“Midsommar” review

Una pareja estadounidense que no está pasando por su mejor momento acude con unos amigos al Midsommar, un festival de verano que se celebra cada 90 años en una aldea remota de Suecia. Lo que comienza como unas vacaciones de ensueño en un lugar en el que el sol no se pone nunca, poco a poco se convierte en una oscura pesadilla cuando los misteriosos aldeanos les invitan a participar en sus perturbadoras actividades festivas.

Si existe un género cinematográfico que se reinterpreta sistemáticamente a lo largo de los años este es sin lugar a dudas el del terror, no hace falta llegar a ser muy perspicaz al respecto para darse cuenta de cómo este siempre ha tenido la imperiosa necesidad durante décadas de cambiar y renovar esquemas y conceptos o en su defecto volver a unos que durante un largo periodo de tiempo no fueron utilizados para obtener el favor del el espectador, un posicionamiento en parte primordial dentro de un género de deviene claramente como popular y en donde ha de haber sitio para todo tipo de reimaginaciones estructurales posibles. A tal respecto el joven director neoyorquino Ari Aster con tan solo dos trabajos tras las cámaras en su haber y en base a una indudable apuesta por ofrecernos unos calculados y milimétricos ejercicios de estilo que atesoran virtudes y algún que otro defecto nos ofrece un tipo de cine que deviene como un soplo de aire renovado de cara al fiel aficionado al género y por ende una de las grandes esperanzas del cine de terror moderno en donde curiosamente dicho género no deja de ser un vehículo por momentos transitorio a la hora de contarnos otras disquisiciones argumentales.

Si realmente existen películas que necesitan de una obligada matización y posterior contextualización que quede alejada del forofismo hype tanto a favor como en contra son precisamente películas de las características de Midsommar, al igual que en la opera prima de Ari Aster Hereditary ambas cintas nos hablan principalmente de la angustia y el dolor ante la pérdida familiar, conceptos estos que lindan claramente con el drama psicológico, en ambos relatos pues se nos hablan principalmente de un trauma que da lugar a una desintegración, familiar en una y de pareja en otra, curiosamente los dos relatos utilizan un trayecto distinto aunque el fondo y envoltorio sea el mismo, si en uno predominaba el oscurantismo en base a una historia que indagaba en connotaciones satánicas en Midsommar Ari Aster nos ofrece un reverso escénico completamente distinto al situarnos en una luminosidad pánica a plena luz del día que nos remite inequívocamente al denominado Folk Horror, paradigma y perfecta de combinación de terror y júbilo, escenarios claustrofóbico uno y de vastos espacios abiertos el otro en donde sus desdichados protagonistas se ven imposibilitados de huir, aunque posiblemente el quid de la cuestión venga dado en la medida de como Ari Aster por omisión voluntaria o discapacidad se ve imposibilitado de utilizar conceptos propios del cine de terror de una forma adecuada, dicho de otra manera el envoltorio y ciertas formas puede ser semejante a productos que han transitados con anterioridad por terrenos parecidos como por ejemplo las fundamentales The Wicker Man o The Blood on Satan’s Claw si bien el fondo en lo relativa a su narrativa es totalmente diferente, por dicho posicionamiento el responsable de Hereditary ha sido acusado por algunos medios de la hipsterización del genero al mismo tiempo de atesorar cierta pretenciosidad al intentar elevar la mirada por encima de ciertos arquetipos genéricos, a tal aspecto resulta evidente que todo el cine perpetrado por Ari Aster está basado tanto en la dilatación temporal del relato como en un apabullante ejercicio audiovisual a la hora de desgranar sus historias en base a una cierta sutileza por hacernos intuir situaciones poco halagüeñas que aún están por venir.

En Midsommar, apoyada en todo momento por el buen uso de lo climático y lo atmosférico, difícil es la metáfora expuesta que nos pasara por alto al espectador, supuestos simbolismos trascendentales quedan pues integrado en un característico envoltorio de serie B, algo que no deja de ser un acierto por parte de Ari Aster al transitar a través de un guion que oculta sistemáticamente sus propias limitaciones, algo que en principio no ha de ser peyorativo ni impostado. Lo que no se le puede negar a un producto de las características de Midsommar cuya dosificación de intensidad es por momentos admirable es su afiliación autoral, no tanto a semejanza de realizadores como por ejemplo Claire Denis o Peter Strickland a la hora de apropiarse de ciertos conceptos genéricos para revertirlos en un discurso que deviene como propio pero si en la manera de cita innumerables  influencias que sin embarga siempre queda en intenciones lejanas al espíritu de serie B por el que da la impresión de transitar.

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