Crónica Festival de San Sebastián 2019. Día 3

De oscuras trastiendas sociales y metacinematográficas

El segundo largometraje como directora de la alemana Ina Weisse, para un servidor la mejor película a competición este año, vino a representar uno de los puntos álgidos del certamen en referencia a la calidad de las propuestas vistas en esta edición dentro de la sección oficial, en The Audition vemos como Anna (una espléndida Nina Hoss, merecida Concha de Plata a la mejor actriz, que este año hace doblete en papeles que indagan en derivas maternas con la también notable Pelican Blood) enseña violín en una escuela de música para jóvenes talentos en Berlín. En contra del criterio de sus colegas, la profesora aprueba el ingreso de un joven llamado Alexander en el que detecta un notable talento. Le instruye con gran dedicación y afecto, y pronto le dedica más atención que a su propio hijo de diez años provocando una colisión afectiva familiar. En The Audition prácticamente todo esta soterrado, el film de alguna manera se enmarca a través de una narrativa que inevitablemente nos remite al cine de Michael Haneke, sin embargo el tono deviene como bastante más sutil en referencia a su representación, cuestiones tales como la culpa, la insatisfacción personal están muy presente en un trama que hace de la inseguridad (ojo a esa escena premonitoria en el restaurante de la protagonista con su ex pareja y que nos pone sobre aviso de lo que estar por llegar) una patología de la paranoia interna, en este aspecto el notable trabajo de Ina Weisse es ciertamente admirable a la hora de mostrarnos una tensión latente a través de una puesta en escena que nunca llega a eclosionar pero que sin embargo a la larga tendrá unas consecuencias tan inquietantes como desgarradoras. Como certero análisis visto a través de un prisma familiar que indaga en la hondura psicológica The Audition de alguna manera encuentra su mejor virtud en lo extremadamente austera y rigurosa que resulta ser a la hora de circunvalar un entorno determinado a dicho imaginario personal que deviene como quebradizo, la enfermedad mental de la protagonista principal está ligada inevitablemente a un sistema social, cultural y económico que da la impresión de imponer el éxito por encina de cualquier otro tipo de cuestión, el ultimo y magistral plano de la cinta no deja de ser una síntesis perfecta de todo lo que se nos ha explicado con anterioridad, a tal respecto no hay lugar a la hora de emitir juicios sobre según qué actos de los que hemos sido testigos, tampoco diálogos que sobre expliquen la terrible disociación que nos es mostrada.

Otras de la película vistas en esta tercera jornada que competían por la Concha de Oro fue la interesante cinta proveniente de Kazajstán  A Dark-Dark Man del realizador Adilkhan Yerzhanov, película en donde somos testigos de cómo un niño es asesinado en un recóndito pueblo kazajo. El joven detective asignado al caso quiere terminar la investigación cuanto antes al comprobar que policía local al parecer ya ha encontrado al autor. Pero cuando una periodista llega desde la ciudad para informar sobre el caso todo empezara a desmoronarse. En esta quintaesencia del thriller local que es A Dark-Dark Man se parte de inicio de premisas muy conocidas dentro del noir teniendo su principal particularidad en referencia a su ubicación, las áridas e interminables estepas, dicho escenario, omnipresente a lo largo de todo el metraje, juega un papel fundamental  a la hora de presentar un relato que deviene su status quo como bucéfalo, por un lado su inequívoca estructura clásica, un protagonista engullido por una espiral corrupta de la cual quiere desprenderse a modo de redención conforme avanza la trama, también se detecta en el film reminiscencias dialécticas en su narrativa a autores claves del presente como pueden ser por ejemplo Takeshi Kitano o Bong Joon-ho, por otra parte asistimos a un trabajo inequívocamente autoral, en tal sentido a Adilkhan Yerzhanov que tiene tiempo incluso de transitar a través de un humor que parece mirar sin pudor a imaginarios provenientes del cine de Jacques Tati no parece importarle mucho ni el ritmo ni el tempo narrativo de la película, esto puede suponer para el espectador no predispuesto un inconveniente de difícil escollo, al igual que el farragoso día a día de sus protagonistas en A Dark-Dark Man el tiempo parece estar suspendido en un limbo, a tal respecto la mirada del cineasta deviene como clave, de alguna manera la apuesta es arriesgada y por consiguiente digna de elogio, el estilo en esta ocasión siempre quedara situado por delante de convencionalismos genéricos en una cinta de naturaleza atrevida que nos habla principalmente de esa sempiterna colisión adyacente en la inocencia y en una culpabilidad moral casi viral dentro de una sociedad en donde la corrupción anida en un sistema que genera por igual víctimas y verdugos y en donde no parece haber resquicios intermedios posibles como comprueba de forma fatalista el atribulado protagonista del relato.

