Crónica Festival de Sitges 2020. Día 1

El fantástico como refugio

Del 8 al 18 de octubre tuvo lugar la 53 edición del Festival de Sitges en un año que resulto ser diferente con respecto a todas las ediciones anteriores, la excepcionalidad provocada por la crisis del Covid-19 hizo que todas las demás consideraciones o apartados posibles a debatir quedaran de alguna manera supeditado a un segundo orden, en cierto sentido que Sitges se pudiera celebrar, como lo hizo en días anteriores el Festival de San Sebastián o meses atrás el de Málaga no deja de ser un éxito coyuntural ante una situación que en meses anteriores nadie podría haber llegado a prever, la consigna principal vino a ser que la cultura aparte de ser segura no se puede detener, a tal respecto un festival de cine que funciona en gran parte a través de subvenciones y en menos medida de sponsors ha de hacer todo lo posible para no detenerse, el que la rueda se pare en estos momentos dificultaría mucho más un futuro que ya de por si es percibido como incierto dadas las circunstancias. Sitges a duras penas logro superar este difícil envite llegando casi sobre la campana debido a una crisis cambiante, el último fin de semana se tuvieron que suspender por motivo de las nuevas normativas de seguridad la sesiones de madrugada, el cierre del sector de la restauración provocaron que esos tres últimos días de festival fueran más atípicos aún si cabe, casi fantasmagóricos, en un escenario amparado en casi todas sus vertientes de forma bastante habitual por el concepto de lo popular. Evidentemente el Festival se llevó un varapalo económico considerable, la reducción de aforos y la lógica reticencia de una gran parte de público a estar presente en el certamen fueron determinante en tal aspecto, habrá que ver como el festival afronta un futuro que ahora mismo es percibido como lleno de incógnitas, lo que queda claro es que Sitges demostró que actos culturales como los que promueve son posible si las circunstancias lo permiten, a tal respecto las medidas de seguridad se cumplieron a rajatabla y de forma pulcra por parte de organización y público, dichas medidas curiosamente solventaron un mal endémico del festival como son los retrasos en las proyecciones, del mismo modo se ofreció un apéndice de la programación online que sirvió de alguna manera para expandir el concepto del festival lejos de la complicada presencialidad de este año.

A lo largo de la historia si ha habido un género cinematográfico que ha servido como refugio del imaginario colectivo en épocas de grandes crisis sociales o políticas ese ha sido sin lugar a dudas el fantástico, en tal sentido para muchos que pudimos desplazarnos al festival la sensación de que posiblemente este año era el que de alguna manera más sentido tenía estar en un sitio como Sitges cobro una especial relevancia, dicha burbuja que actúa a modo de abstracción para con el espectador tuvo por razones lógicas una cosecha bastante diferente a la de otras ediciones, por razones de fuerza no hubo películas “eventos” ni grandes presencias en la alfombra roja, curiosamente esta coyuntura hizo que Sitges, seguramente de forma involuntaria, volviera un poco a la génesis de lo que era el concepto primigenio del certamen, una selección en donde prima el descubrimiento de la película pequeña proveniente del mercado independiente a través de un cine sin tantas derivas fuera del fantástico, muchas de ellas en cierta manera vinieron vírgenes como solía ocurrir en antaño en Sitges potenciando tal efecto su no recorrido en festivales tales como Tribeca o South by Southwest en donde tenían que estar presentes.

El cine español tuvo una presencia tan escueta como destacada, curiosamente bastante más notoria que en pasadas ediciones, se inauguró con Malnazidos de Javier Ruiz Caldera y Alberto de Toro y películas como Cosmética del enemigo, La vampira de Barcelona, la notable Baby de Juanma Bajo Ulloa, No matarás, el piloto la serie que Álex de la Iglesia ha realizado para HBO 30 monedas o la singular Un efecto óptico de Juan Cavestany proveniente de San Sebastián dieron buena cuenta del actual y algo mermado por las circunstancias estado del género en territorio patrio.

