Fantasmagorías limítrofes: Ghost Story (1981) retrospectiva

Cuatro ancianos se reúnen frecuentemente para contarse historias de fantasmas, cuando repentinamente el hijo de uno de ellos muere en la víspera de su boda, ellos estarán obligados a lidiar con una sombría historia acontecida en el pasado. Las muertes se irán sucediendo estando relacionadas con un secreto compartido por los cuatro amigos desde hace décadas, el de otra muerte…

Al inicio y como preámbulo de la notable The Fog de John Carpenter, y casi a modo de viejo relato oral de fantasmas, un anciano marinero interpretado por el veterano John Houseman reúne a un grupo de niños alrededor de una hoguera a orillas del mar con el propósito de contarles un relato de miedo, Ghost Story comienza de un modo similar, otra reunión, en este caso la de cuatro viejos amigos, y un relato de terror, el The Premature Burial de Edgar Allan Poe narrado por un personajes nuevamente bajo los rasgos del actor John Houseman, a diferencia de la primera aquí el interlocutor no ejerce de simple maestro de ceremonias y es parte activa de la narrativa del film que está por comenzar. Intentando hacer un paralelismo que se perciba como valido entre The Fog y la película de John Irvin no solo existe una similitud temporal en referencia a su estreno comercial, apenas un año de diferencia entre ambas, sino que devienen como dos claros ejemplos del final de una era en donde el cine de terror era percibido por el espectador como una suerte de epifanía en referencia a un tono sugerido que se vería suplantado a partir de ese momento mayoritariamente por algo más explícito y diverso, ambas obras escenifican casi a la perfección un tratado al que perfectamente se le pueden unir películas que orbitan por esa misma época como por ejemplo The Changeling de Peter Medak o The Sentinel del siempre eficaz Michael Winner.

Ghost Story curiosamente significa tanto un comienzo como un final en relación a tendencias de diferente índole, comienzo en lo concerniente a la avalancha de títulos que estarían por llegar a modo de adaptaciones cinematográficas de obras literarias a cargo de novelista que indagaban en el terror casi a modo de militancia, en el caso que nos ocupa Peter Straub teniendo como punta de iceberg de tal paradigma a Stephen King, de echo las concomitancias llegan a tal punto que el guionista del film, Lawrence D. Cohen, firmo los libretos de adaptaciones tales como Carrie (1976), It (1990) o The Tommyknockers (1993) entre otras, por otro lado y como se hace referencia más arriba al ocaso de una manera de concebir el terror audiovisual fílmico, a tal respecto en Ghost Story somos testigos de una curiosa cuanto menos dualidad esclava de la situación antes explicada, por una parte es visible, al igual que en la génesis de la novela, como lo fantasmagórico e irreal, mostrado a partir de esa premisa del espectro vengativo, nos es expuesto a modo de una súbita distorsión de lo entendido como real, existe un intento, casi un esfuerzo, por el detalle y por las diversas acotaciones a la hora de exponer las distintas formas que puede adoptar tanto la amenaza sobrenatural, especialmente afortunada a tal respecto la presencia de una joven ambigua y amenazadora Alice Krige, como la percepción de ella a través de lo meramente fantasmagórico, aunque curiosamente llegados a ese supuesto clímax de exaltación, que da la sensación de beber de los imaginarios surgidos de los EC comics, en la mayoría de ocasiones mostrado a través de los explícitos, brillantes y opulentos trabajos de maquillaje a cargo de Dick Smith y de los no menos notables efector especiales del gran Albert Hitchcock, no tanto como parte de una contradicción de estilos y si más bien como una consecuencia lógica de una coyuntura a la hora de mostrar un cambio de estilos generacionales que estaban a punto de aparecer.

