Crónica Festival de San Sebastián 2020. Día 8

El valor de la maternidad

Presente en la sección New Directors el debut tras las cámaras del brasileño Joao Paulo Miranda Maria nos ofreció un enigmático relato de carácter etimológico y lenguaje onírico acerca de la complicada aceptación que puede llegar a tener un legado social y cultural en un país como es Brasil que da la sensación de estar actualmente situado en una inclemente realidad poco dada a la esperanza. En Memory House vemos como Cristovam trabaja en una fábrica de leche en una antigua colonia austríaca en Brasil. Se siente solo, condenado al ostracismo por diferencias culturales y étnicas. Un día, descubre una casa abandonada llena de objetos que le recuerdan a sus orígenes.

Posiblemente debido a una situación ideológica y social algo complicada como es la actual diversos estamentos culturales dan la sensación de estar obligados a ofrecer un tono contestatario a una realidad, como la de Brasil, a través por ejemplos de películas en donde su tesis argumental parte del concepto de volver a conectarse a unas raíces, que en el caso de Memory House devienen casi como primigenias, en la medida de recuperar una serie de valores que ahora están percibidos como perdidos. En tal sentido el film de Joao Paulo Miranda Maria navega principalmente en base a la denuncia a través de reconocibles texturas que nos derivan al Cinema Novo pero también en relación, como ya lo hacia el Bacurau de Kleber Mendonça Filho, a insertar elementos, aquí casi indescifrables, de tono fantástico en el relato. Al final y pese a evidentes diferencias en lo relacionado a sus narrativas ambas películas nos direccionan a un mismo ideario, o esa es la percepción que un servidor tuvo de todo ello, ya sea a través de la refundición de géneros de índole popular con una clara mirada política o bien como en el caso que nos ocupa, la de mostrar una especie de fábula folklórica de contornos crípticos narrados desde la extrañeza, en ambas historias, que no apelan a mecanismos obvios de denuncia social, el mensaje o alegoría acabaran confluyendo a la hora de decirnos como las raíces del pueblo pueden significar el único conducto valido posible hacia una especie de purificación, o más bien hacia una última resistencia, con respecto a un presente cruelmente opresivo para con el débil.

Dentro de la muy válida e interesante cosecha asiática vista este año dentro de la sección New Directors, Gull la opera prima de la realizadora china Kim Mi-jo, vino a certificar por si aún existían dudas al respecto el buen nivel existente en esta edición en dicho apartado, un film conciso de denuncia cuya mejor virtud radica en ofrecernos una visión nada maniquea de un conflicto moral y social, el relato nos retrata la vida de O-bok, una mujer de 61 años que ha regentado una tienda de mariscos en un mercado de pescado durante décadas. Un día tiene su primer encuentro con los futuros suegros de su hija In-ae. Esa noche, O-bok es violada por Gi-taek. Al principio, finge que no ha pasado nada y trata de seguir con su vida como siempre. Poco después, le confiesa la violación a In-ae. La policía llama a Gi-taek para investigar y la historia del incidente comienza a difundirse por el mercado.

Es ciertamente interesante el comprobar como una película como Gull prescinde de ese catálogo formalista que en ocasiones deriva en preciosista en base a multitud de dictados y estilos varios de índole artificial tan recurrente últimamente en las óperas primas a la hora de abordar una problemática social mostrada a través de un retrato psicológico, aquí expuesto desde la mirada de una no potencial víctima de violación, en cierta manera estamos ante una película que recurre constantemente a la elipsis casi a modo de un acto de fe, nos cuenta bastante pero en base a no mostrarnos mucho, especialmente en lo referido a un suceso, situado fuera de campo, que dará pie a todo el entramado argumental posterior, este se desarrolla en referencia a un tono que deviene como cotidiano, o al menos en lo referido a su génesis, apenas percibido como algo casi anecdótico que ira volviéndose enrevesado conforme la victima de la violación se sienta totalmente legitimada moralmente para la denuncia pese al cada vez mayor descredito al que se ve sometida por todo su entorno. En Gull también encontraremos interesantes apuntes al contexto de la crisis económica como podemos comprobar en ese intento de expropiación por parte del ayuntamiento del mercado en donde trabajan víctima y acusado, una problemática que en parte colinda con la principal del relato, el de la denuncia, a la hora de establecerse curiosos paralelismos en referencia a como la sociedad prioriza una cuestión para relativizar la otra, por fortuna la mirada de Kim Mi-jo a tal respecto no se sustentara en la demagogia como suele ser bastante habitual en estos casos, la visión de la realizadora devendrá limpia y libre de prejuicios en base a su condición de relato contemplativo, decisión que encumbra esta honesta y estimable película.

Resulta algo complicado el ubicar de forma adecuada la agitada e irregular trayectoria de Fernando Trueba a lo largo de estos últimos cuarenta años, en ella evidentemente veremos un punto de inflexión en película como Belle Époque o La niña de tus ojos, anteriormente nos encontraremos con el que es posiblemente su mejor trabajo, El sueño del mono loco, curiosamente un film que se aparta por completo de lo que es su ideario cinematográfico, sin embargo en su posterior desarrollo se le ha etiquetado de ser uno de los directores del cine patrio más importantes de los años 90 a pasar poco menos a ser un proscrito en lo relativo a encadenar fiascos cinematográficos de forma reiterativa, El olvido que seremos que venía con el sello Cannes y que clausuro, ese honor que últimamente resulta ser envenenado para cualquier tipo de certamen, esta edición del Festival de San Sebastián supone una especie de regreso ambicioso por parte de Fernando Trueba que aquí vuelve a colaborar con su hermano David a la hora de narrarnos de manera íntima la vida de un hombre bueno, el médico Héctor Abad Gómez, carismático líder social y hombre de familia, un destacado médico y activista por los derechos humanos en el Medellín polarizado y violento de los años 70. La historia relata la vida del doctor, padre de familia preocupado tanto por sus hijos como por los niños de clases menos favorecidas. En su casa se respiraba la vitalidad y la creatividad características de una educación fundamentada en la tolerancia y el amor, sin embargo la tragedia asomaba en el seno de la familia.