La obligada reducción de programación hizo que secciones con claro marchamo de cajón de sastre como Òrbita fueran suprimidas quedando como columna vertebral del certamen aparte de la Oficial los apartados de Panorama y la siempre interesante Noves Visions. Por último y antes de entrar en material a un servidor no le gustaría dejar de lado una reflexión personal en referencia a la programación de clásicos dentro del Festival, si en la pasada edición fueron las impagables proyecciones de algunas películas de King Hu este año El gabinete del doctor Caligari y sus ramificaciones vertebro tal apartado reforzados tanto en la renovada sección Seven Chances, que dio la oportunidad de ver trabajos restaurados hasta ahora de difícil acceso al público en condiciones aceptables como El huerto del francés, Manos torpes, la fundamental Viy, Spookies o la emotiva proyección en 35 milímetros del À meia-noite levarei sua alma de Zé do Caixao, como en el soporte de publicaciones con dos libros tan interesantes como son el colectivo Sombras de Caligari y la reedición y ampliación del ¡A mordiscos! La increíble historia de Germán Robles, un vampiro español en México del gran Jesús Palacios, en este sentido nunca me cansare de alabar la labor de los certámenes cinematográficos a la hora de publicar estudios en papel, algo que parece ser cada día mas complicado, como decía hace tiempo Mirito Torreiro lo que queda tangible y de alguna forma palpable de una edición al final serán siempre sus publicaciones, la reflexión viene dada en la medida de como posiblemente Sitges en un futuro cercano se tenga que reinventar de alguna manera por diferentes motivos, buena ocasión pues para al menos incrementar una mirada didáctica hacia audiencias más jóvenes con respecto a la difusión de un cine clásico, en este sentido no basta solo con proyectar hay que poner el foco en ello, publicitarlo con una mayor energía, no sería tarea fácil pero a mi entender si necesaria pues de alguna manera el Festival en base a distintas sinergias por las que se ha dejado llevar ha potenciado en estos últimos años por encima de otras cosas el evento como concepto y la efervescencia de un cine contemporáneo esclavo de modas percibidas como preocupantemente liquidas.

A continuación y como viene siendo norma en estos últimos años a modo de post crónica iremos detallando los cerca de cincuenta títulos vistos este año en Sitges, en algunos de ellos aprovechando su estreno comercial, salida al ámbito doméstico o simplemente debido a la importancia que creemos que poseen nos detendremos más adelante de una manera algo más extensa y minuciosa en la medida de poder analizarlos con una mayor ecuanimidad.

 

Malnazidos

Durante la Guerra Civil Española, meses de sangrientos combates han dejado tras de sí miles de muertos en las trincheras. Jan Lozano, capitán de la quinta brigada, cae prisionero. La única posibilidad de escapar a la sentencia de muerte es hacer frente a una misión imposible en campo enemigo. Pero un peligro mayor del esperado obligará a los bandos rivales a unirse contra un nuevo y desconocido adversario. Tendrán que dejar de lado el odio mutuo y así evitar convertirse en infectados.

Sitges volvió este año a las inauguraciones patrias tan habituales de antaño con la premier mundial de la película de zombis desarrollada durante la Guerra Civil española Malnazidos, adaptación de la novela de Manuel Martín Ferreras Noche de difuntos del 38 a cargo de Javier Ruiz Caldera y Alberto de Toro, el primero con ya una considerable trayectoria en el ámbito de la comedia con trabajos tan conocidos como Promoción fantasma, Anacleto: Agente secreto o la reciente adaptación a la gran pantalla de Superlópez también presente en Sitges hace un par de años, posiblemente con Malnazidos consiga realizar su trabajo más logrado hasta fecha de hoy, film que funciona a modo de un entretenimiento bastante digno en base a la hibridación de géneros en principio tan antagónicos como pueden ser el bélico y el fantástico añadiendo un tercer componente a la ecuación como es la comedia, a tal respecto no es fácil conseguir un equilibrio de temáticas diversas que no termine por desvariar ante tal amalgama genérica, Malnazidos en parte sale bastante bien parada de tal empresa siendo un disfrutable producto que lejos de intentar inventar nada nuevo rentabiliza al máximo sus recursos a través de una historia que sabe controlar ese tono liviano con apuntes de comedia, bastante más acentuado que en la novela, sin dejar que ello desvirtué el contexto histórico en el que se desarrolla.