Tampoco dicha evolución acontecida en el desarrollo del género de terror en Estados Unidos por aquel entonces haya que anotarlo como una mutación o cambio de rol de consonancias peyorativas sino más bien todo lo contrario, no ya en lo concerniente a la desaparición de un horror digamos clásico sino mas bien a la apertura de una de las mejores y fundacionales décadas como fue la de los años ochenta en donde un libertinaje creativo dio lugar a un sinfín de obras y autores que de alguna manera marcaron una tendencia que devino clave para futuras generaciones tanto de cineastas como de espectadores, en ambas etapas por donde da la sensación de transitar Ghost Story, la longeva e iniciática y la evolutiva que dio comienzo en los años ochenta, a la hora de intentar hacer cualquier comparativa posible hacen palidecer a cualquier etapa posterior a ellas, especialmente una actual abastecida principalmente por conceptos mal adquiridos de ese cine pretérito que terminan siendo inocuos por ser meros escaneos dotados de una nula funcionalidad, o en el peor de los casos intentos pueriles a la hora de abrir nuevas vías que devienen como liquidas a través de unas bases ya transitadas con anterioridad como por ejemplo resulta ser esa nueva versión de Otra vuelta de tuerca dirigido recientemente por Floria Sigismondi. Tampoco sale bien parado en dicha valoración esas nuevas autorías surgidas en el fantástico contemporáneo percibidas como algo dispersas, algunas interesantes otras bastantes más cuestionables en referencia a postulados y en especial a su nada disimulado menosprecio con respecto a unos dictados del cual se sustentan como resulta ser el caso por ejemplo del cine perpetrado por Ari Aster o en menor medida el de Robert Eggers.

Paradigma del relato en donde el fantasma viene a cobrarse una deuda del pasado por aquella máxima en donde un espectro es un fantasma debido a algo que una vez sucedió y que no debería haber sucedido, no en vano a tal respecto Peter Straub declaro que se inspiró principalmente en los trabajos de Nathaniel Hawthorne y Edgar Allen Poe a la hora de escribir su novela, Ghost Story acaba siendo un interesante y muy válido canto de cisne con evidentes texturas de rara avis, también en referencia a su concepción de producción, aquella en donde los grandes estudios, Universal en este caso,  apostaban por un concepto diáfano y dotaba a este de una ornamentación técnica sobradamente eficiente, en el caso que nos ocupa el veterano Jack Cardiff en la fotografía o una notable y por momentos portentosa banda sonora a cargo de Philippe Sarde que por momentos parece remitirnos tanto a Bernard Herrman como al Vértigo de Alfred Hitchcock en referencia a la necrofilia y a esa dualidad tan característica de la love story con una muerta, incluso de forma algo curiosa aquí se consigue adecentar y legitimar el concepto de la vieja gloria hollywoodense que por aquel entonces era un recurso habitual y en parte bastante denostado destinado en gran parte a las tv movies o a las prototípicas apariciones secundarias en films de índole catastrofista producidas en su gran mayoría por Irwin Allen, a tal respecto y lejos del adorno interpretativo Fred Astaire, John Houseman, Douglas Fairbanks Jr., Melvyn Douglas e incluso una breve aparición de Patricia Neal son parte esencial de la ecuación de Ghost Story, tras las cámaras un artesano que hace honor a su nombre como es John Irvin que aquí junto a su anterior y notable The Dogs of War consigue realizar el mejor trabajo de una trayectoria con piezas tan rescatables como por ejemplo Hamburger Hill o ese interesante noir periférico que es City of Industry.

La mayor virtud de Ghost Story posiblemente radique en cómo sale airoso de una adaptación de difícil plasmación cinematográfica especialmente en referencia a unas narrativas e historias co-relacionadas continuamente mediante el flashback, en concreto tres, la presente y dos pasadas, estas dos últimas a modo de oxigenar y aclarar la que vertebra el relato en cuestión, y en menor medida a la hora de abreviar, especialmente visible a través de una economía de medios en donde muchos diálogos son expuestos en base a interacciones cortas y directas, teniendo la virtud de no perder de vista la esencia de un relato original que resulta ser tan denso, aunque esto evidentemente vendría a ser mérito del guionista Lawrence D. Cohen. En dicho trayecto encontraremos de forma casi forzada irregularidades y algún que otro tropezón narrativo que devienen casi como ineludibles dada la propia naturaleza de relato bicéfalo, lastres que en parte son subsanados gracias a una atmosfera en donde esa insinuación, que por momentos parece contornearse a través del british gothic horror, y su poco exhibicionismo logran erigirse como la principal virtud de una película que parece transitar en todo momento a medio camino entre la ensoñación y una tensión psicológica en base a una amenaza direccionada en esta ocasión a personajes ya entrados en años y no en adolescentes, un statu quo en definitiva que sitúa para bien a Ghost Story en tierra de nadie, en un lugar periférico dentro del fantástico de aquella época, el mejor ejemplo de todo ello lo podemos encontrar en su seca y abrupta conclusión, un cierre que no admite el golpe de efecto gratuito o el final abierto y que ejemplifica a la perfección un más que meritorio posicionamiento.