Después de ganar hace un par de años la Concha de Oro con The Disaster Artist James Franco que nuevamente está detrás y delante de la cámara volvía a San Sebastián con otra cinta que indaga en la trastienda del mundo del cine, Zeroville basada en la novela de Steve Ericsson publicada en 2007 nos sitúa en el año 1969, en dicho escenario somos testigos de las andanzas de Ike Jerome, un estudiante que llega a Hollywood obsesionado con entrar en la industria del cine, paulatinamente al tiempo que va consiguiendo su propósito se va introduciéndose poco a poco en una espiral de sexo y drogas. Zeroville representa ese tipo de películas de difícil catalogación que últimamente el Festival de San Sebastián va incluyendo en su sección oficial a concurso y que de alguna manera intentan salirse de una tangente genérica y estructural existente en la gran mayoría de los films seleccionados, si el pasado año fue la notable In Fabric de Peter Strickland en esta edición dicho reclamo recayó de alguna manera en Zeroville, la pregunta que vendría a colación en este caso sería la referida a que si el fondo justifica los medios, en referencia al film de James Franco indudablemente no pues estamos ante una de los peores trabajos vistos este año en el certamen. Expuesto a modo de pastiche y juego cinéfilo, Zeroville intenta generar una reflexión sobre la cinefilia llevada al límite, un film que empieza por causar una cierta curiosidad por lo insólito de su naturaleza a contra corriente, sin embargo la broma dura bien poco hasta llegar a convertirse en una especie de chiste deslavazado pasado de rosca, imposible de unir con un mínimo de coherencia, el conjunto final deviene con muy poca gracia bordeando por momento lo irritante.

A través de un tono alucinógeno que uno percibe como voluntario Zeroville tiene al menos la particularidad de ampararse en la referencia y devoción cinéfila de su marciano protagonista, las citas y personajes que van desfilando son innumerables, desde Liz Taylor y Montgomery Clift en Un lugar en el sol hasta de George Steven, John Milius, Francis Ford Coppola y su Apocalipsis Now, un joven Spielberg, una trasunta co-protagonista surgida bajo los rasgos de nuestra Soledad Miranda y multitud de transposiciones cinéfilas que van desde La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer hasta el The Holy Mountain de Alejandro Jodorowsky, el mensaje final que viene a ser algo parecido a como el poder del cine es utilizado a modo de materia transformadora de nuestra existencia, curiosamente dicho tratado representa a la perfección el paradigma de cómo pese a la radicalidad del conjunto no significa que forzosamente estemos ante un producto brillante u original, más bien al contrario, la sensación final es la de estar presenciando un chiste sofisticado que en realidad no lo es, eso si la película que ha permanecido oculta desde su rodaje en 2014 gozara en un futuro de ese estatus de obra maldita, de difícil acceso para el gran púbico, tan maldita que tuvo que ser retirada por parte del festival de la sección a concurso por haber tenido un inesperado estreno comercial una semana antes en Rusia.

La odisea de los giles el último trabajo tras las cámaras de Sebastián Borensztein vino a certificar esa clase de películas cuya presencia en festivales de cine como el de San Sebastián no necesita de muchas explicaciones, un tipo de film que da la sensación de no molestar a nadie, tampoco llega a trascender, por fortuna no es tampoco su propósito, de clara textura comercial sin que tal termine sea peyorativo es la clase de trabajos que evoca al espectador a la evasión lúdica, pensándolo bien es de agradecer estos respiros coyunturales entre la omnipresencia de infinidad de propuestas de calado trascendente que suelen poblar los certámenes cinematográficos. La odisea de los giles basada en la novela La noche de la usina nos sitúa en la Provincia de Buenos Aires a fines del año 2001. Un grupo de amigos pierden todo el dinero que había logrado reunir para reflotar una vieja cooperativa agrícola. Al poco tiempo, descubren con asombro como sus ahorros se perdieron por una estafa realizada por un abogado y un gerente de banco que contaban con información necesaria de la crisis financiera que se iba a desencadenar en el país. Puestos al día de la situación el grupo de vecinos decide organizarse y armar un minucioso plan con el objetivo de recuperar lo que les pertenece. El film de Sebastián Borensztein que ha venido a ser la gran apuesta comercial de la temporada para el cine argentino tiene la particularidad de abordad un tema tan espinoso como fue el corralito con bastante ligereza, una película revanchista, por momentos colindando con el slapstick criminal, pero de claro tono buenista y calado agradable en donde se recurre a la consabida hibridación genérica en esta clase de relatos, comedia con giros inesperados posiblemente con alguna que otra caricatura exagerada evitable, momentos puntúales de tragedia y algún que otro ramalazo de épica emocional en un producto que no engaña a nadie en referencia a sus postulados, a tal respecto en todo momento dado su tono bufo y ameno se busca la complicidad del espectador, de alguna manera sin existir tal propósito difícil seria justificar su existencia como tal.