Si la premisa de la Guerra civil española aplicada al fantástico servía en El laberinto del Fauno para idear un atractivo imaginario fabulario en Malnazidos su adscripción genérica bebe de texturas que podrían estar perfectamente emparentadas a un EC Comics de características patrias con claras referencias Carpenterianas en muchos de sus personajes sin llegar a recurrir a una reiteración de tópicos y clichés. Por otra parte no deja de ser algo curioso como después de la proyección inaugural de la película una buena parte de la crítica se refirió a ella con cierta acedía al calificarla como un producto tan correcto como inofensivo, algo que da que pensar en cómo la recepción hacia un tipo de cine por parte de un circulo elitista bastante proclive en festivales evoluciona de forma algo preocupante, a tal respecto un servidor tiene muy claro que años atrás y en perspectiva un producto de las características de Malnazidos hubiera sido una perfecta inauguración para un festival como Sitges.

Valoración 0/5: 3

 

Archenemy

En Archenemy vemos como Max Fist asegura ser un héroe de otra dimensión que cayó por accidente en la Tierra, donde no puede emplear sus poderes, a través de una brecha en el espacio-tiempo. Sólo un adolescente local a quien todos conocen por el sobrenombre de Hamster cree en él. Juntos, tratarán de detener al clan que controla la droga en la ciudad, comandado por un siniestro personaje conocido como con el nombre de El Director.

No deja de ser algo curioso como dentro de ese ecosistema de festivales de género fantástico se tiende últimamente de una forma bastante recurrente a encumbrar de forma precipitada a autores noveles para poco después olvidarlos o lo que es peor defenestrarlos de manera casi instantánea, la voracidad liquida a la hora de enjuiciar una labor sin recurrir a explorar matices diversos que cuestionen aseveraciones poco dadas al debate está a la orden del día, víctima de esta algo adocenada coyuntura actual parece encontrarse un director como Adam Egypt Mortimer su debut en el cine con la muy funcional serie B Some Kind of Hate paso bastante desapercibida, posiblemente de una manera justa, sin embargo fue con esa muy discutible reinterpretación del doble maligno que es Daniel Isn’t Real en donde se labro un más que cuestionable prestigio dentro de un determinado circulo de aficionados al fantástico.

Evidentemente a tal respecto había mucha expectación ante su nuevo trabajo tras las cámaras presentado en el festival como premier mundial, en Archenemy sigue sin moverse del fantástico pero cambiando de registro a la hora de replantear un subgénero, en esta ocasión el de superhéroes, posiblemente la expectación le hizo un flaco favor a un film de texturas muy modestas en lo relativo a sus posibilidades, un relato que aporta interesantes intenciones y apuntes en base a una premisa anclada a través del metalenguaje del comic, especialmente en referencia a ese doble espejo expuesto por una cruda realidad y la fantasía en donde no se sabe a ciencia cierta cuál de las dos es la real, al final la intención quedara muy por encima de unos resultado bastantes precarios, ya no solo a un nivel narrativo sino también el referido a no saber adecuar y mostrar una historia supuestamente ambiciosa un producto muy pobre a un nivel presupuestario como se puede comprobar en el recurso en esos interludios animados de naturaleza arrítmica que potencian aún más si cabe un montaje ya de por sí bastante disperso. La sensación final será la de estar ante una película en donde pese a detectar ciertos conocimientos en la materia por parte de su autor la prometida subversión genérica termina por descubrir de forma involuntaria mil y una carencias a la hora de plasmar en imágenes un ideario que en principio prometía bastante más de lo que da al final. Como apunte anecdótico y en forma casi de consuelo en la parte final del film se nos obsequiara al menos con la presencia de una desbocada villana bajo los rasgos de la actriz Amy Seimetz, un rostro muy recurrente en el  actual cine independiente que últimamente ha sido más noticia por sus acusaciones de maltrato hacia su antigua pareja, el realizador Shane Carruth, que por sus trabajos para la gran pantalla.

