“Yuli” review

Yuli es el apodo de Carlos Acosta. Su padre Pedro le llama así porque le considera el hijo de Ogún, un dios africano, un luchador. Sin embargo, desde pequeño, Yuli siempre ha huido de cualquier tipo de disciplina y educación. Las calles de una Habana empobrecida y abandonada son su aula particular. Su padre en cambio no piensa lo mismo, sabe que su hijo tiene un talento natural para la danza y por eso le obliga a asistir a la Escuela Nacional de Cuba. Pese a sus repetidas escapadas y su indisciplina inicial, Yuli acaba siendo cautivado por el mundo del baile, y así, desde pequeño comenzará a forjar su leyenda, llegando a ser el primer bailarín negro que logrará interpretar algunos de los papeles más famosos del ballet, originariamente escritos para blancos, en compañías como el Houston Ballet o el Royal Ballet de Londres.

Yuli supone la nueva colaboración de Icíar Bollaín con Paul Laverty (guionista recurrente en la filmografía del cineasta británico Ken Loach) tras los buenos resultados cosechados con También la lluvia y El olivo, en este su nuevo trabajo tras las cámaras nos sitúa en el algo en principio pantanoso terreno del biopic cinematográfico, en esta ocasión acerca de las memorias del bailarín de origen cubano Carlos Acosta que nos son retratadas a través de la mirada del propio protagonista a lo que fue su pasado, esta visita guiada por el propio Acosta (interpretado para la ocasión por cuatro distintos actores en las diferentes etapas de su vida) que parte de la novela autobiográfica No Way Home pretende ser ante todo un relato empático con el espectador, quizás de manera demasiado forzada.

En este aparatoso relato de superación que es Yuli en donde se intentan de alguna manera revertir códigos del biopic al uso existe una confrontación bastante evidente y no bien resuelta en lo relativo a ser un relato que en ningún momento llega a ser autónomo por sí mismo, los largos números de ballet en donde estética y sensibilidad son representados de forma impoluta  (posiblemente el trazado más emotivo de la historia) actúan y terminan estando supeditados en todo momento a una narración que en ningún momento llega a ser fluida por su evidente dependencia, de alguna manera todo queda entrebancado a través de unos discursos que devienen como muy dispares, en este aspecto el nuevo film de Icíar Bollaín se desarrolla de forma irregular en lo concerniente a ser un trabajo que en ningún momento de la impresión de despegar del suelo quedándose como una muestra más de ese tipo de cine que aunque bien facturado (notable fotografía a cargo de Alex Catalán) y provisto de inequívocas aspiraciones comerciales que poco termina sorprendiendo en lo concerniente a su nivel cinematográfico. Las escenas que vemos en Yuli se reparten sistemáticamente en aquellas en donde presenciamos los números de danza y los intervalos de esa mirada hacia atrás referente al melodrama familiar, evidentemente tanto en un caso como en otro se recurre de forma nada disimulada a la expresividad como principal abanderado de la estética dando como resultado final un tono algo tosco al conjunto, dicho de otra forma estamos ante una película expuesta de forma apasionada en lo referente a unas formas en donde no se oculta prácticamente nada, por otra parte hay un exceso de sobre explicación en ese viaje al pasado por parte del protagonista en donde se indaga en esa supuesta fidelidad del artista a sí mismo, un servidor hubiera deseado algo más de matiz en esas vivencias pretéritas, esa reiteración de ideas en referencia a la soledad del bailarín difusamente hilvanadas que vemos a través de sucesivos flashbacks terminan direccionando al producto hacia un tamiz demasiado derivativo.

Al final de cuentas lo que nos intentan explicar tanto Icíar Bollaín como Carlos Acosta en esta historia de constante lucha aparte de esa exposición de los valores como vehículo del esfuerzo y el sacrificio y los por desgracia escasos momentos de tono sugerente en donde se indaga en la exploración del proceso creativo es en referencia a aquella praxis de que el arte nace en ocasiones con la misión de intentar liberar el dolor de la mente, lástima que todo esto termine estando supeditado tanto a un subrayado muy claro como a una puesta en escena que deviene como poca arriesgada y dotada de una evidente falta de brío en lo concerniente a su desarrollo algo que termina otorgando al conjunto orquestado por Paul Laverty y Icíar Bollaín una descomposición narrativa bastante notoria a modo de película que intenta rehuir de una narración convencional para acabar de alguna manera siéndola.

Valoración 0/5: 2