Crónica Festival de Sitges 2020. Día 5

Fried Barry

Barry es un bastardo drogadicto que es abducido por extraterrestres después de una de sus habituales juergas. El propio Barry se convierte en un pasajero de sí mismo cuando un alienígena asume el control de su cuerpo y lo lleva a dar un paseo por Ciudad del Cabo.

Partiendo de la génesis de un corto homónimo realizado en el año 2017 Ryan Kruger debuta en el largometraje con la cinta Fried Barry, una película que parte de ese concepto ya transitado con bastante frecuencia dentro del fantástico en base a la mirada del alienígena a nuestro mundos mediante la apropiación de un cuerpo humano, idea vista en films como por ejemplo Starman, Under the Skin o la divertida The Borrower de John McNaughton, película con la que guarda más de una similitud.

Fried Barry, comedia burda de género donde las haya, viene a engrosar esa lista de películas que dan la sensación de ser incapaces a la hora de poder disimular sus muy evidentes costuras de cortometraje, en cierta manera el film de Ryan Kruger nunca va más allá de lo que es su anecdótica premisa, la broma dura hasta que el espectador determine cuando es suficiente pues estamos ante un relato que reincide una y otra vez sobre la misma idea de la que parte, una abducción extraterrestre que deriva en un viaje embadurnado a través de grandes dosis de ácido, sexo y gore narrado en forma de epopeya psicotrópica. La síntesis del alíen confundido ante lo que le rodea y que se limita básicamente a imitar todo lo que ve en una denigrada Ciudad del Cabo será pues expuesta a través de una estética visual excesivamente cargada colindante con lo alucinógeno, de hecho el relato da la impresión de estar elaborada en lo relativo a una continua improvisación de situaciones que repetidamente satiriza en modo gamberro los vicios humanos. Posiblemente si existe una clase de película que requieran de una complicidad por parte del espectador esta es sin duda Fried Barry, sin ella el producto en cuestión difícilmente será soportable, esto último fue lo que le ocurrió a un servidor que buscaba algo más que el chiste fácil y soez, algo difícil de encontrar en una película de estas características en donde es complicado percibir algo parecido al desarrollo de un argumento, lo suyo es más bien una sucesión de gags cortados por el mismo patrón de irreverencia en base a una amalgama de tonos alucinógenos que coquetea en ocasiones con lo underground, un catálogo de supuesta incorreción política disfrutable únicamente si se acepta sin reservas el sentido de humor esgrimido por su director.

Valoración 0/5: 1’5

 

Marea alta

Laura ha perdido el control. Después de dormir con Weismar, el jefe de obra que se encarga de la construcción de una barbacoa en su casa de la playa, los otros dos trabajadores comienzan a actuar de manera extraña, lo que le provoca la sensación de que su intimidad está siendo violada. Cuando Weismar finalmente desaparece, Laura se ve obligada a dirigir por sí misma a los trabajadores. Sin embargo, se siente incapaz de ello, por lo que decide mantener una distancia y observarlos desde la seguridad de su hogar. Ignorando las llamadas de su marido, comienza a abusar del vino mientras espera el regreso de su amante.

Marea alta, el nuevo trabajo de la realizadora argentina Verónica Chen, presente en la sección Noves Visions nos ofreció esa otra parcela alejada del fantástico entendido como tal en donde se nos relata una incómoda historia de tono minimalista a modo de drama con ligeras texturas de thriller, a semejanza para hacernos una idea y salvando las lógicas distancias de cierto cine perpetrado por Michael Haneke en donde una perturbadora calma tensa terminan ocasionando una serie de acontecimientos tormentosos.

De alguna manera Marea alta, que atesora un empaque visual ciertamente atractivo, es una película vertebrada principalmente en relación a exponer diferentes reflexiones con respecto a los supuestos roles de poder que ocasionan fricciones entre distintas clases sociales, el relato empieza bajo conceptos genéricos muy reconocibles en donde una protagonista femenina ve invadida su intimidad por parte de terceros a un nivel casi territorial, esta parte nos puede llegar a recordar perfectamente a la reivindicable The Plumber de Peter Weir, a tal respecto dicha invasión, que paulatinamente va pasando del incomodo a la amenaza seria, nos sitúa por momentos en la prototípica home invasión de tono psicológico, sin embargo Verónica Chen intenta ir algo más allá de dicho concepto al intentar esgrimir supuesta reflexiones de claro índole moral e interpretaciones ambiguas en base a cuestiones tales como la legitimidad que otorga la sexualidad femenina frente al machismo o la colisión social existentes entre clases y géneros distintos y su repercusión dentro de las dinámicas de poder. En este sentido la conclusión de Marea alta abandona las interrogantes para ofrecernos una respuesta cuanto menos ambigua y muy abierta al debate, el concepto de revenge quedara aquí de alguna manera expuesto en base a dobles lecturas reinterpretando toda la narrativa anterior en relación a difusas cuestiones colindantes con el cuestionamiento sobre la moralidad de los protagonistas, unos personajes con los que el espectador se puede sentir, o no, identificados a la hora de entrar junto a ellos en un dilema ético.

