia reconstrucción mental de la protagonista femenino. En esta habitación se desarrolla un particular imaginario de evidente origen francés que bebe de referencias tales como las comedias de Sacha Guitry o el cine de Alain Resnais, ambos representan a la perfección de lo que vendría a llamarse teatro de boulevard francés, aquel que de alguna manera utiliza un diálogo tan metafórico como ameno en donde el drama y la insatisfacción son expuestos mediante diálogos que contornean con la comedia a través de un tono mixto de ligereza y cierto cinismo en base a una reflexión que transita a través de las muchas posibilidades alternativas que anidan en el vasto universo de amor. Lástima que el juego propuesto por Christophe Honoré pese a tener una cierta originalidad en referencia a su estructura de cuento, o incluso de fábula, conceptual termine navegando a través de una cierta incongruencia de estilos, ese tono ligero, por momentos mordaz, que colisiona aparatosamente en más de una ocasión con la comedia psicológica acaba resultando demasiado mecánico en lo concerniente a su función, por no decir algo atropellado en referencia a percibir como la dialéctica y la reflexión no siempre van al unísono, más bien todo lo contrario, algo que hace que aparezca en escena ciertos manierismos de difícil justificación en esta fábula que anida sobre la reflexión del desamor.

La retrospectiva de este año en el D’ A recayó en la figura de la realizadora Jessica Hausner, autora de corta trayectoria pero con trabajos tan sugerentes e interesantes como por ejemplo Hotel o Lourdes, con Little Joe la directora de origen austriaco nos plantea la que es posiblemente su obra más ambiciosa realizada hasta la fecha, no solo en lo concerniente a ofrecernos sus habituales ambigüedades que podemos percibir a través de su narrativa sino también en lo concerniente a una depuración por la estética bastante más cuidad que en el caso que nos ocupa va acompañado por una producción de un mayor empaque económico en el que es su primer trabajo realizado con un reparto internacional y hablado en lengua inglesa.

En Little Joe vemos como Alice es una madre soltera que cría plantas en una empresa que busca desarrollar nuevas especies. Es la responsable del exitoso último diseño de su compañía, una crisálida característica no sólo por su belleza, sino también por su valor terapéutico. Si la planta se encuentra en las condiciones óptimas, garantiza supuestamente a quien la consuma sentir algo parecido a la felicidad. Un día, Alice decide ir en contra de las normas de su empresa y lleva una planta a Joe su hijo. Ambos la bautizan como Little Joe. A medida que crece, Alice comienza a entender que tal vez su nueva creación no es tan inofensiva como sugiere su nombre.

Posiblemente Little Joe nos lleve en un principio a un debate bastante interesante acerca de lo que vendría a ser su verdadera y algo difusa adscripción genérica, o mejor dicho su funcionalidad a la hora de abordar según que conceptos y parámetros de género, de hecho el film viene a ser un perfecto ejemplo de cómo en estos últimos años nuevas autorías contemporáneas se apropian del fantástico, un género en un principio no muy afín al autor al que hacemos referencia, para de alguna manera utilizarlo a modo de vehículo a la hora de desarrollar su propio discurso, esto en parte puede provocar un cierto recelo por parte del digamos fundamentalista al género fantástico que ya ve con malos ojos cualquiera nueva apropiación como por ejemplo esa nueva nomenclatura del elevated horror tan de moda hoy en día gracias a autores como Ari Aster o Robert Eggers, sin embargo y a fin de cuentas Little Joe es más una película inherente a un imaginario del que Jessica Hausner se mantiene fiel más que a un fantástico puro en sí mismo, o lo que algunos entienden por ello, aquí las bases o la premisa de la que se parte no deja de ser casi una excusa argumental a la hora de desarrollar una fábula moral de consonancias hirientes y crueles acerca de la obligatoriedad de ser feliz en el entorno en que vivimos. Es por eso que sería hacerle un flaco favor a la película la comparativa de encuadrarla como otra nueva versión del concepto visto en Invasion of the Body Snatchers como muchos se han apresurado a comentar, es evidente que la premisa inicial nos puede remitir a ello en referencia a una supuesta suplantación, en esta ocasión no extraterrestre y si de origen genético, sin embargo esta incursión de Jessica Hausner en la ciencia ficción distópica de laboratorio no deja de ser una especie de apropio expuesto a modo de una metáfora por momentos tan difusa como sugerente, en la historia vemos constantes autorales bastante reconocibles en anteriores trabajos de la realizadora, un personaje femenino a merced de un enigma o una coyuntura al que ha de enfrentarse ella sola, un bosque misterioso, un entorno hostil parental, un amor o una creencia religiosa curativa, en el caso que nos ocupa todo versa a través del concepto de la felicidad, de cómo podemos llegar a percibir sentimientos y emociones en una complicada sociedad actual en donde parece predominar sobre todos nosotros una constante alienación emocional.

La responsable de Amour Fou vuelve a recurrir como viene siendo habitual en su cine a escenarios asépticos, artificiales y en esta ocasión amenazantes, los colores fríos evidencian de forma clara un distanciamiento social gélido en el que parece estar perpetuado a vivir los protagonistas del relato, también se percibe en la historia una reflexión interesante acerca los secretos que cada persona puede atesorar en su interior y como estos puede coexistir cuestionando el vínculo emocional que establecemos con nuestros seres cercanos, unos sentimientos que devienen como ambivalentes en relación a lo que es entendible como lo verdadero y lo falso, pues afín de cuenta lo que nos viene a decir Jessica Hausner en Little Joe es que la convivencia a la que estamos sometidos puede resultar ciertamente compleja de manejar. Como en todo el cine de su autora la mayor virtud que podemos encontrar en la película, o al menos la que un servidor logra percibir, radica en esa doble lectura de dialécticas antagónicas adyacente en una historia rica en interpretaciones, por un lado podemos encontrar la racional, aquella que indaga en el simple conflicto emocional de los protagonistas a modo de drama psicológico, por otro y valiéndose del enunciado del que parte a través de ese tono fantástico que aquí colinda tímidamente con el terror científico, el que da lugar a través de la premisa antes citada en no reconocer a nuestros prójimos, la duda planteada vendrá en saber si realmente existe una suplantación oculta o si al final todo es una cuestión de mera subjetividad emocional, somos nosotros los que no reconocemos a nuestros allegados o es ese entorno el que no logra llegar a reconocernos a nosotros mismos, algo que puede direccionarnos a aquel concepto acerca de la sustitución de nuestro sentimientos por una mera imitación de ellos, todo en beneficio de una estabilidad interiorizada tanto en relación a nuestro entorno como a nosotros mismos.