“Mandibules” review

Mandibules nos cuenta como dos amigos no muy inteligentes encuentran de forma casual una mosca gigante viva atrapada dentro de un coche, ambos deciden entrenarla para poder ganar dinero con ella.

Suele ser norma casi habitual el que haya una o dos películas que de una forma u otra marcan la edición de un festival de cine, algunos certámenes más proclives que otros a dicha disyuntiva, si se trata de un festival de un claro calado popular como resulta ser el de Sitges dicha sensación se verá acrecentada a la hora de recordar que film quedo en cierta manera en el subconsciente o la retina de los asistentes al evento, en el pasado pandémico y atípico Sitges 2020 aparte de la gran triunfadora, como fue el Possessor Uncut de Brandon Cronenberg, el último trabajo tras las cámaras de Quentin Dupieux titulado Mandibules fue posiblemente la película que logro una conexión más notoria en relación con ese particular ecosistema popular de Sitges, de hecho Quentin Dupieux podría considerarse como una especie de hijo prodigo del festival pues si no me falla la memoria desde 2010, con la laureada Rubber, todos sus largometrajes han estado presentes en el certamen catalán.

Mandibules, que verá la luz comercial en nuestro país el próximo mes de julio, motivo por el cual habría que congratularse no ya por el estreno en sí mismo sino más bien por ver como un autor de las características de Dupieux asoma la cabeza en los convulsos paramos de la distribución cinematográfica de nuestro país, fue de largo la mejor comedia vista en el pasado Sitges, tras su visionado y en cierta manera refrendando la sensación obtenida ya en sus últimas películas a un servidor le vino a la cabeza la posibilidad de que si dentro de cuarenta años los festivales de cine siguen existiendo y se le dedica una retrospectiva a Quentin Dupieux quedara de manifiesto la total coherencia de una obra en base a una serie de códigos personales y lugares comunes importando bastante poco el anecdotario absurdo del que parten la mayoría de sus premisas narrativas, dicho absurdo pese a ser una marca registrada de la casa no deja de ser una mera excusa  a la hora de exponer sencillas cuestiones de nuestro día a día, en cierta manera estamos ante una trayectoria en donde las imágenes continuamente nos plantean la duda de intentar saber como estas trascienden o no de la mera broma. Si en su anterior Le Daim todo transcurría en base a la reafirmación de la individualidad como soporte vital de la existencia en Mandibules, posiblemente la película más optimista y luminosa de Dupieux hasta la fecha, es algo aparentemente más complicado encontrar el subtexto, a tal respecto todo parece desarrollarse en lo relativo al compromiso adyacente en ese concepto tan abstracto que suele ser la amistad.

Pese a que posiblemente estemos ante el trabajo más accesible de su autor en base a según qué parámetros narrativos y de cara a un público digamos más receptivo a la marcianada Mandibules, en donde está muy presente una depuración estilística ya atisbada en sus últimos trabajos, sigue a pies puntillas un imaginario percibido como muy propio, escueta duración incluida, un film nuevamente tan anárquico como suicida a cargo de alguien que desde un principio decidió estar dispuesto a romper con todas las reglas posibles, posicionamiento expuesto en esta ocasión en la medida de apropiarse y reconfigurar hacia su terreno el concepto de las buddy movies a modo de festín humorístico en donde veremos como dos amigos de muy escasa inteligencia se empeñan en amaestrar a una mosca gigante a la hora de obtener beneficios económicas, en parte estamos ante un cliché demasiado gastado que el responsable Au Poste! embadurna en base a una sátira no tan gruesa como puede parecer en un principio, el milagro viene dado en la medida de que al final el calado surrealista y algo grotesco del relato termina siendo plenamente coherente a un universo muy particular y reconocible, un tono cinematográfico el de Quentin Dupieux convertido a estas alturas en un muy agraciado subgénero propio, aquel en donde sus fronteras tienen la costumbre de disolverse a través de un mundo percibido como hiperreal, todo ello expuesto a través de un dictado autoral que da la sensación de ser ya indispensable.

Valoración 0/5: 3’5