Dentro de ese gran cajón de sastre temático que parece haberse convertido en estos últimos años la sección Perlas y presentada en la Quincena de Realizadores del pasado Festival de Cannes se pudo ver en esta tercera jornada del festival la cinta francesa Alice et le maire de Nicolas Pariser, un relato que nos traslada  a la ciudad de Lyon, el alcalde Paul Théraneau se encuentra en una posición algo delicada, tras pasar 30 años en política se empieza a quedar sin ideas y siente que sufre una especie de vacío existencial. Para superar esta coyuntura decide contratar a una brillante filósofa, la joven Alice Heinmann. Entre ambos se desarrollara un diálogo en el que sus respectivas personalidades se cuestionaran. Alice et le maire es de esas películas que parecen destinadas a la reflexión posterior y que transita a través del ámbito político en referencia a sus diversos idearios, en tal aspecto podríamos catalogar la cinta de Nicolas Pariser como un film en donde por encima de todo predomina una digamos arriesgada apuesta por el realismo llevado hasta las últimas consecuencias con todo lo que ello puede acarrear en lo bueno y lo malo, tiene la cualidad de hacerlo de forma algo original, de echo el relato no deja de ser una especie de continuo y por momentos ameno dialogo en base a reafirmar y cuestionar al mismo tiempo el posicionamientos de sus dos protagonistas principales, unos ajustados Fabrie Luchini y Anaïs Demoustier, en base a la supuesta profundidad de los diálogos, a partir de ahí la idea se percibe como un ejercicio que intenta construir una relación en particular de dos personajes en principio muy opuestos hablando únicamente de política. Posiblemente el gran lastre que un servidor detecta en la película viene dado en la medida de tener la sensación de ver como este temario tan interesante llega a eclipsar la verdadera entidad que se le supone a los personajes, en tal sentidos dichos personajes incluso los más secundarios deben tener sus motivos y se les da cancha a la hora de poder justificarse sin embargo la sensación final es de quedarse de alguna manera en tierra de nadie pese al loable intento de indagar en un temario tan interesante a priori en referencia a su didáctica como complicado de llevar al cine sin llegar a recurrir en los consabidos maniqueísmos.

Como colofón de esta jornada uno de los platos fuertes de la sección Perlas y posiblemente del Festival fue Parasite, el premiado y excelente film de Bong Joon-ho que transita en la ocupación de un determinado espacio escénico a modo de alegoría social, curiosamente una premisa que permite un interesante dialogo interno con otras de las cintas vistas en esta edición como fue la mexicana Mano de obra de David Zonana, en la película que nos ocupa vemos como una familia humilde que están sin trabajo aprovecha la coyuntura de ver como su hijo mayor empieza a dar clases particulares en casa de una familia burguesa, las dos familias, que tienen mucho en común pese a pertenecer a dos mundos totalmente distintos, comienzan a tener una extraña interrelación. Después de un periplo fuera de sus fronteras con trabajos interesantes pero posiblemente demasiado ampulosos como Snow PiercerOkja Bong Joon-ho vuelve a lo que mejor se le da, producciones austeras rodadas en su Corea del Sur natal que inciden en un cine social que no recurre al cliché, a tal respecto Parasite pertenece por derecho propio a ese selecto grupo de obras creadas por su autor como Memories of Murder o Mother. El nuevo trabajo tras las cámaras de Bong Joon-ho tiene la inequívoca virtud de estar sorprendiendo continuamente al espectador, una fábula domestica mostrada a modo de sitcom con retazos a imaginarios de Hitchcock, Buñuel, al The Housemaid de Kim Ki-young o el The Servant de Joseph Losey, con una utilización del espacio fílmico ciertamente admirable Parasite, tan heterodoxa como estimulante sin caer en ningún momento en el esperpento, es una obra inclasificable en el buen sentido de la palabra, al igual que en los anteriores trabajos arriba citados tiene la virtud en como sabe exponer su ambivalencia genérica, partiendo de unas bases que la emparentan al cine fantástico que anida a través del sustrato social en referencia a la alienación de clases, el film sin pertenecer a un género concreto utiliza varios, podemos percibir en el relato como en un principio la comedia negra de tono liviano con la que empieza se va convirtiendo paulatinamente y a raíz de la subsistencia de sus protagonistas en algo que anida a través del drama familiar, la monstruosa parábola social que nos es mostrada y con la que se cierra el film sin embargo podría pertenecer perfectamente al cine de terror en esta historia de connotaciones laberínticas acerca de oprimidos y opresores, todos ellos trasuntos de una sociedad que parece abocada a la propia autodestrucción.