Crónica Festival de San Sebastián 2022 (ll)

Perlas
Posiblemente la existencia e importancia de una sección de las características de Perlas, y sus actuales fundamentos, se deba principalmente a ese sempiterno equilibrio de apartados que suele aglutinar un Festival como el de San Sebastián con relación a tendencias, autorías y diversas políticas de visionados. En estos últimos años, la naturaleza de Perlas se ha percibido como demasiado previsible con respecto a nombres y a una cierta servidumbre por parte del festival a según qué distribuidoras patrias, al final todo esto seguramente no deje de ser un mal menor a modo de agradecida concesión, pues la máxima de cualquier certamen que se precie tiene que ser la de guiar al espectador a través de su secciones e indicarles qué tipo de cine y diversos conceptos van a poder encontrarse en cada uno de los apartados, en relación con eso no hay nada que objetar, pues un servidor no tiene ninguna duda al respecto de que hoy por hoy el Zinemaldia cumple a rajatabla con tal función didáctica.
Uno de esos nombres fijos antes mencionados es el del japonés Hirokazu Koreeda que presentaba este año en Perlas, previo paso por Cannes, Broker, película rodada en Corea y hablada en el idioma de dicho país, lo que no deja de ser un nuevo paso en ese llamado autoexilio evolutivo de un autor que da la impresión de seguir transitando por un mismo temario, pero dirigido ahora hacia una parcela más globalizadora en referencia a la territorialidad de sus trabajos. A través de una road movie de tono encubierto, Koreeda vuelve a reincidir en eso tan característico de su cine que es el exceso de tramas paralelas, algunas de ellas demasiado intrascendentes, que al final, acabando en un previsible e inalterable tratado de empatía hacia sus personajes, en su gran mayoría pertenecientes a un núcleo familiar disfuncional. Puestos a indagar en esas reconocibles capas emocionales, se echa de menos un trazo sin tanta transparencia y más profundo, presente en anteriores películas suyas, como por ejemplo Nadie sabe o la reivindicable Air Doll. A tal respecto el posicionamiento sigue siendo similar e incluso plenamente reconocible con relación a lo que son sus intenciones, aunque las formas, en lo concerniente a su actual tejido complaciente, parecen encontrarse en espíritu cada vez más alejadas con respecto a aquellos primeros trabajos. En una sección como Perlas, proclive a ciertas concesiones de cara al evento, la presencia de la nueva película de Olivia Wilde, Don’t Worry Darling, se pudo entender como normal. Una discutible pieza de entretenimiento que palidece en su intento de ser una feroz distopía sobre la masculinidad tóxica y el patriarcado, expuesta aquí a partir de la creación de un universo artificial supuestamente idílico, comparado con un concepto bastante similar visto en la novela The Stepford Wives de Ira Levin y su apreciable adaptación al cine a cargo de Bryan Forbes en el año 1975, o incluso ya puestos en el terreno de las comparativas, igualmente deficitaria si nos adentramos en supuestas alegorías antisistema que señalan al audiovisual norteamericano como mal endémico, en comparación con una película de hace 25 años, como por ejemplo, The Truman Show de Peter Weir. Lástima que esas nociones tan interesantes, en donde se intuyen y cuestionan los cimientos del imaginario yanqui como modelo de vida promocionado por la sociedad de consumo, termine siendo poco más que una simple fábula poco trascendente provista de un enunciado narrativo sin un desarrollo percibido como lógico, teniendo la sensación final de estar ante un entramado tan atropellado como una parte final que bordea involuntariamente, y de forma algo peligrosa, la serie B genérica más cáustica.
Otra de las películas que parecían desde un principio encontrar un lógico acomodo en Perlas fue el nuevo trabajo tras las cámaras de Santiago Mitre, Argentina, 1985, película política que reconstruye un importante acontecimiento histórico desde un posicionamiento muy inteligente, dada su inequívoca vocación de cine clásico popular de juicios con ligeras texturas de telefilm, como parcialmente cuestionable con relación a una cierta complacencia que apela a la emoción de cara a una galería ávida de triunfalismos idealistas y democráticos; algo completamente lícito, pues no se atisba en el relato ningún trazo oportunista, si no fuera por una cierta extrañeza al comprobar el anterior bagaje de su responsable en lo concerniente al revisionismo de clichés asociados al cine político visto por ejemplo en su anterior y notable La cordillera, film bastante más dotado de rigor y complejidad que el que nos ocupa. Por su parte, Un beau matin de Mia Hansen-Løve también indaga respecto al concepto de la emotividad, pero a través de una perspectiva totalmente distinta. La responsable de L’avenir traza un relato afectivo de tintes autobiográficos percibido como muy fiel a su propio imaginario, especialmente en relación con algo que se le suele dar bastante bien en lo que concierne a ir mostrando a través de pequeños matices una historia que se desarrolla de forma progresiva, sin apenas detenerse en la autocomplacencia o el aspaviento emocional. Aquí todo queda relacionado en función de un desorden emocional y un continuo estado de indeterminación por parte de la protagonista, percibido a través de una doble vertiente, la amorosa y la familiar, que derivan respectivamente en dependencias afectivas y filiales. Un cine de autenticidad que hacen de su modestia y moderación su mejor arma.
Otra presencia que suele ser preceptiva cada año en Perlas es la ganadora de la Palma de Oro de Cannes, en tal sentido seis años después de The Square, Ruben Östlund repetía comparecencia en San Sebastián con Triangle of Sadness, film segmentado en tres partes que viene a ser la quintaescencia de un autor con respecto a esa indagación marca de la casa, y de origen casi patológico, que retrata a través de la mirada del enfant terrible las miserias del primer mundo, aquí focalizada principalmente en los ambivalentes papeles jerárquicos de las clases sociales, en modo satírico y grotesco. Desafortunadamente el cine del realizador sueco, supuestamente malintencionado, tiene la innegable virtud de atesorar un gran sentido de la observación, que sin embargo no se ve correspondido con respecto a una exposición de brocha gorda, intuida por momentos como muy simplista, que parece estar bastante más preocupada en entretener a un público cómplice, entregado al gag de tono caricaturesco, que en desarrollar las interesantes reflexiones o el análisis político que se perciben en un cine que da la impresión de estar en un continuo regocijo de sí mismo. Dos fueron los documentales musicales que se pudieron ver este año en San Sebastián, por una parte el extraordinario Meet Me in the Bathroom presente en la sección Zabaltegi-Tabakalera y por otra, el no menos interesante y exuberante retrato multimedia Moonage Daydream, a cargo de Brett Morgen (Kurt Cobain: Montage of Heck 2015), acertado trabajo de no ficción, que prescinde de la prototípica historia cronológica, que termina siendo tan camaleónico en sus formas como fue el propio David Bowie, indiscutiblemente uno de los artistas musicales más poliédrico e influyente de todos los tiempos. La única pena que le produce a un servidor el visionado de este meritorio documental, de generosa sobrecarga sensorial expuesta casi a modo de viaje lisérgico que obvia recursos y clichés característicos del género, es no tener ocasión de poder verlo en formato IMAX con sus 48 canciones remasterizadas, por lo demás todo bien, cualquier tipo de pleitesía al genio en forma de trabajo audiovisual es por descontado bienvenido.
Tras su paso por Venecia, Alejandro González Iñárritu, con el respaldo de Netflix, desembarcaba en Donostia con la determinación de llegar a lo más alto con Bardo, propuesta tan desmesurada y ambiciosa como discutible, que toma referencias y puntos de partida de, por ejemplo, y por aquello de ponernos algo en contexto, el 8 ½  o Amarcord de Fellini o el Synecdoche, New York de Charlie Kaufman, a la hora de hablarnos del propio pasado del autor bajo la fórmula del todo vale. Película en la que a lo largo de sus casi tres horas de duración nos deja claro que el alter ego de Iñárritu es el epicentro neurálgico de una historia que transita a modo de biografía emocional por los límites de la realidad y los sueños, el resultado final termina siendo más un indigesto muestrario de onirismo que una lúcida disección de las heridas de un país como México. Un relato que fracasa estrepitosamente a partir de un intento de autocomplacencia más direccionado finalmente al exceso efectista, e incluso narcisista, en lugar de intentar exponer algún halo de verdad a través de unas imágenes percibidas como inertes. En las antípodas de sus formas y su correspondiente contenido, y por aquello de intentar contextualizar un poco, según qué nuevas autorías ególatras con otras mucho más sólidas y pretéritas de una película de Iñárritu, se presentó la última película de los hermanos Dardenne, Tori et Lokita, cine en apariencia sencillo, pero construido sobre la base de la emoción y no las ínfulas. Aunque la fórmula pueda parecer en un principio la misma de siempre, en los Dardenne se percibe una interesante evolución hacia lo pesimista con referencia a un cine social que va bastante más allá de su propio enunciado, aquí la historia de dos jóvenes inmigrantes africanos enfrentados a la maldad de un sistema adyacente a esa Europa del bienestar que alimenta de forma soterrada la delincuencia y la explotación. Cine ético y digno construido desde el silencio que no busca la complicidad en su función de detenerse más en las miradas que en los gestos, cuyo cometido es hacernos ver desde otra perspectiva, y a través de una solvencia y precisión suficientemente contrastada, la realidad de una oscuridad social que nos rodea en nuestro día a día.
Recuperando tres títulos patrios dejados en el tintero en nuestra anterior crónica, Perlas presentó posiblemente las dos mejores películas españolas de este prolífico 2022, en cuanto a nombres consagrados, por un lado, una de las cumbres del cine español de este año se mire por donde se mire, es el nuevo trabajo tras las cámaras de Rodrigo Sorogoyen,  As bestas, película que recurre a conceptos propios de ese tensional thriller rural, por momentos derivativos del western, visto en obras como Straw Dogs de Sam Peckinpah o la reivindicable The BackWoods de Koldo Serra, a la hora de estructurar un relato ubicado en la Galicia caníbal, en donde predomina un duro clima de zozobra a raíz de una disputa de índole personal que con el paso del tiempo irá a más. Lástima que llegados a un determinado momento de metraje el responsable de El reino decide hacer dos películas en una vertebrando la trama entre diferentes nociones de lo masculino y lo femenino, algo que termina por adherir al tramo final una fuerte carga de trascendencia dramática al relato de género. Por fortuna aquí no se atisba impostura en ningún lado, aunque sí una considerable arritmia narrativa. Con todo, los primeros noventa minutos de As bestas suponen, con diferencia, el punto más alto de la trayectoria de Sorogoyen. Por otro lado, tras su paso por la Berlinale de Un año, una noche, basado en el libro Paz, amor y Death metal, de Ramón González, Isaki Lacuesta explora la experiencia del superviviente a través de las consecuencias emocionales acaecidas tras el atentado terrorista en el local Bataclan de París, lo hace, y en parte, esa es su gran virtud, pues evita el trazo sensacionalista, a través del camino menos complaciente y tremendista posible a la hora de estructurar un dispositivo narrativo deconstruido en distintos tiempos. En tal sentido Un año, una noche, como drama psicológico unitario que es, no deja de ser un meritorio tratado acerca de la descomposición de una pareja y esa huella indiscernible, que posiblemente acompañe en mayor o menor medida siempre, derivada de un hecho traumático que habla principalmente del miedo en todas sus representaciones, a través de lo sugerido en donde se nos sitúa en distintas fases de ese estado mental como el duelo inicial, la fatídica memoria y finalmente la tan ansiada catarsis. Otra película que de alguna manera también habla sobre los oscuros resquicios de la memoria fue Los renglones torcidos de Dios de Oriol Paulo, película que parte de una premisa similar a la fundamental Shock Corridor de Samuel Fuller, y que vino a cubrir esa cuota de comercialidad, a veces tan necesaria, por aquello de los equilibrios temáticos, en los certámenes de cine. Una ostentosa adaptación de la popular novela de Luca de Tena, que en su traslación en imágenes carece de un orden que pueda ser percibido como lógico y verosímil, con relación a algo que posiblemente funcione a un nivel literario, pero no a uno cinematográfico. Película plagada de un excesivo número de giros argumentales y puntos de vista divergentes que parece prescindir de cualquier posibilidad de lo real a favor del concepto reiterante de lo delirante, con todas las connotaciones que pueda atesorar para bien, pero sobre todo para mal en el caso que nos ocupa, tal término.

 

Nuevos Directores
New Directors, una de las secciones que más sentido tiene en un festival de las características del Zinemaldia, presentó, como suele ser habitual en estos últimos años, un interesante muestrario de nuevas autorías, algunas de ellas muy a tener en cuenta en un futuro no muy lejano, como por ejemplo la vista en Foudre, ópera prima de la realizadora suiza Carmen Jaquier, que nos plantea cómo algunos tabúes del pasado siguen estando de alguna manera vigentes hoy en día con respecto a pasiones emocionales y sexuales que no pueden expresarse de forma libre, pues en un principio van contra la norma dictada. En la película, que nos sitúa en el verano de 1900 en una aldea en los Alpes suizos, vemos como una adolescente ha de regresar a un entorno rural familiar debido a la repentina muerte de su hermana mayor. A través de una atmosfera de tono opresivo asistimos a esa consabida confrontación antagónica entre los valores conservadores, adyacentes al cristianismo hermético, y una mentalidad joven, y aún virginal, que todavía no ha sucumbido a dicho dogma opresivo, narrado a través de un relato que recurre al misticismo visual a la hora de mostrar el emocional descubrimiento de alguien que se siente amado por primera vez, y la libertad que todo ello puede otorgar. Por su parte, desde una cinematografía tan exigua en títulos como es la nicaragüense, se proyectó la primera película de ficción dirigida por una mujer de dicho país, La hija de todas las rabias de Laura Baumeister, que recurre al relato fábula con relación a ese imaginario infantil tan proclive al escapismo onírico del concepto de la miseria y la pobreza extrema, vistos a través de unos ojos inocentes, aquí con una fábrica de reciclaje de basura como principal escenario. Representación de un realismo mágico, muy en consonancia con el Beasts of the Southern Wild de Benh Zeitlin, por aquello de ponernos un poco en contexto, que a través de ese a veces pantanoso terreno del miserabilismo, nos muestra cómo lo bello se abre camino entre lo feo, a partir de un mundo propio que el infante logra crear.
Empieza a ser habitual que nuevas autorías provenientes del territorio asiático empiecen a incidir en problemáticas colindantes a personas de una cierta edad pertenecientes a unas sociedades plagadas de prejuicios, si el pasado año, y también dentro de la sección New Directors, la china Gull (crítica aquí) nos mostraba el viacrucis social que tenía que afrontar una mujer de 61 años víctima de una violación, la coreana Jeong-sun no deja de ser una muestra casi coetánea que nos muestra un caso bastante similar, en esta ocasión sobre la filtración de unas fotos indiscretas pertenecientes a una mujer de más de cincuenta años. A tal respecto, la ópera prima de Jeong Ji-hye sigue al pie de la letra un cine que se ampara en postulados de denuncia social referidos a estigmas morales ocasionados por la actual exposición en redes de la intimidad, en este caso ubicado en el ámbito laboral, con la particularidad de exponer como la estabilidad de una persona de una cierta edad se derrumba de forma repentina con el concepto de la vergüenza como tema central. Lástima que se perciba una autoría de laboratorio en lo concerniente a una narrativa de ritmo farragoso respecto a su intención de mostrarnos una cotidianidad que retrasa hasta lo indecible la llegada del asunto central de la historia. Por su parte Fifi, ganadora del Premio Nuevos directores, se centra en ese concepto recurrente, que al cine francés se le suele dar tan bien, que trata la llegada de la madurez en la edad juvenil, ubicada evidentemente en verano. El relato urdido por Jeanne Aslan y Paul Saintillan nos plantea una sencilla y fluida historia sobre el significado de los vínculos y el crecimiento emocional, también la referida a la brecha social que separa dos mundos distintos dentro de la adolescencia a un nivel socioeconómico, a través de un relato finiquitado como es preceptivo al final del periodo estival, una vez que se imponga la fría perspectiva ocasionada por la distancia y el tiempo. Película ingeniosa en su cometido en mostrar cómo se supera una etapa vital y complicada de la vida, teniendo la gran virtud de salir bastante airosa del temido coming of age festivalero.
Dirigida a tres bandas por Masahiko Sato, Yutaro Seki y Kentaro Hirase, e interpretada por Teruyuki Kagawa, uno de los rostros más perturbadores que ha dado el cine nipón en estos últimos años, y del cual Kiyoshi Kurosawa ha sabido sacar un generoso provecho, la japonesa Miyamatsu to Yamashita/ Roleless fue otra de las estimulantes sorpresas vistas este año en New Directors, cinta que nos plantea interesantes reflexiones con relación al significado y el sentido de la naturaleza fílmica. Película ovni de tono pausado e inteligente en lo concerniente a su utilización de la elipsis, que coloca al espectador en un continuo desconcierto a la hora de discernir qué es realidad y qué es ficción. La historia nos presenta a un hombre de apariencia gris, que trabaja como extra en todas las películas en las que puede, y que está empeñado en morir de forma sistemática en esa simulación no real, evidentemente detrás de todo ello anida un trauma sobre la no identidad en relación con un relato en donde se atisban fragmentos de lo que fue una vida pretérita, aquí visualizados en forma de papeles vacíos que pueden representar el no querer asumir un pasado, muy a semejanza del protagonista de Memento de Christopher Nolan. Por su parte Chevalier Noir nos retrata el periplo de la juventud de Teherán a través de una historia que parte del concepto del drama familiar intergeneracional, a partir de dicho enunciado la película del debutante Emad Aleebrahim-Dehkordi nos muestra el día a día de dos hermanos que se enfrentan, cada uno a su manera, al continuo estado de limbo en el que parece encontrarse su generación. Chevalier Noir representa a la perfección ese cine de tesis orquestado por autores formados cinematográficamente lejos de su país de origen que deciden volver a sus orígenes realizando trabajos que, pese a su corrección, a la hora de mostrar un enfoque realista de las contradicciones actuales de la sociedad iraní, recurren a una serie de símbolos visuales y subrayados narrativos demasiados evidentes.  Una mirada, la de Ali Abbasi en la decepcionante Holy Spider, sería otro buen ejemplo de ello, que pese a estar en un principio amparada en lo autóctono, termina apelando a un trazo de índole mucho más globalizador e incluso industrial. A tal respecto un servidor, puesto a elegir, echa en falta aquel cine autoral iraní de los años noventa, en donde realizadores como, por ejemplo Abbas Kiarostami o Mohsen Makhmalbaf, nos ofrecían unas miradas mucho más personalizadas y sólidas, y lo que es aún más importante, más arriesgadas.
Las secuelas sociales y emocionales que subyacen en territorios en donde ha ocurrido algún conflicto bélico también suele ser un temario bastante recurrente dentro de la sección New Directors, referente a eso, Carbon, del realizador moldavo Ion Borş, se fundamenta sobre el absurdo y el sinsentido causado durante la posguerra. Situada en la Moldavia del año 1992 a pocos días de celebrarse el primer aniversario de su independencia de la Unión Soviética, la película nos ofrece una mirada con una ironía de tono casi berlanguiano de la transición, una suerte de road movie en donde los dos personajes principales intentan dar una digna sepultura al cuerpo carbonizado de un desconocido. La metáfora final contra el nuevo sistema burocrático terminará siendo tan liviana en su desarrollo, con un estilo cómico derivado de la desventura, como predecible y poco trascendente a la hora de dar a conocer un determinado contexto y su correspondiente trasfondo. Mucho más interesante y compleja con relación a las raíces de la disidencia resulta ser la ópera prima del croata Josip Zuvan Garbura, una alegoría mucho más sutil, en esta ocasión el escenario también deviene como hostil, ya no solo por la herencia recibida del conflicto armado, sino también por los protagonistas, dos familias vecinas cuyas rencillas se cimentan y agrandan a través del anecdotario a lo personal,  donde subyace un desequilibrio que genera una inevitable tensión y filtración del odio que irá en aumento conforme avance la trama. Las diferentes visiones que anidan en la sociedad croata, principalmente con respecto a la tradición y supuesta modernidad, quedarán expuestas a través de la mirada de dos niños, perspectiva que rehúye por fortuna cualquier directriz derivada del coming-of-age al uso, estando más dirigida a mostrarnos cómo la toxicidad heredada generacionalmente intenta invadir territorios reservados en un principio para la inocencia.
ZabaltegiTabakalera
Una sección completamente abierta a diversos formatos y temáticas suele correr el peligro de convertirse en una especie de cajón de sastre, si no se sabe adecuar con cierto rigor lo que es su selección, a tal respecto Zabaltegi-Tabakalera en estos últimos años se ha convertido en un apartado tan interesante con relación a las propuestas exhibidas, como algo errática con respecto a la presencia de según qué tipo de concesiones poco dadas al riesgo o a la experimentación. En Piaffe, ópera prima de la realizadora alemana Ann Orense, al menos se puede atisbar una cierta valentía y arrojo en lo concerniente a su condición de artificio fílmico, expuesto a través de tonos eróticos y sensoriales que cuestionan conceptos sobre la naturaleza de la sexualidad, a pesar de un osado planteamiento inicial, termina siendo bastante más simple de lo que pueda aparentar en un principio. Piaffe gira en torno a la sempiterna búsqueda de una identidad que finalmente consigue materializarse, muy a la manera del Dogs Don’t Wear Pants de J-P Valkeapäa, gracias al fetichismo y al sometimiento derivado de ello, aquí semejante a la relación existente entre un jinete y un caballo; el problema viene dado por cómo dichos artilugios, de claras y muy evidentes concomitancias “arty”, dinamitan por completo el concepto de una narrativa que termina siendo esclava de ser hilarante, aunque de forma involuntaria. Por su parte Mutzenbacher, de la documentalista Ruth Beckermann, nos sitúa en una audición para hombres de entre 16 y 99 años ubicada en una antigua fábrica adornada para la ocasión con un sofá rosa en donde se requiere de la voluntad del entrevistado para comprometerse abiertamente con el tema y el lenguaje de las palabras escritas en una página en donde se reproducen textos de la escandalosa novela publicada anónimamente en 1906 Josefine Mutzenbacher. Mutzenbacher gira en torno a un contexto documental de prueba, en donde asistimos a una perspectiva masculina de un polémico texto, de cómo este siempre cambia de perspectiva cuando se lee en voz alta, aquí a partir de una exploración diversa y en parte inteligente con respecto a cómo perciben los hombres esa extrema sexualidad, curiosamente en unos tiempos en donde parece que ciertos conceptos tradicionales de la masculinidad se hallan en una crisis de identidad.
Curiosamente este año en Zabaltegi-Tabakalera lo más interesante vino en forma de cortos y mediometrajes, la mayoría de ellos a cargo de autorías de prestigio, como por ejemplo la de Peter Strickland, que este mismo año presentaba en el pasado Festival de Berlín ese maravilloso desvarío que es Flux Gourmet. En Blank Narcissus (Passion of the Swamp), que evoca intencionadamente al cine de Michael Powell, se nos narra en apenas 12 minutos un ejercicio de rememoración mediante la voz en off de un veterano director de cine porno que contempla de forma pretérita una antigua relación amorosa con uno de sus actores. Ejercicio de planteamiento sencillo que basa principalmente su razón de ser en lo manierista y atmosférico de un trabajo en donde se perciben un abrupto contraste entre la imagen y el sonido expuesto a través de una dialéctica intuida como juguetona que cuestiona según qué tipo de límites, todo ello a propósito del posicionamiento de un cineasta cuyo estilo continua siendo inalterable, pese a atisbarse en sus últimos trabajos una inquieta búsqueda a la hora de intentar experimentar nuevas vías narrativas. Por su parte, el extraordinario cortometraje A Short Story nos trae de vuelta cuatro años después de Long Day’s Journey Into Night de Bi Gan el tono más esteta a través de una sucesión de imágenes expuestas a modo de hipnótica fábula gatuna que es plenamente fiel al sugerente imaginario de su autor. Un relato que en unos escasos 15 minutos de duración nos propone, respecto a la inequívoca condición de prestidigitador visual de Bi Gan, un sinfín de fascinantes subtramas visuales de talante surrealista que requieren de una aplicada labor de descifrado por parte del espectador.
Para dar por finalizada esta doble crónica de todo lo visto en el Zinemaldia 2022, dos películas que tuvieron un acomodo en sesiones especiales del festival. Por un lado y con motivo del Premio Donostia otorgado a la actriz Juliette Binoche,  presente en el film de ese indiscutible referente que es Claire Denis, que este mismo año cuenta también en su haber con la notable Stars at Noon, presentó Avec amour et acharnement, película que adapta una novela de la escritora francesa Christine Angot, y que representa a la perfección el ideario fílmico de una autora excepcional que maneja como nadie un cine plagado de impulsos y poco proclive a la explicación fácil para el espectador, y eso para los fieles seguidores, no deja de ser un auténtico festín. Película adulta e incorruptible que recurre a una corporalidad aquí expuesta a través de una perversa elipsis que se desdobla a modo de un estado mental que deconstruye un romance a tres. Una historia alejada de cualquier tipo de convencionalismos que indaga en las relaciones emocionales como algo complejo, ambiguo y contradictorio con respecto al pensamiento pasional e irracional que deriva del deseo. Por su parte y dentro de ese evento denominado Película Sorpresa, Blonde de Andrew Dominik, que adapta de forma inteligente una novela escrita en el año 2000 por Joyce Carol Oates, y expone a modo de producto kamikaze una historia que transita por el reverso oscuro del biopic al uso, respecto a una visión personalizada, por la escritora y el cineasta, del personaje de Marilyn Monroe / Norma Jeane. A través de un loable trabajo técnico, en donde se mezclan tonos, atmósferas y formatos, se desmitifica el sueño americano y al mito en forma de pesadilla, funcionando incluso como una suerte de fantasía de rescate, resuelta en una media hora final que linda con conceptos propios del cine de terror. En realidad, aquí no hay ningún tipo de relato de auge y caída, tampoco un tratado sobre el poder destructivo ocasionado por la fama, pues la herida se percibe desde un principio, y sí un tremebundo retrato sobre la angustia y el abismo a la hora de ofrecernos la representación de una realidad que sabe expresar bien lo que fue la fragilidad de un icono popular.

