El objetivo de Andrew Neiman, un joven y ambicioso baterista de jazz, es triunfar en el elitista Conservatorio de Música de la Costa Este en el que estudia. Marcado por el fracaso de la carrera literaria de su padre, Andrew alberga sueños de grandeza. Terence Fletcher, un profesor conocido tanto por su talento como por sus rigurosos métodos de enseñanza, dirige el mejor conjunto de jazz del Conservatorio. Cuando Fletcher elige a Andrew y para formar parte del conjunto musical que dirige, cambia para siempre la vida del joven. La pasión de Andrew por alcanzar la perfección se convierte en obsesión, al tiempo que su despiadado profesor lo lleva al límite de su capacidad y de su salud mental.
La evolución vivida en los últimos años en lo referente a la difusión o distribución de films independientes, ese boca a boca festivalero que puede producir un cambio en la percepción que podamos tener de cierto tipo de peliculas, «Whiplash« podría ser un claro ejemplo…película que tras su exitoso paso por numerosos festivales internacionales de cine como Sundance, ganadora del Gran Premio del Jurado y el Premio del Público, Cannes, Toronto y Nueva York, venía con las expectativas muy altas, algo peligroso para este tipo de films pues la percepción de origen se transmuta en algo diferente a consecuencia del ruido externo, afortunadamente no es el caso de «Whiplash«, al menos en lo que respecta a un servidor, convirtiendo la opera prima de Damien Chazelle en uno de los debuts más interesantes del pasado curso, y justa merecedora del notable recibimiento que el film se empezó a labrar ahora hace exactamente un año.
«Whiplash« es un brillante ejercicio acerca de la búsqueda de la perfección absoluta y de hasta dónde estamos dispuestos a llegar con tal de conseguirla, film de tono casi minimalista en lo referente a sus personajes, ya que ni siquiera se explaya de una manera consiente en la relación amorosa de su protagonista, personajes tales como su novia, padre o compañeros del conservatorio pasan como meros figurantes en el desarrollo de su argumento, en este aspecto Damien Chazelle va directo al grano y poco se le tiene que reprochar al respecto, mostrándonos de manera notable la relación entre maestro-alumno por parte de un soberbio J.K. Simmons y sobre todo un extraordinario Miles Teller (todo un descubrimiento), en una trama donde se nos muestra como las ambiciones y la presión que produce en el individuo el abusar de ellas, de intentar ir hasta al extremo para complacer a las personas y desafiar los niveles propios todo en base a una cierta obsesión, aspecto este que la emparenta con la notable «Black Swan» de Darren Aronofsky. Todo esto da lugar a una serie de comportamiento mostrados con soltura por parte de Damien Chazelle, obsesiones o un perfeccionamiento de claro tono enfermizo, alteraciones de conducta que remiten a cierto aislamiento social, el éxito a toda costa y cueste lo que cueste, haciendo hincapié en el exceso los retos personales de tonos desmedido, todo ello aderezado con la acertada visión mostrada aquí en la relación mentor-discípulo.
«Whiplash» termina siendo todo un descubrimiento que incluso ningún buen amante en mayor o menor medida del jazz se debería perder, sin embargo, a pesar de sus enormes y palparías virtudes, potenciadas en lo técnico en un notable tratamiento del sonido y en un acertado uso del montaje aparte de una acertada radicalidad en el desarrollo de sus personajes la cinta carece de esos pequeños aportes que la acercarían a la perfección. Unos pequeños errores que son visibles básicamente en la propuesta que arrastra el mismo guión, mostrándonos y abusando en cierta medida de clichés cinematográficos ya vistos en infinidad de veces (sobre todo ciertos manierismos en la relación del profesor duro y exigente y alumnado bueno y soñador), o el peaje de no desarrollar lo suficiente ciertos aspectos de la trama antes mencionados como la relación de pareja o la de padre-hijo, aspectos estos que pierden la importancia que parecen tener al comienzo del filme dando lugar a una algo extraña elipsis que apartando en cierta manera todas las tensiones mostradas ofrece una solución que no acaba de ser redonda del todo, dando la sensación de que todo esto existe para rellenar parte del metraje. Detalles que son obviados gracias a su indudable magnetismo, con una escena final inmejorable, más de veinte minutos de pura adrenalina sin apenas diálogos, con una perfecta sincronización imagen-sonido, una escena en la que el director junto a sus dos notables actores consigue transmitirnos de una manera tan áspera como sufrida la obsesión por alcanzar la maestría detrás de una simple batería.
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