Earwig nos sitúa en algún lugar de Europa, a mediados del siglo XX, Albert trabaja cuidando de Mia, una niña con dientes de hielo. Mia nunca sale de un apartamento donde las puertas y ventanas siempre están cerradas. El teléfono suena con regularidad, y un individuo conocido como el Maestro se interesa por el estado de Mia. Un día, Albert recibe instrucciones: debe preparar a la niña y salir al exterior.
No deja de ser digno de elogio que un Festival de las características de San Sebastián siga haciendo año tras año una apuesta decidida por autores tan poco dados a convencionalismos como resulta ser Lucile Hadzihalilovic, Premio New Directors con su ópera prima Innocence (2004) y presente en 2015 con la también notable Evolution, en Earwig, que compitió por la Concha de Oro en la pasada edición, se nos vuelve a situar en una autoría tan arriesgada como poca dada a según qué tipo de concesiones por aquello de las dudas que pudiera generar en un principio el adaptar por primera vez una obra ajena, el rodar por primera vez en inglés o disponer de un presupuesto algo más holgado en relación a anteriores trabajos suyos, a tal respecto y recogiendo unas declaraciones de la propia cineasta publicadas en el número 80 de la revista Sofilm a propósito del estudio La imagen weird a cargo de Elisa McCausland y Diego Salgado Lucile Hadzihalilovic comentaba lo siguiente “No me preocupa si el gran público recibe mejor o peor mis películas. Soy consciente de que mi cine es raro, y también de cuál es el panorama del cine mayoritario. Lo que me preocupa es si las películas que hago responden a lo que se me pasa por la cabeza”. En este sentido es complicado describir mejor el trazo autoral de una cineasta, que al igual que compañeros suyos de generación que al igual que ella transitan por sendas limítrofes del fantástico como por ejemplo Peter Strickland o Hélène Cattet y Bruno Forzani siguen siendo fieles a un estilo percibido como irrenunciable que da la sensación de ir continuamente a contracorriente con respecto a todas las demás corrientes cinematográficas.
Partiendo de la novela homónima de Brian Catling con Earwig Lucile Hadzihalilovic, que con solo tres largometrajes se podría aseverar que atesora un estatus ya plenamente definido, no solo demuestra ser fiel a unas determinadas coordenadas autorales que no otorga concesiones como hemos indicado más arriba sino que de alguna manera refuerza y amplifica conceptos y matices en base un material ajeno que en vez de restar autoria da la impresión de enriquecer ese particular imaginario a través de un relato situado a media camino entre la fábula lúgubre y la ensoñación, el cine, que como suele ser preceptivo transita nuevamente por universos atormentados y enigmáticos, de la responsable de Innocence vuelve a orbitar pues en base a universos femeninos que dan la sensación de estar en constante peligro en donde ese statu quo en el imaginario de Hadzihalilovic que es la perdida de inocencia deviene como forzada de forma no natural, especialmente en infantes, empujados en la mayoría de ocasiones a través de un estado casi narcótico, siendo manipulados por misteriosos mayores que ejercen autoridad sobre el menor en base a intenciones percibidas como poco claras, de hecho en este sentido las tres películas de la realizadora francesa podrían ser interpretadas a tal respecto perfectamente casi como de una trilogía temática se tratase. Aquí el relato, nuevamente sin apenas diálogos, es percibido incluso como algo más críptico que los anteriores trabajos de su directora, en cierta manera estamos ante un tipo de cine que prioriza por encima de todo el componente sensitivo a la hora de proponer difusas lecturas, el espectador que acepte dicho reto ha de refugiarse más en la atmosfera de las imágenes, magistral fotografía a cargo de Jonathan Ricquebourg, que en buscar la racionalidad a una historia contada en base a una narrativa en donde no resulta fácil aplicar una lógica explicativa a según qué determinados imaginarios oníricos, en este sentido quien busque una interpretación fácil a esos dientes de hielo o a ese succionador de saliva seguramente se estrelle contra un muro difícilmente franqueable .
De estética tenebrista y claras reminiscencias a relato gótico Earwig, que tiene esa virtud cada vez más difícil de encontrar en la actualidad de no generar indiferencia para con el espectador, nos cuenta a grandes rasgos una historia de tono pesadillesco, o eso se puede percibir, en donde el adulto protagonista del relato no llega a ser del todo consciente del imaginario del que parece formar parte confundiendo continuamente recuerdos y pesadillas, en este apartado podemos encontrar una conexión de lo más estimulante con la magnífica Spider de David Cronenberg, todo ello expuesto en base a un cine de texturas que atesoran una serie de ideas muy potentes a cargo de una de las autoras más personales, sugerentes e irreductibles del actual panorama cinematográfico.
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