 

Palmarés

 Concha de Oro a Mejor Película: ‘Los reyes del mundo’, de Laura Mora

Concha de Plata a la Mejor Dirección: Genki Kawamura por ‘A hundred flowers’

Concha de Plata a Mejor Interpretación Principal: Carla Quílez por ‘La maternal’ y Paul Kircher por ‘Le Lycéen’

Concha de Plata a Mejor Interpretación de Reparto: Renata Lerman por ‘El suplente’

Premio Especial del Jurado: ‘Runner’ de Marian Mathias

Premio del Jurado a Mejor Guion: Dong Yun Zhou y Wang Chao por ‘A woman’

Premio del Jurado a Mejor Fotografía: Manuel Abramovich por ‘Pornomelancolía’

Premio Nuev@s Director@s: ‘Fifi’, de Jeanne Aslan y Paul Saintillan

Mención Especial Nuev@s Director»s: ‘On either sides of the pond’

Premio Horizontes: ‘Tengo sueños eléctricos’, de Valentina Maurel

Premio Zabaltegi: ‘Godland’, de Hlynur Pálmason

Premio del público: ‘Argentina 1985’, de Santiago Mitre

Premio del público a la mejor película europea: ‘As Bestas’, de Rodrigo Sorogoyen

Premio Irizar al cine vasco: ‘Maixa

Premio Nest: ‘Montaña azul’

Premio Nest (Mención especial): ‘Anabase’

 

 

 

Crónica Festival de San Sebastián 2022 (I)

Vuelta a la normalidad a través de un nuevo escenario

Del 16 al 24 de septiembre tuvo lugar la 70 edición de un Zinemaldia en donde se pudo recobrar una supuesta normalidad después de la excepcionalidad vivida en los dos últimos años, sin embargo este nuevo orden vino marcado por unos tiempos de inevitables y abruptos cambios relacionados con el ámbito cinematográfico, no solo en referencia a anecdotarios tales como la dolorosa eliminación física, supuestamente debido a motivos presupuestarios del catálogo, en realidad esa habitual presencia física de papel acompañada con las publicaciones de las retrospectivas no dejaban de ser el único recuerdo tangible de lo que había sido una edición pretérita, sino también, y más importante, en relación con un nuevo escenario de consumo que inevitablemente afecta a la producción y distribución cinematográfica y el papel que pueda llegar a desempeñar de ahora en adelante los certámenes en lo concerniente a esta nueva  y vacilante situación. Ante tal panorama, el actual posicionamiento de los festivales de cine sigue siendo la de un mesurado impasse, los indicadores sugieren un augurio poco complaciente para la exhibición en salas comerciales y mucho más favorable en referencia a la producción cimentada desde las plataformas de streaming de visionado doméstico. Posiblemente esta nueva coyuntura dé lugar a un nuevo emplazamiento en lo relativo a la función y la importancia de los festivales de cine de cara al profesional y en especial al público, algo que en próximas ediciones tendrá que quedar claramente definido.

San Sebastián celebró su 70 aniversario de una forma austera con la exposición en el Centro Internacional de Cultura Contemporánea-Tabakalera  ‘Imagina un Festival’, muestra interactiva expuesta  a través de una veintena de pantallas que exhibieron un centenar de vídeos que suman más de 150 minutos de contenido sobre la historia de un festival que continua con su elogiable propósito de no renunciar a las retrospectivas, este año fue el turno del cineasta francés Claude Sautet a través del repaso exhaustivo a su trayectoria acompañada, como es preceptivo, por una publicación que supone una nueva colección de libros editados en colaboración con la Filmoteca Vasca. En cuanto a la programación de esta edición de San Sebastián, festival de festivales donde los haya y modelo perfecto de lo entendible como trabajo eficiente y proyección de empatía, sigue transitando en base a continuos, y a veces abruptos, equilibrios en lo relativo a la selección de películas y segmentación de secciones, especialmente en referencia a una sección oficial que este año se vio solventada, en cierta manera, por una importante representación de cine patrio aderezada con nombres ya consagrados, como por ejemplo Hong Sang-soo, Christophe Honoré o el austriaco Ulrich Seidl.

A continuación y cambiando un poco el esquema utilizado en el portal en pasada ediciones pasamos a detallar los títulos presentes en la Sección Oficial y el cine español dejando una segunda parte de la crónica para el análisis, igualmente pormenorizado, de todo lo que dieron de sí secciones paralelas del festival tales como New Directors, Perlas o Zabaltegi-Tabakalera.

 

El cine español al rescate

El pistoletazo de salida de esta 70 edición correspondió al nuevo trabajo tras las cámaras de Alberto Rodríguez Modelo 77, nueva indagación en el entramado sociopolítico de nuestro país a través de una crónica carcelaria que se vale de cierta ideología política a la hora de analizar el funcionamiento de dicho estamento en los albores de la transición, película con clara vocación de documento que carece de cierta cohesión interna, en referencia al irregular ensamblaje resultante de la reconstrucción histórica a modo de crónica social, el nacimiento de la COPEL,  con unos códigos genéricos que posiblemente tarden demasiado tiempo en hacer acto de aparición en el relato. Por su parte, Jaime Rosales con Girasoles silvestres abandona el trazo estético de anteriores trabajos suyos, ofreciendo la que posiblemente sea su obra narrativamente más asequible para el espectador,  un retrato de esa juventud periférica, con el concepto de la maternidad como epicentro, que busca con relación a un constante estado de fuga un lugar en el mundo y de paso abrazar un amor real mostrado a través del diario elíptico de una joven madre de dos niños y sus relaciones emotivas con tres personajes masculinos situada en tres tiempos distintos. Lástima que la propuesta sea finalmente esclava de un farragoso naturalismo introspectivo que parece más preocupado en detenerse a examinar la masculinidad toxica que en ofrecer un mayor rigor conceptual en referencia a la historia que pretende tratar.

Posiblemente la mejor película española de este año a competición fue La consagración de la primavera, historia donde nuevamente Fernando Franco, a través de esa aparente austeridad tan presente en todo su cine, plagado de pequeños detalles que no pretende aladear de ningún tipo de tesis y que nos trasporta a algo bastante más profundo de lo que pueda parecer en un principio en relación con un relato percibido a través de una vertiente dual que se vale de una premisa sobre la parálisis física para en realidad abordar otra parálisis, en este caso de índole emocional. Por su parte el director y guionista catalán Cesc Gay presentó en la gala de RTVE Historias para no contar, comedia coral de tono satírico narrado a través de cinco relatos independientes que indaga en situaciones cotidianas que giran principalmente a cerca del concepto de la infidelidad, el tono desinhibido y liviano hace de la propuesta un divertimento parcialmente original  plausible en su visionado en lo relativo a esa comicidad hacia el espectador que suele ser tan característica en el cine del responsable de Truman.

Como viene siendo habitual en los últimos años el audiovisual patrio presente en San Sebastián también tuvo su espacio para las series,  Apagón parte de una idea argumental bastante similar a su homóloga francesa L’effondrement, aquí el detonante viene dado por una tormenta solar en donde a través de cinco actos titulados Negación, Emergencia, Confrontación, Supervivencia y Equilibrio dirigidos respectivamente por Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo, Isa Campo, Alberto Rodríguez e Isaki Lacuesta se narra cómo puede ser  la vida, o el intento de ella, después de un colapso social. La lógica irregularidad del conjunto, al final se trata de una mirada personal sobre la condición de la raza humana y los dilemas morales a los que se enfrentan en una situación límite, queda parcialmente paliada por la solvencia de unos autores con relación a la labor de exponer una serie de reflexiones que por fortuna no caen en esa obviedad tan característica en este tipo de productos. Presente en la sección Zabaltegi-Tabakalera la ópera prima de Carlota Pereda, Cerdita, vino a cubrir de alguna manera esa cuota de cine patrio de claras connotaciones populares que asoma de vez en cuando en la programación de festivales como el de San Sebastián, casi a modo de desahogo supuestamente lúdico. Relato vertebrado entre el humor negro y un terror costumbrista rural que señala el acoso endémico que sufren las personas obesas y que en realidad no deja de ser una extensión del propio cortometraje dirigido anteriormente por la propia realizadora, que para mal contiene casi los mismos errores que su antecesora en referencia a una realización descuidada, que por momentos roza lo amateur, también una narrativa desequilibrada solo solventada a través de una entretenida parte final que abraza sin complejo ciertas costuras genéricas del slasher y la final girl a modo de festival catártico por parte del acosado.

 

Propuestas limítrofes hacia la cuota social

Dentro de la Sección Oficial a concurso, como claro denominador común,  muchas fueron las propuestas que indagaban a través de problemáticas de índole social, Runner, ópera prima de la estadounidense Marian Mathias, vendría a ser la quintaescencia del estoicismo narrativo, relato expuesto a través de la huida de una adolescente con el gótico norteamericano como escenario en donde nuevamente las formas, un gran rigor de los encuadres y el sentido expresivo de la imagen, que representa a una realizadora con una mirada propia, no termina de estar convenientemente acompasado con el contenido, algo obvio, de lo que se deriva un cine de un claro talante emergente, al que habrá que estar atento en un futuro. De Argentina vino el nuevo trabajo tras las cámaras de Diego Lerman, El suplente, película que indaga en ese subgénero del profesorado que sigue a pies juntillas patrones tan reconocibles como el referido al inicial rechazo del alumnado hacia el nuevo docente que termina en una comunión entre ellos derivada de la comprensión tanto de unos como del otro a modo de antesala del adoctrinamiento que aquí incorpora dialécticas supuestamente actuales a través de la descripción global que se hace de un barrio y un estatus social concreto. Cine honesto de buenas intenciones, tan legítimo como parcialmente intrascendente en el que se agradece la ausencia de una discursiva provista de tesis moral.

Por su parte la danesa Resten af livet vino a ser otra pieza de cámara de estilo farragoso que bascula en lo relativo a cómo afrontar un duelo familiar y las diferentes formas por parte de los miembros del grupo a la hora de encarar la perdida y acometer la posterior reinvención familiar. La reflexión termina deviniendo como gélida en prácticamente todos los ámbitos por los que transita, debido a una saturación en lo concerniente a su contención y en especial a la falta de emotividad del relato hacia sus personajes, algo que en teoría no tendría que ser negativo si no fuera por la sinergia que se crea con la falta de profundidad que se desprende de este tratado que indaga en la gestión de la pérdida. Otra de las óperas primas presentes este año a competición en San Sebastián fue la japonesa A Hundred Flowers (Mejor dirección) del hasta ahora productor y guionista Genki Kawamura, basándose en su propia novela, profundiza en la relación, con un fuerte trasfondo pretérito, de una madre con su hijo, con el concepto del perdón y la redención como eje principal de la historia. La cinta, con una inevitable influencia al imaginario fílmico de Ozu, utiliza el estigma del Alzheimer a la hora de mostrar a través de un complejo juego narrativo, y en parte virtuoso en lo relacionado a su vertiente estilística, un retrato del funcionamiento a veces caprichoso de nuestros propios recuerdos  en relación con un relato cuya falta de originalidad y excesiva corrección se ve en parte solventado por ese tipo de emotividad tan sutil y sin apenas alardes tan característico del cine japonés.

Otro tema bastante recurrente en esta edición del Zinemaldia fue la precariedad de las condiciones laborales del desfavorecido, en tal sentido lo más apreciable del film del portugués Marco Martins, Great Yarmouth: Provisional Figures, radica en su decidida no adscripción al consabido relato de impronta social al uso, en este caso la explotación de emigrantes lusos en una ciudad obrera de Inglaterra, marco de esta apreciable película, donde su realismo extremo poco dado a la concesión, termina dando la sensación de estar planteada casi a modo de una historia de terror en la que su sofisticada elaboración del sonido y la imagen, ojo a esa fotografía a cargo de João Ribeiro, nos remite casi a las antípodas del cine perpetrado por ejemplo por Ken Loach en lo relativo a las formas, aunque el mensaje sigue siendo el mismo, aquí de consonancias aún más atroces, si cabe, en lo concerniente a una sociedad capitalista de índole neoliberal que pisotea a los más humildes. Una de las absurdas polémicas que terminaron no siéndolo este año en San Sebastián vino de la mano de la película Pornomelancolía, en este caso las referidas las acusaciones vertidas por su protagonista, el actor porno Lalo Santos, por haberse sentido desprotegido psicológicamente durante el rodaje. La película no deja de ser un lánguido análisis, en donde se atisban temas interesantes que no terminan siendo convenientemente desarrollados, sobre la industria pornográfica a través de una sola mirada, la de su personaje principal. Cámara en mano y narrada a modo de diario personal el film se vertebra en dos direcciones, una menos interesante, la relacionada con la crítica sobre prácticas deshonestas, aquí con curiosas concomitancias meta, dentro del ámbito de dicha industria, y la algo más sugerente, aunque bastante más soterrada en el relato en relación a un vacío existencial de alguien que se siente solo ante la vida.

Siguiendo con el estigma del desfavorecido, la ganadora de la Concha de Oro a la Mejor Película, Los reyes del mundo, vendría a ser una versión afortunada de Los olvidados de Luis Buñuel, con claros ecos a referentes literarios como Lord of the Flies de William Golding o incluso, apurando mucho, los antecedentes al Heart of Darkness de Joseph Conrad. La narración, siguiendo patrones típicos de la road-movie, nos traslada al Medellín actual partiendo del concepto de la recuperación de la tierra prometida, en su día confiscada por los paramilitares. Película plagada de simbolismos con evidentes trazos neorrealistas y texturas hipnóticas, el nuevo trabajo tras las cámaras de la colombiana Laura Mora tiene la virtud de ser ese tipo de relato que parte de un compromiso honesto que atesora la virtud de prescindir de cualquier trazo de estética a favor de lo meramente instintivo y conmovedor a través de una utópica búsqueda que en realidad no deja de ser una huida. Para acabar este repaso de las películas a competición situadas dentro del ámbito social e histórico, la china A Woman, basada en la novela autobiográfica «Dream» de la escritora Zhang Xiu Zhen, nos ofrece un fresco histórico situado a través de un par de décadas respecto a un drama individual que transita acorde y casi en paralelo con las transformaciones políticas de un país. La película del veterano Wang Chao prioriza lo primero, dejando lo segundo como trasfondo de este correcto y clásico melodrama del proletariado, en donde las constantes elipsis temporales atenúan la densidad de un relato posiblemente demasiado pormenorizado en relación a la evolución emocional y social de una mujer, que termina siendo un fiel reflejo en paralelo de lo que termino siendo el desarrollo de la cultura china.