Valoración 0/5: 2’5

 

L’ultimo uomo che dipinse il cinema

Renato Caso es uno de los ilustradores más importantes en la historia del cartelismo cinematográfico. En este documental, el dibujante nos abre su estudio para mostrarnos su colección personal y compartir los recuerdos de un arte casi olvidado.

Dentro de esa clase de documentales vistos este año en Sitges que inciden en la pedagogía de múltiples ramificaciones existentes dentro del ámbito cinematográfico destaco por encima del resto el retrato de Renato Caso que expone L’ultimo uomo che dipinse il cinema, un estudio a través de los carteles de películas que el artista diseño, de hecho estamos ante un recorrido simultaneo que abarca distintas facetas, la de la promoción cinematográfica en base a la publicidad de sus ilustraciones y la de la misma historia del arte en relación a la mirada y trayectoria de un artista.

L’ultimo uomo che dipinse il cinema, que formaría un buen programa doble junto a El hombre que diseñó España de Andrea G. Bermejo y Miguel Larraya, ejemplariza el documental teórico como parte esencial de un estudio didáctico, a través suyo encontraremos un tono de evidente nostalgia a semejanza de una exposición impartida por un viejo maestro que desprende empatía hacia el alumno, percibiremos como el concepto digital y las redes sociales han restado de importancia el trabajo, totalmente artesanal, de quienes pintaron con pincel y aerógrafo el póster cinematográfico de antaño. Un artista que en cierta manera redefine a través de su trabajo el imaginario colectivo a la hora de captar la supuesta esencia de narrativas y personajes, haciendo que cada película, en base a su cartel, sea atractiva para un público que por aquel entonces era atraído principalmente por las enormes imágenes publicitarias esparcidas por las ciudades. A través de la obra de Renato Caso veremos fragmentos de su vida cotidiana, de sus fotografías y su basto material de archivo celosamente guardado en el estudio de su ciudad natal de Treviso, como suele ser preceptivo en esta clase de trabajos el documental también se acerca al lado humano del artista en base a recuerdos y curiosidades varias, reflexiones en primera persona sobre su pasado e incluso su presente, su adolescencia, su encuentro con los grandes ilustradores y directores de la época como John Huston, Sergio Leone, Claude Lelouch, Dario Argento, Rainer Werner Fassbinder, Bernardo Bertolucci, Giuseppe Tornatore, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese entre otros muchos. El artista así mismo nos revela la técnica de la pintura, realizando en vivo algunos carteles famosos, a tal respecto veremos multitud de bocetos preliminares que dieron lugar a los originales. L’ultimo uomo che dipinse il cinema también se beneficia del testimonio de terceros, coleccionistas, críticos y personalidades del mundo del cine italiano que han trabajado con Renato Caso, que tiene para bien contarnos no solo los detalles, la dinámica creativa y la implicación comercial de ciertos carteles de éxito, sino también una mirada anexa a la época dorada de cine italiano en base a sus implicaciones artísticas y sociales. Un documental que cuenta en ese aspecto lo que representó el póster de cine en la Italia de la posguerra permitiéndose el lujo de reflexionar sobre la evolución del mundo del cine de ese período concreto y el valor artístico que supuso el trabajo de un hombre que pinto cine.

Valoración 0/5: 3

 

Manos torpes

Un niño, Peter, ve morir a su padre a manos de un cazador de recompensas, y toda su vida estará obsesionado por vengar esa muerte. Cuando es un joven que trabaja al servicio del poderoso ranchero Charly, contrae matrimonio en secreto con Dorothy, la hija del hacendado. Pero éste, que pretende casarla con otro hombre por interés, hace que el joven sea apaleado y abandonado en el desierto para que muera. Cuando la muerte está próxima, reconoce en la cara de la persona que le salva la vida al asesino de su padre: el cazador de recompensas Latimore. De momento Latimore le ayuda. Sin embargo, cuando el precio por la cabeza de Peter sube como la espuma, el duelo entre ambos pistoleros será inevitable.

