“Lux Æterna” review

Dos actrices, Béatrice Dalle y Charlotte Gainsbourg, cuentan en un plató historias de brujas. Lux Æterna es también un ensayo sobre el cine, sobre el amor por el cine y la histeria en un set de rodaje.

Gaspar Noé es uno de los poco directores que el Festival de Sitges se puede vanagloriar, si obviamos alguna de sus colaboraciones colectivas residuales, de haber presentado todos sus trabajos dentro del certamen, desde aquel lejano 1999 con una proyección a medianoche en el cine Retiro de su mediometraje Carne Sitges y el director francés de origen argentino han mantenido en cierta manera una especie de idilio que parece durar hasta hoy en día, lo curioso del caso es que si nos fijamos en su filmografía ninguno de sus trabajos podrían adscribirse a lo entendible como cine fantástico puro, lo suyo son más bien ramificaciones o fugas hacia una indeterminación genérica siempre barnizada de extrañeza que nos puede llevar a un punto desconocido en donde posiblemente la única regla existente en dichos materiales sea la referida a una completa ausencia de patrones que nos permitan saber por dónde pueden ir los tiros.

Esta tesis arriba indicada cada vez parece más un denominador común en la carrera de Gaspar Noé, si ya en su anterior y premiada Climax la improvisación estaba muy presente en Lux Æterna esta no deja de ser de alguna manera su quintaesencia, aquí representada a modo de ensayo sobre lo entendible como creación tanto en referencia a la labor actoral como de dirección, en tal sentido parece que Gaspar Noé ha llegado a un momento de su trayectoria en que literalmente se deja llevar, Lux Æterna en parte representa eso, tanto para lo malo pero muy especialmente para lo bueno en lo concerniente a dicho posicionamiento autoral. Previsto como un corto de 15 minutos que terminó siendo un mediometraje de 52 minutos de duración rodado en apenas 5 días esta pieza pese a la continua improvisación de la que hace gala aúna conceptos ya vistos en anteriores trabajos de su director, el principal, el estar ante un relato de claras consonancias histéricas, por otra parte lo que ya se intuía en el inicio de Climax aquí está bastante más desarrollado a modo de ejercicio meta cinematográfico en donde se juega continuamente con los formatos con especial atención al juego que plantea a través de la multicámara o del split screen. Digamos que Lux Æterna a través de la experimentación de la que parte su premisa nos muestra el nivel de caos al que puede llegar un rodaje, en parte no deja de ser un estudio visual y sonoro que transita a través de los parámetros que marcan las bases de la creación artística entendida  aquí como un ente en donde el cine nos es representado como un agente cáustico ubicado en el más absoluto caos, a tal respecto en Lux Æterna, que en todo momento aúna metaficción y autoreferencias a través de un desarrollo frenético, vemos como su set de rodaje nos es presentado como un epiléptico campo de batalla en donde percibimos a una Beatrice Dalle como exigente productora y una Charlotte Gainsbourg como abnegada actriz, el paralelismo de la ficción rodada y la realidad que nos es mostrada siempre bajo un timing poco sosegado podría ser interpretado como una suerte de metáfora de connotaciones destructivas en donde las intérpretes son tratadas como brujas y los creadores que se sientan tras las cámaras como una especie de trasuntos de la inquisición, un peaje del artista en beneficio o detrimento de otro artista en donde de forma clara el concepto del vampirismo hará acto de presencia a través de dicha coyuntura, en cierta manera se puede llegar a percibir una suerte de reinterpretación por parte de Gaspar Noé de aquella esplendida Irma Vep de Olivier Assayas.

Ejercicio no apto para epilépticos en donde encontraremos encuadres que parpadean de forma continua como en todo el cine de Gaspar Noé al final la reflexión entendida como tal solo nos vendrá a través de la lectura y posterior asimilación de lo que son sus imágenes, unas imágenes que podría decirse que atacan al espectador literalmente, estas evidentemente devendrán como profundamente agresivas y en parte provocadoras, a fin de cuentas todo el cine de Gaspar Noé bascula a través de la provocación pero también en base a esa hipnosis de connotaciones catárticas que es casi marca registrada de la casa en relación a un autor irreductible en referencia a sus particulares tratados, muy a semejanza de otros directores de similar posicionamiento también presentes en el certamen catalán del pasado año como por ejemplo Sion Sono o Fabrice du Welz, autorías que en definitiva y de forma bastante clara fueron las que nos ofrecieron sin lugar a dudas el mejor cine visto durante la pasada edición del Festival de Sitges.

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