 

Impasse de autorías consagradas

Otras de las películas precedidas de cierta polémica y vetada en otros certámenes tras acusaciones de prácticas poco éticas durante su rodaje, fue el nuevo trabajo del austriaco Ulrich Seidl, una coyuntura que no deja de ser sintomática y que refleja el actual y preocupante estado de las cosas, pues Sparta resulta ser la película más suave y menos provocativa, en referencia a su tono por parte de un autor indudablemente incómodo, que aquí aborda un espinoso tema a través de una historia en donde asistimos a la visión poliédrica de un personaje con deseos miserables, pero que al mismo tiempo nos muestra un terrible tratado sobre el tormento interior que condena un deseo que deriva en soledad. El trabajo más austero de un Ulrich Seidl que no recurre a ningún tipo de elipsis, termina ofreciéndonos una interesante y bastante inteligente, reflexión sobre lo que supone vivir a través de una existencia atrapada. Por su parte el esforzado biopic Il Boemo vino a cubrir esa cuota a veces tan necesaria en certámenes como el Zinemaldia referida al cine académico de época. El realizador Petr Vaclav, que parte como principal referente del Amadeus de Milos Forman, nos sitúa en siglo XVIII a través de un relato de costuras ampulosas y suntuosas, que otorga a la música un papel primordial en un relato en donde asistimos al consabido auge y caída al más puro estilo Ícaro, en el caso que nos ocupa al relacionado con el compositor checo Josef Mysliveček, respecto a una historia de tono meticuloso y formas algo convencionales que calibra de forma relativamente involuntaria esa máxima que nos alerta de como el exceso de fama, sexo y demás menesteres, siempre ha sido a lo largo de la historia contraproducente a la hora de preservar el talento que ha llevado a todo ello.

Otro de los nombres ya consagrados que estuvieron presentes este año en San Sebastián fue el francés Christophe Honoré, que presento a competición Le lycéen, un tratado indigesto de raíces muy personales en modo coming-of-age donde se reconstruye ese tránsito vital que es la transformación en adulto con el trasfondo de la repentina pérdida de la figura paterna recurrida aquí a modo de materialización violenta del sufrimiento. El responsable de Chambre 212 se recrea de algo forma pomposa en la pesadumbre y el desconcierto adolescente, notable Paul Kircher, ofreciéndonos un relato de tono desaforado que por fortuna logra huir del característico trazo nostálgico, término que puede ser interpretado tanto de forma negativa como positiva en relación a ese a veces tan pantanoso terreno que suele tener el cometido de expresar en imágenes emociones y fragilidades varias ligadas en gran medida a un periodo particular de la adolescencia. Sebastián Lelio, por su parte y con el respaldo de Netflix, presentó The Wonder, adaptación de la novela homónima de Emma Donoghue que nos traslada al año 1862, siendo testigos de cómo una niña, pese a dejar de comer durante un largo periodo de tiempo, permanece milagrosamente viva y en un buen estado de salud. El espectador seguirá un trayecto en paralelo junto a una enfermera inglesa a la hora de desvelar el supuesto misterio. The Wonder, partiendo del principio irrefutable de la realidad como concepto básico de la existencia, termina siendo un relato parcialmente enfocado a ofrecer un drama de época con ciertas reminiscencias góticas y barrocas, especialmente en lo relativo a su faceta técnica a la hora de crear y mostrarnos una atmosfera percibida como asfixiante en lo concerniente a su calado emocional, labor esta que de alguna manera se ve algo empañada por la poca sutileza existente en ese eterno debate aquí presente entre ciencia y religión, siendo al final un relato demasiado predecible tanto en lo relacionado con su afiliación al alegato contra el fanatismo, como con respecto a su impostado y algo previsible truco final.

El prolífico Hong Sang-soo, que este mismo año presentó en la Berlinale The Novelist’s Film, volvió a San Sebastián con Walk Up, película que nuevamente invoca a una autoría irrenunciable en estilo aunque afortunadamente dispersa en contenido, aquí potenciando aún más, si cabe, el minimalismo de sus puestas en escena que como suele ser habitual parece ir en contraposición a una narrativa y dialéctica diversificada en varias vías, gracias a una serie de elipsis que rompen cualquier tipo de cuadratura cronológica en la historia, el temario vuelve a recurrir a las dudas y la melancolía bajo una aparente sencillez que no lo es tanto en donde vuelve a hacer acto de aparición esa máxima que dicta que en algunas autorías lo aparentemente percibido como menos es más, siempre que se esté dispuesto a aceptar una reglas de juego aquí materializadas como inalterables. El colofón a esta 70 edición vino de la mano del veterano y siempre competente Neil Jordan con Marlowe, película que intenta revivir en modo cinematográfico el extenso legado de Raymond Chandler a través de unas buenas intenciones en relación a su propósito de revisitar el concepto del neo noir, pero que no terminan de verse cumplidas a raíz de una abrupta artificialidad,  da la sensación de estar en un imaginario en donde predomina un excesivo cartón piedra escénico y una discutible utilización del croma, a través de un producto en el que se percibe respeto, pero no indagación y que termina siendo demasiado esclavo, tanto de la reconstrucción nostálgica que acomete, como de ser plenamente consciente de la inferioridad y la carencia de complejidad que atesora con respecto al legado que pretende homenajear.

 

 

 

«Woodlands Dark and Days Bewitched» review

En anteriores crónicas del pasado Sitges 2021 ya habíamos señalado la importancia que conlleva la presencia en los certámenes cinematográficos de según qué tipo de documentales que atesoran una función primordialmente didáctica en lo relativo a la exploración de algún temario relacionado con el séptimo arte, evidentemente pese a que la intención siempre parte de unos postulados supuestamente bienintencionados no todo vale pues en un primer lugar el interlocutor ha de ser percibido como válido ante tal cometido, Kier-La Janisse, responsable entre otros libros de la fundamental House of Psychotic Women, un volumen imprescindible sobre el terror expuesto a través de una perspectiva de género, lo es de manera sobrada en este extenso documental en relación a ofrecer una mirada crítica y académica intuida como solvente,  Woodlands Dark and Days Bewitched  es un trabajo documental que explora con detenimiento el fenómeno del folk horror desde sus inicios a su proliferación en la televisión británica en la década de los setenta hasta llegar al resurgimiento del género acaecido en los últimos años, un estudio formulado a través de más de doscientos títulos y cincuenta entrevistados.
Es ciertamente complicado encontrar a día de hoy un subgénero dentro del fantástico que no haya sido lo suficientemente analizado por la vía del estudio escrito, visual o incluso oral, a tal respecto y pese a atesorar a lo largo de los años un buen número de trabajos que inciden en la materia posiblemente el  folk horror en nuestro país ha sido de alguna manera un desconocido hasta la reciente aparición de películas contemporáneas que indagan en dicha temática dirigidas a un sector de público más amplio como por ejemplo The Witch Robert Eggers (2015) o Midsommar Ari Aster (2019). Woodlands Dark and Days Bewitched comienza su profunda inmersión en la temática en base a una descripción general de lo considerado como la trilogía básica del subgénero compuesta por The Witchfinder General de Michael Reeves (1968), Blood on Satan’s Claw de Piers Haggard (1971) y The Wicker Man de Robin Hardy (1973), el apogeo inicial del horror a un nivel popular convierte este segmento en un punto de partida idóneo en donde se reúne a un buen número de testimonios a la hora de examinar con detenimiento qué es el folk horror y cómo va evolucionando a lo largo del tiempo. Si bien algunos de dichos interlocutores son cineastas conocidos como por ejemplo Robert Eggers o Alice Lowe, la gran mayoría son críticos y académicos sobradamente conocedores de dicho temario, autores destacados como Alexandra Heller-Nicholas o distinguidos historiadores del cine como Abraham Castillo Flores desglosan la materia a un nivel global, a tal respecto es muy de agradecer que este magnífico documental no presente una lista estándar de entrevistados relacionados con el género como suele ser demasiado habitual en muchos trabajos de semejante índole.
Woodlands Dark and Days Bewitched posiblemente fue el mejor documental de carácter didáctico visto el pasado año en Sitges, poco importa que sea un trabajo concebido en un principio para el consumo dentro de un ámbito doméstico, saldrá al mercado de la mano de Severin Films, seguramente sus 194 minutos de duración, que para nada se hacen tediosos, estén más direccionado al visionado casero más relajado y segmentado en lo concerniente a ser un curso intensivo y extenso que para lo completistas puede llegar a intercalarse con la lectura de dos notables, y complementarias entre sí, publicaciones en castellano surgidas el hace tres y dos años como son el Folk Horror: lo ancestral en el cine fantástico coordinado por Jesús Palacios y el también colectivo Terror rural y paganismo.

Valoración 0/5:3’5

https://youtu.be/aSYBpdDSh9A

 

«The Execution» review

De alguna manera se ha convertido casi en un subgénero propio ese tipo de películas que transitan a través del thriller psicológico sobre la caza de asesinos en serie en donde se retrata una precariedad social y logística por la que han lidiar los investigadores a la hora de atrapar al supuesto criminal, unos relatos en donde la acción se suele situar de forma algo habitual en geografías proclives a dicho escenario como por ejemplo esa antigua Unión Soviética anterior a la perestroika o la Corea de sur que visualizaba el Memories of Murder de Bong Joon-ho, territorios y sociedades poco preparadas hasta ese momento en referencia a medios y metodología a la hora de afrontar la caza del psicópata. En The Execution vemos como durante años, las fuerzas policiales rusas han intentado detener al asesino en serie más inteligente y buscado del país. Pero incluso cuando lo atrapan, nadie puede demostrar su culpabilidad. A medida que se intensifica la persecución, la investigación se vuelve cada vez más personal entre el detective y el sospechoso.
Siguiendo de inicio los patrones antes comentados The Execution parte por contenido y territorialidad de la génesis de un film tan fundamental en estas líderes como resulta ser aquel sobrio y aplicado ejercicio de la HBO que era el Citizen X de Chris Gerolmo, un servidor percibe, pues no queda del todo claro y tampoco parece una prioridad esencial por parte de su realizador, que se nos relata el mismo caso, el tristemente conocido con el nombre del Carnicero de Rostov, sin embargo llegados a un punto concreto de su metraje las intenciones de Lado Kvataniya se extrapolan a una senda en principio no tan convencional, sin salir del concepto del true crime, hacia otras direcciones en referencia a una cierta subversión de dicho esquema, más en relación a la ambigüedad del investigador que a la monstruosidad del investigado, siguiendo con otros referentes similares a la hora de situar al lector entra en acción en la trama de la película narrativas ya vistas con anterioridad en por ejemplo la serie Mindhunter de Joe Penhall, en lo concerniente a cómo entender la maldad desde el punto de vista policial, y en especial el I Saw The Devil de Kim Jee-woon, por aquello de embrutecer al cazador hasta los mismos parámetros de desvaríos que su presa, llegando a ese punto fatídico se nos planteara la pregunta de quién es realmente el monstruo.
The Execution, provista de una pulcra ambientación y una solvente elegancia formal en lo concerniente a crear una atmósfera turbia y malsana que requiere el relato, termina sin embargo ofreciendo al espectador demasiadas vueltas de tuercas en relación a desvelar quién es quién a través de una historia que posiblemente precisaba de menos malabares narrativos y arcos temporales difusos en la parte final de un film que habla principalmente de una búsqueda intuida como dual, la menos visible termina siendo aquella que nos habla del demonio y la oscura disfuncionalidad que atesora cada ser humano, y como este subyace no solo de puertas afuera sino también en nuestro propio interior.

Valoración 0/5:2

«She Will» review

She Will nos cuenta como tras una mastectomía doble, Veronica Ghent viaja a una clínica situada en Escocia. Su intención es curarse de la operación, pero una vez allí descubre que para sanarse totalmente también es necesaria una meditación psicológica sobre su existencia y algunos traumas del pasado. Veronica establece un vínculo especial con Desi, una joven enfermera, y juntas descubren unas fuerzas misteriosas relacionadas con los sueños.
Ya hemos hablado con cierto detenimiento en anteriores crónicas de la muy forzada presencia de la mujer dentro del ámbito fantástico que en la pasada edición del Festival de Sitges pareció estar presente casi a semejanza de un leitmotiv propio, un servidor sigue siendo de la opinión que dicha iniciativa evidentemente es del todo loable en lo relacionado a su intento de dar visibilidad a una hasta ahora ausencia, sin embargo no lo es  tanto en cómo es aplicada en según qué certámenes cinematográficos, y muy especialmente en lo concerniente a una serie de trabajos que dan la sensación de que su seleccionados corresponde más a un propósito de cubrir según qué tipo de cuotas que en lo relacionado a sus supuesta calidad artística. El debut en la dirección de Charlotte Colbert podría formar parte perfectamente de este grupo de películas con el añadido de estar ante un trabajo que ni siquiera parece estar demasiado preocupado en lo relativo a la interpretación y desarrollo de según qué mecanismos  adyacentes al cine de terror a la hora de plantearnos una tesis discursiva que da la sensación de estar expuesta a golpe de imposición.
Sin tratar ser un purista del género fantástico, pues un servidor nunca ha sido partidario de según qué clase de fundamentalismos aplicados al cine, She Will representa a la perfección esa clase de trabajos que se valen del fantástico en lo concerniente a transitar a través de un discurso no genérico que aquí da la impresión de zambullirse en coordenadas propias del #MeToo mediante una serie de simbolismos artys nada proclives a terminar estando cohesionados a una trama, la meramente fantástica, que en la película que nos ocupa sin embargo da la impresión de querer aferrarse de manera algo forzada a conceptos derivados del terror gótico con ciertas texturas hacia lo telúrico. Que Charlotte Colbert sea una artista multidisciplinar con una presencia destacada en museos y galerías de arte en base a trabajos que abarcan desde la fotografía, la cerámica o la escultura no significa que sea una cineasta competente en según qué líderes. She Will y ese superficial discurso, que deja otros inacabados como por ejemplo el relacionado al imaginario que se establece a raíz del aislamiento, que anida a través del empoderamiento de la mujer circunvalado en relación a la estigmatizaron de su vida personal y cómo estas se vengan mediante la excusa del elemento sobrenatural. En realidad y aunque no lo parezca en un primer lugar todo esto nos sitúa ante una prototípica rape and revenge que aspira a ser algo más mediante una recargada caligrafía onírica que intenta evocar a través de sus imágenes supuestas representaciones de índole relevante para con el espectador.
A tal respecto She Will termina por denotar una estética ciertamente poderosa que no logra modular con acierto una narrativa que en ningún momento parecer ser consecuente a la hora de encontrar su propia identidad, especialmente en lo relativo a intentar o creer ser trascendente y percibir a que en realidad no lo es.

Valoración 0/5: 1’5

After Blue (Paradis sale) review

After Blue nos sitúa en un futuro lejano a través de un planeta salvaje en donde solo las mujeres pueden sobrevivir en medio de una particular flora y fauna. La solitaria adolescente Roxy libera a una criminal que estaba enterrada en la arena. Una vez libre, la mujer vuelve a sembrar el terror y la muerte. Roxy y su madre, Zora, serán consideradas por este hecho responsables,  algo que hará que se les exilia de su comunidad y se les condena a localizar a la asesina. Así, comienzan un peligroso periplo por los territorios fantásticos y fantasmales de su sucio paraíso.
Mucha expectación había generado en según que determinados círculos el nuevo largometraje del realizador  francés Bertrand Mandico tras su reconocida a nivel crítico Les garçons sauvages (mejor película de 2018 según Cahiers du Cinema), After Blue, cuya premier mundial tuvo una lógica acogida en el pasado Festival de Locarno (Premio FIPRESCI), nos trasporta a una cinematografía de naturaleza cada vez más extinta, de muy complicada catalogación genérica en lo relacionado a poner a prueba la paciencia de un tipo concreto de espectador que si consigue entrar en dicho entramado narrativo, y sobre todo conceptual, se verá recompensado de sobras con una de las propuestas más estimulantes e inclasificables realizadas el pasado 2021.
Según palabras del propio Bertrand Mandico After Blue nace del propósito de ensalzar, y en gran parte reconfigurar, la presencia de la mujer en un determinado cine genérico tomando como principales conceptos su papel en el western, también en lo relacionado a derivas adyacentes a la crueldad que suele existir en los cuentos de hadas clásicos y al lirismo que a veces atesora según que parcelas de la ciencia ficción, dicho posicionamiento no deja de ser expuesto a través de una mirada bastante particular pues en After Blue las referencias a los géneros cinematográficos que aborda se alejan de esa estigmatización que suelen sufrir a día de hoy de forma tan habitual por ejemplo el western o la ciencia ficción. Para ponernos algo en contexto al igual que en el cine perpetrado por Hélène Cattet y Bruno Forzani Bertrand Mandico se muestra totalmente irreductible a la hora de crear un imaginario, aquí mostrado a modo de una especie de anti paraíso poblado únicamente por mujeres, percibido como único y expuesto a medio camino entre lo poético y lo cruel sin llegar a atesorar ninguna concesión a convencionalismos de índole genéricos, en el podemos intuir, apelando a cierta estética de los años setenta, a conceptos propios del western post-apocalíptico provistos del delirio visual cercanos a nivel conceptual de por ejemplo el Fando y Lis o La montaña sagrada de Alejandro Jodorowsky, también a componentes surrealistas de tono kitsch, cutres supuestamente a propósito, relativamente semejantes por poner otro ejemplo al Flash Gordon de Mike Hodges.
Ante tales referentes en relación a su abstracción meditativa After Blue como relato que desafía en todo momento la zona de confort del espectador pude ser interpretado entre otras muchas cosas a modo de grotesca fabula que transita basicamente sobre la naturaleza salvaje que anida en el interior de las mujeres, todo ello expuesto a través de una película provista de claras connotaciones catárticas dada su poca disimulada tendencia al exceso otorgando a Bertrand Mandico y a su cine de esa etiqueta, cada vez más difícil de encontrar hoy en día, de autor único y de culto que recicla y se apropia de conceptos ajenos a cual más dispares para de alguna manera hacerlos suyos en base a una de las miradas más sugerentes y relevantes surgidas en estos últimos años en el actual panorama de cine europeo de autor.

