D’A 2020: Nocturnal/Oleg

Otras de las cintas con presencia en el palmarés del D’A 2020 fue Nocturnal, debut en el largometraje de la realizadora Nathalie Biancheri en donde se nos expone un drama intergeneracional de evidentes texturas urbanas contada a través de una relación entre dos personas de apariencia completamente antagónicas. En Nocturnal vemos como Lauren, una cínica y joven estudiante, alimenta una amistad en un principio secreta con Pete, un hombre algo más mayor que está aparentemente obsesionada con ella. Entre ambos surgirá una extraña relación amorosa que dará lugar a diversas salidas nocturnas bañadas de alcohol, éxtasis y varias estancias en la playa o en paisajes de extrarradio.

De alguna forma la opera prima de Nathalie Biancheri transita a través de conceptos muy reconocibles dentro de ese amplio subgénero denominado coming of age que en esta ocasión terminara derivando en una suerte de redención, en cierta manera no deja de ser un reverso de dicho tratado destinado normalmente al personaje adolecente que aquí es trasladada al personaje adulto, a tal respecto en  Nocturnal conviven dos películas en una, una primera parte en donde el espectador, al igual que el personaje adolecente, no sabe a ciencia cierta la intención o la finalidad de una relación cuyo único punto en común entre sus dos integrantes es la condición de outsiders de ambos y el déficit de atesorar serias dificultades a la hora de poder abrirse a los demás, un tramo el inicial que coquetea en ocasiones con el tabú del acoso sexual a menores y en donde impera una especie de tensión que es remitida a los espectadores para que puedan hacer sus propias suposiciones y cábalas acerca de lo que realmente pretende un personaje adulto que hasta ese momento ha permanecido anclado en una especie de limbo adolescente que se percibe como autoimpuesto, por fortuna Nocturnal tiene la virtud de ser una película que no juega al engaño para con el espectador, llegados a un punto intermedio del relato se nos revelara un secreto que en parte reconducirá la historia y hará que nos replanteemos toda esa primera parte desde un prisma totalmente diferente.

Nocturnal como muchas películas de las vistas en esta edición del D’A 2020 recurre a formatos cercanos al documental provistos de atmósferas predominantemente realistas a la hora de hablarnos de la complejidad existente en según que las relaciones humanas, reconduciendo en cierta manera la mirada de un espectador que elige, y se posiciona, en relación a la mirada neutra de un tercero que solo logra vislumbrar los hechos desde la lejanía y que supuestamente viene a estar representado a través de ese sector conservador de la sociedad británica, será en este apartado en donde encontremos los elementos más interesantes de esta modesta pero interesante opera prima de habilidosa puesta en escena, aquella en donde se nos plantea un rechazo percibido por el espectador que en la película está expuesto a través de una lectura predominantemente socioeconómica. Nocturnal termina siendo un relato que transita de forma algo escurridiza a través de la indecisión y el involuntario encubrimiento, el querer llegar a un punto determinado a través del camino más largo a cargo de unos personajes en apariencia a la deriva pero que de alguna manera logran encontrar un pequeño resquicio por el cual redimirse a través de la honestidad de sus actos.

Con el paso de estos últimos años han surgido dentro del panorama cinematográfico europeo diversas autorías que de alguna manera han recogido el testigo de cineastas contemporáneos como Ken Loach o los hermanos Darden a la hora de plantearnos situaciones que suelen indagar a través de la denuncia social, tantos unos como otros atesoran una narrativa colindante con el hiperrealismo que nos muestran relatos de desigualdad e injusticia, por fortuna este nuevo tipo de corriente en cierta forma ha evolucionado hacia un subrayado algo menos evidente aunque igual de contundente en relación a ese estigma de desigualdad social cada vez más imperante en la actual Europa. La historia nos presenta a  Oleg, un carnicero letón que decide mudarse de Letonia a Bruselas en busca de un salario decente. Traicionado por un colega, su experiencia resulta muy corta. Oleg es entonces recogido por un delincuente polaco, que le involucra en sus actividades mafiosas.

El segundo trabajo tras las cámaras del realizador letón Juris Kursietis, tras aquella opera prima titulada Modris en donde ya era más que evidente esa cruda indagación en el realismo social, atesora muchos elementos en común con otra cinta reciente como es la notable The Charmer de Milad Alami, ambos relatos siguen casi cámara en mano a un inocente que es víctima de la coyuntura de la inmigración en Europa, ambas historias a su manera no dejan de ser una carrera contrarreloj con la amenaza de deportación de trasfondo, si en la película de Milad Alami el protagonista principal intenta arraigarse de una forma legal en Copenhague mediante una boda de conveniencia Juris Kursietis en Oleg baja un peldaño más aún si cabe en esta crónica de precariedad  social que inevitablemente termina derivando en mental para con el protagonista, para ello el responsable de Modris recurre a diversas fugas oníricas del protagonista, este recurso en parte no deja de tener una función liberadora tanto para el personaje principal como para el relato en cuestión, dichos interludios otorgan un descanso a un nervio y una tensión narrativa omnipresente en toda la historia, sin embargo ambas tonalidades aparte de antagónicas en referencia a su tonalidad colisionan de una forma bastante abrupta en lo concerniente a unas imágenes tan primaria como rudimentarias que pasan a ser en ocasiones pretendidamente liricas e incluso aderezadas en base a una muy evidente alegoría religiosa. Esta irregularidad, posiblemente nacida del propósito de no caer en ese subrayado tan característico en este tipo de películas, hacen que en el relato no se llegue a victimizar o verbalizar en exceso la precariedad expuesta,  de hecho Oleg transita a través de un descenso más personal que colectivo en donde su metáfora es percibida como muy evidente, aquella que nos equipara al cordero sacrificado con la del desdichado inmigrante, personaje cuya actitud a la hora de poner la otra mejilla de una forma continua y repetida ante las desgracias y los abusos  a los que es sometido resulta por momentos tan forzados como poco creíble y que nos remite a un final en donde seremos testigos de cómo la religiosidad, y la creencia incondicional hacia esta, derivan en el regreso al hogar como la única vía posible a la hora de poder mirar de frente y recuperar unos principios éticos y morales que en ese vasto territorio capitalista en donde impera el lucro económico y favorece la desigualdad que es la Unión Europea cada vez es más difícil de llevar a cabo.