Valoración 0/5: 1’5

 

Saint Maud

Maud es una joven enfermera que, tras un oscuro trauma, se vuelve devota de la fe cristiana. Cuando empieza a trabajar cuidando a Amanda, una bailarina jubilada enferma de cáncer, la fe de Maud le inspira una obsesiva convicción de que debe salvar el alma de su paciente de la condena eterna… sea cual sea el coste.

El debut en la dirección de la británica Rose Glass fue uno de los descubrimiento más estimulantes de los vistos en este año Sitges, a tal respecto Saint Maud se beneficia en un primer lugar de un duelo interpretativo, casi a la antigua usanza a modo de una irreductible creencia por parte de una y de escepticismo por la otra, a cargo de las notables Morfydd Clark y Jennifer Ehle a la hora de indagar a continuación de una forma inmersiva y a modo de oscuro laberinto mental mostrado desde la raíz del problema de las severas heridas psicológicas producidas por la religión en una joven enfermera de carácter solitario. El tono expuesto es el de un relato que trascurre dentro de la cabeza de alguien que podría ser perfectamente equiparable a la fundamental Repulsion de Roman Polanski sin embargo la intención de Rose Glass, o al menos eso se detecta, es la de intentar ir algo más allá en la medida de plasmar en base a diversas ambivalencias una deriva mental.

Con claras reminiscencias a los thrillers de terror psicológico y atmosférico realizados en los años 60 y 70 la protagonista de Saint Maud recurre a la devoción mediante la causa del trauma o la culpa de un acto pasado, este es intuido en base a diversos flashbacks en donde una escena sangrienta ubicada en un hospital arrojan indicios de que algo malo le sucedió a la enfermera protagonista pudiendo ser o no responsable de tal acontecimiento, también puede haber una interpretación algo más difusa aunque más generalizada en lo concerniente al dolor y el sacrificio como únicas vías posibles de escape al tedio de la existencia. Llegados al final del descenso mental de este comportamiento autodestructivo que se fundamente a través del dolor y el sacrificio no quedara del todo claro si lo que hemos estado viendo pertenece a un estado extático en donde lo sobrenatural es posible o si todo está en la resquebrajada imaginación de la joven Maud, dicha ambigüedad nunca quedara resuelta por completo aunque si intuida en el terrorífico plano final con el que se da por concluido el relato, dicho posicionamiento puede frustrar a algunos espectadores, sin embargo está claro que Rose Glass sabe exactamente lo que está haciendo a la hora de agregar finas capas de significado a su narrativa. Trabajo modesto tan inteligente como siniestro, Saint Maud termina siendo una inmejorable tarjeta de visita que augura una perspectiva de futuro ciertamente prometedor por parte de Rose Glass.

Valoración 0/5: 3’5

 

L’état sauvage

1863, dos años después del estallido de la Guerra Civil americana, una pareja francesa y sus tres hijas deciden huir de Mississippi de la mano del mercenario Victor Ludd. Una de las chicas, comenzará a sentir afecto por Ludd, perseguido por su antigua amante.

Un servidor siempre ha sido de la opinión que la inclusión de un western en cualquier tipo de festival de cine tendría que ser motivo de celebración por una simple cuestión de empatía, incluso uno de las características de L’état sauvage en un certamen de género fantástico por mucho que el film de David Perrault pese a estar continuamente jugueteando con códigos diversos tenga bastante poco de fantástico en sí mismo, si acaso un tramo casi al final del relato en donde se práctica vudú que curiosamente resulta ser lo más forzado de toda la historia.