Valoración 0/5: 4

«As In Heaven» review

El debut en la dirección de la joven realizadora danesa Tea Lindeburg fue una de las pocas cintas de las varias presentes en la pasada edición del festival  de San Sebastián que logro de alguna manera solventar la pobreza de un mensaje alegórico que pareció estar presente hasta la saciedad en el certamen, metáfora sobre la mujer del hoy y del ayer tan manida como poco consistente que aquí es solventada gracias a un ejercicio de estilo cinematográfico de tono potente en relación al retrato que se nos hace de un asfixiante drama psicológico, a tal respecto el premio a la mejor dirección fue posiblemente el galardón más coherente otorgado este año en el festival.
As In Heaven nos sitúa a finales del siglo XIX, la vida de Lise, de 14 años, cambia para siempre. Es la mayor de sus hermanos, la primera de su familia en ir a la escuela y está llena de esperanza y confianza en la vida. Pero cuando su madre se pone de parto, pronto algo parece ir mal. A medida que cae la noche y el parto avanza, Lise empieza a comprender que el día que comenzó siendo una niña podría terminar con ella convertida en la mujer de la casa.
As In Heaven vuelve a incidir mediante la tiranía estructural del patriarcado en la precariedad de la mujer del pasado extrapolable a según qué circunstancias del presente, en realidad el mensaje que se expone en la película no va mucho más allá de dicho enunciado, en un escueto periodo de 24 horas, espacio temporal que cambiará la existencia de la protagonista para siempre, asistimos al complicado parto de una madre, mientras tanto la hija mayor del clan familiar se debate en quedarse en el hogar o irse a estudiar a un internado de la ciudad y desligarse de alguna manera de ese universo opresivo en el que parece estar condenada a subsistir, llegados a este punto lo realmente interesante que vemos en As In Heaven no es tanto el mensaje, por momentos bastante obvio, y si como este queda plasmado en la pantalla a través de un preciosismo visual que por momentos puede colindar peligrosamente con lo ostentoso de dicho posicionamiento. Hace un par de años Malgorzata Szumowska intento de forma defectuosa hacer algo parecido aplicando el concepto me too en la fallida The Other Lamb, en este sentido Tea Lindeburg recurre a través de la imagen y el sonido a estilismos más propios del cine de terror premonitorio con reminiscencias telúricas a la hora de mostrarnos un oscuro imaginario onírico que orbita principalmente sobre los miedos y los sentimientos de culpa que parecen anidar en la psique de la protagonista.
Una película que pese a atesorar un continuo conflicto de intereses en referencia a lo que es su fondo y sus formas tiene la innegable virtud de no recurrir a proclamas gravitatorias de índole gratuitas en lo concerniente a la negación del consabido coming of age expuesto aquí a modo de sacrificio por parte de esas mujeres que convivían en ese perturbador y marginal mundo rural de finales del siglo XIX en donde era habitual el dogmatismo religioso y la explotación femenina.

Valoración 0/5:3’5

«X» review

En 1979, un grupo de jóvenes cineastas se propusieron hacer una película para adultos en la zona rural de Texas, pero cuando sus anfitriones solitarios y ancianos los atrapan en el acto, el elenco pronto se encuentra en una lucha desesperada por sus vidas.
Si hay existido a lo largo de estas últimas décadas un género cinematográfico por antonomasia que de alguna manera ha recurrido por activa y por pasiva a la re visitación propiciada por la sistemática demanda del aficionado este ha sido sin lugar a dudas el referido al terror, en unos tiempos de continua referencialidad, no muy bien planteada, en donde gran parte de la crítica y los fans vitorean y validan al unísono productos tan deficitarios en su concepción como por ejemplo la última versión de Texas Chainsaw Massacre a cargo de David Blue Garcia, por el mero hecho de ser una película supuestamente disfrutable en función únicamente de su abundante dosis de gore, no es de extrañar que surjan un generoso número de películas con una poco disimulada mirada pretérita como por ejemplo X, en este caso en lo concerniente tanto al slasher USA de los años setenta como al American Gothic que confrontaban de forma abrupta la modernidad y un enfermizo conservadurismo situado en la América rural profunda.
Posiblemente el gran déficit de X pueda percibirse en tener la sensación de estar ante un producto demasiado calculado en relación a sus supuestos propósitos y alegorías por las que supuestamente transita, por otra parte su invocación al cine primigenio de Tobe Hooper se queda en eso, en una pulcra ambientación de texturas ambivalentes en donde se apuesta por un gore analógico como es preceptivo y en especial en lo concerniente a la exposición de un árido escenario y en homenajear para regocijo del fandom otra película del responsable de la original The Texas Chainsaw Massacre como es Eaten Alive (1976). Lo que en estos relatos venía a ser una ruptura conceptual que nos derivaba a un compendio del sucio realismo especialmente brillante en su faceta sonora aquí nos encontramos con una realización demasiada cuidada, gracias principalmente a la presencia de la productora A24, y lo que es peor provista de un mensaje algo obvio en relación a confluir dos corrientes seminales no especialmente antagónicas entre sí como son el porno y el terror, la juventud y la vejez, estigma también muy presente en otra película de genero de este mismo año como es La abuela de Paco Plaza, y en especial en ese incipiente liberalismo enfrentado a un perturbador anacronismo represor en donde suelen nacen monstruos, todo ello aderezado con una innecesaria revelación final.
La carrera de Ti West ha basculado en gran parte en lo concerniente a una continua referencialidad genérica, labor especialmente afortunada en la re visitación del terror satánico de los años 70 con The House of the Devil (2009) y el relacionado con ese horror de carácter más popular y desinhibido bastante muy proclive en los años 80 con The Innkeepers (2011), sin embargo en otras reformulaciones venidas a posteriori West no se muestra tan certero, tanto con el fanatismo religioso expuesto en formato found footage visto en The Sacrament (2013) como el western a modo de revival de In a Valley of Violence (2016), propuestas al fin y al cabo que al igual que X son percibidas en base a una estructura algo más ambiciosas y modélicas que sus predecesoras pero también más direccionadas a una clara naturaleza de artificio pese a anidar supuestamente a través de discursos potencialmente nuevos.
Ubicada a finales de los 70 X representa a la perfección ese tipo de cine bastante reconocible en estos últimos años que parece más preocupado en plantear que en desarrollar, a tal respecto hay acotaciones ciertamente interesantes como el que nos dice como el sexo a modo de represión desemboca en barbarie, también el referido a ese juego meta que nos muestra el cine dentro del cine en donde los tópicos de los géneros van apareciendo uno por uno a modo de festín cinéfilo o incluso la reformulación de las reglas a la hora de definir a figura de la Final Girl, no yendo sin embargo más allá de una distendida  acumulación de elementos referenciales más cercanos al hype generado por el entorno que a la veracidad del producto entendido como tal, un cine en definitiva concebido bajo los dictámenes y parámetros de la exploitation setentera que sin embargo y a diferencia de gran parte de aquellas producciones dista mucho de atesorar el espíritu trasgresor que las solía caracterizar.

Valoración 0/5:2

«Nitram» review

Nitram nos sitúa en la Australia de mediados de los noventa, Nitram es un joven que vive en casa de sus padres, allí pasa su tiempo entre la soledad y la frustración. Cuando ofrece sus servicios como jardinero conoce a Helen, una heredera marginada que vive sola con sus animales. Juntos, construyen una vida al margen de todo. Cuando repentinamente Helen desaparece trágicamente, la cólera y la soledad de Nitram vuelven a hacer acto de aparición. En ese momento, comienza un largo descenso a los infiernos.
No es la primera vez que el realizador de origen australiano Justin Kurzel fija su mirada en la indagación de la crónica negra acaecida en el país que le vio nacer, tras una etapa intermedia con trabajos amparados en adaptaciones, de clásicos literarios y video juegos, de un calibre comercial elevado como Macbeth (2015) o Assassin’s Creed (1016) Kurzel vuelve de alguna manera al punto de origen a la hora de sondear esa cruda trastienda periférica convertida en campo de abono como antecedente previo a la masacre.
De una forma clara debido a su temática y su territorialidad Nitram nos deriva en un primer momento a la áspera y aparatosa opera prima de Justin Kurzel Snowtown, sin embargo el tono de ambas difiere ostensiblemente en relación a unas narrativas percibidas por momentos como claramente divergentes entre sí, de ese tono vérité colindante casi con el documental visto en Snowtown pasamos a una película como Nitram que da la sensación de estar primordialmente al servicio de una muy competente labor actoral, a tal respecto el nuevo trabajo tras las cámaras de Justin Kurzel se rigüe principalmente por ser una película bastante proclive al lucimiento de actores, aquí destacan tanto Caleb Landry Jones (Premio al Mejor actor en Cannes 2021) y una extraordinaria Essie Davis como secundarios de la talla de Judy Davis o Anthony LaPaglia. A través de dichos postulados Nitram también podría servir como interesante punto de debate en relación a la legitimidad moral que pueden llegar atesorar según qué miradas cinematográficas que apelan a luctuosos hechos reales, en dicho sentido Justin Kurzel se pone, y en parte nos pone, en la piel del asesino adelantándose a la masacre acaecida en Port Arthur, Tasmania, en donde en el año 1996 murieron 35 personas y acabaron heridas otras 23.
Como relato que gira principalmente alrededor de la exclusión y la locura posiblemente no estemos ante una historia en donde se intuya una comprensión hacia el supuesto monstruo y si más bien ante una que parece buscar, por momentos de forma algo mecánica, respuestas sobre que parcela de la sociedad se puede llevar la porción de responsabilidad correspondiente ante tal fallida de imperativo social, desde el propio hogar, en lo concerniente a una madre e índole castrador y un padre superado por las circunstancias, o a un nivel más institucionalizado, representada en la película a través de esa larga escena/denuncia, totalmente arrítmica aplicada al conjunto del relato, en donde vemos como el protagonista, carente de cualquier tipo de autocontrol, consigue sin ningún tipo de traba legal en un comercio todo un arsenal de armas.
Por fortuna en Nitram, que en realidad lo basa todo a una mirada desarrollada alrededor de una serie de eventos direccionados en todo momento a una espiral cuesta abajo como preludio a la tormenta, no se percibe un tono moralizante funcionando relativamente bien en base a su condición de exploración reflexiva de la enfermedad mental, aquí expuesta en forma de drama familiar, y como a partir de ello se puede llegar a confeccionar una suerte de radiografía sobre la barbarie. En tal aspecto lo explícito visto en la anterior Snowtown se convierte aquí en un continuo fuera de campo que en sus momentos determinantes opta por la elipsis pese que en ambos relatos este muy presente y predomine ese tono agobiante e incómodo que parece encontrar en la Australia profunda un escenario perfecto y proclive a la aparición de vorágines perturbadoras de índole destructivo.

Valoración 0/5: 2’5

«Earwig» review

Earwig nos sitúa en algún lugar de Europa, a mediados del siglo XX, Albert trabaja cuidando de Mia, una niña con dientes de hielo. Mia nunca sale de un apartamento donde las puertas y ventanas siempre están cerradas. El teléfono suena con regularidad, y un individuo conocido como el Maestro se interesa por el estado de Mia. Un día, Albert recibe instrucciones: debe preparar a la niña y salir al exterior.

No deja de ser digno de elogio que un Festival de las características de San Sebastián siga haciendo año tras año una apuesta decidida por autores tan poco dados a convencionalismos como resulta ser Lucile Hadzihalilovic, Premio New Directors con su ópera prima Innocence (2004) y presente en 2015 con la también notable Evolution, en Earwig, que compitió por la Concha de Oro en la pasada edición, se nos vuelve a situar en una autoría tan arriesgada como poca dada a según qué tipo de concesiones por aquello de las dudas que pudiera generar en un principio el adaptar por primera vez una obra ajena, el rodar por primera vez en inglés o disponer de un presupuesto algo más holgado en relación a anteriores trabajos suyos, a tal respecto y recogiendo unas declaraciones de la propia cineasta publicadas en el número 80 de la revista Sofilm a propósito del estudio La imagen weird a cargo de Elisa McCausland y Diego Salgado Lucile Hadzihalilovic comentaba  lo siguiente “No me preocupa si el gran público recibe mejor o peor mis películas. Soy consciente de que mi cine es raro, y también de cuál es el panorama del cine mayoritario. Lo que me preocupa es si las películas que hago responden a lo que se me pasa por la cabeza”. En este sentido es complicado describir mejor el trazo autoral de una cineasta, que al igual que compañeros suyos de generación que al igual que ella transitan por sendas limítrofes del fantástico como por ejemplo Peter Strickland o Hélène Cattet y Bruno Forzani  siguen siendo fieles a un estilo percibido como irrenunciable que da la sensación de ir continuamente a contracorriente con respecto a todas las demás corrientes cinematográficas.

Partiendo de la novela homónima de Brian Catling con Earwig Lucile Hadzihalilovic, que con solo tres largometrajes se podría aseverar que atesora un estatus ya plenamente definido, no solo demuestra ser fiel a unas determinadas coordenadas autorales que no otorga concesiones como hemos indicado más arriba sino que de alguna manera refuerza y amplifica conceptos y matices en base un material ajeno que en vez de restar autoria da la impresión de enriquecer ese particular imaginario a través de un relato situado a media camino entre la fábula lúgubre y la ensoñación, el cine, que como suele ser preceptivo transita nuevamente por universos atormentados y enigmáticos, de la responsable de Innocence vuelve a orbitar pues en base a universos femeninos que dan la sensación de estar en constante peligro en donde ese statu quo en el imaginario de Hadzihalilovic que es la perdida de inocencia deviene como forzada de forma no natural, especialmente en infantes, empujados en la mayoría de ocasiones a través de un estado casi narcótico, siendo manipulados por misteriosos mayores que ejercen autoridad sobre el menor en base a intenciones percibidas como poco claras, de hecho en este sentido las tres películas de la realizadora francesa podrían ser interpretadas a tal respecto perfectamente casi como de una trilogía temática se tratase. Aquí el relato, nuevamente sin apenas diálogos, es percibido incluso como algo más críptico que los anteriores trabajos de su directora, en cierta manera estamos ante un tipo de cine que prioriza por encima de todo el componente sensitivo a la hora de proponer difusas lecturas, el espectador que acepte dicho reto ha de refugiarse más en la atmosfera de las imágenes, magistral fotografía a cargo de Jonathan Ricquebourg,  que en buscar la racionalidad a una historia contada en base a una narrativa en donde no resulta fácil aplicar una lógica explicativa a según qué determinados imaginarios oníricos, en este sentido quien busque una interpretación fácil a esos dientes de hielo o a ese succionador de saliva seguramente se estrelle contra un muro difícilmente franqueable .

De estética tenebrista  y claras reminiscencias a relato gótico Earwig, que tiene esa virtud cada vez más difícil de encontrar en la actualidad de no generar indiferencia para con el espectador, nos cuenta a grandes rasgos una historia de tono pesadillesco, o eso se puede percibir, en donde el adulto protagonista del relato no llega a ser del todo consciente del imaginario del que parece formar parte confundiendo continuamente recuerdos y pesadillas, en este apartado podemos encontrar una conexión de lo más estimulante con la magnífica Spider de David Cronenberg, todo ello expuesto en base a un cine de texturas que atesoran una serie de ideas muy potentes a cargo de  una de las autoras más personales, sugerentes e irreductibles del actual panorama cinematográfico.

Valoración 0/5:4

 

«Inexorable» review

En Inexorable somos testigos de cómo Marcel Bellmer busca desesperadamente inspiración para la novela que sigue a su bestseller “Inexorable” y se muda con su familia a la antigua mansión familiar de su esposa. Mientras se acostumbran a su nueva vida, la silueta de una joven llamada Gloria acecha alrededor de la casa. Parece fascinada por la obra literaria de Marcel y decidida a echar raíces dentro del núcleo familiar.

El Festival de Sitges durante estos últimos años ha tenido el acierto de reclutar en su programación casi como presencia fija en el certamen al cineasta belga Fabrice Du Welz, a excepción de su muy competente Message from the King la práctica totalidad de sus película hasta día de hoy han estado presentes en el festival catalán, con su nuevo trabajo tras las cámaras el responsable de magnífica Vinyan parece dar por concluida la que podría considerarse como su trilogía sobre el amor desaforado que deriva en una locura y que inevitablemente va dejando victimas a su paso, pues al final todo se circunvala a través del pecado, el correspondiente castigo y la inevitable redención, tras Alleluia y Adoration en Inexorable Fabrice Du Welz nos ofrece un thriller febril puro y visceral provisto de una de factura impecable.

Tras ese relato de consonancias oníricas en donde se le negaba sistemáticamente el paraíso a sus protagonistas como fue Adoration en cierta manera Fabrice Du Welz con Inexorable vuelve a bajar al fango de las pulsiones humanas al proponer una nueva vuelta de tuerca al prototípico relato de amour fou llevado al límite que ya pudimos ver en su anterior Alleluia, la novedad aquí viene dada en la medida de ver como Fabrice Du Welz se hace apropio en el buen sentido de la palabra de un material que da la sensación de ser en una primera instancia de derribo o manido, según se prefiera el termino, pero que en realidad atesora en su interior un muy generoso número de segundas lecturas y lo que es más importante un subtexto en la historia que actúa como tal, a tal respecto Inexorable es interpretable en una primera instancia como un retrato sobre el concepto de la descomposición que parece revisitar a través de reconocibles pautas genéricas ese concepto del thriller USA tan característico en los años 90 en donde la aparición de un intruso que descubre las mentiras e imposturas de los otros termina por desestabilizar un núcleo familiar de engañosa apariencia sólida, las muestras son abundantes pero películas que lograron ser puntas de iceberg en tal cometido como Fatal Attraction (Adrian Lyne 1987), The Hand that Rocks the Cradle (Curtis Hanson 1992) o Single White Female (Barbet Schroeder 1992) entre otras muchas nos mostraban bajo la apariencia y los dictámenes de un thriller visceral como esa forzada tensión sexual provocada desde el exterior podía desencadenar en algo ciertamente horrible.

En ese sentido la notable Inexorable da la sensación de ser una película que parece estar imbuida en todo momento por un cierto grado de nostalgia cinéfila, lo es gracias al innegable buen hacer detrás de las cámaras de Fabrice Du Welz, para ello se tomó su tiempo, títulos de créditos anticuados o esa tonalidad granulada que otorga rodar en 16mm (inmenso trabajo a cargo de Manu Dacosse y Manu De Meulemeester) marcan las características y pautas de una película en donde el fondo no llega a ser tan importante como lo son las formas empleadas por Du Welz, unas formas que aquí nos remiten al concepto de lo sutil, de esa tensa calma tan característica en el thriller que preside a la tormenta, esta como mandan los patrones genéricos hará acto de aparición de forma física y bastante abrupta en el tramo final de un relato que es llevado en su conclusión al terreno de lo inevitablemente explícito. Inexorable supone un nuevo capítulo de una sugerente autoría que indaga de forma casi sistemáticamente en la maldad que anida en el alma humana, al mismo tiempo también en la exploración de una mirada oculta situada en la trastienda, aquí mostrada a través de uno de los ejercicios de estilos cinematográficos más estimulantes que se podrán ver en este 2022.

Valoración 0/5:4

«Vortex» review

Seguida su trayectoria con algo de detenimiento no sorprende tanto que un autor de las características de Gaspar Noé de un golpe de timón a estas alturas de su carrera con respecto a la tonalidad y aparente registro de sus películas, si nos fijamos en sus últimos trabajos tras las cámaras tanto en Climax como en Lux Æterna se percibía de una forma muy clara la naturaleza de un autor inquieto a la hora de abordar nuevas fórmulas y coordenadas narrativas, algo por otra parte muy de agradecer hacia el espectador con pedigrí, Vortex parte indudablemente de esa voluntad, la película nos presenta una escueta sinopsis que nos dice que la vida es una fiesta corta que pronto será olvidada, a partir de ahí el relato nos ofrece una historia desgarrador sobre dos ancianos, geniales Dario Argento y Françoise Lebrun,  él enfermo del corazón y ella aquejada de un estado bastante avanzado de Alzheimer, una crónica pausada expuesta con todo lujo de detalles de un final a través del día a día de dos personas que se encuentran en los últimos momentos de su existencia.

Según se mire y contextualizando antecedentes Vortex no es tan diferente de otros trabajos de su director como puede parecer en un principio, lo es evidentemente en lo relativo a sus formas, pues es su película en cierta manera más conmovedora y aparentemente sosegada, pero no tanto en un fondo que sigue siendo terrible en referencia a lo que se nos explica, del sexo, la violación, la desmedida juventud, las drogas, la danza y la violencia pasamos a un tratado de claro índole inmersivo, minimalista y formal sobre el envejecimiento y la mortalidad, la virulencia de la cámara pasa de estar desmedidamente agitada a reducir la marcha sin dejar de estar algo nerviosa e inquieta en momentos puntuales, en realidad existe un muy importante tercer personaje en la trama en lo concerniente al apartamento parisino en donde han vivido la práctica totalidad de su vida adulta los dos protagonistas del relato, un habitáculo lleno de recuerdos, libros, carteles relacionados con el cine aderezado con un cierto radicalismo cultural de los años sesenta y setenta, una atiborrada decoración que funciona como metáfora perfecta en relación a como la memoria y la experiencia de un tiempo pretérito terminan encontrando inevitablemente un punto de conexión con la decadencia mental. En este aspecto Gaspar Noé es lo suficientemente inteligente como para no renunciar del todo a esas coordenadas autorales que dan pie a un reconocible virtuosismo formal pese a abordar un relato más lineal que de costumbre siendo relativamente fiel a unos parámetros estéticos en la medida de aplicar una experimentación que inciden principalmente en lo concerniente a la incomodidad por la que se mueven sus personajes, en esta ocasión en referencia a la utilización de un split-screen en encuadres 2,35:1 que juega de forma reiterada con el doble punto de vista y que nos deriva al mismo tiempo a un movimiento desatado en donde esa crispación tan marca de la casa de su autor hace tímidamente acto aparición en lo concerniente a la continua y por momentos desesperada agitación de sus protagonistas dentro de un espacio reducido, cercano a un angustioso laberinto, a modo casi de último bastión de resistencia por parte de ellos contra la muerte.