Dentro de esas sinergias que suelen ser  tan proclives en los festivales de género se dio la agradable oportunidad de poder revisitar en pantalla grande y copia restaurada un western tan peculiar como es Manos torpes aprovechando tanto su acertada selección para la sección Seven Chance por parte del crítico Alejandro G. Calvo como en lo referente al homenaje que el certamen tuvo para bien concederle a Manuel de Blas, actor secundario que formo parte del elenco de la película dirigida por Rafael Romero Marchent.

La estimulante Manos torpes viene a ser una curiosa hibridación resultante del Spaghetti Western y de ese otro fascinante subgénero poco transitado que es el Weird Western, posiblemente lo sea de una forma algo involuntaria. En tal sentido la fusión del western con el género fantástico posee una infinidad de sugestivas implicaciones, esa irrupción de lo que podíamos denominar como anómalo en una película del Oeste nunca ha sido aprovechada del todo, unas mixturas genéricas que con sus puntos de contacto y divergentes han sido expuestos en la mayoría de ocasiones de una forma casi anecdótica. A tal respecto Manos torpes introduce desde la propia extrañeza del relato apuntes fantásticos a una trama que sigue el esquema habitual del cine de venganzas de tono fatalista, hay momentos a rescatar  como ese inicio onírico de índole pesadillesco y premonitorio en donde se confunde la imaginación con la realidad, o esa escena impagable zombie que años más tarde nos recordaría George. A. Romero en el inicio de la magistral Day of the Dead demuestran como su catalogación de weird es lógicamente extrapolable a su condición de exploitation, algo que queda reflejado a la perfección en la parte del film en donde el protagonista se reinventa o renace bajo la enseñanza de un maestro de las artes orientales, ese momento kung fu, unidos a los otros arriba comentados, tal como los plantea Rafael Marchent, no desvirtúan ni resta un ápice de credibilidad a un relato de contornos tan bizarros como entretenidos.

 Valoración 0/5: 3’5

 

The Silencing

Después del secuestro de su hija, un cazador decide reformarse y aislarse del mundo en una reserva natural. Años después, abandona su retiro para ayudar a la sheriff local a capturar a un peligroso asesino que pudo haber estado implicado en la desaparición de la niña.

The Silencing vino a certificar esa clase de películas residuales de catalogación algo dudosa provenientes de esa sección Orbita que este año por razones de logística desapareció de la programación de Sitges. Lo más curioso de este thriller de suspense que aporta bien poco en lo referente a su supuesta originalidad es ver como directores de origen europeo, en un principio prometedores, se ven en cierta manera engullidos por trabajos de un claro índole alimenticio una vez integrados en la maquinaria de producciones estadounidenses, en esta ocasión el belga Robin Pront que en 2015 tuvo un interesante debut con la notable D’Ardennen no consigue ni mucho menos estar a la altura de su ópera prima.

En cierto modo The Silencing representa ser todo lo contrario con respecto al primer trabajo tras las cámaras de su realizador, un film cuyo principal lastre posiblemente no recaiga en transitar por recovecos ya demasiados transitados sino más bien por contar mal una historia que básicamente pretender dar dos puntos de vista antagónicos acerca de una investigación criminal, por una parte la del protagonista principal y por otra la de la agente de policía (personaje incoherente donde los haya), ambos terminaran convergiendo en relación a unos crímenes en los que por un motivo u otro tienen interés o implicación. En tal sentido el correcto trabajo tras las cámaras de Robin Pront, con una especial incidencia hacia un tono agreste oscuro, no atesora el suficiente crédito a la hora de ocultar las evidentes carencias del guion a cargo de Micah Ranum, este juega al consabido concepto genérico de “quien es el asesino” durante una narrativa que como mandan los cánones está plagada de falsos culpables y estereotipos varios adyacentes al género negro. Sin embargo The Silencing termina siendo una película bastante incapacitada a la hora de profundizar, ni siquiera cierra algunas de sus tramas, en muchos de los apuntes e ideas que son levemente percibidos en su algo confuso argumento, llegando a transitar en el pantanoso terreno del thriller con denominación de predecible, aquel que para mal simplifica en base a su torpeza el suspense que esta por descifrar.

Valoración 0/5: 1’5