L’état sauvage resulta ser un producto en base a su propuesta estilística tan peculiar como atípico por la forma en que el joven director francés establece una reglas genéricas propias en donde a pesar de respetar en un principio los arquetipos propios del western nos habla, de forma algo difusa, de otras cuestiones tales como la feminidad dentro de un ámbito relacionado básicamente a través de la masculinidad, dicho desarrollo por momentos cercano a un tono novelesco con ciertas texturas góticas se centra en las penurias que ha de afrontar una acomodada familia francesa al final de la Guerra Civil americana, un núcleo familiar en donde la figura del patriarca quedara de forma intencionada rápidamente difuminada del relato pues el principal interés por parte de David Perrault es la de explorar varias vertientes de índole feminista en una película que mira tímidamente a referentes históricos del género y en la que percibimos desde la lejanía retazos de la notable Meek’s Cutoff de Kelly Reichardt, la utilización de la mitología africana en base los ritos de vudú otorgara al relato en su conclusión unas consonancias tan exóticas como singulares a través de una historia que según como se mire funciona a la inversa en relación a los resortes habituales del género, aquí  más que a la consabida conquista de un espacio asistimos a una especie de huida vista y expuesta a través de una suerte de emancipación de claro índole femenino.

Valoración 0/5: 2’5

 

The Dark and the Wicked

Sigue los pasos de dos hermanos que regresan a la granja de su familia para esperar a la inevitable muerte de su padre. Lo que en un principio parece ser un ritual ancestral relacionado con la pérdida y el recuerdo acaba convirtiéndose en algo muy distinto.

Volviendo a hablar del concepto actual de las expectativas en referencia a la fallida Archenemy no deja de ser curioso como también nos solemos posicionar ante la falta de ellas, en ese preciso punto daba la impresión de encontrarse la trayectoria de Bryan Bertino, director que tras darse a conocer en 2008 con la aplaudida The Strangers sus posteriores Mockingbird y The Monster  parecían remitirnos a un estancamiento de complicada solución, cuando menos se esperada con The Dark and the Wicked consigue realizar su mejor trabajo hasta día de hoy, un film de estructura bien simple cuya mejor virtud radique posiblemente en salir airosa de mucho de los vicios y estilemas tan mal ejecutados en el fantástico actual.

Suele ser cada vez más frecuente, en Sitges este año ha habido varias de ellas, como muchas películas utilizan de forma poco sutil el fantástico a la hora de explayar en base al aparatoso subrayado un discurso político o social cuando a lo largo de la historia las buenas películas de género han hecho justamente todo lo contrario, insertar la metáfora de forma casi desapercibida en una estructura fantástica que vertebra de principio a fin el relato. En The Dark and the Wicked si se busca la alegoría o la metáfora de forma detenida se encuentra, esta pude ser por ejemplo la pesada carga mental que acarrea la muerte de un ser querido o como el dolor y el trauma de las pérdidas de alguien cercano llevan a los supervivientes a unos territorios de una mayor vulnerabilidad, sin embargo estas cuestiones intuidas no dejan de ser meras excusas, si se me permite la expresión incluso una suerte de McGuffin, lo primordial aquí es mostrar la cercanía de la muerte como desarrollo de un mal endémico, lo que realmente parece importarle a Bryan Bertino es la creación de una atmosfera malsana y en base a ella exponer un simple relato de terror que sin inventar nada nuevo resulta bastante efectivo especialmente en lo referido a una confrontación de ficciones en un principio antagónicas, por un lado el crudo y desalentador realismo en el que parecen moverse sus protagonistas, casi por momentos lindantes con el documental, y por otro ese concepto fantástico del mal sobrenatural como ente generalizado que se expande casi a modo de un virus. The Dark and the Wicked termina siendo un producto solido que tira de manual a través de una escenografía potente a la hora de indagar en eso tan difícil de ver en la actualidad en una pantalla de cine que es el miedo primario a algo que los protagonistas son incapaces de descifrar, aquí afortunadamente expuesto sin ningún tipo de subrayado en lo relativo a una posible explicación que se ha de buscar, o no, si prefiere prescindir de dicho apéndice el espectador.

Valoración 0/5: 3