“Zeroville” review

Zeroville situado en el año 1969 nos cuenta como Vikar, un estudiante de arquitectura sin habilidades sociales, viaja en autobús hacia Hollywood inspirado por las pocas películas que ha visto. El joven impresiona a Soledad, una bella actriz, con el tatuaje que luce en su cabeza rapada, que muestra la imagen de Montgomery Clift y Elizabeth Taylor tal y como aparecían en Un lugar en el sol. Al poco tiempo de entrar en el mundo del cine primero como diseñador y después como montador, Vikar emprende un viaje de ensueño a un mundo de películas que termina en tragedia con un descubrimiento casi horrible.

Después de ganar hace un par de años la Concha de Oro con The Disaster Artist James Franco, que nuevamente está detrás y delante de la cámara, volvía al pasado Festival de San Sebastián con otra cinta que indaga en la trastienda desvirtuada y oscura del mundo del cine, Zeroville, basada en la notable novela de Steve Ericsson publicada en 2007, nos sitúa en un año tan decisorio en Hollywood como fue aquel 1969 como ya hemos podido comprobar este mismo año en la notable Érase una vez en… Hollywood de Quentin Tarantino.

Zeroville, que de alguna manera viene a ser la representación ficticia vista en The Disaster Artist, viene a ser ese tipo de películas de difícil catalogación que últimamente el Festival de San Sebastián va incluyendo en su sección oficial a concurso y que de alguna manera intentan romper esquemas, salirse de una tangente genérica y estructural existente en la gran mayoría de los films seleccionados mediante trabajos en apariencia desprejuiciados de cualquier tipo de etiquetas, si el pasado año fue la notable In Fabric de Peter Strickland en esta edición dicho reclamo parecía recaer de alguna manera en Zeroville, la pregunta que vendría a colación en este caso sería la referida a que si el fondo puede justificar los medios o en todo caso la intención, en lo relativo al film de James Franco indudablemente no pues estamos ante uno de los peores trabajos vistos este año en el certamen pese a atesorar algunos intermitentes puntos de interés expuesto a modo de pastiche y juego cinéfilo. Zeroville intenta generar una reflexión sobre la cinefilia llevada al límite, un film que empieza por causar una cierta curiosidad por lo insólito de su naturaleza a contra corriente, sin embargo la broma dura bien poco hasta llegar a convertirse en una especie de chiste deslavazado, muy pasado de rosca, repetitivo e imposible de unir con un mínimo de coherencia, el conjunto final deviene con muy poca gracia bordeando por momento lo irritante en especial en lo referido a un montaje que parece estar tramado por el propio protagonista del film. También sería justo decir que el nuevo trabajo del responsable de Interior. Leather Bar. necesita una contextualización adecuada a la hora de poder ser analizada con cierta enjundia, evidentemente el film huye conscientemente de cualquier tipo de verisimilitud narrativa, algo que vuelvo a repetir no es óbice para dar la impresión de estar ante chiste que termina siendo demasiado farragoso por mucho que la cinefilia del autor, y la del relato, pueda causar una cierta empatía en el espectador ávido de referencias.

A través de un tono alucinógeno que por momentos, en lo relativo a la fascinación y el poder empírico de las imágenes, parece bordear coordenadas ya vistas en la fundamental Arrebato de Iván Zulueta, Zeroville, tiene al menos la particularidad de ampararse en la apropiación y devoción cinéfila de su marciano protagonista, las citas y personajes que van desfilando son innumerables y en parte disfrutables, desde Liz Taylor y Montgomery Clift en Un lugar en el sol hasta de George Steven, John Milius, Francis Ford Coppola y el rodaje de su Apocalipsis Now en Filipinas, un joven Spielberg, una trasunta co-protagonista surgida bajo los rasgos de nuestra Soledad Miranda y multitud de transposiciones cinéfilas que van desde La pasión de Juana de Arco, de Carl Theodor Dreyer hasta el The Holy Mountain de Alejandro Jodorowsky, el mensaje final que viene a ser algo parecido a como el poder del cine es utilizado a modo de materia transformadora de nuestra existencia, curiosamente dicho tratado representa a la perfección el paradigma de cómo pese a la radicalidad del conjunto no significa que forzosamente estemos ante un producto brillante aunque si en parte original, la sensación final es la de estar presenciando una ocurrencia sofisticada que en realidad no lo es tanto, más bien estrafalaria, eso si la película que ha permanecido oculta desde su rodaje en 2014 gozara indudablemente en un futuro de ese estatus de obra maldita, de difícil acceso para el gran púbico, incluso quien sabe si de culto, desde luego atesora todos los mimbre para ello, tan maldita que tuvo que ser retirada por parte del festival de la sección oficial a concurso por haber tenido un inesperado y equivocado estreno comercial una semana antes de dar comienzo el certamen en Rusia.

Valoración 0/5:2