Con un toque inusualmente humano Vortex termina siendo la obra más sutil, reflexiva y honesta de toda la filmografía de Gapar Noe, posiblemente también su mejor película realizada hasta la fecha, todo ello en base a un cine que aquí es utilizado a modo de una brillante herramienta de disociación que requiere del respeto y  la solemnidad del temario tratado. Sus en un principio excesivos 142 minutos de duración no es tanto un obstáculo como una virtud en la medida de cómo están planteados y expuestos, pues ayuda de alguna manera a la inmersión del espectador ante un relato que requiere de ello. Por si fuera poco el film atesora la virtud de eludir por completo ese tono maniqueo y subrayado tan proclive en este tipo de relatos, parcela esta en donde por ejemplo Michael Haneke con su Amour no estuvo tan acertado en su día.

Valoración 0/5: 4

 

«Les intranquilles» review

En Les intranquilles vemos como Leïla y Damien se quieren con locura. Ambos luchan por mantener unida a la familia a pesar de la bipolaridad de Damien. Ninguno se rinde, aunque él sabe que nunca podrá ofrecerle lo que ella desea.
Tras pasar por el pasado Festival de Cannes el realizador belga Joachim Lafosse presento en la sección Perlas del Zinemaldia 2021 la cinta Les intranquilles, un inteligente drama formulado sin apenas filtros que aborda ese espinoso tema de la enfermedad mental que es introducida a modo de ente que erosiona el núcleo de una familia, una película que atesora al mismo tiempo la virtud de no recurrir a esa serie de tremendismos y subrayados tan proclives en este tipo de relatos a la hora de adentrarse en una temática que en realidad resulta ser ciertamente compleja.
Hay algo en el desarrollo narrativo del nuevo trabajo de Joachim Lafosse que parece remitirnos de una manera u otra al L’enfer del maestro Claude Chabrol, en ambas películas, expuestas a modo de dramas que orbitan a través de una adicción provocada por distintos motivos, somos testigos de la descomposición de una pareja que evidentemente termina derivando en familiar, una a causa de los celos y en la que nos ocupa por culpa de una enfermedad de origen bipolar, ambas sintomatologías las padecen los cabeza de familia sufriéndolas de una forma muy directa las mujeres y sus respectivos hijos, en ambos relatos, de ritmo relativamente pausado y calmado, película que se toma su tiempo como dirían algunos, se transita sin apenas distracciones de un índole alternativo en referencia a lo que es la trama principal, también podemos encontrar entre ambas una cierta similitud en como se muestra una suerte de in crescendo narrativo que es direccionado cuesta abajo y que dinamita por completo la cotidianidad existente de sus protagonistas que hasta ese momento.
El responsable de la también notable L’économie du couple, otra película con la que guarda evidentes concomitancias a la hora de intentar retratar la ruptura de una pareja y la posterior desestabilización del seno familiar en base a mostrarnos la angustia, la ansiedad y los daños psicológicos derivados de una complicada convivencia doméstica, no busca resoluciones sencillas dadas al optimismo volviendo  a eso que se le da tan bien en su cine que es el transitar a través de un tono extremadamente íntimo y naturalista por la complejidad existente en las emociones de una pareja, notables Leïla Bekhti y Damien Bonnard, aquí provista de acotaciones expuestas de forma interesante como por ejemplo el momento en donde vemos como el protagonista principal decide tomar medicamentos con el propósito de reducir los efectos de su enfermedad, acción que ocasiona que deje de ser la persona que era antes, el hombre del que se había enamorado el personaje interpretado por Leïla Bekhti, todo ello narrado en base a pequeños y sutiles detalles que al final no lo son tantos pues forman parte de un elemento primordial en lo que será la trama. A través de todo ello vemos como la enfermedad toma un espacio vital en el día a día del matrimonio, casi a modo de ente invasor, a partir de dicho escenario se reflexiona más sobre las causas que en el motivo en cuestión, más en lo concerniente a las consecuencias provocadas por dicho colapso familiar que en la indagación de un trastorno bipolar entendido como tal, especialmente en referencia a diferentes disyuntivas que se plantea un miembro de la pareja, como por ejemplo el darse cuenta que la otra persona con la que comparte vida no estará donde ella espere que esté.
Valoración 0/5.3’5

«La abuela» review

La historia nos presenta a Susana, una joven que tiene que dejar su vida en París trabajando como modelo para regresar a Madrid. Su abuela Pilar acaba de sufrir un derrame cerebral. Años atrás, cuando los padres de Susana murieron, su abuela la crió como si fuese su propia hija. Susana necesita encontrar a alguien que cuide de Pilar, pero lo que deberían ser solo unos días con su abuela, se acabarán convirtiendo en una terrorífica pesadilla.

Con respecto a su presencia el pasado mes de septiembre en la sección oficial a concurso del Zinemaldia 2021 comentábamos que afortunadamente empieza a ser una constante la presencia en las secciones a competición de los festivales de clase A de un cine fantástico que hasta hace bien poco y como mal menor era relegado a apartados paralelos de una forma casi sistemática, a tal respecto no parece que esto sea algo coyuntural  y si una razonable normalización genérica que en parte ya tocaba aplicar en el circuito de certámenes cinematográficos. La película de terror La abuela aterrizo en el pasado Festival de San Sebastián, y unas semanas después en el de Sitges, con unas expectativas quizás demasiado altas que de alguna manera no terminaron de verse del todo cumplidas.

No deja de producir una cierta frustración que una película de las características de La abuela termine siendo un producto en donde se perciben unas formas que dan la sensación de estar en un continuo conflicto consigo mismo en lo concerniente a una premisa en un principio bastante prometedora en la medida de ensamblar a un relato puro de terror un componente de índole social mostrando a través de un entorno realista y costumbrista una historia de moral algo ambigua, en el caso que nos ocupa en lo concerniente a los sacrificios y la responsabilidad adyacente sobre personas dependientes de un mismo núcleo familiar en referencia al deterioro ocasionado por la vejez. Al igual que la reciente cinta australiana Relic de Natalie Erika James, que se desarrollaba por sendas argumentales muy  semejantes en relación a esa siniestra mirada sobre los cuidados a la tercera edad, la película de Paco Plaza transita pues a través de una serie de coordenadas que nos derivan en un primer momento al relato minimalista de tono atmosférico aderezado de ciertas texturas clásicas, pocos personajes, notables tanto Almudena Amor como Vera Valdez, apenas un solo escenario y registros propios de una historia que parece moverse en base a la sutileza de una muy sugerente puesta en escena de tono barroco y oscuro mostrado aquí casi a modo de statu quo en relación a ese tipo de relato en donde el terror da la impresión de cocerse a fuego lento, por momentos de forma casi limítrofe a ese cine orquestado en su día por Roman Polanski en películas como Repulsion o Le locataire.

El problema posiblemente venga dado en como llegados a un momento determinado de su metraje, relativamente cercano a su conclusión, la película se contradice a sí mismo y cambia de tono haciendo acto de aparición un efectismo que direcciona el relato a una vertiente más lúdica, y en parte gratuita, del género, aquella en donde entra en acción una serie de coordenadas y convencionalismos que parecen destinados a contentar al fan poco dado a según qué tipo de exigencias y subversiones genéricas, pasando del sutil terror psicológico provisto de un modélico tratamiento de los espacios, con especial incidencia en el fuera de campo, al efectista, aquel que suele transitar por esos lugares comunes del cine de terror que aquí son intuidos sin haber una sólida transición narrativa de por medio que de alguna manera justifique dicho viraje narrativo.

La sensación final será la de estar ante un producto que no ha sabido terminar de calibrar adecuadamente una ambición, guion de Carlos Vermut incluido, que en cierta manera te prepara con demasiado antelación para la supuesta sorpresa final, con la que daba la impresión de que partía de un inicio. Del mismo modo también queda bastante patente como Paco Plaza es un realizador mucho más proclive a no depender de terceros, siendo más afín a contar una serie de historias que transitan generalmente en relación a la asimilación de un costumbrismo latente en la cultura popular que termina siendo adherida al relato de terror como bien se puede comprobar tanto en la reivindicable Cuento de Navidad, Verónica o su reciente Freddy, su notable episodio de la renovada Historias para no dormir, en tal sentido La abuela, que intenta abordar otras coordenadas distintas, termina dando la sensación de ser un producto loable en relación a su condición de pulcro ejercicio de estilo rodado con evidente cálculo y esmero que sin embargo termina estando algo anclado en relación a un tramo y una resolución final provisto de una muy marcada indecisión genérica.

Valoración 0/5:3

«Gull» review

Dentro de la muy válida e interesante cosecha asiática que suele estar presente estos últimos años en la sección New Directors del Festival de San Sebastián, Gull la opera prima de la realizadora china Kim Mi-jo, vino a certificar en la pasada edición por si aún existían dudas al respecto el buen nivel de primeros trabajos provinientes de la cinematografía china, un film conciso de denuncia cuya mejor virtud posiblemente radique en ofrecernos una visión nada maniquea de un conflicto moral y social que tristemente sigue sin tener visos de desaparecer, el relato nos retrata la vida de O-bok, una mujer de 61 años que ha regentado una tienda de mariscos en un mercado de pescado durante décadas. Un día tiene su primer encuentro con los futuros suegros de su hija In-ae. Esa noche, O-bok es violada por Gi-taek. Al principio, finge que no ha pasado nada y trata de seguir con su vida como siempre. Poco después, le confiesa la violación a In-ae. La policía llama a Gi-taek para investigar y la historia del incidente comienza a difundirse por el mercado.
Es ciertamente interesante el comprobar como una película como Gull prescinde a través de caminos comunes de ese catálogo formalista que en ocasiones deriva en preciosista en base a multitud de dictados y estilos varios de índole artificial tan recurrente últimamente en las óperas primas a la hora de abordar una problemática social mostrada a través de un retrato psicológico, aquí expuesto desde la mirada de una en un principio no potencial víctima de violación, en cierta manera estamos ante una película cuya narrativa recurre constantemente a la elipsis casi a modo de un acto de fe, nos cuenta bastante más de lo que pueda parecer pero en base a no mostrarnos mucho, especialmente en lo referido a un suceso, situado continuamente fuera de campo, que dará pie a todo el entramado argumental posterior, este se desarrolla en referencia a un tono que deviene como aparentemente cotidiano, o al menos en lo referido a su génesis, apenas percibido como algo casi anecdótico que ira volviéndose cada vez más enrevesado conforme la victima de la violación se sienta totalmente legitimada moralmente para la denuncia pese al cada vez mayor descredito al que se ve sometida por todo su entorno.
En Gull también encontraremos interesantes apuntes al contexto de la crisis económica como podemos comprobar en ese intento de expropiación por parte del ayuntamiento del mercado en donde trabajan víctima y acusado, una problemática que en parte colinda con la principal del relato, el de la denuncia, a la hora de establecerse curiosos paralelismos en referencia a como la sociedad prioriza una cuestión para relativizar la otra, por fortuna la mirada de Kim Mi-jo a tal respecto no se sustentara en la demagogia como suele ser bastante habitual en este tipo de relatos, la visión de la realizadora devendrá limpia y libre de prejuicios en base a su condición de historia contemplativa, decisión que encumbra esta estimable y humilde película.
Valoración 0/5:3

https://youtu.be/-S4LGib7uP8

«Mosquito State» review

Agosto de 2007. Aislado en su austero ático con vistas a Central Park, el analista de datos de Wall Street Richard Boca ve patrones siniestros. Sus modelos informáticos se están comportando de manera errática, igual que los enjambres de mosquitos que se reproducen en su apartamento, una plaga que ayuda a su derrumbe psicológico.

El cineasta polaco-estadounidense Filip Jan Rymsza conocido en estos últimos años por ser el responsable de la restauración de ese film perdido e inacabado que es The Other Side of the Wind de Orson Welles presento a concurso en la pasada edición del Festival de Sitges la cinta de insectos y capitalismo Mosquito State, film que parte de la premisa de una muy peculiar odisea llevada a cabo por un analista de Wall Street ( un esforzado Beau Knapp) que sufre una plaga de mosquitos en su lujoso apartamento situado en Wall Street, una película que desato, como ocurrió pocas semanas antes en el Festival Venecia, una en parte muy comprensible disparidad de opiniones con respecto a lo que fue la acogida de un film cuya premisa da la impresión de ir muy por delante de lo que finalmente resulta ser su desarrollo.

Evidentemente con el visionado de Mosquito State, como buen relato de claro índole kafkiano que pretende ser, a un servidor le vino a la mente de buenas a primeras retazos quizás demasiados evidentes del cine perpetrado en su día por David Cronenberg, algo que otorga al film de forma inequívoca una incómoda etiqueta de film derivativo en relación a presentarnos un relato de naturaleza supuestamente hibrida, por una parte el social, en donde se nos muestra como un modelo lucrativo y especulativo está predestinado a desaparecer de forma abrupta, junto a otro que nos conduce a un progresivo y degenerativo descenso en picado a estados mentales y físicos cada vez más alterados como bien pudimos ver en la fundamental The Fly del realizador canadiense, a través de todo ello somos testigos de cómo su protagonista, más cercano, seguramente de forma involuntaria, al Nicolas Cage de Vampire’s Kiss que al Jeff Goldblum del film de Cronenberg , utiliza una obsesión de tono enfermizo hacia los insectos que invaden su ostentoso apartamento para crear a partir de un errático comportamiento un modelo analítico tan alternativo como sofisticado a la hora de intentar predecir los movimientos de los mercados financieros.

La película, de una muy recargada caligrafía visual, sin embargo actúa de forma algo más adecuada en referencia a ser una especie de alegoría retorcida que nos retrata masculinidades en crisis que fluctúan de forma paralela con respecto a un declive capitalista que está a punto de hacer acto de aparición, en concreto el shock financiero acaecido en el año 2008, a tal respecto el film de Filip Jan Rymsza se acerca más al concepto expuesto en el American Psycho de Mary Harron, en lo concerniente a ser un drama con ribetes gruesos de metáfora  de época acerca de un pasado aún muy reciente dentro de nuestro imaginario, que en lo relativo a cualquier otro apartado de lo entendible como un apocalipsis orgánico. La metáfora o fábula física en relación a los mosquitos y su conexión con la sangre humana en lo relativo a la asociación del insecto con la enfermedad no termina pues de estar bien adherido a un relato posiblemente demasiado ambicioso en referencia a sus postulados, terminando por estar ante una historia algo difusa, viniendo a representar ese tipo de relato que te quieren explicar demasiadas teorías pero que ninguna de ellas terminan por llegar a un buen puerto en base a una historia acerca de supuestas sociedades asfixiantes que son retratadas en base a metáforas de brocha gorda en lo concerniente al final de una era de capitalismo feroz, o por lo menos de las cosas y los comportamientos entendidos hasta ese determinado momento como tales. Lástima que el exceso de simbolismos algo inocuos de esta especie de psico-horror, en cierta manera tan evidentes como poco conceptuados e incapacitados a la hora de fusionar y desarrollar ideas, termine por desbaratar una analogía o una metáfora que da la sensación de no atreverse a ir hasta las últimas consecuencias de su en un principio interesante enunciado.

Valoración 0/5: 2’5

«In the Dusk» review

In the Dusk nos sitúa en la Lituania, 1948. La guerra ha terminado, pero el país está en ruinas. Untė, de 19 años, es miembro del movimiento partisano que resiste a la ocupación soviética. No combaten en igualdad de condiciones, pero esta lucha desigual determinará el futuro de toda la población. A la edad en que se descubre la vida, Untė descubre la violencia y la traición. Las líneas se desdibujan entre su ardiente pasión juvenil y la causa por la que está luchando. Se entregará en cuerpo y alma, aunque eso signifique perder la inocencia.

El nuevo trabajo del cineasta lituano Sharunas Bartas viene a certificar de una forma bastante clara ese tipo de cinematografía, que curiosamente el responsable de Peace to Us in Our Dreams ha ido depurando con el paso de los años, cuyo visionado por parte del espectador no resulta sencillo ni agradable, ni mucho menos lúdica en referencia a su vertiente autoral, posiblemente la reflexión a la que se enfrente a posterior sí que sea bastante más rica en relación a los matices que lanza, sea como fuera In the Dusk es una película que en parte se sufre más que se disfruta gracias al empeño por parte de su autor de mezclar y ubicar narrativas extremadamente intimistas y reales en contextos históricos de posguerra poco dados a la esperanza.

A través de un cine de claras reminiscencias pictóricas en donde silenciosos  largos planos dan lugar a una observación de ritmo bastante lento, que puede llegar a irritar a más de uno, nos queda bien claro para bien que nos encontramos ante un cineasta alejado de cualquier tipo de modas y convencionalismos, se podría decir que In the Dusk más que una película propiamente de guerra es más un relato de sentimientos de penuria con ligeros ribetes de melodrama familiar en base a un estudio de un deterioro percibido como generalizado, ubicado en un contexto bélico devastador a través de la visión neutra de un adolescente que aún no ha sido ni idealizada ni deformada y que supondrá en cierta manera el final de la inocencia direccionada aquí a afrontar una dualidad ética tanto en relación a los secretos de su familia como a los de su propio país, puestos a hilar fino en base a referencias podríamos aseverar que Sharunas Bartas nos ofrece su particular visión del Come and See de Elem Klimov.

Bastante más hermética que en su anterior y notable Frost Bartas ralentiza el costumbrismo hasta extremos insospechados a través de cualquier tipo de narrativa, evidentemente un servidor percibe ante tal acto la función de expresar mediante una fotografía mortecina una atmósfera muy agobiante a través del movimiento restringido de sus protagonistas en donde el fuera de campo se adueña de la función al sistemáticamente ocultarnos más de lo que se nos cuenta, aquella tesis que de alguna manera funciona a modo de preludio de un final como bien lo demuestra ese plano final que parece heredado sin ningún tipo de tapujos  ni complejos del Libertarias de Vicente Aranda.

Valoración 0/5:3

«La vampira de Barcelona» review

La historia nos traslada a la Barcelona de principios del siglo XX a modo de fiel reflejo de la complicada convivencia de dos tipos de ciudades, una burguesa y modernista, la otra sórdida y sucia. La desaparición de la pequeña Teresa Guitart, hija de una rica familia, conmociona al país y la policía tiene pronto una sospechosa: Enriqueta Martí, conocida como ‘La Vampira del Raval’. El periodista Sebastià Comas se adentrará en el laberinto de calles, burdeles y secretos del barrio del Raval, donde sabe que encontrará la verdad sobre las desapariciones y asesinatos macabros de niños de los que se acusa a la Vampira. Pronto descubrirá́ que allí se esconde una élite dispuesta a ocultar sus vicios a cualquier precio.

Resulta algo complicado, posiblemente debido a la mera y en parte lógica empatía de un servidor hacia sus responsables, sacar a la palestra las carencias de una película como La vampira de Barcelona, un producto ciertamente esforzado a la hora de intentar transitar por recovecos poco dados a la convencionalidad, sin embargo el elevar un producto autóctono por encima de sus posibilidades no deja de ser un arma de doble filo con respecto a cierta objetividad, y más dentro de ese contradictorio ecosistema de los festivales de cine se pudo comprobar el pasado año en el Festival de San Sebastián con el Akelarre de Pablo Agüero, a tal respecto y centrándonos en La vampira de Barcelona el problema viene dado en la medida de que dicho esfuerzo, loable a todas luces, no termina por justificar una propuesta que termina siendo algo errática especialmente en lo concerniente a lo referido a su narrativa.

