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Alice y Jack tienen la suerte de vivir en la comunidad idealizada de Victoria, una ciudad experimental creada por una compañía en donde los hombres que trabajan para el «Proyecto Victoria», de alto secreto, viven con sus familias. Pero cuando empiezan a aparecer grietas en su idílica vida, exponiendo destellos de algo mucho más siniestro que se esconde bajo la atractiva fachada, Alice no puede evitar cuestionarse exactamente qué están haciendo en Victoria, y por qué.
Presente, previo paso por Venecia, en la pasada edición del Festival de San Sebastián dentro de una sección como Perlas, proclive a ciertas concesiones de cara al evento, la nueva película como realizadora de Olivia Wilde, Don’t Worry Darling, viene a engrosar ese grupo de películas, que son más forma que fondo, que tratan temas supuestamente muy actuales desde una perspectiva de género, lo hace a través de una mirada que no se percibe como original y ni siquiera militante, en su vertiente sociopolítico, de echo y puestos a ser algo maliciosos cualquiera diría que todo el entramado polémico, lindante a conceptos propios de la prensa rosa con despidos desmentidos o exposición de audios privados entre otras cosas, que ha rodeado a la película antes de su estreno parece estar concebido para que no se hable de las carencias y la obviedad de un producto ideado en un principio como bastante ambicioso que en su función de thriller psicológico no logra ser ni la mitad de perturbador de lo que pretende ser.
Aunque muy posiblemente la principal falla que se pueda encontrar en Don’t Worry Darling sea en lo concerniente a su condición de discutible pieza de entretenimiento que palidece por completo en su intento de ser algo parecido a una feroz distopía sobre la masculinidad tóxica y el patriarcado, expuesta aquí a partir de la creación de un universo artificial en donde se anhela un mundo idílico e ideal, comparado con un concepto bastante similar visto en la novela The Stepford Wives de Ira Levin y su apreciable adaptación al cine a cargo de Bryan Forbes en el año 1975, o incluso ya puestos y adentrándonos en el terreno de las comparativas, igualmente deficitaria con respecto a supuestas alegorías antisistema que señalan al audiovisual norteamericano como mal endémico, si la cotejamos con una película de hace 25 años que incidía en un mismo temario, como por ejemplo, The Truman Show de Peter Weir.
Lástima que esas nociones a priori tan interesantes, en donde se intuyen y cuestionan los cimientos del imaginario yanqui como modelo de vida promocionado por una sociedad de consumo derivativa a la paranoia post-11S, termine siendo poco más que una simple fábula poco trascendente provista de un enunciado narrativo sin un desarrollo percibido como lógico, teniendo la sensación final de estar ante un entramado atropellado y reiterativo, en lo relativo a subrayar la artificiosidad de un universo, aderezado con una parte final que bordea involuntariamente, y de forma bastante peligrosa, la serie B genérica de tono más cáustico.