Americana 2020 Día 1. The Projectionist/17 Blocks

La principal razón de ser de los festivales cinematográficos siempre ha sido, o tendría que serlo, el poder ofrecer una vía u oportunidad para poder ver o poner a disposición, un material de difícil ascenso de visionado para el espectador, posiblemente en estos últimos tiempos, en donde la difusión digamos virgen de un tipo de trabajos se ha amplificado en exceso, es cada vez más complicada para los certámenes el ofrecer un material digamos novedoso, como muestra una gran parte de las películas proyectadas en este Americana 2020 estuvieron de una manera u otra a disposición del espectador en lo concerniente a visionados domésticos, en tal sentido no es mala idea el apostar por formatos que tienen una difícil salida dentro del ámbito de la distribución patria, a tal respecto los documentales no deja de ser un activo importante dentro de un festival de las características del Americana, al igual que en ediciones anteriores la cosecha en dicho formato fue tan vasta como interesante como bien se pudo comprobar en una primera jornada del festival en donde dos trabajos de índole bien diferenciado entre si indagaban en la perseverancia de un ideal y en la abnegación provocada por el desgaste vital y la tragedia familiar.

No deja de ser una buena noticia que un director tan interesante como siempre ha sido Abel Ferrara siga estando en una continua evolución autoral, casi una reinvención constante de imaginarios muy propios, en este caso unido a una proliferación de trabajos detrás de las cámaras que es recibido con bastante beneplácito como no podía ser de otra manera por parte del fiel seguidor de la extensa trayectoria del realizador neoyorquino. Una actividad en donde parece que las fronteras que delimitan la ficción y el documental últimamente en según qué casos da la sensación de ser bastante difusa como se percibe en la reciente Tommaso y muy seguramente también en su último trabajo presentado en la última edición de la Berlinale titulado Siberia. De la cosecha Ferrara del pasado año el Americana 2020 recupero el documental The Projectionist, un trabajo en donde en responsable de The Addiction nos presenta a Nicolas Nicolaou, un chipriota que tuvo que emigrar años atrás junto a su familia a Nueva York en busca de la subsistencia y el sueño norteamericano, pasó de taquillero a dueño de un cine de la ciudad. Eran los años 70 y los cines en donde se ofrecían películas para adultos ofrecían estrenos que acababan en siendo un gran reclamo para el público. Nicky vio una gran oportunidad en todo ello y adquirió varios cines de la ciudad.

Abel Ferrara plantea el documental a través de diversos  saltos temporales en referencia a ubicaciones duales, desde el presente, en  donde va visitando junto al protagonista los lugares en donde trabajo, hasta el pasado, o sea el origen, un viaje o revisitación de ida y vuelta desde el Chipre natal hasta Nueva York y viceversa. El documental nos muestra repetidamente unas imágenes que suelen ser muy recurrentes en las grandes ciudades de hoy en día, una suerte de conclave territorial que devienen como fantasmagórico a través de la visualización de calles abarrotadas, mayoritariamente de turistas, en donde anteriormente había cines o teatros y ahora existen tiendas de ropa y grandes almacenes. Provista de un buen número de imágenes de archivo el documental pese a su evidente modestia tiene la virtud de no ser un simple ejercicio nostálgico y si más bien un retrato personal narrado desde dentro, de alguna manera esta perspectiva la emparenta a otro documental algo más elaborado de Abel Ferrara como fue Chelsea on the Rocks, al igual que aquí en sus documentales Ferrara da la sensación que en vez de analizar al personaje en cuestión lo acompaña pues de alguna manera el mismo pertenece a dicha cuadratura y contexto, a tal respecto el protagonista de The Projectionist parece surgido de un capítulo cualquiera de The Deuce, algo que en parte hace que el personaje devenga como empático para con el espectador, especialmente en lo referente a su titánica labor de preservar la existencia del cine casi a modo de labor social.

Por su parte 17 Blocks nos sitúa como punto de inicio en el año 1999, fue en ese momento en donde el cineasta Davy Rothbart conoció a los Sanford, una familia afroamericana mono parental formada por Cheryl, la madre, y sus tres hijos, Smurf, un adolescente que tontea con las drogas, la mediana Denise y el pequeño Emmanuel, un niño de carácter idealista que quiere formar parte del cuerpo de bomberos de la ciudad cuando sea mayor. Una familia de claro índole disfuncional que vive a 17 calles del barrio blanco más acomodado en la ciudad de Washington.  A través de material filmado a lo largo de dos décadas 17 Blocks nos muestra la difícil subsistencia de dicha familia, en un primer lugar somos testigos de las grabaciones realizadas por los propios miembros, a través de ello veremos una complicada cotidianidad que en parte roza la marginalidad, será a partir de un acontecimiento traumático e irreversible lo que marcara el resto del relato, entonces veremos como el realizador se posicionara detrás de la cámara y los protagonistas nos ofrecerán sus testimonios, el tembloroso trabajo de cámara, mayormente realizado por parte del joven Emmanuel, del inicio dará paso a tomas bastantes más elaboradas, la ornamentación técnica e iluminación será bastante más cuidadosa a partir de dicho tramo. 17 Blocks parte del beneplácito de no juzgar, tan solo muestra un trayecto de deviene como totalmente íntimo en base a testimonios, ese posicionamiento en donde el cineasta de alguna manera se niega a juzgar o involucrarse dará lugar a una insistencia por la observación pura y objetiva de los hechos narrados en primera persona, algo que en parte será crucial y que seguramente inspirará al espectador para el posterior debate de un trabajo potencialmente emocional, posiblemente con un cierre demasiado edulcorado, algo que en parte después de presenciar tanta crudeza no deja de ser un mal menor.