Hasta cierto punto que su director Lluís Danés provenga del ámbito teatral y televisivo no ha de ser algo negativo de serie a no ser que el film sea esclavo de ese anterior bagaje estético y visual, en tal sentido esta especie de  true crime autóctono de principios de siglo peca tanto de una excesiva teatralidad escénica empeñada en mostrarnos una atmosfera laberíntica que termina por agotar al espectador como de una estética por momentos percibida como muy caprichosa, a tal respecto poco favor se hace a la película si en función de su supuesto barroquismo o expresionismo se citen de forma repetida y algo mecánica a nombres como Fritz Lang o Robert Wiene por mucho que El gabinete del Doctor Caligari sea el leit motiv de esta edición y pueda existir una supuesta sinergia en tal sentido.

En La vampira de Barcelona seguramente lo más cercano que encontremos al concepto fantástico radique en su aproximación a ciertas texturas de cuento gótico que parece mirar con algo de timidez a producciones de la Hammer, en tal sentido el relato expuesto a modo de fábula tremebunda se moverá a través de narrativas detectivescas direccionadas hacia un tono que nos recuerda inevitablemente al From Hell de los hermanos Hughes, se obvia el trazo grotesco del asunto, en cierta manera se desmitifica a favor de hacer hincapié en el sensacionalismo mediático de la época y en el abuso de poder de las clases privilegiadas a través de una historia que decide matar al monstruo a la hora de señalar al marionetista oculto en la trastienda. Quién sabe si dentro de unos años, ojala sea así, un producto de las características de La vampira de Barcelona sea en parte reivindicado en función de su condición de rara avis, de producto atípico, lo que queda claro es que a día de hoy el film de Lluís Danés tendrá un aparatoso acomodo popular lejos de esa inestable y distorsionadora burbuja de los festivales de cine.

Valoración 0/5: 2

«Kandisha» review

Tres chicas, que han sido inseparables desde niñas, invocan el espíritu de Kandisha, una criatura vengativa e inquietante que se encuentra en las leyendas marroquíes. Lo que solo pretendía ser un juego se convierte en una pesadilla cuando las relaciones cercanas del trío comienzan a desaparecer en circunstancias cada vez más trágicas.

Alexandre Bustillo y Julien Maury volvieron a estar presentes en la pasada edición del Festival de Sitges con su nuevo trabajo titulado Kandisha, una película que supone  el regreso de los realizadores galos a su país de origen después de un más que traumático paso por tierras estadounidenses, un trayecto este último plagado de varios proyectos cancelados y que solo ha dado como resultado final un film tan impersonal como carente de cualquier tipo de autoría reconocible como resulto ser Leatherface.

Viendo como está trascurriendo su trayectoria posiblemente sea el momento idóneo de intentar posicionar con una mayor perspectiva y ecuanimidad el lugar ocupado por Alexandre Bustillo y Julien Maury dentro del género fantástico europeo en estos últimos años pues en cierta manera pertenecen a esa clase de autores que parecen no haber cumplido del todo las altas expectativas iniciales atribuidas a su aparatosa opera prima, o más bien se han visto incapacitados a la hora de satisfacer el ruido mediático generado por un debut en donde se les colgó posiblemente de forma algo precipitada la etiqueta de enfants terribles. Es evidente que À l’intérieur marca de alguna manera un punto de inicio muy álgido de aquella tendencia fílmica denominada extremismo francés, una película sin embargo más direccionada a ser aplaudida y etiquetada en base al concepto por el que se movía que por sus propios méritos cinematográficos. Sea como fuera los posteriores trabajos de Alexandre Bustillo y Julien Maury no han estado sustentados a través de esa supuesta autoría de talante rompedor que a su manera redefiniera conceptos dentro del fantástico como si se percibe de algún modo en la trayectoria de su compañero Pascal Laugier estando más cerca en espíritu a otro compatriota suyo como Alexandre Aja en lo concerniente a recurrir a la simple referencia, e incluso en ocasiones a trabajos de claro carácter alimenticio, como se ha demostrado en películas posteriores como Livide, posiblemente su mejor película realizada hasta la fecha, Aux yeux des vivants o su desdichada aventura anglosajona Leatherface.

Kandisha pertenece de una forma evidente a este grupo de trabajos expuesto en último lugar, relatos en donde el/los adolescentes, inadaptados al entorno social al que pertenecen, han de lidiar a su pesar contra un elemento terrorífico, aquí expuesto en base a una entretenida y funcional reinterpretación narrativa del Candyman de Bernard Rose. Un film competente cuya condición de producto artesanal no está disimulada en ningún momento en base a una cuidada factura técnica que sin embargo es percibida como algo intrascendente al no ir más allá de ser un mero entretenimiento genérico de unas claras y nada disimuladas texturas comerciales que transita a través de un terror urbano, de extrarradio, con espíritu vengativo de por medio situado escénicamente en las periferias de los barrios humildes de las grandes ciudades a la hora de indagar en la parte ancestral y exótica de una leyenda maldita que linda por momentos con el folklore siempre dentro de un contexto de realismo social, colisión esta que tiene al menos la virtud de no chirriar en exceso.

La película de Alexandre Bustillo y Julien Maury, que ya tienen un nuevo film listo que veremos este mismo año titulado The Deep House, se aparta por consiguiente de ese supuesto tono trasgresor que algunos quisieron ver en À l’intérieur, a tal respecto posiblemente lo mejor de Kandisha radique en ser consciente de sus propias limitaciones siendo un producto de terror tópico que termina siendo sencillo y directo en detrimento de ser original, poseedor de un estilo visual bien ejecutado, una de las auténticas virtudes del cine perpetrado por Alexandre Bustillo y Julien Maury, un cine en definitiva alejado de supuestas pretenciosidades, algo hoy en día demasiado presente dentro del género fantástico, grupo este catalogado bajo esa dudosa nomenclatura llamada elevated horror. En cierta manera Kandisha es todo lo contrario pues certifica de algún modo la auténtica naturaleza genérica por la que se mueven sus autores, una trayectoria recordemos nacida en su momento bajo el amparo de unas expectativas tan elevadas como erróneamente interpretadas.

Valoración 0/5: 2

«Teddy» review

En los Pirineos franceses, Teddy sobrevive trabajando en un salón de masajes. Un día, a principios de verano, el joven es atacado y arañado por una bestia; probablemente, el lobo tras el que andan todos los granjeros del lugar. Al cabo de unas semanas, empieza a sentir cierta pulsión animal.

Teddy, el nuevo trabajo tras las cámaras de los hermanos Boukherma tras su interesante opera prima Willy 1er fue una de las cintas que se pudieron ver el pasado año en Sitges que atesoraban esa nomenclatura del sello Cannes Selects, coyuntura que hizo que el film, al igual que otros varios, tras no poder estar presente en el nonato certamen galo, seguramente incluida en algunas de sus secciones paralelas, viniera a Sitges de alguna manera virgen en referencia a visionados y opiniones previas, esa escasa información sobre ella hizo que en cierta forma se recobrara una sensación habitual dada por perdida hace mucho tiempo, de cierto encanto, aquella en donde los festivales de cine de antaño daban la oportunidad de enfrentarse por primera vez a una película libre de prejuicios e intoxicaciones por parte de terceros.

También posiblemente por todo ello, y no deja de ser algo sintomático en relación a cómo funciona en base a diversas sinergias la crítica actual, la comedia dramática de genero fantástico Teddy causo una sensación de bastante disparidad y desubicación entre los asistentes a la proyección, algo que nos puede llevar a pensar que la crítica y el público de Sitges empieza a estar muy normalizado, o adocenado si se prefiere, en lo relacionado a una asimilación habitual de films con referencia previa. Centrándonos en Teddy la película reformula el concepto tradicional del hombre lobo adolescente pero desde un prisma local bastante particular, de carácter casi autóctono, en este caso no sería temerario el afirmar que Teddy sería lo más cercano a parecerse a una película de terror firmada por Bruno Dumont, a tal respecto encontraremos más de una similitud con la serie Li’l Quinquin en relación a un film que atesora diversas vertientes narrativas a la hora de dinamitar las fronteras, aquí ya muy difusas, entre géneros cinematográficos, evidentemente estamos ante un relato de naturaleza fantástica barnizado con un toque de comedia negra y cierta crítica social en base a una visión muy realista de esa Francia profunda en donde impera por encima de todo tanto la pobreza social como la intelectual dando lugar a una completa ausencia de perspectivas esperanzadoras por parte de la juventud, en ambos trabajos se nos sitúa en una comunidad rural francesa en donde confluyen una galería de personajes trazados a través de ese patrón de humor situado a medio camino entre la irreverencia y un humor absurdo en ocasiones colindante con un Cartoon al uso desvirtuado en relación a diálogos que dan la sensación de ser imposibles de catalogar.

En tal respecto Teddy utiliza ese elemento fantástico de la transformación en una bestia a la hora de extrapolar desde lo distendido de su tono una alegoría con texturas propias del coming age en relación al inadaptado y la imposibilidad de este de formar parte de un contexto social predeterminado del que está excluido, tanto en lo referido a su forma humana como evidentemente animal, en este sentido podemos percibir en lo concerniente a registros totalmente distintos alguna que otra concomitancia a través de esa confluencia genérica con la notable As boas maneiras de Juliana Rojas y Marco Dutra. Teddy utiliza pues de forma inteligente ese subtexto fantástico del subgénero de la licantropía relacionado con el cambio hormonal en la adolescencia en base a una mirada desvirtuada y algo excéntrica aquí expuesta a un nivel contestatario mostrada desde un tono de humor supuestamente vulgar, en ocasiones grotesco, pero provisto de connotaciones muy sutiles, a la hora de ceñirse a unas pautas genéricas bastante reconocibles dentro del fantástico, aquella en donde vemos la trasformación como una forma de extraer toda esa violencia acumulada por parte de un protagonista que parece estar la mayor parte del tiempo al borde del estallido emocional. Una película en definitiva que nos habla principalmente sobre la diferencia y que certifica junto a otras cintas de similar tono, como bien se pudo comprobar en la pasada edición del Festival de Sitges, el buen momento actual que parece estar atravesando el cine de género francés.

Valoración 0/5: 3

«Marea alta» review

Laura ha perdido el control. Después de dormir con Weismar, el jefe de obra que se encarga de la construcción de una barbacoa en su casa de la playa, los otros dos trabajadores comienzan a actuar de manera extraña, lo que le provoca la sensación de que su intimidad está siendo violada. Cuando Weismar finalmente desaparece, Laura se ve obligada a dirigir por sí misma a los trabajadores. Sin embargo, se siente incapaz de ello, por lo que decide mantener una distancia y observarlos desde la seguridad de su hogar. Ignorando las llamadas de su marido, comienza a abusar del vino mientras espera el regreso de su amante.

Marea alta, el nuevo trabajo de la realizadora argentina Verónica Chen (Vagón fumador, 2012, La mujer conejo, 2001, Rosita, 2018) presente en la sección Noves Visions de la pasada edición del Festival de Sitges nos ofreció esa otra parcela alejada en un principio del fantástico entendido como tal a través de una historia en donde se nos relata una incómoda historia de evidentes contornos minimalistas a modo de drama con ligeras texturas de thriller, un relato incómodo y ambiguo a semejanza para hacernos una idea y salvando las lógicas distancias de cierto cine perpetrado en su día por Michael Haneke en donde una perturbadora calma tensa, en base a una protagonista que en un principio es ajena a sus  propios miedos, terminara ocasionando una serie de acontecimientos bastantes tormentosos.

De alguna manera Marea alta, que atesora un gélido y por momentos milimétrico empaque visual atractivo, es una película vertebrada principalmente en relación a exponer diferentes reflexiones con respecto a los supuestos roles de poder que ocasionan fricciones entre distintas géneros y clases sociales, la pérdida del control por parte de esa clase acomodada podría ser perfectamente una de las bases principales por donde se mueve un relato que da la impresión de empezar bajo una serie de conceptos genéricos bastantes reconocibles en donde una protagonista femenina, a través de una actuación solvente por parte de la actriz Gloria Carrá, ve invadida su intimidad por parte de terceros a un nivel casi territorial, esta parte nos puede llegar a recordar perfectamente a la muy reivindicable The Plumber de Peter Weir, a tal respecto dicha invasión, que paulatinamente va pasando del incomodo a la amenaza seria, nos sitúa por momentos en la prototípica home invasión de tono psicológico, sin embargo Verónica Chen  intenta ir algo más allá de dicho concepto en su algo discutible tramo final al intentar esgrimir supuesta reflexiones de claro índole moral en base a cuestiones tales como la legitimidad que otorga la sexualidad femenina frente al machismo, en donde queda muy patente como según qué tensiones no las puede vivir igual una mujer que un hombre,  o la colisión social existentes entre clases y géneros distintos y su repercusión dentro de las dinámicas de poder. La historia bascula a través del punto de vista de ella, personaje en donde se vislumbra una mirada algo paranoica con respectos a los hombres que aparecen en acción, por lo tanto estamos ante un relato de connotaciones claramente subjetivas. En gran parte del film seremos testigos de cómo ella piensa que la van a violar o robar asumiendo finalmente su supuesta potestad en referencia al carácter de clases al que pertenece.

En este sentido la conclusión de Marea alta abandona en parte las interrogantes, también deja de lado cualquier atisbo genérico que aun direccionándonos ocasionalmente a lugares comunes propios del terror o el thriller violento terminan por quedar despojados de los artificios por los que suelen transitar como por ejemplo al consabido rape and revenge a la hora de ofrecernos una respuesta cuanto menos ambigua y muy abierta al debate en donde la autora evita de forma consecuente el posicionamiento, el concepto antes citado quedara aquí de alguna manera expuesto en base a dobles lecturas reinterpretando toda la narrativa anterior en relación a difusas cuestiones colindantes con el cuestionamiento sobre la moralidad de los protagonistas, tanto de unos como de otros, unos personajes con los que el espectador se puede sentir, o no, identificados a la hora de entrar junto a ellos en un dilema de unas ambivalencias éticas percibidas como algo difusas.

Valoración 0/5: 2’5

 

«Mandibules» review

Mandibules nos cuenta como dos amigos no muy inteligentes encuentran de forma casual una mosca gigante viva atrapada dentro de un coche, ambos deciden entrenarla para poder ganar dinero con ella.

Suele ser norma casi habitual el que haya una o dos películas que de una forma u otra marcan la edición de un festival de cine, algunos certámenes más proclives que otros a dicha disyuntiva, si se trata de un festival de un claro calado popular como resulta ser el de Sitges dicha sensación se verá acrecentada a la hora de recordar que film quedo en cierta manera en el subconsciente o la retina de los asistentes al evento, en el pasado pandémico y atípico Sitges 2020 aparte de la gran triunfadora, como fue el Possessor Uncut de Brandon Cronenberg, el último trabajo tras las cámaras de Quentin Dupieux titulado Mandibules fue posiblemente la película que logro una conexión más notoria en relación con ese particular ecosistema popular de Sitges, de hecho Quentin Dupieux podría considerarse como una especie de hijo prodigo del festival pues si no me falla la memoria desde 2010, con la laureada Rubber, todos sus largometrajes han estado presentes en el certamen catalán.

Mandibules, que verá la luz comercial en nuestro país el próximo mes de julio, motivo por el cual habría que congratularse no ya por el estreno en sí mismo sino más bien por ver como un autor de las características de Dupieux asoma la cabeza en los convulsos paramos de la distribución cinematográfica de nuestro país, fue de largo la mejor comedia vista en el pasado Sitges, tras su visionado y en cierta manera refrendando la sensación obtenida ya en sus últimas películas a un servidor le vino a la cabeza la posibilidad de que si dentro de cuarenta años los festivales de cine siguen existiendo y se le dedica una retrospectiva a Quentin Dupieux quedara de manifiesto la total coherencia de una obra en base a una serie de códigos personales y lugares comunes importando bastante poco el anecdotario absurdo del que parten la mayoría de sus premisas narrativas, dicho absurdo pese a ser una marca registrada de la casa no deja de ser una mera excusa  a la hora de exponer sencillas cuestiones de nuestro día a día, en cierta manera estamos ante una trayectoria en donde las imágenes continuamente nos plantean la duda de intentar saber como estas trascienden o no de la mera broma. Si en su anterior Le Daim todo transcurría en base a la reafirmación de la individualidad como soporte vital de la existencia en Mandibules, posiblemente la película más optimista y luminosa de Dupieux hasta la fecha, es algo aparentemente más complicado encontrar el subtexto, a tal respecto todo parece desarrollarse en lo relativo al compromiso adyacente en ese concepto tan abstracto que suele ser la amistad.

Pese a que posiblemente estemos ante el trabajo más accesible de su autor en base a según qué parámetros narrativos y de cara a un público digamos más receptivo a la marcianada Mandibules, en donde está muy presente una depuración estilística ya atisbada en sus últimos trabajos, sigue a pies puntillas un imaginario percibido como muy propio, escueta duración incluida, un film nuevamente tan anárquico como suicida a cargo de alguien que desde un principio decidió estar dispuesto a romper con todas las reglas posibles, posicionamiento expuesto en esta ocasión en la medida de apropiarse y reconfigurar hacia su terreno el concepto de las buddy movies a modo de festín humorístico en donde veremos como dos amigos de muy escasa inteligencia se empeñan en amaestrar a una mosca gigante a la hora de obtener beneficios económicas, en parte estamos ante un cliché demasiado gastado que el responsable Au Poste! embadurna en base a una sátira no tan gruesa como puede parecer en un principio, el milagro viene dado en la medida de que al final el calado surrealista y algo grotesco del relato termina siendo plenamente coherente a un universo muy particular y reconocible, un tono cinematográfico el de Quentin Dupieux convertido a estas alturas en un muy agraciado subgénero propio, aquel en donde sus fronteras tienen la costumbre de disolverse a través de un mundo percibido como hiperreal, todo ello expuesto a través de un dictado autoral que da la sensación de ser ya indispensable.

Valoración 0/5: 3’5

«Come True» review

En Come True vemos como una adolescente de carácter rebelde vive atormentada por unos oscuros sueños que espera solucionar a través de un estudio universitario sobre dicha dolencia, una terapia que espera que la ayude a deshacerse de sus pesadillas, sin embargo dicho tratamiento se convierte en el canal de un nuevo descubrimiento bastante oscuro.

Una de las sorpresas agradables vistas en la pasada edición del Festival de Sitges correspondió al segundo trabajo tras las cámaras del realizador Anthony Scott Burns titulado Come True, film que indaga en ese concepto onírico tan proclive dentro del género fantástico, amplio y dado a multitud de interpretaciones, como es el sueño que deriva en pesadilla y que se filtra y sobrepasa ese ámbito cotidiano entendible racionalmente como realidad, un trabajo con texturas derivativas hacia la alegoría adolecente que logra salir airoso en la medida de saber exponer la no siempre fácil convivencia entre el mensaje o discurso y un estimulante virtuosismo técnico.

