“Zama” review

En una remota colonia sudamericana a finales del siglo XVIII, Zama, oficial de la corona española, espera en vano ser reconocido por sus méritos y trasladado a un destino más prestigioso. Mientras sufre humillaciones y artimañas políticas, sucumbe a la lujuria y a la paranoia. Cuando decide atrapar a un peligroso bandido y recuperar su nombre, en el fracaso se libera de la espera. Basada en la novela existencial de Antonio Di Benedetto escrita en 1956.

Han tenido que pasar cerca de diez años desde el estreno de La mujer sin cabeza para que Lucrecia Martel volviera a situarse detrás de una cámara, una espera que vistos los resultados ciertamente ha valido la pena, de alguna manera las vicisitudes que han rodeado la producción de una película de las características de Zama podrían ser equiparables salvando las evidentes distancias coyunturales y acercando otras perfectamente reconocibles incluso a su propia temática a un particular Apocalypse Now en referencia a la accidentada gestación y posterior desarrollo en el que se vio implicada la realizadora argentina, casi una década en donde se vislumbraron algunos proyectos nonatos entre los que destaca la adaptación de El Eternauta de Oesterheld, dada dichas dificultades y lejos de ampararse en trabajos de miras y concepción menores  Martel se muestra ambiciosa con un nuevo film de una naturaleza y posterior desarrollo ciertamente complicado, basado en la novela homónima de Antonio Di Benedetto escrita en 1956, Zama, que de forma algo caprichosa y en referencia a esa fatalidad antes comentada tampoco ha tenido un periplo festivalero muy apropiado (condición casi sine qua non a día de hoy para que ciertas películas de claro índole autoral tengan un respaldo adecuado que ayuden a su difusión) forma parte de esas adaptaciones que a priori parecen inadaptables, solo realizadores capacitados de una visión en donde artilugios como en este caso una sensorialidad que se sitúan de pleno al servicio del lenguaje cinematográfico pueden revertir y en parte apropiarse de un material en principio complicado para direccionarlo a un imaginario propio, evidentemente Lucrecia Martel es uno de ellos y Zama un perfecto ejemplo de dicha ecuación.

Zama película se aparta conscientemente del literato de Di Benedetto y abraza a ese imaginario antes comentado que solemos percibir en la obra pretérita de Lucrecia Martel, si hasta ahora habíamos contemplado en sus películas unos pliegues que anidaban a través de atmosferas de tono asfixiante, cerradas y malsanas, tanto a nivel personal como escénico, en Zama dado su salto equitativo en lo referente a su producción y pese a la obligada obertura de una puesta en escena mucho más amplia y ampulosa sigue a pies puntillas unas directrices que nos son plenamente reconocibles en anteriores obras suyas, todo el cine de Lucrecia Martel se fundamente básicamente en lo más estrictamente sensorial (imprescindible en esta cuestión el trabajo de sonido en su función distorsionadora a cargo del habitual Guido Beremblum), un posicionamiento que termina derivando en corporalidad por encima de lo más puramente cerebral, es por eso que todas sus películas requieren de un esfuerzo por parte del espectador a la hora de descifrar unas claves que se apartan de lo que muchos entienden como narración convencional. El cine de la responsable de La niña santa fluctúa básicamente a través del trauma y de una visión del mundo ciertamente desesperante, en Zama somos testigos de una angustiosa dilatación, una espera física pero sobre todo mental, la voz interior de un personaje que no parece, ni quiere pertenecer, a un entorno del que es prisionero, una historia en la que somos testigos de cómo percibir una angustia, o mejor dicho la continua obstrucción de un deseo o un posible anhelo, en este sentido esa narrativa interior no solo anida en ver o percibir como Diego de Zama es víctima y esclavo de una espera, de hecho estamos ante una historia en donde todos por protagonistas, incluidos los indígenas, de alguna u otra manera son víctimas de dicho mal, sin embargo el personaje interpretado con pulcritud por parte de Daniel Giménez Cacho también lo es en lo referente a la derivación que se nos plantea de una insatisfacción y frustración tanto sexual como burocrática, una primera hora y media la del film que fluctúa a través de lo más estrictamente existencial para dar paso a continuación a lo que podríamos definir como una experiencia de claros contornos  alucinatorios.

La parte final de Zama continua con esa conciencia febril pero desde una óptica que podíamos describir como liberadora o incluso redentora, es en este preciso tramo en donde Martel parece mirar fijamente a un oscuro misticismo que puede recordarnos puntualmente el cine pretérito de Werner Herzog. Si todo el cine de la realizadora argentina ha precisado de una atención especial Zama de alguna manera podría convertirse perfectamente en el paradigma de una supuesta postura que atañe directamente al espectador, un film que posiblemente necesite de más de un visionado para poder ser plenamente consciente de toda la ambigüedad que atesora, en este aspecto es primordial la función de los recursos técnicos utilizados para la ocasión, los fuera de campo o los sonido que al igual que el protagonista, y que llegan a ser sinérgicos con los diálogos lanzados al vacío, no llegamos a saber a ciencia cierta de donde proviene juegan un papel de primordial a la hora de retratar una visión de la prisión interna que alberga cada ser humano, como argumentación de lo más puramente traumático el descifrar Zama no es tarea fácil, en referencia a este tratado Lucrecia Martel no manipula ningún eje, simplemente nos orienta y conduce a una de las experiencias más dolorosas y cautivantes que nos ha proporcionado el cine en estos últimos años.

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