Basada en la novela de Héctor Abad Faciolince El olvido que seremos sabe en parte abstraerse del consabido biopic al uso a la hora de mostrarnos un relato en donde prima principalmente el concepto familiar por encima de los hechos, un canto apasionado y desbordado a dicho conclave, la relación del padre, un hombre honesto bajo los rasgos de un excesivamente esforzado Javier Cámara, con sus hijos nos hacer recordar en algo a la fundamental Matar a un ruiseñor del gran Robert Mulligan en la medida de retratar como la sabiduría ha de ir en consonancia con la tolerancia mediante el discurso oral que el padre imparte a los hijos. En tal aspecto El olvido que seremos no deja de suponer una especie de respiro algo agraciado en la trayectoria de Fernando Trueba, sin embargo no estamos ante una película sutil en referencia a exponer todo un catálogo de sentimientos, aquí muy enfatizada por música compuesta por Zbigniew Preisner, que busca continuadamente la agitación del espectador también en base a un sentido del lirismo pretérito tan forzado que podría remitirnos perfectamente a la Roma de Alfonso Cuarón. Posiblemente también se percibe un exceso a la hora de idealizar de una forma algo repetida al personaje principal, algo que en cierta manera puede resultar hasta lógico en lo concerniente a un director supuestamente afín a tal ideario que en estos últimos tiempos no ha sabido equiparar del todo bien una obra que se ha movido de forma algo confusa y convulsa a través de compromisos y militarismos algo vacuos.

True Mothers fue otra de esas películas presentes este año en la sección oficial a concurso que en un principio tenían previsto su participación en el festival de Cannes del pasado mes de mayo, con toda seguridad de haberse celebrado el certamen galo la película también hubiera estado presente en San Sebastián en la sección Perlas pues Naomi Kawase es un nombre ya muy habitual en ambos festivales, en True Mothers, adaptación de la novela de Mizuki Tsujimura, la directora nipona vuelve a incidir y explorar en una de las temáticas más recurrentes, casi de modo obsesivo, de toda su filmografía como es el concepto de la maternidad aquí expuesto desde distintas vertientes, la historia nos cuenta como tras una larga e insatisfactoria lucha por quedarse embarazada y convencida por una asociación de adopción, Satoko y su marido deciden adoptar a un niño. Años después, su familia se tambalea con la amenaza de Hitari, una chica desconocida que dice ser la madre biológica. Satoko opta por confrontar a Hitari directamente.

En True Mothers se hace visible como se empieza a vislumbrar una especie de involución en la carrera de la responsable de El bosque del luto, en cierta manera esta dirección en sentido inverso va un poco a contracorriente con respecto a la gran mayoría de autores, si en sus primeros trabajos estos estaban plagados de simbolismos y alegorías a cual más diversas, también en lo referido a un cierto preciosismo visual como aún pudimos ver en su anterior y algo indigesta Vision, en True Mothers se opta por una narrativa de un tono sencillo que evita dichos excesos, por momentos lindante con el cine clásico pero también atesorando texturas bastantes reconocibles que la direccionan a un tono comercial que aquí colinda de forma algo peligrosa con el concepto de publicitar por ejemplo la autoayuda. De alguna manera el film, en donde Naomi Kawase abandona ese escenario agreste prototípico en sus historias para ofrecernos un relato urbano, parte de una premisa que pese a sus ramificaciones argumentales es bien simple, contada en dos tiempos y sendas tramas que terminan convergiendo a la hora de explorar dos, o tres, vertientes totalmente diferentes de la maternidad en lo relativo a preguntarnos qué significa ser madre y que incidencia puede tener en ello el hecho de ser biológica o adoptiva, para ello Kawase se toma todo el tiempo del mundo posible, quizás demasiado. Aun así a tal respecto hay acotaciones ciertamente interesantes en la película como para no desmerecer el producto, cuestiones de fondo como esos apoyos mutuos que las mujeres crean a la hora de sobrevivir a un trauma psicológico como vemos en la historia de la joven madre biológica de 14 años expuestos en el relato a modo de unos flashbacks que aunque interesantes en lo referente a su tesis no deja de ser un pequeño lastre para el desarrollo y fluidez que vertebra una historia, en parte algo domesticada, que posiblemente sea la accesible de toda la filmografía de Naomi Kawase.

 

Palmares

Concha de Oro a Mejor Película: Beginning, de Dea Kulumbegashvili

Concha de Plata a la Mejor Dirección: Dea Kulumbegashvili por Beginning

Concha de Plata a Mejor Actriz: Ia Sukhitashvili por Beginning

Concha de Plata a Mejor Actor: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang y Lars Ranthe por Another round

Premio del Jurado a Mejor Fotografía: Yuta Tsukinaga por Any Crybabies Around?

Premio del Jurado a Mejor Guion: Dea Kulumbegashvili y Rati Oneli por Beginning

Premio Especial del jurado: Crock of gold, de Julian Temple

Premio Nuev@s Director@s: La última primavera, de Isabel Lamberti

Premio Horizontes Latinos: Sin señas particulares, de Fernanda Valadez

Premio del público: The Father, de Florian Zeller

Premio Zabaltegi: A metamorfose dos pássaros, de Catarina Vasconcelos

Premio Irizar al cine vasco: Ane, de David Pérez Sañudo

Premio de la Juventud: Limbo, de Ben Sharrock