Anthony Scott Burns, que ejerce de auténtico hombre orquesta en la película y que proviene de esa cantera inagotable de jóvenes directores canadienses, aquí bajo la producción ejecutiva de un autor tan recurrente dentro del ecosistema Sitges como es Vincenzo Natali, nos muestra en Come True un estimulante thriller psicológico cuya premisa inicial de tono científico con ecos derivativos hacia la ciencia ficción se vuelve cada vez más onírica conforme se va desarrollando una trama que constituye  uno de los estudios más perturbadores y magnéticos, en referencia a la ambivalencia de la mente humana, vistos el pasado año dentro del festival. El concepto del sueño que deriva en pesadilla en modo vigilia dentro del género fantástico ha basculado mayoritariamente bajo arquetipos en donde intentar diferenciar la realidad de la ficción percibida por la mente se erigía como principal motor narrativo a la hora de plantear historias dentro de ese submundo tan interesante y lleno de posibilidades. Ya  vimos por ejemplo en la barroca The Cell de Tarsem Singh, la mejor película junto a The Fall de su director con diferencia, como los sueños eran campos abonados en relación a escenarios presentados como peligrosos para con sus protagonistas, hace unos cuantos años Rodney Ascher tras su notable Room 237 se adentraba con otro documental titulado The Nightmare, no tan conseguido como el anterior, a través del estudio y seguimiento a ocho personas con respecto a la parálisis del sueño que padecían, a tal respecto Come True, que transita por vericuetos argumentales bastantes similares en un principio, expone el concepto de no dormir como claro epicentro a la hora de desencadenar de una serie de acciones de terminan derivando en viajes oníricos de tono gélido que buscan desesperadamente un halo de luz a través de la mente de una joven, una excelente Julia Sarah Stone, que padece dicha enfermedad. Un relato plagado de elipsis oníricas y expuesto a través de una oscura y preciosista puesta en escena de tono simétrico, en el nuevamente entramos en la interrogante de la tangibilidad o no del sueño como elemento disociativo de nuestra existencia, el saber a ciencia cierta que corresponde verdaderamente a la realidad y que a una ficción posiblemente orquestada a través de una mente cautiva en lo concerniente a la manipulación del sueño, tesis perfectamente mostrada en una conclusión que en base a una naturaleza supuestamente sorpresiva, que a diferencia de otras mucha películas semejantes, no modifica o reinterpreta lo anteriormente mostrado si no que reafirma y otorga más solidez al valor alegórico del relato en cuestión.

En Come True, película que pese a su fragmentada exposición argumental no es, ni quiere serlo por fortuna, criptica en relación a su narrativa, de hecho hay momentos bastantes obvios y predecibles en su trama, tampoco pretende ser una suerte de reinvención del género de terror, sin embargo existen apuntes y referencias muy palpables vistas en otras películas importantes dentro del fantástico de estos últimos años desarrollados en base a laberintos oníricos adyacentes a la mente humana como por ejemplo las excelentes Donnie Darko de Richard Kelly o el It Follows de David Robert Mitchell, en todas ellas seremos testigos a fin de cuentas de la dolorosa imposibilidad existente en el universo adolescente a la hora de poder transitar por un imaginario percibido y expuesto como incontrolable.

Valoración 0/5: 3’5

«The Stylist» review

Por la silla de peluquera de Claire pasan muchas personas y, a veces, sus tijeras cortan algo más que el pelo, permitiéndole llevarse a su solitaria casa un souvenir único con el que ampliar su peculiar colección. Pero el día en que Olivia, una de sus clientas habituales, le pide que haga un peinado especial para su boda, su secreto estilo de vida amenaza con salir a la luz.

Una pena que una ópera prima a priori tan interesante como resulta ser esta The Stylist de la realizadora Jill Gevargizian atesore el duro lastre de muchos largometrajes que se ven irremediablemente incapacitados a la hora de intentar ocultar sus muy evidentes costuras de cortometrajes, en tal aspecto está claro que existe un corto homónimo anterior datado en 2016 por parte de la misma autora que sirve de base para desarrollar este psicokiller de índole femenino que no feminista afortunadamente, cosa que al menos y visto las tendencias por las que parecen moverse muchas propuestas actuales de estas características hoy en día es de agradecer.

Podríamos llegar a la conclusión de que The Stylist como relato de serial killers al uso funciona relativamente bien como relato circular en función de su principio y su final a través de un concepto que nos alerta de las consecuencias de entrar en una espiral desvirtuada a raíz de querer algo que no tenemos. Tanto en ese inicio antes comentado, que reverencia sin ningún tipo de tapujos a la extraordinaria Maniac de William Lustig, como su contundente conclusión, también extrapolado sin demasiados remilgos de esos finales tan recurrentes de los entrañables E.C Comics, terminan siendo con diferencia lo mejor de una película en donde también se puede atisbar desde la lejanía como ese universo de claro índole alterado tiene alguna que otra interesante acotación social, especialmente en lo relativo a situar la acción en una peluquería de estilismo, un espacio físico que viene a representar una escala o estatus de bienestar social y lo que en este caso viene a ser peor, el verse excluida de dicho extracto a causa de una deriva mental que direcciona a la protagonista a una soledad que con el paso del tiempo deviene como enfermiza, a tal respecto la labor de esteticista de la protagonista pues actúa a modo de un doble juego de espejos de índole trasformador en donde se percibe el anhelo por parte de una y las metas de las demás en lo concerniente a un estatus social y emocional en lo concerniente a la perspectiva e imagen que uno tiene de sí mismo y la necesidad de que esta quede proyectada al exterior, lastima sin embargo que todo el bloque central atesore una narrativa percibida como bastante errática, por momentos con una cierta sensación de desgana que la derivan a alargadas texturas televisivas impersonales, deudora en el mal sentido de la palabra de mucho de los thrillers de los años 90 que indagaban en el concepto de la nueva amiga psicópata, en tal aspecto la protagonista del film, una notable Najarra Townsend, quiere insertarse de forma profunda y forzada en la vida de una de sus clientas, pero su comportamiento errático comienza a alarmar a la gente más cercana de la supuesta víctima, estos no dejan de ser tropos argumentales bastante prototípicos y manidos en ese tipo de películas que aquí son utilizados a modo casi colindantes con respecto al cliché incluso de una forma más melodramática que puramente genérica.

En su trasfondo y escarbando un poco en su farragosa narrativa podemos percibir en la película de Jill Gevargizian al menos el intento de plasmar una mirada perdida enfatizada a través del trabajo de la cámara en mano expuesto aquí de una forma tan delicada como trastornada con respecto a una ansiedad social que termina en soledad para con la protagonista, ese anhelo por la conexión emocional que deriva en obsesión psicótica también formaba parte del statu quo argumental de otra película imperfecta como era el May de Lucky McKee, en ambas podemos encontrar varias conexiones en este sentido, sin embargo en esta última sus muy evidentes carencias eran disimuladas en parte por un tono desenfadado lindante con la comedia macabra de características pulp, un recurso genérico este que por manido no deja de ser efectivo y al que The Stylist no acude dejando al descubierto carencias múltiples en base a ciertas derivas más cercanas a una escenografía de tono insustancial, adyacente por momentos con el telefilm de sobremesa, que a una sordidez más manifiesta como parecía pedir la naturaleza de la propia historia.

Valoración 0/5: 2

 

«Sea Fever» review

La tripulación de una embarcación irlandesa pierde su rumbo en alta mar. Su vida corre peligro ya que un parásito ha hecho acto de presencia en su suministro de agua.

La amenaza invisible proveniente del exterior, en su gran mayoría de origen alienígena, en relación a su contacto con un grupo de personas que de una manera u otra se encuentran enclaustradas y han de enfrentarse obligatoriamente a dicho peligro, ha constituido en estas últimas décadas casi un subgénero propio dentro del fantástico, en el encontraremos varios referentes conocidos por todos como por ejemplo las fundamentales Alien, Abyss o The Thing, versión Howard Hawks o John Carpenter según se prefiera, dentro del mismo paquete y debido a una lógica evolución han ido apareciendo una serie de ramificaciones estereotipadas que también han devenido con el tiempo como referentes viéndose imitados hasta la saciedad en lo concerniente a sumar a la ecuación a un personaje femenino a la trama, a primera instancia de apariencia frágil, pero que con el desarrollo argumental termina erigiéndose líder y a la postre, en la gran mayoría de las ocasiones, como único superviviente del grupo al que pertenece. A tal respecto la realizadora dublinesa Neasa Hardiman revisita dicho concepto en la apreciable y bastante humilde Sea Fever teniendo el añadido de intentar acotar interesantes variaciones a la hora de querer trascender o reinventar etiquetas a dicha temática.

Lo primero que queda claro en una película de las características de Sea Fever es percibir de una forma meridianamente clara como Neasa Hardiman (mas habituada al ámbito televisivo por su participando en series como Jessica Jones o Happy Valley) no es una realizadora muy afín al género fantástico, en cierta manera da la sensación de ser esa clase de autores que pasan por el de forma casi accidental y no de una manera vocacional, en este aspecto es visible su muy consiente negativa a formar parte de ese grupo de películas, como por ejemplo Profundidad 6 de Sean S. Cunningham o Leviathan de George Pan Cosmatos, que abrazaban sin muchos complejos el simple entretenimiento genérico, algo que no tiene por qué ser peyorativo forzosamente pues no sería la primera vez que se ha dado el caso de como una mirada alejada del estereotipo genérico en base a su asimilación autoral ha ofrecido películas ciertamente interesantes, Claire Denis con la estupenda High Life o la reciente Little Joe de la austriaca Jessica Hausner por citar solo dos ejemplos de realizadoras afines a dicha cuadratura. Sea Fever como relato de género contenido, por momentos más cercano al drama moral de tono survival que al del terror propiamente dicho, se asoma tímidamente a dichos postulados arriba comentados al ser una curiosa variación de la temática del terror marítimo reconfigurado aquí hacia parcelas derivativas del eco-thriller de ciencia ficción en donde el monstruo como ente físico amenazador es sustituido por un virus que no deja de ser otro concepto del monstruo pero que en esta ocasión crece de forma no tan visible y aparatosa dentro del organismo de los protagonistas, un trazo expuesto muy a la manera, pese a no ser tan explícita, de aquel reivindicable found footage de Barry Levinson titulado The Bay.

Las variaciones antes comentadas en referencia a su narrativa vienen dadas en la medida de percibir como llegados a un punto del relato la amenaza del invasor entendida como tal pasa a un segundo plano siendo eliminada casi de forma completa de su narrativa, en realidad nunca quedara resulta tal cuestión, una renuncia al alarde técnico que en este caso da prioridad al razonamiento científico con un ligero trasfondo ecologista en detrimento del susto fácil. También se hace especial hincapié en el tono paranoico del superviviente, curiosamente aquí encontraremos alguna que otra interesante concomitancia con nuestro presente a la hora de plantear conceptos morales tales como el dilema al que se ven sometidos los protagonistas de no infectar al resto de la población en base a diferentes comportamientos en lo concerniente a la desconfianza existente entre los seres humanos en situaciones de máximo estrés, principalmente retratado a través del comportamiento egoísta y responsable, todo ello en relación a una amenaza vírica aquí retratada casi como invisible pero engrandecida a causa de la paranoia claustrofóbica existente en los protagonistas.

Valoración 0/5: 2’5

 

«Violation» review

En Violation vemos como con su matrimonio atravesando una seria crisis, Miriam regresa a su pueblo natal para buscar una especie de confort junto a su hermana menor y su cuñado. Sin embargo una noche, un pequeño desliz en apariencia sin importancia conduce a una situación catastrófica, dejando a Miriam conmocionada, tambaleante y furiosa. Creyendo que su hermana está en peligro, Miriam decide que debe protegerla a toda costa con el único recurso de la venganza, sin embargo el precio de tal acto es alto y no parece estar preparada para poder afrontarlo una vez empiece a desmoronarse emocional y psicológicamente.

Si recapitulamos muy por encima dentro del subgénero del Rape & Revenge este siempre ha basculado en la gran mayoría de ocasiones por una serie de directrices posiblemente demasiado esquemáticas a la hora de poner en práctica más tarde una evolución temporal que al menos fuese percibida como interesante pues al fin y al cabo pese a ser un tipo de cine de evidentes costuras genéricas lo social, y su correspondiente dialéctica, juega, o debería hacerlo, un papel primordial dentro de la ecuación. Centrándonos en películas pioneras en donde dicha nomenclatura queda suscrita dentro de un ámbito meramente femenino como por ejemplo I Spit on Your Grave de Meir Zarchi, Thriller: They Call Her One Eye de Bo Arne Vibenius o la genial Ms .45 de Abel Ferrara, podemos comprobar cómo se seguía un patrón narrativo en donde el abuso sexual ocurrido en un ambiente hostil, o incluso los perpetrados dentro de un núcleo de confianza, daban lugar a una contundente respuesta contestataria, en realidad en la gran mayoría de los casos el primer acto no dejaba de ser un punto de partida a la hora de desarrollar prácticamente toda la acción bajo el concepto del segundo, o sea la venganza.

El problema principal viene dado en la medida de contemplar como un cine supuestamente cimentado a través de la denuncia y posterior reflexión ha ido evolucionando con el paso del tiempo hacia unos parámetros que en muchas ocasiones la direccionan hacia un espectáculo de barraca de feria de índole pirotécnico en donde da la impresión de que importa más el como que el por qué, una desvitalización en beneficio de unos juegos de artificio cuanto más ostentosos mejor, posicionamiento este que alcanza cotas de despropósito como hemos podido comprobar recientemente en la horrenda Revenge de la francesa Coralie Fargeat, paradigma de cómo pese a ser un producto que tiene la potestad de renunciar a lo discursivo se adhiere a una caligrafía cuyo exceso, por momentos colindante con lo involuntariamente caricaturesco, da la impresión de ser una especie de respiro catártico que no va más allá de ser un simple entretenimiento que invalida cualquier tipo posible de alegoría que muchos quisieron ver en ella en su momento.

Violation, la opera prima del dueto formado por Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli, no intenta inventar nada nuevo dentro del subgénero del Rape & Revenge aunque si es percibida en ella un intento de maniobra de subversión en referencia a articular de manera algo distinta tropos dentro del subgénero, o sea contar prácticamente lo mismo de siempre pero haciéndolo de una manera algo distinta a lo habitual evitando de paso el transitar por lugares comunes. Posiblemente la mayor virtud de una película como Violation radique en saber equilibrar lo genérico desde una doble vertiente, la más puramente cinematográfica y la social, aquí más direccionada en lo concerniente a la indagación de una mente que en un principio parece mostrada como distorsionada. Fundamentada en gran parte de su metraje mediante simbologías visuales que nos retraen a modo de metáfora en referencia a como la madre naturaleza consigue poner cada cosa en su sitio en el film de Madeleine Sims-Fewer y Dusty Mancinelli el Rape nos es mostrado de una forma casi imperceptible y sutil, incuso fantasmal, entrando en acción esa máxima de duda que suele pasar cuando las mujeres denuncian según que agresión sexual realizada dentro de un entorno conocido, sin embargo en lo referente al Revenge esta sí que nos es mostrada de una forma contundente y excesivamente dura, casi a semejanza a modo de escenificación cruda de aquella famosa escena de asesinato vista en el Torn Curtain de Alfred Hitchcock en referencia a la dificultad de eliminar a alguien, pero a diferencia de los ejemplos antes citados dentro del subgénero dicho acto tiene poco de glorificante o catártico, más bien todo lo contrario, no siendo el satisfactorio clímax por excelencia al que solemos estar habituados otorgando dicha escena una curiosa y ambivalente percepción sobre lo entendible como miedo.

Para dicho intento de subversión o rotura de convenciones Violation, película que utiliza convenciones del género del terror sin ningún tipo de problemas, termina recurriendo también a una narrativa fragmentada temporalmente, se intenta ir algo más allá del consabido  thriller de venganza consiguiéndolo parcialmente en la medida de ser un relato en ocasiones muy explícito que convive adecuadamente con una alegoría relativamente sutil, algo que de alguna manera es de agradecer en unos tiempos en que se plantean debates estériles sobre la forma en que la violencia de género suele ser plasmada en la ficción, tesis aquí mostrada a través de un relato en donde la venganza, pese a existir, queda supeditada a un segundo término a favor de la exploración mental adyacente detrás de una agresión sexual en donde prevalece de una forma inquietante, por parte de la protagonista, una continua sensación de desorientación en relación a esa oscura travesía que nos es mostrada a través del trauma.

Valoración 0/5.3

«La nuée» review

En la nube vemos como a Virginie le resulta difícil conciliar su vida de agricultora con la de madre soltera. Para sacar a su familia adelante y evitar la quiebra de su granja, se entrega en cuerpo y alma a la cría de saltamontes comestibles. Poco a poco, Virginie empieza a desarrollar un extraño vínculo obsesivo con sus saltamontes: ni sus hijos son capaces ya de reconocerla.

Fue una de las varias óperas primas presentes en la algo atípica sección oficial a concurso de la pasada edición del Festival de Sitges (Premio Especial del Jurado y el galardón a Mejor Actriz para Suliane Brahim), la cinta gala La nuée de Just Philippot, film que se estrena comercialmente en nuestro país la próxima semana, vino apadrinada con el sello de la Semana de la Crítica de ese Festival de Cannes 2020 nunca celebrado constituyendo una buena muestra del gran momento actual que parece estar atravesando el cine de género fantástico proveniente de Francia, cinematografía que de alguna manera siempre ha estado intentando con mayor o menor fortuna a través de diferentes vías la reinvención de conceptos genéricos referenciales a través del filtro autoral.

La nuée certifico de buenas a primeras ese tipo de cine de ambivalencia genérica presente en el festival que tan bien, a diferencia de otros muchos, sabe utilizar e insertar la metáfora dentro de la historia, en esta ocasión la de un duro drama familiar con la precariedad de fondo embadurnado de claros contornos fantásticos, de alguna manera la opera prima de Just Philippot forma parte de ese grupo de películas que al igual que por ejemplo la notable Take Shelter de Jeff Nichols oscila a través de dos aguas en referencia a la exploración psicológica de unos personajes ubicados en una situación y unos hechos limites que se escapan de la lógica y como tales entran de lleno en el terreno del relato fantástico, a tal respecto el mensaje alegórico del film adquiere una curiosa concomitancia con los tiempos actuales del Covid 19 a la hora de mostrarnos como la mano del hombre está forzando a la naturaleza en base a la alteración de sus propios recursos. Si a lo largo de la historia del género fantástico el concepto de catástrofe natural o animal ha estado representada en la mayoría de ocasiones a través de una causa científica en La nuée dicha manipulación parte de unos parámetros algo distintos en base a pervertir el consabido concepto del mad doctor mostrado aquí a través de un concepto de índole mucho más minimalista y realista en lo referido a una vertiente social, inmigración no arraigada, adolescentes excluidos socialmente a causa de la arbitrariedad de una madre soltera y la precariedad en la que se mueve en referencia a unas inquietudes contemporáneas que derivan en angustia, excelente interpretación a cargo de Suliane Brahim, una mujer dispuesta a todo, incluso a dejarse devorar de forma literal por su empresa,  con tal de poder salvaguardar un negocio de crías de saltamontes comestibles que viene a ser el principal sustento de su desestructurada familia.

La reflexión que deriva en advertencia a modo de alegoría en clave medioambiental que nos lanza Just Philippot viene dada en la medida de justificar o no una maternidad percibida como negligente a la hora de cruzar ciertos límites de lo entendible como responsabilidad. Esa obsesión por parte de la protagonista a la hora de alimentar de una manera muy especial a los saltamontes en base a aumentar cada vez más su producción y salvarle de la bancarrota hará que entre en escena en la parte final de la película el elemento fantástico de un modo casi bíblico-apocalíptico, lo hace de una manera admirable en la medida de mostrar de una forma muy comedida e incluso realista una causa/efecto dentro de un planteamiento que hasta ese momento no había salido de unos parámetros naturalistas colindantes ligeramente incluso con un tono documental, de hecho La nuée no deja de ser un relato que bascula a través de una amenaza que transita en lo relativo al in crescendo de su narrativa, desde la sugerencia más sonora, como creciente sensación de malestar previa al peligro, que visual hasta el exabrupto final, la revolución animal pues hará acto de presencia de una forma abrupta y rupturista como fiel testigo y juez implacable en referencia a la desmedida ambición humana, las langostas pasan de un comportamiento neutral e inofensivo a la fase de enjambre agresivo, este último concepto con un buen uso y sentido de la digitación a cargo de Antoine Moulineau, aquí expuesta, si nos posicionamos a través de una mirada referencial y algo juguetona, casi a modo de un emotivo guiño cinéfilo a aquellas entrañables producciones de plagas de índole catastrofistas que tan bien sabia orquestaba en su día Irwin Allen.

Valoración 0/5: 3’5

«My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To» review

Dwight y Jessie están en desacuerdo sobre los cuidados de su frágil y enfermo hermano menor Thomas, que solo vive de la sangre humana. A Dwight le cuesta comprender que para que su hermano viva tengan que dejar tras de sí un reguero de cadáveres, pero cuando empiece a distanciarse de su familia, la implacable Jessie hará lo que sea necesario para mantenerlo en casa.

