The Work
Ambientada enteramente dentro de la Prisión de Folsom, ‘The Work’ sigue a tres hombres durante cuatro días de terapia de grupo intensiva con convictos, haciendo un retrato íntimo y poderoso de la auténtica transformación humana que trasciende lo que entendemos como rehabilitación.
Uno de los trabajos vistos este año en esa sección tan interesante que es DOCS, y que a algunos nos gustaría que fuera algo más amplia en títulos, fue The Work, documental que venía avalado por ser la ganadora del Gran Premio del Jurado SXSW en el año 2017, un trabajo de evidentes consonancias extremas pues obvia cualquier tipo de estructuras habituales en dicho formato, un dispositivo el expuesto por Jairus McLeary y Gethin Aldous carente de cualquier voz en off o hilo narrativo al uso en dicho género, su dialéctica podríamos considerarla como desnuda pues solo se sustenta en el sentido más exploratorio de dicho termino.
En este sentido resulta harto evidente que estamos ante un trabajo que difícilmente admitirá medias tintas por parte del espectador, esta catarsis personal (que no rehabilitación pues solo asistimos a una terapia de cuatro días) a la que asistimos a modo de profunda exploración individual cuya mayor funcionalidad posiblemente consista en compartir un dolor propio direccionado a personas ajenas, ante tal tesitura emocional una de las cosas más interesantes que se pueden sacar en claro en de The Work es en ver como esa masculinidad y dolor ajeno no entiende de ningún estatus social en dicho tratamiento como podemos presenciar en dichas sesiones, la curiosidad de ver como convictos violentos de los cuales la gran mayoría pasaran el resto de su vida entre rejas son los que les abran las puertas emocionales al urbanita de a pie a la hora de exorcizar y compartir sus propios demonios interiores es ciertamente paradójico. Posiblemente el gran interrogante que me viene a la mente después de visionar un trabajo de las características de The Work venga dado en lo relativo a su supuesta autenticidad, no en lo que vemos pues esto no admite ningún tipo de dudas pero si en referencia a la manipulación de dicho metraje por parte de sus creadores, hay un énfasis que parece muy evidente en intentar destacar la expresividad de lo emocional, abundancia de primeros planos, utilización del sonido etc, en este aspecto no hubiera estado de más un cierto distanciamiento por parte de las cámaras, aunque solo sea a modo de respiro de esta experiencia tan interesante en sus interacciones emotivas como ciertamente agotadora en lo referente a sus propios postulados.
Valoración 0/5: 2’5
Weirdos
Es 1976 y la guerra de Vietnam ha terminado. Dos adolescentes canadienses, Kit y Alice, deciden escapar de casa juntos y viajar hasta la costa este de Canadá para vivir aventuras y visitar a la madre bohemia del chico. Durante la travesía, llena de música rock, apariciones estelares de Andy Warhol y borracheras adolescentes, los dos tendrán que vencer su timidez y aceptarse a ellos mismos, aunque sea muy difícil hacerlo.
La nueva película del canadiense Bruce McDonald (realizador que ha día de hoy parece haber tocado todas las teclas genéricas posibles) nos introduce en el contexto genérico de la road movie, un relato de autodescubrimiento (aquí nuevamente de índole sexual) que se mueve a través de un dramatismo generacional provisto de ligeras pinceladas de comedia de marcada estética setentera, en cierta manera Weirdos es de esa clase de películas que no termina de explotar del todo en lo relativo a la supuesta profundidad por la que aparentemente da la sensación de transitar.
Ese posicionamiento por parte de Bruce McDonald (responsable de esa joya del fantástico a reivindicar de forma urgente como es Pontypool, film con un extraordinario Stephen McHattie también presente en Weirdos en forma de breve cameo) consensuado o no nos remite a una cierta inconsistencia temática que parece buscar de forma algo forzada la empatía por parte del espectador, es evidente que el envoltorio es ciertamente atrayente especialmente en según qué hábil manejo técnico aunque no tanto en lo referente a su interior, un uso dinámico musical, interesante captación de imágenes que le otorga un empaque visual potente, mimbres estos que uno tiene la sensación que no logran contrarrestar del todo una trascendencia que si acaso vemos de forma muy tímida en su tramo final. Por otra parte en esta relación de amistad entre chico y chica hay un intento en romper dicho hermetismo temático por parte del realizador mediante fugaces apariciones mágicas de un imaginario Andy Warhol a modo de conciencia aleccionadora del confundido protagonista principal en un film en donde sí algo queda claro es en lo relativo a su fiel posicionamiento a un universo de claras consonancias adolecentes que intenta explorar de forma algo irregular las incertidumbres varias que atañen a sus protagonistas.