Viene siendo un denominador común en estos últimos años, y bastante visible por ejemplo en ese gran escaparate de tendencias de género que suele ser Sitges, el ver como un número muy significativo de películas retuercen hasta la extenuidad conceptos y parámetros del género fantástico a la hora de querer discernir sobre problemáticas direccionadas normalmente hacia un índole de carácter social, en su gran mayoría lindantes con el drama, el fantástico como aparente excusa a la hora de hablarnos de otras cosas siempre ha estado de una manera u otra muy presente en la historia del cine fantástico, el debut en la dirección de Jonathan Cuartas (Premio Mejor película Noves Visions y Citizen Kane a la dirección revelación en el pasado Sitges) con la nada desdeñable My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To se inscribe de una forma muy evidente en dicha tendencia a través de una variación muy sui géneris del concepto del mito del vampiro, un drama realista de tono claustrofóbico que coquetea tímidamente con el terror en lo concerniente a una película que vendría a ser un buen ejemplo de ese posicionamiento en lo referente a la vertiente más agraciada de dicho termino.

El problema, a parte del desmedido subrayado utilizado en la mayoría de las ocasiones, a la hora de aplicar dicho concepto antes citado es ver como muchos autores utilizan una mirada algo despectiva, casi situada por encima del hombro, hacia el fantástico en la medida de plantear la alegoría, en esta cuestión entraríamos en el eterno debate de cuál es la prioridad o justificación del relato en cuestión, la narrativa más pura de género que vertebra sutiles interpretaciones y matizaciones de otro ámbito o utilizar el fantástico, en la mayoría de veces de forma algo burda, como mera excusa a la hora de exponer la metáfora, en la pasada edición del Festival de Sitges hubo una película que ejemplarizaba a la perfección esta última aseveración como fue muy publicitada e inflada Relic, una de las películas que peor ha tratado el concepto natural del fantástico en estos últimos años.

A tal respecto podríamos llegar a la conclusión de que la modesta pero bastante meritoria My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To transita por unos territorios algo parecidos en relación a su estructura, sin embargo a diferencia del film de Natalie Erika James Jonathan Cuartas no distrae ni disimula a la audiencia, o lo que es peor engaña, en referencia a cuáles son sus auténticas motivaciones a la hora de plantear un discurso, a tal respecto el tema del vampirismo y sus interesantes relecturas, en realidad dicho subgénero se ha utilizado en infinidad de ocasiones a la hora de explorar problemas y miedos sociales, un poco a la manera de la seminal Martin de George A Romero o los teen angst más reciente como The Transfiguration de Michael O’Shea o esa derivación exótica y arty que es A Girl Walks Home Alone at Night de Ana Lily Amirpour  por no hablar de la involuntariamente mainstream Let the right one in de Tomas Alfredson, aquí nuevamente todo no deja de ser una excusa casi anecdótica empleada en la medida de desarrollar, en base a una puesta en escena sobria, un seco y áspero drama familiar provisto de relaciones tan afectivas como malsanas que nos cuenta la toxicidad que puede desprender el ser humano con respecto a dependencias forzadas, también interesante del mismo modo en lo concerniente a la exploración de hasta dónde puede llegar el compromiso hacia el vínculo consanguíneo y que se está dispuesto a sacrificar en base a la contradicción moral para poder hacerlo prevalecer.

La revisión del mito vampírico a través de una historia inquietante expuesta en My Heart Can’t Beat Unless You Tell It To será pues algo difusa en relación a su vertiente más puramente genérica, en parte algo lógico al no existir ningún elemento de índole sobrenatural en su planteamiento, de hecho la palabra vampiro nunca se llega a mencionar en el guión, sin embargo será bastante lucida e interesante en la medida de transitar a través de un horror realista que nos pregunta quien es realmente el monstruo, ayudada aquí por una muy característica factura indie en relación a una tonalidad estética lindante casi con el documental, muy a la manera de por ejemplo la reciente The Dark and the Wicked de Bryan Bertino, en la medida de mostrarnos un relato demoledor carente de subrayados a modo de cruda deriva intimista acerca de ese grupo de desheredados de la sociedad que parecen estar condenados a ser excluidos de ese en muchas ocasiones quimérico sueño americano del bienestar.

Valoración 0/5.3’5

«The Dark and the Wicked» review

Sigue los pasos de dos hermanos que regresan a la granja de su familia para esperar a la inevitable muerte de su padre. Lo que en un principio parece ser un ritual ancestral relacionado con la pérdida y el recuerdo acaba convirtiéndose en algo muy distinto.

Volviendo a incidir en ese concepto tan actual en relación a las expectativas generadas de forma algo precipitada en lo concerniente a la fallida Archenemy de Adam Egypt Mortimer no deja de ser curioso como también empieza a ser un denominador bastante común el posiciónanos de forma habitual ante la supuesta falta de ellas, en ese preciso punto daba la impresión de encontrarse la trayectoria de Bryan Bertino, director que tras darse a conocer de forma algo generalizada dentro del fandom en 2008 con la aplaudida The Strangers tuvo una especie de retroceso digamos artístico en las posteriores e intrascendentes Mockingbird y The Monster, ambos trabajos  parecían remitirnos a un estancamiento de complicada solución, cuando menos se esperaba con The Dark and the Wicked consigue estructurar una suerte de renacimiento genérico al realizar el que es posiblemente su mejor trabajo a fecha de hoy, un film de estructura bien simple cuya mejor virtud radica posiblemente en salir relativamente airosa de mucho de los vicios y estilemas que tan mal ejecutados podemos ver en el fantástico contemporáneo.

Suele ser cada vez más frecuente, en el Festival de Sitges del pasado año hubo un sinfín de ejemplos de todo ello, como muchas películas utilizan de una forma muy poco sutil el fantástico a la hora de explayarse en base al aparatoso subrayado de un discurso político o social cuando a lo largo de la historia del cine las buenas películas de género han hecho justamente todo lo contrario, insertar la metáfora de forma casi desapercibida en una estructura fantástica que vertebra de principio a fin el relato, básicamente un movimiento que consiste en tener claro las prioridades y la funcionalidad de la historia en cuestión, intención esta que curiosamente puede encontrar un paralelismo casi inverso con respecto a otro film visto en el Festival como es la decepcionante Relic. En The Dark and the Wicked si se busca la alegoría o la metáfora de una forma detenida puede que incluso se llegue a encontrar, esta pude ser por ejemplo la pesada carga mental que acarrea la muerte de un ser querido o como el dolor y el trauma de las pérdidas de alguien cercano llevan a los supervivientes a unos territorios de una mayor vulnerabilidad aunque en realidad todo da la impresión de parecer orbitar en relación al concepto de la culpa en lo concerniente a la desestructuración familiar, sin embargo estas cuestiones intuidas no dejan de ser meras excusas, si se me permite la expresión incluso una suerte de McGuffin al uso, lo primordial aquí, o al menos lo que un servidor logra intuir, es mostrar la cercanía de la muerte como desarrollo de un mal de índole endémico e intangible, lo que realmente parece importarle a Bryan Bertino es la creación de una atmosfera malsana que mantiene la tensión y en base a ella exponer un simple relato de terror casi a modo de ejercicio de estilo en base a acertados manejos de espacios fílmicos y utilización sonora que de alguna manera logran solapar una narrativa que puede percibirse como algo errática, artilugios estos que sin inventar nada nuevo resultan bastante efectivos especialmente en lo referido a una confrontación de ficciones en un principio antagónicos, por un lado el crudo y desalentador realismo en el que parecen moverse sus protagonistas, casi por momentos lindantes con el documental contemplativo, y por otro ese concepto fantástico del mal sobrenatural como ente generalizado que se expande casi a modo de un virus.

The Dark and the Wicked que antepone en todo momento la sugestión explicita a una digamos lógica narrativa termina siendo un producto solido que tira de manual a través de una escenografía potente a la hora de indagar en eso tan difícil de ver en la actualidad en una pantalla de cine que es el intentar explayar un miedo primario a algo que los protagonistas del relato son incapaces de descifrar o asimilar, a fin de cuentas por fortuna un parte primordial a la hora de hacer una buena película de terror sigue siendo la creación de un clima que sea lo suficientemente  tenso y veraz para con el espectador, aquí afortunadamente expuesto sin ningún tipo de subrayado en lo relativo a una posible explicación que se ha de buscar, o no, todo según el camino que quiera transitar el espectador.

Valoración 0/5: 3

«Yellow Cat» review

En Yellow Cat vemos como el ex convicto Kermek y su amada Eva quieren dejar atrás su vida delictiva en las estepas kazajas. Él tiene un sueño, construir un cine en las montañas. ¿Será el amor, o más bien obsesión de Kermek por Alain Delon y la película El silencio de un hombre de Jean-Pierre Melville lo bastante fuerte como para mantenerlos alejados de las violentas garras de la mafia del lugar?

Después de estar presente en la pasada edición dentro de la sección oficial a concurso con la estimable A Dark-Dark Man el realizador Adilkhan Yerzhanov volvía un año después a San Sebastián con una nueva película, en esta ocasión integrada dentro de la sección Zabaltegi-Tabakalera, Yellow Cat, un trabajo, estructurado narrativamente a través de siete capítulos, cada uno presentado a modo de introducción por un dibujo infantil, que representa ese tipo de películas cuya catalogación genérica resulta ciertamente difusa al percibirse en ella como tras un tono de comedia muy evidente se esconde una historia dramática de contenido ciertamente duro, o sea un film con apariencia de ser ingenuo pero que no lo es en absoluto.

Viendo las dos últimas películas de Adilkhan Yerzhanov parece quedar bastante claro que estamos ante una autoría tan definida con respecto a sus mimbres como algo difícil de asimilar por parte de aquel espectador que no esté dispuesto a aceptar de buenas a primeras las algo atípicas reglas de juego orquestadas por parte del director originario de Kazajistán. Tanto en la espléndida y reivindicable A Dark-Dark Man, thriller local con derivas al noir existencialista trágico expuesto a través de esa sempiterna colisión adyacente en la inocencia y en una culpabilidad moral casi viral dentro de una sociedad en donde la corrupción anida a través de un sistema que genera por igual a víctimas y verdugos, como en la película que nos ocupa, los personajes parecen anclados en la nada, en un no lugar, representada en su ubicación a través de la inhóspita estepa kazaja, los dos relatos parte de premisas criminales, la primera de una forma más evidente y concisa, Yellow Cat lo hace sin embargo a través de una confusión genérica algo desconcertante, podríamos decir que la historia se ampara tras un primer vistazo en parámetros muy parecidos al True Romance de Tony Scott o si se me permite el símil al Wild at Heart de Davis Lynch, joven prostituta y joven delincuente emprenden una huida de connotaciones quiméricas, la pregunta viene dada en la medida de cuestionar si Yellow Cat es una comedia o es un drama, lo que se nos cuenta en cierta manera no da lugar para muchas sonrisas, el modo en que lo hace posiblemente sí, ese humor por momentos absurdo y desconcertante, parece mirar sin ningún tipo de pudor a imaginarios propios provenientes del cine de Jacques Tati por ejemplo, una mirada ya intuida a través de pequeñas pinceladas en la anterior A Dark-Dark Man, teniendo el añadido de comprobar como en su tramo final vira hacia tonos algo más serios y poéticos en base a una poderosa metáfora que aquí se adueña por completo de una función en donde encontraremos un sinfín de referencia cinéfilas que más que direccionados a la pleitesía del referente en si mismo dan la sensación de ser una especie de imitación de connotaciones casi paródicas.

Yellow Cat termina siendo una película tan entretenida como desconcertante en lo concerniente a la nada disimulada caricaturización que emplea, film poseedor de un final muy triste que pese a estar situado un escalón por debajo de su anterior A Dark-Dark Man es un trabajo muy a tener en cuenta a la hora de valorar a ese tipo de autores cada vez más difícil de detectar dentro del panorama internacional, realizadores que hacen que su obra atesore un tono identificativo y reconocible muy propio en relación a un estilo aquí percibido principalmente en base a la exposición de una serie de formalismos muy poco convencionales.

Valoración 0/5:3

   

 

«Never Rarely Sometimes Always» review

Never Rarely Sometimes Always nos describe a Autumn como una apática y callada adolescente que trabaja como cajera en un supermercado rural de Pennsylvania.  Viéndose obligada a sobrellevar un embarazo accidental y sin alternativas viables para poder realizar un aborto en su propio estado, ella y su prima Skylar reúnen algo de dinero y se embarcan en un autobús rumbo a Nueva York. Con la dirección de una clínica apuntada en un papel y sin un lugar en el que pasar la noche, las dos chicas se adentran en una ciudad que desconocen.

Eliza Hittman ya venía apuntado buenas maneras en su anterior trabajo tras las cámaras titulado Beach Rats, relato de un claro calado intimista en donde un joven se tiene que enfrentar a distintos dilemas a la hora de intentar forjar lo que vendría a ser una personalidad sólida y aceptar al mismo tiempo sus propios deseos, en esta su nueva película presentada dentro de la sección Perlas del Festival de San Sebastián la realizadora norteamericana vuelve a indagar en complejos universos adolecentes a través de una naturalidad que no abusa de la consabida cuota emocional pertinente en estos casos, será en relación a una mirada contemplativa que nos muestra las distintas tesituras de índole moral a las que se ha de enfrentar forzosamente una joven chica de diecisiete años que está dispuesta a interrumpir un embarazo no deseado.

En Never Rarely Sometimes Always, indiscutiblemente una de las mejores películas indie de este atípico año 2020, se vuelve a recurrir como en muchos de los trabajos vistos en la pasada edición del Zinemaldia a un claro tono colindante con la no ficción, este estilo naturalista que deriva en realista puede recordarnos en algo en lo relativo a sus formas y parte de su fondo dado el trazo social en el que se mueve al cine de los hermanos Dardenne o al de Ken Loach, sin embargo en su tercer largometraje Eliza Hittman intente aplicar sin la necesidad de recurrir a efectos gratuitos un plus a una mirada que deviene contenida y llena de sutiles detalles en donde vuelve a reincidir en la exploración de conflictos adyacentes en la postpubertad, recurriendo en esta ocasión a aquella observación que no emite, ni siquiera lo intenta, ningún tipo de juicio de valor sobre lo que proyecta teniendo el mérito de saber trasmitir mediante la imagen y las pequeñas ramificaciones desprendidas a través de ellas, prodigiosa labor fotográfica a cargo de Hélène Louvart, la complejidad moral del asunto que expone, aquí mostrado en base a diversos dilemas supuestamente morales que quedan de alguna manera contrarrestados por la cotidianidad y afectos entre dos chicas a la hora de reinterpretar de alguna manera y desde la propia necesidad del relato ese concepto popular entendible como pasar un día “alegre” en Nueva York en relación al tránsito de dos chicas de pueblo por La Gran Manzana otorgando cierta sensación de estar ante una historia contada casi en tiempo real.

Serán pues las imágenes, siempre por delante de una narrativa verbal aquí bastante esquemática y provista de diálogos que aparte de ser mínimos son percibidos como casi anecdóticos, las que se amparan a través de la tesis de ese aparente Cinéma Vérité con costuras de road movie, todo mostrado a través de una austeridad formal que anula tanto el tono sensiblero como tremendista tan habitual en este tipo de historias de índole social, siendo finalmente un relato empático en referencia a ese concepto de la sororidad que aquí parece obviar o incluso dejar en un segundo plano la problemática del embarazo no deseado y el aborto como principal tesis del relato a favor de exponer una historia bien simple de apoyo mutuo entre dos jóvenes mujeres a la hora de abrirse camino de la manera que sea posible a través de un ámbito percibido por ellas mismas, y por el espectador, como hostil, quedando como eje central del que parte esta historia de feminidad y adolescencia una oscura mirada que parece estar proyectada desde la trastienda en relación al concepto de la vulnerabilidad que deriva de las violencias físicas y especialmente mentales ejercidas a millones de mujeres en todo el mundo.

Valoración 0/5:3

«True Mothers» review

True Mothers nos cuenta como tras una larga e insatisfactoria lucha por quedarse embarazada y convencida por una asociación de adopción, Satoko y su marido deciden adoptar a un niño. Años después, su familia se tambalea con la amenaza de Hitari, una chica desconocida que dice ser la madre biológica. Satoko opta por confrontar a Hitari directamente.

True Mothers fue otra de esas películas presentes en la sección oficial a concurso del Festival de San Sebastián que en un principio tenían previsto su participación en el Cannes del pasado mes de mayo, con toda seguridad de haberse celebrado el certamen galo la película también hubiera estado presente en San Sebastián en la sección Perlas pues Naomi Kawase es un nombre ya muy habitual en ambos festivales y raro es el trabajo suyo que a estas alturas no figure en uno u otro certamen. En True Mothers, adaptación de la novela  homónima de Mizuki Tsujimura, la directora nipona vuelve a incidir y a explorar en una de las temáticas más recurrentes, casi de modo obsesivo, de toda su filmografía como es el concepto de la maternidad aquí expuesto desde distintas vertientes a través de una historia entrelazada que llegados a un momento se bifurcan para terminar irremediablemente encontrándose en la conclusión del relato.

En True Mothers se hace visible como se empieza a vislumbrar una especie de intento involución en la carrera de la responsable de El bosque del luto, en cierta manera esta dirección en sentido inverso o vuelta a unos orígenes temáticos pretéritos va un poco a contracorriente con respecto a la gran mayoría de autores, si en sus últimos trabajos estos estaban plagados de simbolismos y alegorías algo cargantes y a cual más diversas, también en lo referido a un cierto preciosismo visual como pudimos ver en su anterior y algo indigesta Vision, en donde se suele incidir en la exploración del consabido ciclo de la vida como alternativa de reconciliación y unión gracias a la influencia simbólica de ciertos elementos tradicionales que nos rodean, en True Mothers se opta por una narrativa de un tono en apariencia bastante más sencillo que intenta evitar supuestamente dichos excesos alegóricos y en donde parece clarificar algo más su obra reduciendo la opulencia estética y narrativa empleados hasta entonces. Por momentos lindante con el cine clásico pero también atesorando texturas bastantes reconocibles en anteriores trabajos suyos que la direccionan hacia un tono algo comercial que aquí colinda de forma algo peligrosa con el concepto de publicitar por ejemplo la autoayuda en referencia a explayar una especie de oda acerca del concepto de ser madre. De alguna manera el film, en donde Naomi Kawase abandona ese escenario agreste prototípico en sus historias para ofrecernos un relato urbano, parte de una premisa que pese a sus ramificaciones argumentales termina siendo bien simple, contada en dos tiempos distintos y sendas tramas argumentales que terminan convergiendo a la hora de explorar dos, o tres, vertientes totalmente diferentes de la maternidad en lo relativo a preguntarnos qué significa ser madre y que incidencia puede tener en ello el hecho de ser biológica o adoptiva, para ello Kawase se toma todo el tiempo del mundo posible, quizás demasiado.

Aun así a tal respecto hay acotaciones ciertamente interesantes en la película como para no desmerecer el producto por mucho que este colisione con respecto a encontrarnos con dos discursos percibidos como distantes en sus formas, el autoral y el algo más convencional, a la hora de intentar de forma algo vana conmover al espectador especialmente en lo relativo a su tramo final. Cuestiones de fondo como esos apoyos mutuos que las mujeres crean a la hora de sobrevivir al trauma psicológico de dar a luz como vemos en la historia de la joven madre biológica de 14 años expuestos en el relato a modo de unos flashbacks que aunque interesantes en lo referente a su tesis no deja de ser un pequeño lastre para el desarrollo y fluidez que vertebra una historia, en parte algo domesticada, y si se me permite el símil adocenada, algo que posiblemente nos derive a la película más accesible de toda la filmografía de Naomi Kawase en relación a intentarnos contar algo supuestamente profundo que sin embargo evita en todo momento lo obvio, en este caso un supuesto complejo dibujo acerca de las maternidades que no ejercita, ni lo pretende, ningún tipo de juicio moral sobre las acciones emprendidas por sus protagonistas.

Valoración 0/5.2’5